En el siguiente trabajo nos adentraremos a indagar sobre ciertas implicancias que hoy por hoy se exhiben a la hora de llevar adelante procesos de construcción popular autónomos – haciendo hincapié en aquellos que por sus perspectivas políticas y metodológicas, pueden inscribirse dentro de una matriz libertaria- en un contexto histórico atravesado por las marcas de la desocupación estructural, el crecimiento de la pobreza y en términos generales, por la precarización de la vida como forma social.
Introducción
Trataremos de plantear, a través de nuestro recorrido, ciertos hilos de análisis sobre algunos problemas a enfrentar de acuerdo al mencionado contexto, particularmente en el marco de nuestras sociedades periféricas latinoamericanas y algunas hipótesis sobre los desafíos a encarar de cara a su superación en clave emancipatoria.
Ahora bien, antes de avanzar en las cuestiones esgrimidas, nos parece importante, aunque más no sea a modo de trazo grueso, dejar señaladas un par de ideas generales sobre el vínculo existente entre anarquismo y procesos de organización popular, así como algunas líneas sobre a qué nos referirnos con respecto a construcción de matriz libertaria.
Una perspectiva político-metodológica de construcción popular
Si el anarquismo como corriente de praxis revolucionaria ha tenido a lo largo de su historia – amén de sus distintas tendencias – una “razón de ser”, ésta estuvo dada de manera prevaleciente, por el hecho de dotar de base material al entramado de sus postulados políticos, enraizando, su perspectiva emancipatoria de desenlace popular, con la necesaria organización y lucha para tal fin de aquellos que se encuentran sometidos a las injusticias del sistema de dominación estatal-capitalista. Mijail Bakunin decía al respecto:
Es cierto que hay [en el pueblo] una gran fuerza elemental, una fuerza sin lugar a dudas superior a la del gobierno y al de las clases dirigentes tomadas en su conjunto, pero sin organización, la fuerza elemental, no es fuerza real. Es esta innegable ventaja de la fuerza organizada respecto de la fuerza elemental del pueblo, en la que se basa el poder del Estado. Por lo tanto, el problema no estriba en saber si [el pueblo] puede sublevarse, sino si es capaz de construir una organización que le proporcione los medios de llegar a un fin victorioso. No a una victoria fortuita, sino a un triunfo prolongado, definitivo [1].
En la misma sintonía, el italiano Errico Malatesta, planteaba que las clases oprimidas y explotadas:
no podrán emanciparse nunca mientras no encuentren en la unión la fuerza moral, la fuerza económica y la fuerza física que es necesaria para derrotar a la fuerza organizada de los opresores [2].
Desde estas consideraciones entonces, se traduce la importancia estratégica que tiene para un proceso de transformación social, el desarrollo y el fomento de organizaciones populares que puedan motorizar y sustentar dicho proceso, constituyendo así, una fuerza social articulada capaz de enfrentar y eventualmente trascender el poder organizado de las clases dominantes. Ahora, ese impulso hacia el protagonismo de la organización del abajo social, tiene que contar, desde una lógica libertaria, con ciertos criterios y lineamientos que son distintivos de otras lógicas y que dan lugar a una impronta propia.
Por lo pronto, se parte de la concepción de que los agrupamientos de las clases populares deben tener como primer cometido de acción, la lucha por la conquista de aquellos intereses materiales que aglutinen a la clase en el marco de sus necesidades más inmediatas. Para esto, el arco de confluencia debe ser el más amplio posible; es decir, no debe estar atravesado a priori por limitantes del tipo político-ideológico, religioso o de otra índole [3]. Pero este cometido de acción primario no debe ser estanco, sino dinámico. Debe combinarse de manera dialéctica con un cometido de lucha emancipatoria que pretenda superar a las estructuras del sistema dominante, procurando en ese camino, construir “embriones” de prácticas sociales y organismos que prefiguren la sociedad libre de explotación y opresión. La organización de la clase se plantea, entonces, desde esta mirada, como una herramienta de acción y lucha reivindicativa, pero también como una escuela de participación democrática y como un bastión de construcción de la capacidad de autodeterminación popular, constituyéndose a su vez, en un baluarte en el desarrollo de un poder autogestivo desde abajo, desde el propio pueblo organizado. Este cometido complementario ensancha el campo de lo meramente social-reivindicativo y le imprime una clara orientación política. Política en términos de política autónoma de clase y por lo tanto de reapropiación, asimismo, del ámbito de lo político como espacio de autoactividad, autogestión y autoinstitución social.
