Los incidentes y protestas que se han sucedido estos días en Jammu&Kashmir han traído de nuevo la compleja realidad cachemir a los medios de comunicación. Durante los últimos años el conflicto en torno a Cachemira parecía haberse convertido en una especie de «problema residual», donde los movimientos diplomáticos tanto de India como de Pakistán habrían […]
Los incidentes y protestas que se han sucedido estos días en Jammu&Kashmir han traído de nuevo la compleja realidad cachemir a los medios de comunicación. Durante los últimos años el conflicto en torno a Cachemira parecía haberse convertido en una especie de «problema residual», donde los movimientos diplomáticos tanto de India como de Pakistán habrían logrado desplazar de la actualidad informativa las justas demandas de la población del lugar.
Paralelamente, los acontecimientos en la escena internacional también han supuesto que la mal llamada disputa territorial entre dos estados eclipse la realidad cultural y política de la población cachemir.
El objetivo central de India en estas décadas ha sido mantener la situación de control sobre la zona, militarizando el día a día, utilizando métodos represivos denunciados por diferentes agencias de derechos humanos y presentando las demandas cachemires y la población en términos negativos como «terroristas, ultras, jihadistas, extremistas…». También ha intentado atraer a determinadas élites de la zona para que colaboren en su política de integrar a la población, pero esa política colaboracionista de algunos líderes es ampliamente rechazada por el pueblo cachemir.
En este siglo se han sucedido algunos cambios en la dirección india sobre Jammu&Kashmir. Por un lado se han dado algunos intentos de diálogo entre representantes de Delhi y algunos líderes independentistas locales, y al mismo tiempo, un sector muy importante de la población india percibe el conflicto como algo residual, y Cachemira ha pasado de ser «el eje central de la identidad india, a presentarla como una lejana realidad, en una esquina del estado indio».
Pakistán también ha sabido mover sus fichas en defensa de sus propios intereses en la región. Acompañado normalmente de buenas palabras y declaraciones pomposas en tormo al derecho del pueblo cachemir a decidir su futro libremente, los diferentes gobiernos de Islamabad han aprovechado el conflicto para poner en aprietos a sus homólogos indios.
El auge de movimientos independentistas cachemires en la década de los ochenta y noventa puso nerviosos a los militares pakistaníes, quienes en conjunción con los distintos gobiernos de su país y los servicios secretos (ISI) pusieron en marcha todo un abanico de movimientos locales de carácter islamista para contrarrestar las demandas laicas y progresistas de los cachemires. La estrategia jihadista se ha vuelto más compleja tras el 11-s y la posterior campaña estadounidense de «guerra contra el terror, donde Pakistán es un aliado estratégicos de Washington. Por ello, en los últimos tiempos se ha notado un descenso pronunciado de la actividad de esos grupos, aunque manteniendo una guerra de baja intensidad contra las tropas indias en la zona y contra los colaboradores locales de las mismas.
En el pasado la opción de integrarse en Pakistán era asumida por bastantes cachemires, sin embargo con el paso del tiempo ésta ha decaído, sobre todo tras constatar que los dirigentes de Islamabad son incapaces de respetar y proteger los derechos básicos de su propia población, lo que ha intensificado aún más el deseo de independencia en Jammu&Kashmir.
Otro actor que suele pasar más desapercibido es China, quien también ocupa una parte de Cachemira desde hace décadas. La postura de Beijing en torno al conflicto ha variado, pasando por épocas de desinterés y otras de apoyo a las demandas de Pakistán. Más recientemente ha impulsado la búsqueda de una salida negociada, sin renunciar a sus propios intereses, y por otro lado, no puede ocultar su preocupación por el auge islamista que puede servir de impulso también a las demandas independentistas de los uighures, con los que el gobierno chino mantiene un duro pulso desde hace mucho tiempo.
Las relaciones económicas de China con sus vecinos, y las fuertes inversiones que ha realizado en esas zonas, son un factor clave para entender los deseos de buscar una solución y al mismo tiempo las dudas que le generan al dragón chino las posibles soluciones que se alcanzarían en un hipotético acuerdo entre India y Pakistán. En ese sentido, la estabilizad y la paz en Jammu&Kashmir son claves para el desarrollo chino.
Una vez más, los principales protagonistas de la historia, el pueblo cachemir, parece abocado a ser un mero convidado de piedra en esa realidad. La creación en 1977 del Frente de Liberación de Jammu&Kashmir (JKLF) supuso la plasmación política de un movimiento independentista dentro de unas coordenadas más modernas. El crecimiento de esa organización en plena Guerra Fría, influyó para que Pakistán maniobrara con el beneplácito estadounidense y pusiese sobre la mesa el factor jihadista en la región. Los continuos enfrentamientos internos dentro del JKLF, y las sucesivas escisiones, han debilitado sobremanera al mismo, y hoy en día se debate entre mantener una línea con ingredientes islamistas o refundar una nueva organización que recoja los ideales del principio.
El actual panorama político está dominado por la coalición forjada en torno a la Conferencia de Todos los Partidos Hurriyat (Libertad) (APHC) y a movimientos como Tehreek-i-Hurriyat (TiH), que han abanderado las recientes protestas, consideradas como las movilizaciones más importantes (cualitativa y cuantitativamente) de los últimos años.
Al mismo tiempo, las formaciones aliadas con el status quo indio pierden fuerza, y mantienen sus ojos en las elecciones para la Asamblea del estado del próximo noviembre y las posteriores elecciones generales. El interés de estos administradores es seguir controlando las parcelas de poder que les permite India, siempre en beneficio propio, y saltándose por encima las demandas de la mayoría de la población, y aprovechándose si pueden de la explosiva situación que se está generando.
Algo similar están haciendo los grupos hinduistas, que tras sus protestas esconden toda una estrategia de expansión de su política excluyente para el conjunto de India, y no dudan en enfrentar a los grupos de Cachemira si con ello logran afianzar las bases de sus deseos.
El conflicto en Cachemira no es una «disputa territorial» entre India y Pakistán, e incluso China, es algo más complejo y que necesita sobre todo de la participación del principal protagonista, la población cachemir. Cualquier intento de solución que no vaya en ese sentido, que no respete la voluntad mayoritaria de ese pueblo, no será más que otro parcheo que alargará el conflicto. Nadie como ese sujeto para defender su cultura y su futuro como pueblo.
Todo intento por buscar soluciones basadas en la diferenciación religiosa está abocado al fracaso. Cachemira ha demostrado en el pasado su capacidad para integrar las diferentes culturas y religiones de los pueblos que habitan allí.
En estos momentos algunos pueden intentar volver a utilizar el conflicto en Jammu&Kashmir en beneficio propio para desviar la atención de problemas que les afectan. Pakistán está inmerso en una crisis políticas tras la dimisión del presidente Musharraf, e India no atraviesa por un buen momento tras el acuerdo nuclear con EEUU, por ello no es descartable que algunos poderes fácticos de esos estados utilicen la arena cachemir para beneficio propio.
Es necesario crear los mecanismos que permitan la materialización de un espacio «para el diálogo, la paz y la reconciliación», y que el pueblo de cachemira pueda desarrollar todo su potencial con absoluta libertad, y si en el ejercicio de la misma deciden la reunificación de su pueblo en un solo estado independiente, el resto de actores deberían respetar esa base democrática esencial cual es el ejercicio del derecho de autodeterminación de un pueblo.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)