Traducido por Carlos Sanchis y Juan Vivanco. Revisado por Caty R.
Introducción
Los lectores francohablantes que tienen memoria quizá recuerden un artículo de Graham E. Fuller, publicado en Le Monde del 14 de febrero de 2003, titulado «‘Vielle Europe’ ou vieille Amérique?» (¿Vieja Europa o vieja América?), en el que replicaba de forma magistral al agrio comentario de Donald Rumsfeld sobre la «vieja Europa» cuando Francia y Alemania no quisieron embarcarse en la aventura iraquí. Graham E. Fuller vuelve ahora con un artículo muy interesante.
Los argumentos expuestos por el autor del artículo que se lee a continuación quizá le parezcan consabidos a un lector inteligente europeo, árabe, africano, asiático o latinoamericano. Para la mayoría de los estadounidenses, en cambio, son revolucionarios y reveladores. Porque los estadounidenses son los nuevos bárbaros del mundo. Auténticos zoquetes, por lo general no saben nada del mundo extranjero, desconocen sus lenguas, su historia y sus culturas, y se creen lo que les cuenta la tele. Un antiguo rehén británico en Guantánamo, un negro de Manchester convertido al Islam, ha contado el estupor del joven cretino encargado de interrogarle cuando descubrió que el detenido conocía el grupo musical U2. Eso no coincidía con la imagen que le habían inculcado de los peligrosos islamistas, e incluso de los musulmanes.
Menos del 8% de los estudiantes universitarios estadounidenses aprenden una lengua extranjera. No es de extrañar, pues, que el Imperio tenga que recurrir a tropas indígenas para sus guerras imperiales.
Graham E. Fuller no es un «estadounidense corriente». Durante 20 años, hasta 1988, trabajó para la CIA por todo el mundo. Luego trabajó durante doce años para la Corporación Rand, un gabinete estratégico (think tank) creado en 1945 para promover investigaciones sobre el ancho mundo al servicio del gobierno de Washington, entre cuyos miembros había personalidades tan descollantes como Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice, Frank Carlucci (que fue director adjunto de la CIA de 1978 a 1981 y presidente del grupo Carlyle), Lewis «Scooter» Libby (que fue consejero de Dick Cheney y filtró la información sobre el caso Plame-Wilson), Pascal Lamy (antiguo comisario europeo y actual director de la OMC), Francis Fukuyama, Zalmay Khalilzad (embajador de USA en Iraq), Jean-Louis Gergorin (que fue presidente del grupo aeronáutico y de defensa europeo EADS) o el antiguo espía francés Constantin Melnik. Graham E. Fuller, que actualmente es profesor adjunto de Historia de una universidad canadiense, ha escrito varios libros sobre el Islam y el islamismo, pero su superventas es un pequeño manual titulado How to Learn a Foreign Language (Cómo aprender una lengua extranjera), seguramente mucho más útil para sacar a los estadounidenses de su burbuja imperial-provinciana que muchos tratados eruditos.
Porque Graham E. Fuller es realmente un estadounidense extraordinario: ha estudiado dieciséis idiomas, entre ellos el francés, el alemán, el persa, el japonés, el turco, el chino, el árabe, el griego, el ruso y, las but not least, el esperanto. En una palabra, ¡creo que reúne las condiciones necesarias para incorporarse a Tlaxcala y su lucha contra la lengua y el pensamiento únicos!
Este artículo ha sido portada del número de enero de Foreign Policy, prestigiosa revista editada por la fundación Carnegie por la paz internacional, una institución de Washington. Esperemos que sea materia de reflexión para los jóvenes que acuden a las universidades estadounidenses y se pregunten qué van a hacer cuando sean mayores. (Tlaxcala, traducción de Juan Vivanco)
¿Y si el Islam no hubiera existido nunca?
Para algunos es un pensamiento reconfortante: Ni choque de civilizaciones, ni guerra santa, ni terrorismo. ¿Habría conquistado la cristiandad el mundo? ¿Sería Oriente Próximo una balsa de aceite de democracia? ¿Habría existido el 11 de septiembre? Verdaderamente, si sacamos al Islam de la senda de la historia, el mundo seguiría básicamente donde está hoy.