En estos términos, esta perspectiva si bien no depara una inmediata vinculación orgánica con un planteo ideológico cerrado – habida cuenta de cómo se decía más arriba, la necesaria amplitud de confluencia a los fines de llevar adelante el cometido primario de lucha reivindicativa – sí plantea, una matriz, que sustentada sobre ciertas prerrogativas y líneas político-metodológicas de construcción, podemos identificar como libertaria o “libertirizante”. Parámetros como la lucha y la acción directa sin intermediarios, la democracia de base, la organización federativa, la independencia de clase, la práctica prefigurativa, el antiparlamentarismo, entre otros, nos marcan claramente un perfil de construcción en el seno del pueblo que el anarquismo como corriente, ha llevado adelante históricamente al momento de involucrarse en la lucha de clases, tanto sea desde los orígenes del movimiento obrero organizado como en el marco de las luchas que los movimientos sociales contemporáneos desarrollan desde hace varias décadas hasta nuestros días y que ha influenciado – e inclusive sigue influenciando- a distintas organizaciones populares que no necesariamente surgen dinamizados por militantes de dicha corriente. Desde esta óptica de organización y construcción popular que genéricamente denominamos autónoma, es que procuraremos a continuación, analizar el panorama actual sobre el que estas formaciones deben desarrollar sus luchas, así como qué problemáticas y desafíos se les presentan a la hora de confrontar con el mismo.
Un panorama actual
A esta altura, entrados a la tercera década del siglo XXI, pareciera no ser una novedad de que nos encontramos inmersos en una profunda crisis que desde distintas voces se plantea como civilizatoria y con múltiples dimensiones. Crisis que se establece como sistémica, multifocal y global, en tanto características propias del capitalismo, amén de ciertas manifestaciones propias a nivel países o regiones. Un primer punto para abordar su alcance, seguramente pase por visualizar que, desde hace algunas décadas y de manera cada vez más acentuada, el proceso de expansionismo sin límite del capitalismo necesariamente está erosionando sus propias condiciones previas de existencia.
En tanto la sustancia del capital es, la generación y regeneración de valor a través del trabajo abstracto -vivo pero alienado- acumulado en el ámbito de la producción junto con sus condiciones de posibilidad en el ámbito reproductivo y el medio natural; su impulso para conseguir constantes incrementos en la productividad – de la mano de la competitividad – lo lleva a conceder a la ciencia y a la tecnología una importancia creciente en la producción. Esto tiene como correlato y tendencia en aumento, convertir ese mismo proceso, basado en el trabajo -único generador de valor- en constantemente anacrónico. Con esto el capitalismo serrucha la rama sobre la cual se posa: la valorización del valor a través del trabajo vivo y el entorno que lo posibilita.
Si bien – y aunque parezca contradictorio con lo anterior- en los últimos años han proliferado un abanico de “nuevos trabajos”, éstos, por sus características – informales, precarizados, tercerizados, “uberizados”, sin derechos – no solamente no repercuten en la tendencial desvalorización y disminución estructural del trabajo formal todavía existente, sino que además no dejan de ser una “huida hacia adelante” que, junto con otros dispositivos, el capitalismo global desarrolla para sortear sus propias limitaciones intrínsecas, pero que aun siendo efectivas para reactivar las ganancias de algún sector en el corto plazo, no van a generar, ni por lejos, un nuevo ciclo de prosperidad, porque las tecnologías – que no producen valor – y que reemplazan el trabajo humano, no pueden ser eliminadas de la producción, es decir “no vuelven para atrás”. Por ende, no se trata de un clásico “vaivén cíclico” de los que pudo haber en otra etapa, sino de una tendencia que ya se configura como una crisis sin retorno. Asimismo:
En este contexto, las grandes empresas están tratando de impulsar un nuevo ciclo expansivo para blindar sus beneficios a corto plazo. Para ello, como sucedió en crisis anteriores, han renovado su apuesta por la ampliación de la frontera mercantil a través de las dinámicas de acumulación por desposesión. Igualmente, en el marco de la financiarización global, están favoreciendo la creación de nuevas burbujas especulativas para recuperar, al menos en el futuro más inmediato, unos altos niveles de rentabilidad [4].
