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Sobre las protestas antijaponesas en China

«Territorios robados a los chinos»

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Han atraído mucho menos atención en los medios estadounidenses que la ola de protestas contra EE.UU. en todo el mundo islámico como reacción ante el infame tráiler en línea de la película antimusulmana. Pero las protestas antijaponesas en China tienen una importancia más duradera. Son las más grandes en el período de la posguerra (posteriores a 1945), involucrando a cientos de miles de manifestantes, causando el cierre e incluso el posible cierre definitivo de fábricas y negocios de propiedad japonesa. Incluso restaurantes japoneses de propiedad china colocan banderas chinas y mensajes patrióticos en sus puertas con la esperanza de evitar ataques.

«En el punto álgido de la violencia» informa Los Angeles Times, «docenas de empresas japonesas fueron atacadas, incluyendo una planta Panasonic en Qingdao, un concesionario Toyota y negocios 7-Eleven. Cientos de coches japoneses fueron volcados o quemados», Reuters informa de que un 41% de las firmas japonesas se sienten afectadas por las protestas y consideran modificar sus planes de inversión en China. Hasta la semana pasada los constructores japoneses de coches habían perdido 250 millones de dólares en producción debido a las protestas; Nissan, Toyota y Honda han suspendido algunas operaciones.

Surge una amenazadora crisis general en la relación económica y política entre las economías segunda y tercera del mundo. Han sido los principales socios comerciales el uno del otro durante varios años. Su comercio total anual en los dos sentidos es de cerca 345.000 millones de dólares. Posiblemente se trate de la relación de comercio bilateral más importante del mundo después de la relación china-estadounidense. Pero los planes de una gala conmemorativa del cuadragésimo aniversario del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Japón y China se han postergado. Es un asunto bastante serio.

¿Qué ocasiona las protestas en todo el país y unas tensiones bilaterales sin precedentes? Cinco pequeñas islas deshabitadas y tres peñascos al noreste de Taiwán y al sudoeste de la cadena de islas Ryukyu que China y Japón reivindican como propias. Los chinos las llaman islas Diaoyu, los japoneses islas Senkaku. Algunos occidentales las han apodado islas Pinnacle. Ubicadas estratégicamente en el Mar del Sur de China, rodeadas por ricas pesquerías, se piensa que contienen inmensas reservas de gas natural y de petróleo. La Administración de Información sobre Energía de EE.UU. calcula que el fondo marino a su alrededor podría contener hasta 100.000 millones de barriles de petróleo. La soberanía sobre ellas afecta el control de más de 21.000 millas náuticas cuadradas.

El Ministerio de Exteriores chino ha indicado que no quiere que el tema territorial se convierta en un «factor perturbador» en la mutuamente lucrativa relación bilateral con Japón. Pero el gobierno japonés lo ha convertido en uno. Al comprar tres de las islas a su actual propietario privado japonés, después de una campaña del gobernador derechista de Tokio, Ishihara Shintaro, el gobierno japonés ha inflamado la situación.

El gobierno japonés insiste en que «no hay ninguna disputa» respecto a la soberanía sobre las islas. Al decirlo quiere decir que Japón tiene un reclamo bien definido basado en el derecho internacional, específicamente el Tratado Shimonoseki firmado en 1895 después de que Japón derrotara a China en la guerra china-japonesa. (Es decir, fueron legítimos botines de guerra, y no como por ejemplo Guam, que fue conquistado por EE.UU. durante la guerra española-estadounidense de 1898. Este argumento legalista no solo supone la respetabilidad del imperialismo sino que ignora importantes detalles de la historia legal de la posguerra.

Algunos hechos históricos relevantes sobre el tema:

1. Expedientes chinos de 1403 y 1534 mencionan los islotes, refiriéndose al mayor como Diaoyu y nombrando a otros dos. El texto posterior, Un historial de la visita del enviado imperial a Ryukyu, documenta la visita de una misión diplomática china al reino isleño Ryukyu (centrado en Okinawa), que no era entonces parte de Japón y nunca lo había sido. Funcionarios de la era Ming, en camino a la ceremonia de investidura del rey de Ryukyu, consideraron las islas como la frontera entre la provincia de Taiwán y las Ryukyu, que tenían una relación tributaria con la corte Ming. Ni los ryukyuanos ni los chinos consideraban el conjunto Diaoyu como parte de las Ryukyus. Eran obviamente parte de China.

