Traducido para Rebelión por Susana Merino
Aquel día a las 4:00 pm, habíamos comenzado a conectarnos con mi jefa Mariecke que estaba en Managua, Nicaragua.
Alas 4:30 pm llega de la escuela mi nieto Matías. Todas las tardes viene a esa hora y vamos juntos a buscar a Guy , – mi compañero – para regresar a casa. Le doy papel y lápices para que se entretenga. Le divierte ver a Mariecke en la pantalla de mi ordenador y la saluda con la mano; luego se sienta en otro escritorio enfrente mío para dibujar. Suena el teléfono Guy me dice que estoy retrasada y le contesto que en seguida termino mi entrevista. Apenas cuelgo el edificio comienza a temblar. Tengo tiempo de decirle a Mariecke «terremoto» y le digo a Matías «debajo de la mesa, pronto» cosa que hacemos juntos.
– Matías, ¿cómo estás? ¿estás bien?
– Sí
( Me dí cuenta después de que haber perdido el conocimiento en el momento del golpe, inmediatamente después de haberme refugiado bajo el escritorio).
La tierra tiembla. Me inspecciono. Estoy acostada sobre mi lado derecho, mi brazo derecho sujeto por una viga. Puedo mover un poco mi brazo izquierdo: está roto, pegajoso: en el piso, un líquido pegajoso y caliente: me quito los auriculares del skipe, mis anteojos, mi collar. Tanto como para evitar complicaciones. Siento que me encuentro en una situación difícil.
La tierra tiembla.
– Abuela ¿vamos a morirnos?
– Puede ser; pero haré todo lo posible para que eso no suceda.
Pido perdón a todos a los que les he hecho mal, con palabras o con hechos.
– Va a estar todo bien, vamos a salir de todo esto.
Verificó que su cuerpo no está herido ni bloqueado; aunque su brazo derecho está atrapado bajo el mío, clavado al piso. Varias veces le pido – luego le ordeno – tirar fuerte para desembarazar su brazo. Si tengo que morir que al menos él se salve; lo intenta, pero le duele y renuncia.
Escucho voces; un colega ha sido atrapado y herido, en la planta baja del edificio, que se ha hundido y continua hundiéndose, porque la tierra no cesa de temblar. Grito para advertir a los demás que yo también estoy bajo los escombros. Me piden que tenga paciencia, que conserve mi energía, hasta que puedan venir a socorrerme. No sé cuanto tiempo más podría esperar; con cada movimiento la presión aumenta sobre mi tórax.
Luego de grandes esfuerzos, algunos colegas sacan a Abdonnel de entre los escombros y se lo llevan.
Estamos solos Matías y yo. Ya no escucho ninguna voz. Decido gritar sin parar por si pasara alguna gente por allí…
– Cállate abuela! Vamos a dormir hasta que nos vengan a rescatar.
Mis gritos deben causarle miedo, Una abuela no debe gritar. Ella está para dar seguridad, para mimar.
– Duerme Matías, pero yo debo gritar para avisarle a la gente que pase que estamos aquí.
Vuelvo a gritar. La tierra tiembla. Matías duerme. Descanso un poco también para no perder todas mis energías. Entre dos series de gritos, respiro y medito… hacer el vacío …concentrarme en el momento presente…Y pienso en la muerte, en mi muerte.
Me digo que muy pronto seré apenas un símbolo, una cifra estadística. Es infame morir así, sin saber porqué, sin razón alguna. ¿De qué habrá servido haber buscado siempre darle un sentido a mi vida? ¿Habrá algo después de la muerte?
Desde hace 40 años que lo pienso. Pero hasta ahora no sé si este cuerpo que me gustaría seguir habitando ¿me dejará ir? Prefiero intentar continuar viviendo. Debo, en todo caso, salvar a Matías. Intento hacer el esfuerzo de levantar el peso que me clava al suelo; estoy muy mal de mi lado izquierdo. No podré jamás.
Voces en la calle. Un grupo de personas escuchan mis gritos.
– ¿Hay alguien?
– Sí un niño y yo. Me buscan con una linterna cuya luz veo.
– Sí los vemos; los vemos bien; pero no hay como sacarlos de ahí. Vámonos.
Uno de ellos se rehusa
– No señores, Hay personas vivas aún bajo el hormigón. Tratemos al menos de regalarles la vida.
– ¿Cómo podemos llegar hasta ustedes?
– Suban por la escalera
– Ya no existe
– No estamos lejos de la ventana que da a la calle
– Pero ¿como podremos levantar la losa?
Se ponen a buscar el modo. La tierra continua temblando. Los hombres saltan desde la calle. Matías – que se ha despertado – y yo les rogamos que no nos abandonen. Prometen quedarse con nosotros.
Trato de imaginar como puedo ayudarles a que nos saquen de allí. Levantar la losa, eso requiere fuerza, una palanca…
En mi coche, frente a la casa hay un crique hidráulico capaz de levantar 4 toneladas. Rompan los vidrios. Lo buscan y lo deslizan bajo la losa. El peso se aliviana. Puedo mover mi brazo derecho y liberar a Matías que es sacado de allí rápidamente. El equipo de salvataje consigue levantar una punta de la losa con…ni idea, y desplazan el crique para poder moverla un poco más, allí donde estoy yo.
Durante algunos segundos la presión aumenta sobre mi tórax. Grito Nooooooooooo!
Pero inmediatamente la losa comienza a levantarse. Luego algunas manos me tantean, me retiran la cartera, incrustada entre mi cabeza y el escritorio destruido, me levantan por las axilas, me levantan entre varios – no puedo levantarme – y me depositan en el asfalto de la calle. Matías está de pié a mi lado. Lo logramos!