Esto, insistimos, “patea hacia adelante” pero deja sin resolver el problema de fondo, esto es, de que si bien, aunque la cantidad de bienes y servicios pueda llegar a crecer, en conjunto y en el mediano plazo representan una cantidad cada vez menor de valor; asimismo el dinero – producto de la especulación financiera – que circula en el mundo es “ficticio” ya que no representa en realidad trabajo invertido de una manera “productiva” [5]. El capitalismo se pone cada vez más de frente a sus barreras económicas interiores como a sus limitaciones externas naturales –ecológicas-, que si bien, presentan un horizonte temporal diverso -y en esto las luchas sociales juegan un rol- no pueden ser detenidos, al menos en los marcos de su propia lógica. En síntesis:
El capitalismo global ha ido desplazando sus contradicciones hacia adelante, en el tiempo y en el espacio, pero cada vez se aproxima más a sus propios límites. La inestabilidad permanente de los mercados como consecuencia del aumento de la financiarización, la extensión de la explotación laboral y las desigualdades sociales que excluyen de la sociedad de consumo a amplias capas de la población, el cuestionamiento de la división sexual del trabajo y la necesidad de un replanteamiento del reparto de tareas productivas y reproductivas, el agotamiento de las fuentes de energía y los recursos materiales que requiere el metabolismo agroindustrial-urbano-financiero, los impactos del modelo económico en los ecosistemas y el desorden climático, son todos ellos, síntomas de que el funcionamiento del capitalismo se encuentra aquejado de graves problemas de fondo […] Estancamiento, deuda y desigualdad se superponen así al telón de fondo que hace materialmente imposible prolongar de manera indefinida la lógica de crecimiento y acumulación [6].
Este panorama va redondeando una serie de definiciones a tener en cuenta. Por un lado, y por todo lo antedicho, no es posible el retorno a un modelo de acumulación basado en el empleo masivo – propio de la era fordista ya superada -, por ende, no es posible el retorno al “pleno empleo” ni a la formalidad masiva y en su defecto, tampoco a las recetas keynesianas ni al rol central del Estado. El Estado, en tanto connivente de las lógicas del capital, en “el mejor de los casos” en esta etapa sólo puede disponer de ciertas políticas focalizadas, que además de constituirse en dispositivos de disciplinamiento social, redundan en sostener y aumentar modalidades de precarización [7].
Pero la cosa no se queda sólo aquí. Si se supone que la economía tiene como finalidad el bienestar de los sujetos, teniendo como medio el trabajo y la producción de bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades vitales; en la lógica del capital, y sobre todo con mayor énfasis en los últimos tiempos, estos términos se pervierten y el fin de una vida sustentable se transforma en un medio para un fin distinto; la acumulación capitalista. Esto pone sobre la mesa la configuración de una matriz que se demuestra cada vez con mayor visibilidad en el neoliberalismo y que cristaliza a la precariedad ya no sólo referenciada al ámbito laboral, sino como una verdadera forma social de carácter totalizador en continuo aumento. Esto constituye, asimismo un conflicto radical e irresoluble entre la sostenibilidad de la vida humana y ecológica y el capitalismo, que algunos analistas sintetizan como conflicto “capital-vida”:
cuando la vida es un medio para un fin distinto, la vida está siempre en amenaza; la tensión puede suavizarse a veces […] pero antes o después llegará un momento de desencaje cuando la acumulación se produzca no a través de sostener la vida, sino a costa de negarla o destruirla [8].
Todo este proceso general tiene en Latinoamérica, en tanto región periférica, un desarrollo interrelacionado, aunque con elementos particulares. Implicó en principio y desde hace varias décadas, todo un contexto de reconfiguración social que significó la acentuación de las desigualdades preexistentes y la emergencia de nuevas brechas políticas, económicas, sociales y culturales, constituyendo así, un escenario caracterizado por un lado, por la fragmentación y la pérdida de poder de los sectores populares, y por otro lado, por la concentración política y económica en las elites de poder internacionalizado, que lejos estuvo de ser lineal:
Muchos de los cambios en el orden económico arrancaron durante la década de 1970 [en la gran mayoría de los casos, con dictaduras genocidas mediante]; las transformaciones operadas en la estructura social comenzaron a tornarse visibles en los años ochenta, durante la llamada “década perdida”, que culminó con fuertes episodios hiperinflacionarios y abrió la puerta a la implementación de las reformas neoliberales de los años noventa [9].