El Historial describe las islas como «la frontera que separa tierras chinas y extranjeras». Diccionarios geográficos taiwaneses contemporáneos señalan que «La isla Diaoyu acomoda diez o más barcos grandes», indicando que fue visitada por juncos chinos. Otro registro de una embajada en 1561 menciona las islas como hitos pasados en la etapa final del viaje de Fuzhou a Okinawa. No existen antecedentes de visitas japonesas a las islas Diaoyu o siquiera de conocimiento japonés de su existencia a partir del Siglo XVI.

2. En los años noventa del Siglo XVI, Toyotomi Hideyoshi, el señor de la guerra que había reunificado Japón después de siglos de división, trató de convertir el reino ryukyuano en un Estado vasallo y que cooperara en una invasión de Corea. El rey de Ryukyu se negó. Pero en 1609, fuerzas de Satsuma, una de las numerosas baronías japonesas de la época, invadió el reino Ryukyu y secuestró al rey, Sho Nei. Lo llevaron a Japón y lo obligaron a reconocer al daimio de Satsuma y al shogun japonés como sus jefes supremos. Desde ese momento las Ryukyus pagaron tributo tanto a China como a Japón. Los funcionarios japoneses consideraron las Ryukyus como un Estado vasallo extranjero, no parte de Japón propiamente tal, pero obligado a proveer a Japón bienes como caña de azúcar, tabaco y productos de China y del Sudeste de Asia.

Pero los japoneses no veían a las islas Diaoyu como parte de ese Estado vasallo ryukyuano. Mapas del siglo XVIII elaborados en China y Japón muestran claramente las islas Diaoyu como territorio chino. Un mapa de 1785 de Hayashi Shihei, un erudito militar en la ciudad-castillo de Sendai, en su Estudio Ilustrado de los Tres Países, utilizó para las islas el mismo color que para China en lugar del usado para el reino Ryukyu. Japón no reivindicó la soberanía sobre las islas Diaoyu durante el período Edo (1603-1868).

3. Japón no hizo valer u obtuvo la soberanía internacionalmente reconocida sobre las Ryukyu hasta 1982, cuando dictaminó que el antiguo reino era un han (baronía) bajo su gobernante Sho Tai. En 1879 se convirtió en la prefectura Okinawa y Sho Tai tuvo que trasladarse a Tokio. (Obtuvo un título de noble y fue desembarazado de cualquier rol futuro en el gobierno de las islas que sus antepasados habían gobernado durante más de 400 años.) Se podría decir que Okinawa fue la primera colonia japonesa. (Los ryukyuanos, étnicamente diferentes de los japoneses de las islas principales, y hablando un lenguaje incomprensible para estos últimos, no dieron necesariamente la bienvenida al cambio de régimen).

A pesar de todo, Tokio no hizo valer en esa ocasión su soberanía sobre las islas Diaoyu al sur de las Ryukyus. En 1885, el gobernador de la prefectura propuso que lo hiciera, pero el ministro japonés de exteriores, Inoue Kaoru, y el primer ministro Yamagata Aritomo, rechazaron la sugerencia. Consideraron que ya que las islas tenían nombres chinos y eran consideradas chinas por la dinastía Qing, Japón no debía reclamarlas. Puede haber sido una decisión puramente pragmática, no motivada por el respeto a la soberanía china sino por la preocupación por la reputación internacional de Japón. En todo caso, los gobernantes japoneses no consideraron en entonces que las pequeñas islas formaran parte de su nueva prefectura, sino que eran territorio chino.

4. En 1894-1895 fuerzas japonesas libraron una guerra en Corea y Manchuria. China había respondido al pedido de ayuda del rey coreano en la represión de una inmensa rebelión campesina. Citando un acuerdo anterior con China, Japón también envió tropas. Secuestraron al rey coreano y lo obligaron a emitir un edicto dando fin a los acuerdos existentes entre China y Corea y autorizando a los japoneses a expulsar a las tropas chinas del país (a pesar de que la rebelión había sido aplastada y los chinos se habían comprometido a retirarse).

