Uno de los principales objetivos de un medio de comunicación, además de informar, debería ser siempre promover la discusión, el debate de ideas, en contraposición al discurso único que nos bajan desde los poderes constituidos. Y eso es lo que logra Rebelion.org normalmente, hacer reflexionar a sus lectores e, incluso a los que en sus […]
Uno de los principales objetivos de un medio de comunicación, además de informar, debería ser siempre promover la discusión, el debate de ideas, en contraposición al discurso único que nos bajan desde los poderes constituidos. Y eso es lo que logra Rebelion.org normalmente, hacer reflexionar a sus lectores e, incluso a los que en sus páginas escriben. El debate con Antonio Cuesta, corresponsal de Prensa Latina en Turquía, en torno al tema del Genocidio Armenio es una muestra de esto.
Después de su artículo «Genocidio y Capitalismo» ya no creo que volvería a poner el título de mi anterior artículo: «Durmiendo con el enemigo«.
Aunque sigo manteniendo algunas diferencias importantes con Cuesta, creo que con su artículo se aclaran varios puntos, y este intercambio de opiniones y argumentos puede ser un buen ejemplo de que las personas pueden dialogar y, aunque no concordar en todo, buscar puntos básicos de consenso. Estoy seguro que algún día esto podrá ser realidad entre armenios y turcos si priorizan lo importante por sobre lo secundario.
En este caso, lo más importante del giro en la polémica con Cuesta es que él deja bien claro algo fundamental: «No puede haber ninguna duda de que el plan organizado por altos mandatarios del Comité para la Unión y el Progreso (partido en el gobierno), a inicios de la Primera Guerra Mundial contra las minorías cristianas (principalmente armenia) del Imperio otomano fue un genocidio».
También es importante destacar lo que remarca Cuesta de que no se puede culpar a todos los turcos por el Genocidio Armenio, y coincido totalmente. Por eso decía en mi anterior artículo que cobra mayor importancia condenar (aunque sea declarativamente por la imposibilidad de una penalidad, habida cuenta del paso del tiempo) a los verdaderos culpables. Y vuelvo a la comparación con las dictaduras latinoamericanas, para dejar atrás el divorcio con nuestras fuerzas armadas y buscar alguna vez tener ejércitos populares como en Cuba, Venezuela o Bolivia, debemos señalar a los genocidas. En Argentina se ha hecho y se sigue haciendo, en Uruguay actualmente hay una enorme polémica al respecto. En una palabra, ponerle nombre y apellido a los culpables.
Y por supuesto que también a las potencias aliadas que permitieron el genocidio conociendo lo que estaba ocurriendo, como lo confirman muchos documentos alemanes, ingleses y, sobre todo, del embajador estadounidense en el Imperio Otomano Henry Morghentau.
En cuanto a las motivaciones del Genocidio Armenio, es otro de los puntos fundamentales para vencer el pensamiento mágico o simplista de que un día a cuatro locos malvados se les ocurrió perpetrar un genocidio. Al respecto, también coincido con la explicación de Cuesta cuando cita a Carlos Marx:
«Al final de su libro I de El Capital, viene a decir que en los orígenes de todos los estados capitalistas modernos se halla una violencia originaria para aniquilar y acabar con la propiedad privada fundada en el propio trabajo. La denominada ‘acumulación originaria’ consiste en la expropiación (inevitablemente violenta ) de las condiciones generales de trabajo de una población y es la esencia del capital. Lo que trato de decir es que el genocidio armenio fue el mecanismo utilizado por quienes querían fundar un estado capitalista moderno, para despojar de todas las posesiones y bienes a una comunidad como la armenia, que tenía un desarrollo económico notable. El robo de todas sus propiedades, aunque para ello fuera necesario matar a cientos de miles, constituiría uno de los principales puntales para la acumulación originaria capitalista necesaria para la creación del estado que surgiera tras la guerra. Como de hecho así sucedió. En este sentido, la República de Turquía más que el sucesor jurídico del Imperio otomano (como apunta Saravia), fue el vástago de un expolio económico que, además, se libró por la vía de su exterminio de lo que habría sido una burguesía rival y poderosa».
Y me parece acertado cuando dice que «las poblaciones continúan sometidas por el mismo capitalismo a un lado y al otro de la frontera, privándoles de una afinidad de clase». De hecho, y sin querer forzar comparaciones ni meterme en otro tema que sería motivo de otros artículos, el pueblo judío y el pueblo palestino podrían (y deberían) trabajar codo a codo si tomaran conciencia de quién es su verdadero enemigo y quién los explota, a uno y al otro. Y como muestra está el Partido Comunista de Israel que trabaja en coordinación con organizaciones hermanas tanto de Cisjordania cuanto de Gaza.
Estos temas son interesantes porque indefectiblemente nos hacen reflexionar sobre la condición humana, y sobre cómo podemos llegar rebajarnos hasta lo peor como es cometer un genocidio o como podemos elevarnos hasta «el hombre nuevo» hasta dar la vida por las causas justas.
Por eso también es importante vencer el determinismo y creer en que todos podemos revolucionarnos, cambiar para mejor, sobre todo los pueblos. En Argentina hay casos de hijos o nietos de genocidas que no lo son y que no comparten los argumentos justificatorios o negacionistas de sus padres y abuelos. Un ejemplo claro es la saga de los Lugones. El abuelo fue el más famoso poeta Leopoldo Lugones, que desde un pensamiento de izquierda y progresista, derivó hacia un nacionalismo de derecha. Lo sucedió su hijo Polo Lugones, un cruel jefe de policía, famoso torturador por ser el inventor de la picana eléctrica. Y luego vino Pirí Lugones, hija de Polo y nieta de Leopoldo, militante montonera que se presentaba como «la hija del torturador»; fue secuestrada en 1977 por un grupo de tareas de la Armada Argentina. Seguramente fue torturada con la picana eléctrica que inventó su padre antes de pasar a engrosar las filas de los desaparecidos.