A su vez:
es necesario tener en cuenta que si el primer momento de la globalización neoliberal, en los años noventa, estuvo marcado por las privatizaciones y el ajuste fiscal, el segundo momento viene de la mano de la generalización de un modelo extractivo-exportador que apunta a consolidar y ampliar aún más las brechas sociales entre los países del norte y del sur, en base al saqueo de los recursos naturales cada vez más escasos, la contaminación irreversible, la extensión del monocultivo y la consiguiente pérdida de la biodiversidad [10].
Dicho todo lo anterior, no podemos dejar de volver a señalar de que las mencionadas, no dejan de ser manifestaciones propias de un sistema global y que tiene, como ya hemos marcado, a la precariedad y a la exclusión como marca estructural, planteando a la región como un espacio concreto en donde cuerpos, vidas y territorios son sacrificables en aras de la reproducción del capital trasnacionalizado en esta etapa, amén incluso, de que tal o cual gobierno se declare “progresista” o “popular”.
Frente a este panorama, desde finales de los años ´80 y fundamentalmente desde la década del ´90 se viene asistiendo a una progresiva confluencia de distintos procesos de lucha que se han venido plasmando a través de distintas vías y que han tenido ciertos hitos que han marcado su desarrollo. Es importante rescatar a su vez, que la caída del muro de Berlín en 1989 y el derrumbe de la URSS en 1991 no solo trajeron consigo el colapso de los regímenes del “socialismo real”, la crisis de los partidos comunistas, de los socialistas, de los sindicatos tradicionales y de los movimientos guerrilleros especialmente en Latinoamérica, sino también la quiebra de todo un paradigma revolucionario que había impregnado a la mayor parte de las izquierdas a lo largo del siglo XX; esto es, que el desarrollo imparable de las fuerzas productivas traería consigo el socialismo y que junto con la dinámica de lucha impulsada particularmente por el proletariado, único sujeto social con capacidad transformadora – fundamentalmente urbano, industrial y destinatario de una “misión histórica que cumplir – se alumbraría la sociedad sin clases. Todo esto ahonda, como dijimos, la desorientación y la crisis de las viejas formas organizativas y metodológicas, pero permite, de manera dialéctica, en consonancia con las renovadas lógicas de dominación capitalista, el paulatino afloramiento de nuevos ejes de confrontación, así como de nuevos discursos críticos, sujetos sociales y de nuevas formas de construcción popular, ya en sintonía con lo que hoy conocemos como movimientos sociales que, conviviendo – y muchas veces coordinando – con las organizaciones tradicionales, han logrado erigirse como protagonistas de las resistencias de este último periodo [11].
En realidad, y para ser correctos, en algunos casos, más que “nuevos”, deberíamos decir “reelaborados” formatos y pautas de disputa antagonista, dado que muchas de estas iniciativas ya habían tenido un incipiente esbozo durante los sucesos que se conocieron como “Mayo francés” de 1968, en donde, entre otras cuestiones, supieron salir a la palestra todo un conjunto de miradas y perspectivas que, con el título abarcativo de “nueva izquierda”, inclusive implicó volver a poner en valor todo un conjunto de prerrogativas –muchas de las cuales desarrollamos en la primera parte de este trabajo- de cuño socialista libertario que durante un corto plazo, habían entrado en un cono de sombras.
Puntualizando, ahora bien, sobre los alcances que en el último tiempo ha tenido en nuestro continente el marco de las luchas desarrolladas por los mencionados movimientos sociales surgidos en los años noventa, es sustancial destacar que han tenido – y continúan teniendo – un cometido mucho más abarcativo que la sola acción de resistencia:
los movimientos sociales han revelado ser algo más que una respuesta meramente defensiva frente a los cambios en la correlación de fuerzas sociales y las fuertes transformaciones de sus condiciones de vida y reproducción. En realidad, con todas sus complejidades y matices nacionales, los movimientos sociales latinoamericanos han desarrollado una dimensión más proactiva, que abre la posibilidad de pensar nuevas alternativas emancipatorias a partir de la defensa y promoción de la vida y la diversidad [12].
Tensiones y desafíos…
Planteado a grandes rasgos el escenario desde el cual hoy por hoy las organizaciones y construcciones populares y sobre todo aquellas que se conciben desde una matriz libertaria o genéricamente autónoma, deben desarrollar sus luchas; se hace necesario ahora establecer algunos desafíos de cara a poder superar algunas problemáticas y tensiones que el mismo escenario presenta, a los fines de poder prescribir algunas claves de orientación emancipatoria para los tiempos que corren.
