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Hong-Kong

Tras las manifestaciones, señales de una crisis existencial

Fuentes: Le Monde/Viento Sur

¿Cómo es posible que un texto legislativo que debía establecer un mecanismo de extradición a China continental, Taiwán y Macao de personas buscadas por actos criminales haya hecho salir a la calle a uno de cada siete hongkoneses, el domingo 10 de junio, y generar dos días después un clima insurreccional? La respuesta, claro está, […]

¿Cómo es posible que un texto legislativo que debía establecer un mecanismo de extradición a China continental, Taiwán y Macao de personas buscadas por actos criminales haya hecho salir a la calle a uno de cada siete hongkoneses, el domingo 10 de junio, y generar dos días después un clima insurreccional? La respuesta, claro está, es que lo que está en juego en Hong-Kong estos días va mucho más allá del texto incriminado. Para la inmensa mayoría de hongkoneses, estudiantes, enseñantes, incluso hombres de negocios y comerciantes, esta enmienda aparece como el último clavo hincado en el ataúd de la autonomía del territorio con respecto a China.

Cuando el Reino Unido retrocedió Hong-Kong, el 1º de julio de 1997, los principales interesados estaban más bien satisfechos. China estaba abriéndose al mundo y, según ellos, en vías de democratización. No vieron ningún inconveniente en vincularse con el continente, conservando ciertas peculiaridades políticas y jurídicas con arreglo a la fórmula de un país, dos sistemas. «La declaración conjunta sino-británica, pese a ciertas ambigüedades del lenguaje, prometía a los hongkoneses la democracia en el pleno sentido del término», recuerdan el académico Jean-Pierre Cabestan y el investigador Eric Florence en la revista Perspectives chinoises (tercer trimestre de 2018), consagrada a Hong-Kong. La integración económica del territorio en China comenzó, por cierto, antes de la retrocesión y Pekín no tenía interés, se pensaba, en perjudicar a esta región administrativa especial (RAE), que sin duda es minúscula, pero que representaba entonces más del 25% de la riqueza producida por China.

Represión

En 2003 se produjo una primera alerta, cuando el jefe del ejecutivo hongkonés, Tung Chee-hwa, un magnate del comercio marítimo, intentó, presionado por Pekín, promulgar una ley sobre la seguridad nacional que atentaba contra las libertades; 500.000 hongkoneses salieron a la calle, obligando al gobierno a abandonar, al menos provisionalmente, su proyecto. China incluso prometió, en 2007, el establecimiento del sufragio universal para 2017, dado que el jefe del ejecutivo es elegido por un Consejo Legislativo compuesto a partes iguales por miembros elegidos por sufragio universal y por representantes de categorías profesionales.

Unos años después, en agosto de 2014, China decidió que los candidatos al puesto de jefe del ejecutivo habían de ser seleccionados por un comité de 1.200 personas y después ratificados por Pekín. Buena parte de la población entendió que esta decisión constituía una traición. Decenas de miles de hongkoneses, con los estudiantes a la cabeza, paralizaron durante más de dos meses las arterias centrales de Hong-Kong durante la revolución de los paraguas. Sin embargo, no consiguieron el verdadero sufragio universal que reclamaban. Pekín mantiene el sistema electoral vigente

Además, toda reforma democrática ha quedado aplazada sine die. A raíz de aquella movilización, el poder central impulso en Hong-Kong la recuperación del control con medidas que se prolongan hasta hoy. En 2016, los jóvenes representantes de los partidos llamados localistas, surgidos del movimiento de los paraguas y elegidos al Parlamento, perdieron su escaño. La detención en China, ese mismo año, de editores y libreros hongkoneses alertó un poco más sobre el deterioro del clima de libertad.

Las desigualdades van en aumento

Señal del deterioro de la situación: Alemania acaba de conceder el asilo político a dos militantes favorables a la democracia buscados por la policía del territorio por haber participado en manifestaciones en 2016. Una primicia que ha disgustado mucho a China y al gobierno de Hong-Kong. «Que un millón de personas hayan salido a la calle cuando los principales líderes del movimiento de 2014, incluidos universitarios muy respetados, están en prisión, muestra el fracaso total de la estrategia de terror practicada por Pekín y por las autoridades de Hong-Kong», juzga el investigador Eric Sautedé, un observador político que reside en Hong-Kong.

Dado que el presidente chino, Xi Jinping, no da ninguna señal de apertura, muchos temen que Hong-Kong pierda definitivamente el alto grado de autonomía que China y el Reino Unido acordaron mantener hasta 2047. Sobre todo cuando Hong-Kong ya no tiene la importancia que tenía en 1997. Hoy, la RAE ya no representa más que el 3% de la economía china. La instalación, legal desde 1997, de 150 chinos continentales al día modifica profundamente la estructura sociológica de la población. Muchos chinos ricos compran un bien inmueble en Hong-Kong para obtener el permiso de residencia y un pasaporte que les permite viajar sin visado a Occidente, explican Cabestan y Florence. Hoy, al menos un hongkonés de cada siete ha nacido en la China continental.

Resultado: las desigualdades, de por sí muy fuertes en este territorio, no hacen más que crecer. Adquirir una vivienda es imposible para los hijos de la clase media. Contrariamente a lo que parece reflejar el paisaje encantador de la bahía de Hong-Kong, la vida allí resulta a menudo difícil y el futuro, tanto político como económico, se anuncia lúgubre para muchos de sus habitantes. La crisis que vive Hong-Kong es por tanto existencial.

Fuente: https://www.lemonde.fr/international/article/2019/06/13/a-Hong-Kong-derriere-les-manifestations-les-signes-d-une-crise-existentielle_5475563_3210.html

Traducción: viento sur