La mayoría de los historiadores cree que las fuerzas japonesas desafiaron a los chinos en julio de 1894, provocando la guerra china-japonesa y una aplastante derrota china. (Unos 35.000 chinos muertos o heridos, en comparación con 5.000 japoneses, aunque el doble de la cantidad de japoneses murió de enfermedad). China pidió la paz y fue obligada a pagar a Japón una indemnización, ceder el control de la península Liaodong en el sur de Manchuria y entregar la isla de Taiwán (Formosa) y las islas Penghu (Pescadore) al oeste de la isla a la colonización japonesa. (La península Liaodong fue pronto devuelta a China gracias a la intervención de rusos, franceses y alemanes).

Taiwán se convirtió, según el miembro de la Dieta e historiador Takekoshi Yoshisaburo, en la «universidad colonial» de Japón en la cual administradores perfeccionaban su habilidad en la civilización de «bárbaros». Después de 1905, los japoneses estudiaron cuidadosamente las políticas coloniales británicas en África y otros sitios, para administrar mejor el Imperio Japonés que se expandía para incluir Corea, Sakhalin sur, Shandong, las Marianas Septentrionales, Micronesia, Manchuria, China.

El Tratado Shimonoseki de 1895 especificó que «la isla de Formosa, junto con todas las islas relacionadas o pertenecientes a la dicha isla de Formosa» sería cedida a Japón. No mencionó el grupo Diaoyu por su nombre. Pero la reivindicación de soberanía se basa casi enteramente en esta cláusula, en un acuerdo impuesto a China después de una guerra de agresión imperialista.

Tokio también afirma que Japón «descubrió» las islas en 1884 cuando realizó un estudio. Un académico les dio el nombre Senkaku en 1890. En enero de 1895 el gobierno japonés erigió un marcador en las islas Senkaku y las incorporó a la prefectura Okinawa como parte de Ishigaki City.

5. El establecimiento del control japonés sobre las Ryukyus (1872) y de Taiwán y las islas Diaoyu (formó parte de un continuum de expansión imperialista correctamente condenado por los Aliados en la Segunda Guerra Mundial y repudiado formalmente por la dirigencia japonesa de la posguerra. Después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, el gobierno japonés se vio obligado a aceptar la decisión de los Aliados expresada en la Declaración de El Cairo de 1943 que declaró que «Japón será despojado de… todos los territorios que ha robado a los chinos, como Manchuria, Formosa y las Pescadores [que] serán devueltas a la República de China». La Declaración de Potsdam de 1945 había reiterado que «la soberanía japonesa se limitará a las islas de Honshu, Hokkaido, Kyushu, Shikoku y otras islas menores que determinaremos». Es decir: los Aliados ni siquiera reconocieron la soberanía japonesa sobre las islas Ryukyu, mucho menos el grupo Diaoyu.

Desde el comienzo de la Ocupación en 1945, las principales islas de Japón y las Nansei Shoto («Grupo Sudoeste», las islas entre Kyushu y Taiwán, incluyendo las Ryukyus) fueron administradas separadamente por fuerzas de EE.UU. Las Ryukyus se convirtieron en un «fideicomiso» estadounidense, la isla principal de Okinawa se cubrió (hasta hoy) de bases militares de EE.UU. Taiwán volvió a la soberanía china y se convirtió desde 1949 en la sede del derrotado Kuomintang, vista por Pekín como una «provincia renegada».

En el espíritu de El Cairo y Potsdam, las islas Diaoyu entre las Ryukyus y Taiwán podrían haber sido devueltas al control chino al terminar la guerra en 1945. En su lugar, EE.UU. las trató desde el punto de vista militar como perímetro de defensa de las ocupadas Ryukyus, reconociendo en efecto la legitimidad del reclamo japonés. En otras palabras, mientras negaba la soberanía japonesa sobre las Ryukyus, que había sido establecida en 1872 de una manera relativamente pacífica, EE.UU. reconoció la incorporación de las islas Diaoyu a la prefectura Okinawa en 1895, establecida (repito) como resultado de una guerra depredadora. Aparentemente no consideró esas islas como «territorios… robados a los chinos» que debían ser restituidos a la República de China».

7. En el Tratado de San Francisco de 1951, que terminó formalmente la guerra y allanó el camino para el retorno de la soberanía al gobierno japonés, Japón aceptó «asentir a toda propuesta de EE.UU. a las Naciones Unidas para colocar bajo su sistema de fideicomiso, con EE.UU. como la única autoridad administrativa, Nansei Shoto sur hasta 29 grados de latitud (incluidas las Islas Ryukyu y las Islas Daito).»

