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Tres días en el infierno

Testimonios de los rehenes y testigos de la masacre en la escuela de Bieslam

Fuentes: Rebelión

Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S.Comín

Los rehenes liberados cuentan los detalles de su cautiverio en la escuela de Bieslam, y del sangriento desenlace. Los relatos de los rehenes y de sus liberadores aparecen en las ediciones de los periódicos «Kommersant» y «Gazeta»

Sima Albiegova, cocinera del colegio.

¿Pero por qué mienten? Los mismos secuestradores me llevaron frente al televisor, cuando estaban dando las noticias y me decían: «Mira, los tuyos, hablan que aquí hay 300 niños. ¿Cuántos hay en realidad?. Ve a contarlos». Éramos no menos de mil. Estábamos como sardinas en lata: de pie apelotonados, hombro con hombro. Era imposible acostarnos en el suelo todos a la vez. No había sitio, así que había que dormir por turnos.

La mañana del 1º de septiembre, los guerrilleros, que eran en su mayoría jóvenes, hombres y mujeres, chechenos y rusos, fusilaron a diez hombres. Escogieron a los más fuertes. Temían que fuesen a oponer resistencia. Los cadáveres los llevaron del gimnasio al edificio central y luego nos dijeron: «Ya hemos fusilado a vuestros padres y maridos. El que quiera puede subir al segundo piso a verlos. La misma suerte correrá todo aquel que intente huir o oponer resistencia»

Seguidamente los bandidos tendieron dos largos cables entre las paredes del gimnasio, aproximadamente a una altura de una persona de talla media, y colgaron de ellos una especie de bombas redondas de color verde, cuatro por un lado y once por otro. «Si los vuestros comienzan el asalto, esto bastará para que vuele por los aires toda la ciudad», dijo uno de ellos.

El primer día los guerrilleros se dirigían a los niños de una forma normal. Luego sufrieron una completa transformación, les prohibieron incluso ir al baño. Esto empezó cuando se enteraron que Putin y Ziazikov (Presidente de Ingushetia, Murat Ziazikov) no llevaban intención de viajar a Bieslam. ¿Qué culpa tenemos nosotros? Les preguntábamos. «Vosotros sois los que votáis a Putin- respondían los bandidos- y a él le importáis una mierda. Ni siquiera se digna a venir aquí a hablar con nosotros».

El jueves entre los guerrilleros apareció un hombre con traje negro y pasamontañas con orificios para los ojos. Por los bigotes que se adivinaban bajo la mascara, supusimos que se trataba de Aushev. Hablaba con los guerrilleros con autoridad y concebimos esperanzas de poder ser liberados. Aushev subió a la sala con la directora del colegio y otros guerrilleros. La conversación duró poco. Luego Aushev se fue y cuando la directora volvió al gimnasio rompió a llorar. Todos comprendimos que las negociaciones no habían tenido éxito.

La mañana del viernes muchos de los niños habían perdido el conocimiento. Los que todavía se tenían de pie, comenzaban a orinar en sus botas para luego beberse la orina. Bebían y lloraban. A la mayoría les temblaban los labios ensangrentados. La orina se los comenzaba a corroer. Yo les intentaba convencer de que la orina no les calmaría la sed, mientras ellos no paraba de repetir: «Tía Sima, dénos de beber». Cuando yo corría a la sala de profesores, donde descansaban por turnos los secuestradores, y les pedía agua, me decían :»Vuelve Sima, van a seguir así».

Hoy alrededor del mediodía llegó un guerrillero al gimnasio preguntando por la cocinera y me pidió que le siguiese. «Tienes pollos en la nevera. Cocínalos, queremos comer. Cuando me disponía a hacerlo se oyó una explosión. Me ordenaron volver al gimnasio. Mientras corría se seguían oyendo explosiones, solo que esta vez parecían venir del gimnasio. Volver adentro resultó imposible. Se había venido abajo el techo y el suelo estaba en llamas. Cogí de la mano a dos pequeños ensangrentados y eché a correr hacia la cocina. Hacia allí corrían también los guerrilleros, algunos llevando en brazos a niños heridos. En el comedor nos vimos en medio del fuego cruzado. «Pon a los crios en la ventana» gritaban los guerrilleros «Si no nadie saldrá vivo de aquí».Los propios niños se asomaban por las ventanas y gritaban: «No disparen por favor, somos nosotros». Yo también me asome a la ventana para pedir que no disparasen. Luego se acercó un hombre con traje de camuflaje y me sacó afuera.

