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Sales y soles

Todo por la patria (un país en venta)

Fuentes: Gara

  Se vende. Todo. Todos. Uno por uno. Un hombre, un voto, un precio. O juntos. Una comunidad, un pueblo, una realidad nacional, un país… El mundo está en venta. La Tierra de las oportunidades. Planeta Ganga. La primera vez fue en Quito, en el año 1993. Por aquel entonces, más inocente e ingenuo, aún […]

 

Se vende. Todo. Todos. Uno por uno. Un hombre, un voto, un precio. O juntos. Una comunidad, un pueblo, una realidad nacional, un país… El mundo está en venta. La Tierra de las oportunidades. Planeta Ganga.

La primera vez fue en Quito, en el año 1993. Por aquel entonces, más inocente e ingenuo, aún creía que todo no se podía comprar. La pintada, en una enorme pared blanca de un soberbio edificio colonial, me hizo pensar, sospechar. «Se vende país con vistas al mar. Más información: Congreso Nacional». ¿Será cierto que se puede comprar un país? ¿Cuánto vale la amazonía ecuatoriana? ¿Y sus playas? ¿Y su gente? Tres meses recorriendo Ecuador aclararon mis dudas. El país estaba de rebajas. De liquidación. De saqueo. De expolio. «Van a privatizar hasta las cordilleras, pero yo ya no seré andinista», denunciaban en otra fachada.

Antes, más que comprar, se robaban los países. A punta de decreto. Sin avisar. Sin pedir permiso a sus legítimos dueños. Los tiempos han cambiado. A peor. Vender un país será pronto algo tan normal, tan común, como adquirir un piso, un coche o una piruleta. Cuestión de dinero. Así de simple. Sealand, la «nación» más pequeña de Europa, acaba de ser puesta a la venta. Su precio de salida, 750 millones de euros. Una inmobiliaria de Granada, Inmonaranja, gestiona toda la operación.

Sealand (www.sealandgov.org) es singular. Única. Una chatarra de isla. 550 metros cuadros de plataforma levantados sobre dos pilares de hormigón en el Mar del Norte, a siete millas marinas de la costa inglesa, muy cerca de la desembocadura del río Tamesis. En aguas internacionales, en agua de nadie. La justicia británica sentenció, en 1968, que la isla está fuera de la jurisdicción de ese país. Ningún otro Estado ha reclamado su soberanía sobre la vieja plataforma construida hace ochenta años como escudo defensivo contra los ataques de la aviación y la marina alemanas. Finalizada la II Guerra Mundial, y abandonada a su suerte, todo cambio para la isla cuando Paddy Roy Bates, un exsoldado inglés, decidió quedarse a vivir en ella, bautizándola con el nombre de Sealand, Tierra de mar, Marlandia.

La isla cuenta, desde 1987, con su propia Constitución, escudo e himno nacional, emite pasaportes y acuña monedas de oro y plata. En 1999, con 85 años, Roy de Sealand, autoproclamado su príncipe soberano, tuvo que dejar la isla y traspasó los poderes a su hijo, Michael Bates. El nuevo príncipe regente, a diferencia de su padre, pasa la mayor parte del tiempo en Inglaterra, en tierra firme. «Técnicamente no es una venta, sino una transferencia. Se transfiere el Gobierno, la historia, el concepto de Sealand», explican los responsables de Inmonaranja. Los Bates, como buenos súbditos británicos, exigen al futuro comprador de su Estado independiente, además de la suculenta cantidad económica, que sus nuevos negocios en Sealand respeten los intereses del Reino Unido.

«Se vende país con vistas al mar. Todo incluido. Facilidades de pago». ¿Y por qué no? En pública subasta. Al mejor postor. Venderlo todo. Vendernos todos. Total, por un nombre. Estados Unidos de Coca Cola, Cepsaña, Caixalunya, Eroski Herria… Venderlo todo. A precio de saldo. Ahora que podemos, que aún estamos a tiempo, que todavía nos queda país…