Japón accedió por lo tanto a la colonización indefinida por EE.UU. de Okinawa y las islas cercanas, incluidas Diaoyu/Senkaku.

En su disputa con Pekín, Tokio puede señalar que China no asistió a la Conferencia de San Francisco que terminó formalmente la guerra. EE.UU. no invitó a representantes de la recientemente formada República Popular, llevando a los soviéticos y a algunos de sus aliados a boicotear la reunión o a negarse a firmar el tratado de paz. El gobierno japonés argumenta que, al no tener un acuerdo con China sobre la gestión de las islas, su reivindicación de soberanía de 1895 sigue siendo válida y que su acuerdo de devolver Taiwán a la soberanía china no incluye las que llama islas Senkaku, porque en realidad son parte de la Prefectura Okinawa.

8. La Ocupación terminó formalmente en 1952 y la soberanía fue restaurada a Japón. (Esa soberanía fue y está configurada por un «tratado de seguridad» con EE.UU., la presencia de decenas de miles de soldados estadounidenses y un virtual poder de veto de EE.UU. sobre la política exterior japonesa.) Pero EE.UU. siguió administrando las Nansei Shoto incluida la Prefectura Okinawa hasta 1972, cuando después de una larga campaña del pueblo japonés y de la Dieta, la soberanía sobre la Prefectura Okinawa así como las islas Diaoyu fue restaurada al control japonés. (De nuevo, una soberanía limitada. Los dirigentes japoneses han tratado en vano de reducir significativamente la impopular presencia militar de EE.UU. en Okinawa).

El Artículo 5 del Tratado de Seguridad EE.UU.-Japón dice claramente: «Cada parte reconoce que un ataque armado contra cualquiera de las partes en los territorios bajo la administración de Japón sería peligroso para su propia paz y seguridad y declara que actuaría para enfrentar el peligro común de acuerdo con sus provisiones y procesos constitucionales».

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Estos son los hechos históricos básicos relacionados con las reivindicaciones territoriales en conflicto. ¿Y en el futuro?

Según los términos del Tratado de Seguridad EE.UU.-Japón, EE.UU. debe ayudar a defender la seguridad de todo el territorio japonés. ¿Enfrentaría un esfuerzo chino de tomar control de esas pequeñas islas? Washington envía señales mixtas.

Por una parte, diplomáticos estadounidenses han declarado repetidamente que EE.UU. no adopta ninguna posición sobre el tema de la soberanía. En septiembre de 1996, un portavoz del Departamento de Estado proclamó que EE.UU. es «neutral» respecto a Senkaku. En abril de 1999 el embajador de EE.UU. en Japón, Thomas S. Foley, declaró: «EE.UU. toma nota del reclamo japonés respecto a estas islas, y no tomamos, tal como yo lo entiendo, una posición específica en la disputa… No creemos que esas islas serán objeto de algún conflicto militar, y en consecuencia, no suponemos que habrá algún motivo para involucrar el tratado de seguridad en algún sentido inmediato». El secretario de Defensa, Leon Panetta, declaró de nuevo hace dos semanas en Pekín, que EE.UU. no tiene ninguna posición respecto a la disputa.

Por otro lado, en 1995 Kurt Campbell, secretario adjunto de Defensa, y el secretario de Defensa William Perry especificaron que el Tratado de Seguridad EE.UU.-Japón cubre las islas Senkaku. En 2004 Ada Ereli, Portavoz Adjunta del Departamento de Estado declaró: «Las islas Senkaku han estado bajo el control administrativo del gobierno de Japón desde que fueron devueltas como parte de la reversión de Okinawa en 1972. El Artículo 5 del Tratado de Cooperación Mutua y Seguridad EE.UU.-Japón declara que el tratado se aplica a los territorios bajo la administración de Japón, por lo tanto el Artículo 5 del Tratado de Seguridad Mutua se aplica a las islas Senkaku». En 2006, el embajador de EE.UU. en Japón, Thomas Schieffer dijo a Kyodo News que consideraba a «las islas como territorio de Japón».

Campbell mientras reconoce una obligación de EE.UU. de «defender las islas Diaoyu/Senkaku si son atacadas, reconoce que el reclamo de soberanía de Japón es dudoso. «La soberanía de las islas Senkaku», señaló, «es disputada. EE.UU. no adopta una posición sobre la cuestión de la soberanía definitiva de las islas Senkaku/Diaoyu. Este ha sido desde hace tiempo nuestro punto de vista. Esperamos que los demandantes resuelvan este problema por medios pacíficos e instamos a todos los demandantes a mostrar atemperación».