El calor del piso me envuelve agradablemente. ¡Qué hermoso se ve el cielo! Me burlo un poco de mí misma siempre admirando el cielo.
Le pido a un joven envolver mi brazo herido, para que Matías no lo vea; y lo hace con su remera amarilla.
Prospery – un colega – también está allí. Le da a Matías una botella de agua e higos y encuentra un auto para llevarme. Me levantan con precaución para depositarme en el asiento trasero de un vehículo que me conduce al hospital Canapé Vert. El hospital parcialmente hundido es incapaz de atender a las decenas de heridos que llegan allí. Los hombres encuentran un colchón y me llevan hasta el piso en que un médico me pone suero. Tengo frío, Prospery encuentra una cortina que me da un poco de calor. Me dice que va a buscar un médico (Esa noche no lo encontrará) Y luego todos se van. Soy incapaz de moverme y la tierra no deja de temblar.
Le pido a Matías que baje al patio; me preocupa la idea de que esta construcción sobrecargada pueda hundirse de un momento a otro, para volvernos a encontrar más tarde cuando yo pueda salir. Estoy sola, rodeada de tres heridos que van extinguiéndose uno tras otro.
Estoy tranquila, me dejo estar, consciente de que en este estado solo puedo dejar pasar el tiempo. Me pregunto que pudo haberle pasado a Guy: puede que esté gravemente herido, o muerto. Si debo poder hacer algo por él, en primer término saber que le ha sucedido, deberé lograr recuperar mi cuerpo.
Me digo, que mañana por la mañana, luego de haber descansado, si encuentro quien me ayude a levantarme y apoyándome en Matías, tal vez pueda caminar hasta casa o a su oficina que es más cerca. Sino tal vez Matías mismo pueda ir. Debe conocer bien el camino que hacemos dos veces por día.
Más tarde llega un hombre que decide llevarme al patio. Con otros tres me levanta y me instala. Riboul Matadore pasa el resto de la noche conmigo, acaricia reiteradamente mi cabeza, enjuga mis rostro cubierto de sangre, me arregla la cortina, vigila mi suero, me conforta.
– Usted no va a morir señora, se lo prometo: Soy un alcohólico amado por Dios; soy bueno cuando estoy borracho y Dios me recompensa. Voy a quedarme con usted, la veo muy sola
Varias veces busca un teléfono para que yo pueda comunicarme con mi familia: pero las comunicaciones no funcionan y los teléfonos están descargados. Se aleja una vez para ir a ver a otros heridos y se hace reemplazar por una amiga.
Al amanecer se va prometiéndome que volverá con un plato de sopa. Un poco más tarde llega Yolette buscando a los colegas desaparecidos. Me ofrece comunicarse con mi marido y le pide a Tamara que permanezca a mi lado. Ella me informa sobre la muerte de la madre de Yolette en su casa. Me ofrece su teléfono y a las 6 de la mañana consigo comunicarme con Guy. Cuando le cuento que estoy en el hospital me pregunta en que habitación. Viene a buscarme. Llegan también Prospery y su nuera que es médica para suministrarme los primeros cuidados.
Pero Guy y mi hermana han decidido ya trasladarme a la embajada dominicana. Nuestro amigo el embajador Rubén Silie, nos dice que puede trasladarme al territorio vecino en helicóptero.
El trayecto hasta Petionville es dificultoso porque la ruta está bloqueada por todas partes, desde mi lugar en el auto no veo nada pero adivino el drama y la desolación por la pesada calma que nos envuelve. Contenemos el aliento como si fuera una voz de orden de la que dependen nuestras vidas.
En el patio de la embajada dominicana me reciben amigos y amigas, embargados todavía por la emoción. Miguelina me abraza sollozado.
Una médica cubana limpia la herida de mi brazo. El dolor es atroz. Me obliga a torcer literalmente mi cuerpo en el colchón en que estoy acostada. Grito de dolor. La doctora recomienda que sea evacuada lo más rápidamente posible. Unos hombres me instalan en el helicóptero que me lleva a Jimani.
Los médicos del hospital de esa ciudad, me reciben, me examinan y me hacen algunas radiografías. Les pido me envíen a Santo Domingo donde sé que pueden prestarme los cuidados que necesito. Me siento mal. Lo aprueban.
Guy, Matías y yo somos trasladados en una ambulancia a Santo Domingo a cuatro horas y media de camino desde Jimani. Mientras tanto mis hijos – que viven en Santo Domingo y que saben que fui salvado de debajo de los escombros y estoy en camino hacia la capital, buscan un helicóptero para hacerme llegar lo antes posible. Decenas de amigos se movilizan allí para conseguirlo.
El helicóptero nos alcanza en Barahona, luego de una hora y media de ambulancia. Aterrizamos en el patio del hospital Plaza de la Salud alrededor de las 7hs de la mañana. Una ambulancia me espera y me lleva a la sala de urgencias. Allí me atiende un equipo de profesionales que me hacen los estudios necesarios.
Ahora, quisiera dormir. Tengo la impresión de haber llegado al final de mis desgracias, aunque enseguida continúen.
Los médicos me explican que deben operarme ese mismo días. Mi torax está dañado (la clavícula izquierda y cuatro costillas rotas que me han perforado el pulmón) y mi antebrazo derecho al descubierto (la piel y las venas destruídas) He perdido mucha sangre.
Me dejo estar…
Por lo menos puedo descansar y abandonarme Estoy salvada. Matías está sano y salvo. Guy también. Decenas de personas en una larga cadena de solidaridad incondicional, de los dos lados de la frontera, me han regalado la vida