Ruslan Tavasiev, integrante del cuerpo de los servicios de rescate de Osetia del Norte.

Aproximadamente a la una de la tarde nos informaron que se había llegado a un acuerdo con los guerrilleros para sacar a los muertos. No creo que los criminales hiciesen concesiones, más bien les debía de empezar a dar asco el olor a muerto que comenzaba a inundar la escuela, y arrojaron diez cuerpos al patio desde el segundo piso. Ya estábamos sentados en el camión dispuestos a arrancar en dirección al patio del colegio, cuando recibimos una llamada por radio en el último momento, informándonos de que la evacuación la llevarían a cabo cuatro miembros de la Brigada Central de Salvamento, llegados de Moscú. A nosotros nos pidieron que nos quedásemos de retén. Así hicimos: fueron ellos cuatro y nosotros nos quedamos tras la valla.

Cuando los nuestros llegaron al edificio, la puerta principal en la que habían colocado unos elásticos con granadas, se abrió y aparecieron unos cuantos guerrilleros. Comenzaron a comprobar las granadas y a colocar nuevas, cuando en ese momento se produjo una primera explosión. Las puertas salieron volando hacia fuera dejando un boquete en la pared. Casi de inmediato en el paso que se había formado aparecieron nuevos guerrilleros abriendo fuego a discreción, por lo visto pensaban que había comenzado el asalto. Disparaban a los miembros del cuerpo de rescate, a los que suponían «Spetsnaz» (miembros de los cuerpos de élite) camuflados. Los cuatro cayeron. Como se supo más tarde, dos habían muerto y los otros dos heridos de gravedad.

No entendí por qué, pero al cabo de unos segundos salió volando por los aires el camión GAZ-66 en el que habían llegado los secuestradores. Posiblemente el explosivo que tuviesen en el remolque del camión detonase por la onda expansiva de las otras explosiones o porque lo activasen a distancia desde dentro. Está explosión resultó ser la más destructiva. Tras ella en la pared del gimnasio se abrió un enorme agujero y la techumbre se vino abajo. Seguidamente se escucharon varias explosiones provenientes del interior del gimnasio, desde donde salían lenguas de fuego y columnas de humo. A través de la apertura en la pared comenzaron a aparecer niños. Una gran cantidad de rehenes se abría paso por la puerta principal. Había gente que saltaba desde las ventanas. Solo cuando todo el patio estuvo lleno de niños, fueron a su encuentro los Spetsnaz.

Fátima Alikova, fotógrafa del periódico local «Zhisn Pravobieriezhia» (La vida de la ribera derecha).

Yo me vi dentro de la escuela por motivo de trabajo. Me habían encargado un reportaje sobre la apertura del curso escolar. En principio tenía pensado ir a la escuela rural, pero como vi que no llegaba, me dirigí a la escuela de la calle Komintern.

Los niños todavía no habían empezado a formar , cuando todos comentaron a correr presas del pánico. En un primer momento pensé que seguramente habrían avisado de la colocación de alguna bomba. Luego vi aparecer a gente con ropa de camuflaje y la cara tapada que disparaban al aire.

Me pareció que debía haber como diez hombres y dos mujeres.. Las mujeres el primer día fueron las encargadas de revisar de que nadie llevase teléfono móvil. Decían que de encontrar algún móvil escondido matarían al dueño y a veinte más. Lugo estas mujeres desaparecieron y ya no las volví a ver más. Los guerrilleros ya se habían quitado las capuchas, a excepción de uno. Había otro con una terrible y profunda cicatriz en el cuello, era el más bueno. Otro con barba larga que parecía el jefe, el más cruel. Cuando alguna de las mujeres dejaba al descubierto la pierna por encima de la rodilla, le gritaba para que se tapase, las avergonzaba gritando que rezásemos a Alá, porque el Islam es la única fe verdadera. De todas formas no hacía falta que nos lo ordenasen, para ponernos a rezar.

Había más de mil rehenes. Muchos habían llegado a ver formar a sus hijos con los hermanos pequeños en brazos. En el gimnasio todos estábamos sentados o acostados, pegados. Por la mitad habían dejado un estrecho pasillo. Colocaron alambres sobre nuestras cabezas, de los cuales colgaban bombas.

El primer día se llevaron a los hombres para golpearles. Volvían llenos de moratones. Al segundo día se los llevaron a fusilar. Fueron unos diez, a los que fusilaron.