Decíamos más arriba que frente al proceso de desarrollo crítico del capitalismo en esta etapa, que, entre otras cuestiones, deja cada vez más fuera de su órbita a la formalidad masiva del trabajo, los Estados – y sobre todo en gran parte de Latinoamérica – han salido a “emparchar” esta situación [13] con toda una batería de recursos, programas y políticas focalizadas, intentando con esto, contener, pero también disciplinar, a los sectores populares afectados por estas y otras consecuencias estructurales del actual desenvolvimiento del capital [14].
Con respecto a esta problemática ha habido – sigue habiendo – mucho debate en el campo de las organizaciones populares sobre cómo afrontar esta situación a propósito de si tomar como eje de lucha válido o no la disputa de esos recursos y si eso puede ser coherente con una perspectiva autónoma de construcción dada la inexorable relación que con el Estado esto confiere y la tendencia a la institucionalización que la misma supone para el campo de ejercicio de las organizaciones y sus luchas. Demás está decir que, al respecto, las distintas realidades de cada espacio nacional tienen su asidero, pero, si como venimos argumentando, estas medidas no dejan de formar parte de todo un entramado estructural-global, se hacen pertinentes algunas reflexiones.
Si partimos de la base de que en este contexto la gama de ejes de lucha reivindicativa no se agota en los recursos focalizados estatales, es verdad también que los mismos, por sus características, adquieren una impronta sumamente importante en las actuales condiciones para afrontar la pelea por un mínimo mejoramiento de las condiciones de vida en el marco de un sistema que deja cada vez más sectores de la población por fuera de los circuitos de trabajo formal [15] y por ende, también, por fuera de los circuitos de consumo y de reaseguro de sus condiciones básicas de subsistencia.
Ahora, el nudo problemático con respecto a la tendencial institucionalización – que sería más correcto caracterizar como moldeamiento estatal [16]- que esto implica, si bien efectivamente presenta una amenaza a la autonomía de las construcciones populares regidas por esta lógica, su configuración no necesariamente debe prescribirse como absoluta. Dado el escenario siempre dinámico de las luchas sociales y de las relaciones de fuerza, el a priori dilema condicionante debe visualizarse como parte de un contexto de relación conflictiva y de tensión permanente en donde el desafío se presenta, no sólo en la disputa reivindicativa por la apropiación de manera organizada de los recursos en cuestión, sino, además en la disputa política contra la lógica estatal de moldeamiento y alienación. En este sentido, prácticas como la resignificación, es decir, el darle “otra significación” a aquello que fue concebido como un paliativo disciplinador y “moldeador” hacia dispositivos de construcción contrarios a esas lógicas – tendientes a fortalecer estructura y protagonismo popular desde abajo – sumado a la perspectiva por la ruptura del carácter focalizado de estos programas estatales hacia su universalización como derechos, asumen en esta etapa, un valor enormemente significativo.
Otra cuestión que nos parece importante señalar en este derrotero de tensiones y desafíos, tiene que ver con el orden de lo estratégico. Si como ya dijimos, las organizaciones populares autónomas y dentro de ellas, fundamentalmente las atravesadas por una matriz libertaria, se posicionan a grosso modo con un objetivo político general de cambio social en términos de desenlace popular orientado hacia la autoactividad, la autogestión y la autoinstitución social; para ser coherentes con estos postulados, se hace fundamental como elemento estratégico, no solo el fortalecimiento y consolidación organizativa de estas expresiones de base, sino además, el desarrollo continuo de su propia capacidad de fuerza – material y contrahegemónica – opuesta y en confrontación al poder de las clases dominantes. Dicho de otra manera; se hace vital la construcción de un poder popular – que podría plantearse como autogestivo – que instituya, asimismo, espacios, territorios, mecanismos y relaciones que prefiguren y sustenten el proyecto de una sociedad autogestionaria.