Imagine, si quiere, un mundo sin Islam. Sin duda una situación casi inconcebible dada su enorme importancia en los titulares diarios de las noticias. El Islam parece estar detrás de un amplio abanico de desórdenes internacionales: atentados suicidas, coches bomba, ocupaciones militares, luchas de resistencia, disturbios, fetuas, yihads, guerras de guerrillas, videos amenazadores, y el mismo 11 de septiembre.
El Islam parece ofrecer una instantánea y sencilla piedra de toque analítica que nos permite entender el sentido del mundo convulso de hoy. De hecho, para algunos neoconservadores, el islamofascismo ahora es nuestro enemigo jurado en la III Guerra Mundial que nos amenaza. Pero por un momento, permítanme: ¿Cómo sería si no existiera eso que se llama Islam? ¿Cómo sería si nunca hubiera existido un Profeta Mahoma, ninguna saga que esparciese el Islam por grandes zonas de Oriente Próximo, Asia, y África? Dado nuestro enfoque actual sobre el terrorismo, la guerra, la desenfrenada oposición a EEUU y algunos de los problemas internacionales más viscerales del momento, es vital entender las verdaderas fuentes de estas crisis. ¿Realmente es el Islam la fuente del problema, o habría que situarlo junto a otros factores menos obvios y más profundos? Para esta tesis, en un acto de imaginación histórica, imagínese un Oriente Próximo en el que el Islam nunca hubiera aparecido. ¿Nos habríamos ahorrado entonces muchos de los desafíos ante los que estamos actualmente? ¿Oriente Próximo sería más pacífico? ¿Sería muy diferente el carácter de las relaciones entre Oriente y Occidente? ¿Realmente sin el Islam, el orden internacional presentaría un cuadro muy diferente del que presenta hoy? ¿O no?
Si no es el Islam, entonces ¿qué?
Desde la noche de los tiempos de una gran parte del Oriente Próximo, aparentemente el Islam ha configurado las normas culturales e incluso las preferencias políticas de sus seguidores. ¿Cómo podemos entonces separar el Islam de Oriente Próximo? Como prueba, no es tan difícil de imaginar. Empecemos con la cuestión étnica. Sin Islam, la faz de la región seguiría siendo compleja y conflictiva. Los grupos étnicos que dominan en Oriente Próximo -árabes, persas, turcos, kurdos, judíos, e incluso bereberes y pastunes- seguirían dominando la política.
Tomemos a los persas. Mucho antes del Islam, los sucesivos grandes imperios persas empujaron hasta las puertas de Atenas y fueron los perpetuos rivales de quienquiera que habitara Anatolia. Combatiendo también a los pueblos semíticos, los persas lucharon por el Creciente Fértil y en Iraq. Y después estaban las poderosas fuerzas de diversas tribus y comerciantes árabes que se expandían y emigraban hacia otras áreas semíticas de Oriente Próximo, antes del Islam.
Los mongoles invadieron y destruyeron las civilizaciones de Asia Central y una gran parte de Oriente Próximo en el siglo XIII. Los turcos conquistaron Anatolia, los Balcanes hasta Viena, y la mayoría del Oriente Próximo. Estas guerras -por el poder, el territorio, la influencia y el comercio- existieron mucho antes de que llegara el Islam. No obstante, sería demasiado arbitrario excluir completamente la religión de la ecuación. Si verdaderamente el Islam nunca hubiera surgido, la mayoría de Oriente Próximo habría seguido siendo predominantemente cristiano en sus diversas sectas, como lo era en los albores del Islam.