El jueves, en algún lugar de la escuela se oyeron explosiones. Después de una de ellas volvió al gimnasio uno de nuestros hombres, al que se había llevado un rato antes. Estaba cubierto de sangre. Se mantuvo por unos instantes de pie en el umbral y luego cayó. Allí quedo muerto.

El viernes por el día yo estaba acostada en la repisa de una de las ventanas, tapándome la cara con un papel. De repente en la sala se oyó una explosión. Quedé sorda y caí por la ventana desde una altura de unos dos metros. Comenzó un terrible tiroteo. Comprendí que no podía seguir allí y comencé a correr sin saber adonde. Salté una valla y me vi entre dos garajes. Permanecí tumbada, cubriendo la cara con un trozo de madera contrachapada. La onda expansiva de una explosión me sacudió, pero no resulté herida, solo arañazos en la frente.

Andrei Galagaiev, teniente coronel de zapadores.

A las 13:15 yo iba con mi comandante, responsable del servicio de ingenieros del 58 ejercito, Bajtiar Nabiev y otro subordinado. Estábamos tras la Casa de cultura cuando vimos como entre el edificio de la administración local y una tienda, iban corriendo mujeres y niños. Les ayudamos a llegar a los coches

Pasados unos minutos, escribe «Gazeta», los tres zapadores junto con un destacamento Spetsnaz y otro de «Vuimpel», se adentraron en el patio del colegio para luego dirigirse la gimnasio. Sobre la entrada colgaba una botella con explosivos y metralla. De ella salían cables en distintas direcciones. Como explico luego Bajtiar Nabiev, el artefacto estaba pensado para poder ser detonado por varias personas desde sitios diferentes. Los zapadores, que hay que decir, iban sin chalecos antibala y desarmados, se pusieron a desactivar la mina. Luego pasaron al interior del gimnasio. Estaba todo lleno de humo y polvo, en el suelo yacían decenas de personas.

Estoy en la guerra desde el 94. Pero no había visto nada parecido.-explica e teniente coronel Galagaiev- decenas de cuerpos despedazados, muchos de ellos ardiendo. El número de heridos era enorme, mujeres y niños desnudos…

– ¿Recibieron ustedes la orden de entrar en el colegio?

– No. No recibimos ninguna orden. Los spetsnaz directamente en la calle preguntaron si había zapadores. Así fue como entramos.

Volodia Kubataiev, alumno de noveno curso.

Yo no llegué a entender si había comenzado la operación de rescate. Cuando se produjo la explosión, nos encontrábamos todos en el gimnasio. Éramos más de mil personas. Apenas había sitio para estar sentados. Además en el suelo también habían colocado en filas explosivo unido por cables.. Los secuestradores nos decían que si tocábamos los cables todo explotaría. También había explosivo fijado al techo. A la una de la tarde hizo explosión. No llegué a entender porqué. No oímos ningún disparo antes. Los cristales de las ventanas volaron en pedazos. Luego recuerdo que corrí con el resto. Cuantos quedaron muertos no lo recuerdo. Simplemente no lo vi.

-¿Cuántos guerrilleros había en total?

-Yo vi a veinte. Pero estos eran solo los que nos vigilaban en el gimnasio. A juzgar por lo que hablaban eran más de treinta. Tenían un teléfono móvil con el que llamaban a alguien y daban parte. Dijeron que habían fusilado a 30 personas. Fui testigo de tres ejecuciones. Cuando había ruido en la sala, cogían al hombre que tuviesen más cerca y le ponían el cañón en la sien. Nos decían que como nos calmásemos lo matarían. Nos calmábamos, pero el más leve murmullo era suficiente para que disparasen. Con ellos estaban dos Shajidi (mujeres suicidas), que explotaron el primer día. No llegué a entender si lo habían activado ellas mismas por casualidad, o habían sido abatidas por francotiradores. Luego mataron a diez hombres, después de que uno de los suyos cayese por un disparo desde el exterior.

Azan Pekoiev, alumno de noveno curso.

Salimos huyendo por una ventana mientras otra parte de los chavales lo hacía por otro lado. Los que salieron primero se hicieron cortes en las manos con los cristales rotos del marco de la ventana. Cuando corríamos, abrieron fuego sobre nosotros por la espada. Mataron a alguno, pero yo miraba solo hacia delante y ya no puedo recordar nada más.