Tomando en cuenta esta premisa estratégica y por todo lo que hemos expuesto en términos del proceso histórico que atravesamos, creemos que la misma a su vez, debe complementarse con una perspectiva más que hoy se presenta como imprescindible: la multisectorialidad. En efecto, si de un tiempo a esta parte, no podemos hablar de una clase homogénea ni de un sector popular en concreto que represente una autosuficiencia ni una centralidad manifiesta en cuanto al antagonismo y superación frente al desarrollo de las condiciones actuales del capitalismo por cuanto las contradicciones son múltiples – económicas, sociales, políticas, culturales, ambientales –, múltiple se presenta entonces el sujeto social de confrontación. Por lo tanto, una estrategia acorde involucraría en este sentido, la posibilidad de articular esas contradicciones y ese sujeto múltiple en una proyección común. Esto claramente implica plantearse un horizonte de lucha que intente ir más allá del marco de reivindicaciones específicas pero fragmentarias de tal o cual sector en particular, perfilando una perspectiva que apueste por la integración de las mismas en espacios de carácter multisectorial.
¿Y sobre qué eje se podría a priori, aglutinar la diversidad de demandas que cruzan al universo de las expresiones de lucha popular? Si como hemos dicho, en este contexto la lógica del capital – en crisis – no sólo pervierte, sino que además amenaza el sostenimiento de la vida – humana y ecológica – configurando una matriz de precariedad social generalizada; ésta última, podría ser un buen punto a considerar como nexo de articulación común dada la transversalidad que la misma supone a los distintos sectores que se encuentran sometidos a esta dinámica expropiatoria y depredadora:
Ante la crisis civilizatoria, la contrapropuesta no puede ser recuperar la “producción” […] sino abrir dos debates: qué es una vida que merezca ser vivida y cómo colectivizar la responsabilidad de garantizar sus condiciones de posibilidad […] [17].
Ahora bien, planteada tal orientación general y partiendo de la congruencia a tener entre la misma y los medios hacia su logro, nos es importante prescribir que estos medios a su vez, en este contexto de crisis sistémica, deben cumplir un rol de tensión dialéctica entre las posibilidades de avance conflictivo hacia un proyecto de ruptura y el bloqueo del continumm autoerosivo del capitalismo en esta etapa. Sería algo así como lo que planteaba Walter Benjamin con respecto a poner el “freno de emergencia” para no precipitarse al vacío, propiciando una serie de contra-movimientos que funcionen como “diques” en contraposición a ciertas perspectivas “aceleracionistas” que reproduzcan y sigan estimulando las lógicas del capital tal y cual se siguen perfilando. Y esto podría llegar a desarrollarse con medidas y planteos reivindicativos que, entre otras cuestiones, busquen detraer recursos de las lógicas del mercado y apuesten por su expansión y universalización, reduzcan la jornada y repartan el trabajo formal todavía existente, socialicen y expongan la producción de riqueza como atributo histórico-social, apuesten a la desfinaciarización de la economía, al resguardo ambiental y al decrecimiento progresivo; en definitiva, que tiendan a priorizar y estimular la sostenibilidad de una vida digna por fuera de los parámetros de la precariedad a la par de que sirvan de marco para la recomposición de fuerzas desde el abajo social, dejen margen para la reconstitución de un imaginario social antagonista y preparen un horizonte de transformación revolucionaria.
Esta serie de medidas, junto con otras posibles, creemos, no anulan la dinámica histórica de la lucha de clases, sino que la amplían y la complejizan en función de los requerimientos del proceso histórico en marcha, y que no por sustanciarse a priori, como dirían algunos, como “meras reformas”, dejan, en conjunto y en base a algunas de sus dimensiones, de plantearse como disruptivas con las lógicas capitalistas contemporáneas. Por esto, ninguna puede tomarse de manera aislada y como un fin en sí mismo, sino como medidas o instrumentos que, interrelacionados, se configuran como objetos de disputa de un proceso dinámico de lucha mayor, tendiente a subvertir el estado de cosas.
Referencias:
[1] BAKUNIN, Mijaíl. La Libertad. Obras escogidas de Bakunin. Buenos Aires: Editorial Agebe, 2005.
[2] VERNON, Richard. Malatesta. Pensamiento y acción revolucionarios. Buenos Aires: Editorial Utopía Libertaria, 2007.
[3] En el marco de esa gran primera experiencia de confluencia obrera como lo fue la Asociación Internacional de Trabajadores, Mijaíl Bakunin, establecía; “La Internacional acepta en su seno, haciendo absoluta abstracción de todas las diferencias de creencias políticas y religiosas, a todos los trabajadores honrados, con la única condición de que acepten en todas sus consecuencias la solidaridad de la lucha de los trabajadores contra el capital burgués, explotador del trabajo…”. En: NETTLAU, Max. The Life of Michael Bakunin. Michael Bakunin, eine Biographie. Londres: Privately Printed, 1896-1900.