Hace solo dos meses un funcionario del Departamento de Estado repitió: «Las Senkaku caerían dentro del alcance del Artículo del Tratado de Cooperación Mutua y Seguridad EE.UU.-Japón de 1960, porque las islas Senkaku han estado bajo el control administrativo del gobierno de Japón desde que fueron devueltas como parte de la reversión de Okinawa en 1972».

En otras palabras, EE.UU. no tiene una posición sobre el tema de la soberanía, pero a pesar de ello combatirá para defender la reivindicación de soberanía de Japón, como lo requiere el tratado. Las remotas rocas estériles, como todo Japón, caen bajo el «paraguas nuclear» de EE.UU. Esta posición solo puede envalentonar a aquellos que en Japón están ansiosos de provocar a China construyendo faros (1978 y 1996) y, hace poco, cabildeando para la compra de las islas por el gobierno japonés.

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El caso de Tokio por la soberanía es exiguo. Los chinos estuvieron allí primero, visitando, haciendo mapas y definiendo las islas como la frontera entre China y el reino Ryukyu por lo menos desde el Siglo XV. Japón solo adquirió las islas como botín de guerra en 1895, y como tal, según las Declaraciones de El Cairo y Potsdam, deberían haber sido devueltas a su legítimo dueño al terminar la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, EE.UU. prefirió retenerlas dentro de sus parámetros de seguridad como administrador de Okinawa hasta 1972, entonces transfirió las responsabilidades primordiales de defensa a las «Fuerzas de Autodefensa» japonesas en ese año. EE.UU. se dice «neutral» pero no lo es. Está preocupado por el ascenso del poder de su rival chino, preocupado por el conflicto en el Mar del Sur de China, pero comprometido por el tratado y su estrategia geopolítica a apoyar a su aliado de tantos años, Japón.

Es una situación peligrosa. Mientras los manifestantes indignados arrojan huevos a la embajada japonesa, agitando pancartas con consignas como «¡Matad a los ladrones japoneses!», el más alto comisario militar-político de China, general Xu Caihou, vicepresidente de la Comisión Militar Central ordena al Ejército Popular de Liberación que esté «preparado para cualquier posible combate militar». Aunque la probabilidad de guerra parece remota, la elite china ha tratado de distraer la atención de la tambaleante economía alentando el sentimiento nacionalista, especialmente entre la juventud que puede encontrar en la causa de las Diaoyu un camino relativamente seguro de expresar su disenso. Retratos de Mao Zedong se han convertido en características regulares de las manifestaciones de masas; Mao es recordado como el heroico líder de la lucha contra el imperialismo japonés y después estadounidense, en agudo contraste con la actual dirigencia en sus trajes de negocios que apoyan la inversión capitalista-imperialista y orientan la política exterior para alentarla. La mezcla de juventud, la memoria reverenciada de Mao, el eterno rebelde, el desdén hacia una dirigencia corrupta y la indignación por heridas históricas podrían tener consecuencias imprevisibles.

El gobierno chino acusa rutinariamente a Japón, más que a cualquier otro país, de «ofender los sentimientos del pueblo chino» (shang hai zhong guo ren de gan qing), un modo eufemístico de decir que el pueblo chino se siente muy molesto cada vez que el ministerio de Educación japonés aprueba un libro de texto de historia para las escuelas secundarias que embellece la invasión y ocupación de China en los años treinta; o cuando políticos y académicas cuestionan si algún día hubo una Violación de Nankín (el equivalente moral de la negación del Holocausto), o cuando los primeros ministros japoneses visitan el Santuario Yasukumi donde criminales de guerra de la Clase A son venerados; o cuando Japón reivindica territorios sin tener una base histórica válida sino mediante limitadas bases legalistas arraigadas en una guerra depredadora.

Podrá parecer irracional que los manifestantes ataquen restaurantes de sushi (en su mayoría de propiedad china) o fábricas y negocios de propiedad japonesa para descargar sus sentimientos ofendidos. La retórica escuchada es a menudo claramente racista, «¡Matad a todos los diablos japoneses!», un testimonio claro del hecho de que el ideal del internacionalismo proletario no es tan prevaleciente como debería ser en un país cuyos dirigentes se adhieren a la pretensión de «socialismo con características chinas». Pero el que Japón afirme despreocupadamente ante esta ola de sentimientos agraviados que «no hay ninguna disputa» es insultante. Agrava la indignación.