Indira Dzietskelova, madre de la niña de doce años Dzerase.

Mi hija cuenta como lo primero que hicieron los guerrilleros fue dividir a los niños en grupos, separándolos por cables elásticos. En el gimnasio colgaron una bomba de la que pendía la bandera de Osetia. Junto a su grupo, había permanentemente cuatro hombres. Al principio las vigilaban dos mujeres con cinturones de Shajidi. Los guerrilleros hablaban con los niños en ruso. No les pegaron ni hicieron disparos.

Es cierto que en el primer día de secuestro, fusilaron delante de ella a un hombre y obligaron a otros hombres que había entre los rehenes a sacar el cadáver a la calle. Al principio dejaban a los niños ir al baño, pero el último día ya no. Los más pequeños se lo hacían encima..

Los guerrilleros decían a los niños que el agua del grifo del baño estaba envenenada, para que no bebiesen. Si se juntaba un grupo grande pidiendo salir, los asustaban y disparaban al aire. De comida ni hablamos, aunque en la cocina había provisiones. Yo mismo di clases en ese colegio y se como se prepara el 1º de septiembre.

Los niños se vieron obligados a comer los pétalos de las rosas, que habían llevado a sus profesores. Os padres también daban de comer a sus hijos las flores de todas las plantas que había en la sala. Tuvieron que recurrir a beberse su propia orina, tal era la sed que pasaron. Inclusive mi hija estuvo tentada de comerse los tallos de las rosas, del hambre que tenía.

Cuando volvió a casa me dijo: «Mama no quiero comer, ya me he acostumbrado a no hacerlo»

Luego nos contó como los guerrilleros se llevaron a otras dependencias del colegio a algunas de las chicas de los ultimos cursos para violarlas. Cuando por la tele daban que había 350 rehenes, ellos se reían y decían «los vuestros calculan que van a salvar a 350, ¿y el resto donde los metemos? Si esperáis quedar 350, ya podéis rezar.»

Eran mil, no menos de mil.

La niña contó como no consiguió saltar por la ventana en el primer intento. La onda expansiva la echó para atrás de la repisa, y consiguió saltar en el segundo intento con otro pequeño grupo de niños. El grupo de niños que iba tras ellos fue tiroteado por los guerrilleros.

Irina y Zalina Misikova.

A través de la ventana consiguieron escapar principalmente niños, pero no todos, nos cuenta Zalina, el resto se escondió en los vestuarios. Irina y yo también. Allí nos encontraron los guerrilleros y nos obligaron a pasar al comedor. Éramos alrededor de 50. El gimnasio y el comedor se encuentran en el primer piso. Para ir al comedor había que atravesar el gimnasio. Nos empujaron a pasar entre los cadáveres. No puedo, no puedo recordar. No creo que lo pueda olvidar nunca.

Algunos se negaron a pasar, cuenta Irina. Los guerrilleros no tenían tiempo para perderlo con nosotros, por eso no nos tirotearon por negarnos. Yo también me negué. Luego nos encontraron los spetsnaz y nos sacaron de la escuela. Pero lo que pasó en el comedor fue horrible.

El comedor se convirtió en un infierno, relata un poco más tranquila Zalina, no se quién disparaba a quién, pero el tiroteo era incesante , sobre nosotros explotaron cinco granadas, solo se salvaron los que se refugiaron bajo los fogones de la cocina. Cuando la cosa pareció calmarse, rompieron la verja de la ventana y pudimos escapar a la calle. Sobre los que salíamos comenzó a disparar uno que estaba en el tejado. Vi como los demás cayeron. Y la cara de ese cabrón también la vi. Se estaba riendo.

Lo más repugnante fue que entre los guerrilleros había un osetio- en los ojos de Irina aparece una furia rabiosa- los guerrilleros nos lo mostraban . Durante dos días pretendieron demostrarnos que los osetios somos basura vendida. «Queréis que le digamos que os ametralle a todos, no dudéis que lo hará.» Nosotros callábamos, pero por la cara de ese osetio no había duda de que lo haría.

También nos contaron que en Bieslam fueron a parar bajo la cobertura de la policía de tráfico. Decían que su primera intención era llegar a Vladikavkaz (capital de Osetia) pero allí la policía no se dejó sobornar tan fácilmente. Inclusive al principio no estaban seguros ni en que ciudad estaban, simplemente habían pedido a los de tráfico que les llevasen hasta alguna escuela.