[4] RAMIRO, Pedro/GONZÁLEZ, Erika. La insostenible reconstrucción del business as usual: Recuperación vs confrontación. En: Viento Sur Nº176, 6 AGOSTO 2021 https://vientosur.info/la-insostenible-reconstruccion-del-business-as-usual-recuperacion-vs-confrontacion/
[5] JAPPE, Anselm. Hacia una historia de la crítica del valor. Nombres, Revista de Filosofía, 2018. https://revistas.unc.edu.ar/index.php/NOMBRES/article/view/21237
[6] RAMIRO, Pedro/GONZÁLEZ, Erika. Op Cit.
[7] Tal es así, que por ejemplo en Argentina y a través de un reciente informe, se pudo constatar que en 7 provincias el sector de precarizados e informales supera en número al sector de trabajadores formales privados, y frente a esto, amén del eufemismo que suele ver esto como un “aumento de puestos de trabajo”, la respuesta por parte del Estado, a través de las declaraciones de un funcionario del Ministerio de Desarrollo Social es “por eso es importante formalizar y desarrollar la economía popular”. Lo que demuestra esto en realidad, es que lo que viene creciendo a pasos agigantados es la desocupación y el trabajo informal y precarizado de subsistencia y que el Estado lo único que promueve frente a este panorama (en conjunto con algunas organizaciones afines a esta idea) es sólo la cristalización de esta situación a través de la eventual asignación de recursos (meramente paliativos) para afianzar una modalidad precarizada de “trabajo” bajo la órbita del mismo Estado. En: VALES, Laura. En 7 provincias ya hay más trabajadores de la economía popular que privados. https://www.pagina12.com.ar/365051-en-7-provincias-ya-hay-mas-trabajadores-de-la-economia-popul
[8] PÉREZ OROZCO, Amaia. La sostenibilidad de la vida en el centro… ¿Y eso que significa? En: La ecología del trabajo: el trabajo que sostiene la vida, coord. por Laura Mora Cabello de Alba, Juan Escribano Gutiérrez. España: Bomarzo, 2015.
[9] SVAMPA, Maristella. Cambio de época. Movimientos sociales y poder político -1ª ed. – Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2008.
[10] SVAMPA, Maristella. Op. Cit.
[11] Uno de los rasgos fundamentales de los movimientos sociales que en las últimas décadas se han establecido en función la reconfiguración del escenario de las luchas en nuestra región, se encuentra dado en reformulación del territorio, ya no sólo como mero ámbito de reproducción social, sino como un nuevo escenario de lucha y construcción nutrido de potencia, dinámica y dimensión estratégica.
[12] SVAMPA, Maristella. Op. Cit.
[13] No sin recurrir –antes e inclusive después- a la represión y a la criminalización de aquellas expresiones de protesta frente a las condiciones generadas por las líneas directrices del modelo de acumulación que los mismos Estados sustentaban.
[14] Para decirlo en términos foucaultianos, el Estado neoliberal desarrolla el control biopolítico de la población pobre. Orientado a una estrategia de contención del conflicto social y de la miseria, su objetivo es integrar excluido en tanto excluido. En: SVAMPA, Maristella. Cinco tesis sobre la nueva matriz popular. IIGG, Facultad de ciencias sociales, UBA: nov.2003. Cabe destacar que, si bien los Estados son los mayores propulsores de estas políticas, no son los únicos. ONGs y organismos multilaterales de distinto tipo también desarrollaron y desarrollan este tipo de medidas y muchas veces articulando con las políticas estatales.
[15] Sin perspectiva aparente de que esta situación pueda, dada su característica estructural, ser revertida en algún tiempo considerable más allá de ciertas declamaciones demagógicas de políticos y empresarios de turno.
[16] Entendemos aquí al moldeamiento estatal como una de las formas posible de institucionalización más concretamente asociada al proceso de alienación estatalizante conducente a “moldear” a las construcciones autónomas a imagen y semejanza de la lógica estatal y subordinada a sus propios mecanismos.
[17] PÉREZ OROZCO, Amaia. Crisis multidimensional y sostenibilidad de la vida. Investigaciones feministas, ISSN 2171-6080, Nº. 2, 2011, págs. 29-53. https://doi.org/10.5209/rev_INFE.2011.v2.38603
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