Déjenme contarles otra historia que viene al caso. Un verdadero hecho genocida del Estado argentino se dio en 1924, cuando todo un pueblo de aborígenes fue masacrado. Los hombres tobas y mocovíes (dos pueblos originarios) se negaban a seguir trabajando en condiciones de verdadera esclavitud en el entonces territorio nacional del Chaco (nordeste de Argentina). Una mañana fría y nublada del 19 de julio de 1924, el gobernador los engañó y los llamó a negociar. Los aborígenes llegaron confiados y todos fueron masacrados en menos de dos horas por los policías. Fueron más de 500 víctimas, contando hombres, mujeres, niños y ancianos.
Entre esos policías, había varios terratenientes algodoneros. Uno de ellos, años después, le entregó su fusil Máuser con el que había matado a varios aborígenes a su nietito de cinco años, para que lo guardara como reliquia. Ese nietito, hoy es el periodista Pedro Solans, uno de los primeros en investigar este hecho y denunciarlo en un libro en el que cuenta la historia, y denuncia a su propia familia (Solans, Pedro, Crímenes en Sangre, Editorial Librería de la Paz, Resistencia 2009).
Por eso, porque los hijos no son igual que sus padres ni los nietos igual que sus abuelos, es que existe la esperanza y por eso coincido en que es fundamental trabajar en conjunto con el pueblo turco para vencer 96 años de una historia oficial negacionista. No se puede construir una sociedad justa en base al engaño.
Por otro lado, quizá tenga razón Cuesta en que los armenios también tienen que revisar algunas actitudes, pero la falta de asimilación de los armenios en Turquía no es culpa del «discurso de la diáspora sobre el Genocidio», sino más bien por responsabilidad del propio Estado turco, que entre otras cosas sigue penando a través del famoso artículo 301 del Código Penal cualquier apelación a este tema.
Tampoco creo que el «discurso de la diáspora sobre el Genocidio» tenga por intención incrementar su influencia política en los estados de acogida. De hecho, donde más armenios hay y donde su comunidad es más fuerte económica y políticamente, es Estados Unidos, un país que no reconoce el Genocidio Armenio, al igual que Israel, históricos aliados de la República de Turquía en la OTAN y en la geopolítica de Medio Oriente.
La diáspora insiste con el discurso del genocidio, incluso más que el propio Estado de Armenia, y es entendible porque la diáspora está formada justamente por las víctimas del genocidio, los hijos o nietos de los asesinados. Y jurídicamente, los armenios de Argentina, o de Brasil, o de Uruguay, o de cualquier otra parte, no son inmigrantes sino refugiados, pues no vinieron por propia voluntad sino expulsados a la fuerza de su tierra.
Con respecto a si son exageradas o no las cifras que se dan de víctimas, ya lo he dicho, no creo que sea un debate adecuado por lo menos en una primera instancia. Una vez que el responsable reconociera el genocidio, quizá podría abrirse ese tema. Y en esto quiero ser claro, ¿quién sino los gobernantes turcos pueden reconocer y pedir perdón por lo que hicieron sus antecesores del Imperio Otomano? En Argentina, el ex presidente Néstor Kirchner pidió perdón al pueblo argentino en nombre del Estado por los delitos de lesa humanidad de la última dictadura militar. Lo mismo acaba de hacer Mauricio Funes, presidente de El Salvador. Es lo que corresponde para diferenciarse de sus antecesores genocidas y no ser cómplices por omisión o encubrimiento.
Y en cuanto a la frase de si es el primer genocidio del siglo XX, también se puede discutir, porque en realidad el Imperio Alemán había cometido genocidio contra el pueblo herero en el sur de África entre 1904 y 1905. Pero es sólo un modo de referirse y si alguien cae en la trampa de establecer una competencia entre genocidios (el armenio, el Holocausto judío, etc.) es lamentable porque se desvía el foco de atención.
Quizá sean ciertos algunos apuntes de Cuesta en relación a la diáspora armenia, como por ejemplo que el Genocidio Armenio se ha convertido en una cuestión nacional pero eso es totalmente entendible, sólo hace falta ponerse por un momento en el lugar del otro. En el lugar de un pueblo que ha intentado ser borrado del mapa. ¿Cómo no defenderse muchas veces cerrándose en sí mismo?
Creo que otro punto de acuerdo básico entre los que no somos enemigos y luchamos por un verdadero «Nunca más» es no juzgar a las víctimas, porque cada uno reacciona como puede frente a algo tan inimaginable como un genocidio. Primero, juzgar a los victimarios, reconocer lo que ocurrió usando la palabra maldita que empieza con g, analizar los motivos y a partir de allí trabajar por la reconciliación entre los pueblos y por la liberación del sistema que los llevó a enfrentarse.
Gracias por el debate, ya no me siento durmiendo con el enemigo.
Mariano Saravia es periodista argentino, autor de, entre otros, El grito armenio (crónica de un genocidio y de la lucha por su reconocimiento), La sombra azul (sobre la represión policial en la última dictadura argentina), Embanderados (las luchas de liberación de Sudamérica y el por qué de los diseños y colores de sus banderas) y Honduras hoy (el golpe, la resistencia).
www.marianosaravia.com.ar
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