Y que la dirigencia de EE.UU. diga simultáneamente: «no tenemos posición» y «las Senkaku caen bajo el Artículo 5 del Tratado de Seguridad», parece ilógico, contradictorio. Puede que Washington piense que puede atemperar Japón afectando neutralidad en la disputa, mientras disuade a China de una acción afirmando una obligación según el tratado de «defender» esas islas como territorio japonés. Es un juego peligroso.

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Muchos hablan del Mar de Sur de China como el «nuevo Golfo Pérsico». A diferencia del antiguo -claramente demarcado- Golfo Pérsico, este es disputado entre la República Popular China, Taiwán, Japón, las Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunei. La Corporación de Petróleo y Gas Natural de India firmó el año pasado (septiembre de 2011) un acuerdo con PetroVietnam para explorar en busca de petróleo en bloques oceánicos reclamados por Vietnam y China. (India se ha convertido en un estrecho aliado de EE.UU., mientras el exenemigo Vietnam da ahora la bienvenida en sus costas a barcos de guerra de EE.UU.)

El ministerio de Exteriores chino respondió: «China goza de soberanía indiscutible sobre el Mar del Sur de China… Nos oponemos a que cualquier país se involucre en exploración y desarrollo de petróleo y gas en aguas bajo jurisdicción de China». Pero ofreció «participar en negociaciones pacíficas y consultas amistosas para resolver pacíficamente las disputas respecto a la soberanía territorial y los derechos marítimos que contribuyan positivamente a la paz y la tranquilidad en el área del Mar del Sur de China».

Veremos cómo la afirmación de «indiscutible soberanía» sobre el grupo Diaoyu y otras islas del área rodeadas de petróleo y gas natural permite soluciones pacíficas con países respaldados por EE.UU. Ensangrentado por dos guerras fracasadas, EE.UU. está dirigido por funcionarios comprometidos con un tratado que podría embrollar al país en más conflicto. Ha cambiado con algo de fanfarria su «pivote» (o «reequilibrio de fuerzas») del Sudoeste Asiático al Pacífico a fin de «contener» el ascenso de China. Por un lado, el secretario de Defensa, Leon Panetta, invita a China a participar en operaciones navales conjuntas con EE.UU. (como el ejercicio Rimpac 2014); por el otro dijo al vicepresidente chino (el próximo presidente) Xi Jinping el 19 de septiembre que las islas Senkaku están cubiertas por el Tratado de Seguridad EE.UU.-Japón.

Es una clara amenaza que se imponga una provisión de un vergonzoso tratado firmado hace más de un siglo, cuando Japón y las potencias occidentales despedazaron una China débil y desmoralizada; que se asegure que territorio robado rico en recursos sea mantenido bajo autoridad estadounidense-japonesa; y se recuerde a los pueblos de la región que ninguna frontera del litoral Pacífico puede cambiar sin la distante supervisión y aprobación de Washington.

A pesar de todas sus bravatas, es poco probable que los funcionarios chinos permitan, como dicen, que Diaoyu se convierta en un «factor perturbador» de la relación china-japonesa (o la relación china-estadounidense) por lo menos a corto plazo. Sin embargo, existen esos indignados jóvenes chinos que exigen acción, unas fuerzas armadas que se modernizan y están ansiosas de mostrar su poderío, y esos pescadores taiwaneses que planifican una protesta no violenta con cientos de barcos de pesca. Directamente al centro del nuevo «pivote» de EE.UU., una situación puede salirse fuera de control.

Gary Leupp es profesor de historia en la Universidad Tufts, y profesor adjunto de Religión Comparativa. Es autor de «Servants, Shophands and Laborers in the Cities of Tokugawa Japan«; «Male Colors: The Construction of Homosexuality in Tokugawa Japan«; e «Interracial Intimacy in Japan: Western Men and Japanese Women, 1543-1900«. También colaboró con la despiadada crónica de CounterPunch sobre las guerras en Irak, Afganistán y Yugoslavia: «Imperial Crusades«. Contacto: [email protected]

Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/09/27/inside-the-anti-japanese-protests-in-china/

rCR