Aparte de algún zoroastriano y pequeños grupos de judíos, no estaría presente ninguna otra religión importante. Pero, ¿habría reinado la armonía con Occidente si todo el Oriente Próximo hubiera seguido siendo cristiano? Es difícil saberlo. Tendríamos que asumir que un mundo europeo medieval inquieto y expansivo no habría proyectado su poder y hegemonía hacia el vecino Oriente en busca de apoyos económicos y geopolíticos. Después de todo, ¿qué fueron las Cruzadas sino una aventura occidental emprendida principalmente por necesidades políticas, sociales y económicas?
El estandarte de la cristiandad era poco más que un símbolo potente, un grito unificador para bendecir los impulsos más seculares de los poderosos europeos. De hecho, la religión particular de los nativos nunca tuvo ninguna trascendencia en el empuje imperial de Occidente a lo largo y ancho del globo. Europa ha hablado de la nobleza de llevarles los valores cristianos a los nativos, pero la meta patente era establecer fortines coloniales como fuentes de riqueza para las metrópolis y bases para la proyección del poder occidental. Así, es improbable que los habitantes cristianos de Oriente Próximo hubieran dado la bienvenida al torrente de flotas y comerciantes europeos respaldados por las armas occidentales. El imperialismo habría prosperado en el complejo mosaico étnico de la región; la materia prima para el viejo juego de «divide y vencerás». Y los europeos, de todas formas, habrían instalado a los mismos gobernantes locales sumisos para acomodar sus necesidades. Adelantemos el reloj a la era del petróleo en Oriente Próximo. ¿Los Estados orientales, incluidos los cristianos, habrían dado la bienvenida al establecimiento de protectorados europeos en su región? Es difícil. Aun así, Occidente habría construido y controlado los mismos pasos estratégicos como el Canal de Suez.
No fue el Islam quien se resistió enérgicamente al proyecto colonial de los Estados de Oriente Próximo, con su drástico replanteamiento de las fronteras conforme a las preferencias geopolíticas europeas. Los cristianos de Oriente Próximo no habrían dado una bienvenida mejor que la que dieron los ejércitos musulmanes a las compañías petrolíferas imperiales de occidente, respaldadas por sus gerentes europeos, diplomáticos, agentes de inteligencia y ejércitos. Miren la larga historia de las reacciones latinoamericanas a la dominación estadounidense de su petróleo, su economía y su política. Oriente Próximo habría estado igualmente ansioso de crear movimientos nacionalistas anticoloniales para arrebatar por la fuerza el control de su propia tierra, mercados, soberanía y destino de las férreas manos extranjeras -exactamente igual que las luchas anticoloniales de la India hindú, de la China confuciana, del Vietnam budista y de una África cristiana y animista-. Y seguramente los franceses sólo tendrían que haberse extendido cómodamente en una Argelia cristiana para tomar sus ricas tierras de labor y establecer una colonia. Los italianos, tampoco permitieron nunca que la cristiandad de Etiopía les frenara para convertir ese país en una colonia cruelmente administrada. En resumen, no hay ninguna razón para creer que una reacción de Oriente Próximo a la dura experiencia colonial europea realmente habría diferido significativamente de la manera que reaccionó bajo el Islam. Pero, ¿quizás Oriente Próximo habría sido más democrático sin el Islam?
La historia de la dictadura en la propia Europa no nos reconforta en esto. España y Portugal sólo se libraron de sus brutales dictaduras a mediados de los setenta. Grecia surgió de una dictadura vinculada a la iglesia hace sólo unos decenios. La Rusia cristiana todavía no está fuera de peligro. Hasta hace muy poco, América Latina estaba repleta de dictadores que a menudo reinaron con la bendición estadounidense y asociados con la Iglesia católica. La mayoría de las naciones cristianas africanas no lo tienen mucho mejor. ¿Por qué habría tenido que ser diferente un Oriente Próximo cristiano? Y después está Palestina. Fueron, por supuesto, los cristianos quienes persiguieron descaradamente a los judíos durante más de un milenio, culminando con el Holocausto. Estos horrendos ejemplos de antisemitismo estuvieron firmemente arraigados en las tierras y en la cultura cristiana de Occidente. Los judíos habrían buscado, por consiguiente, una patria fuera de Europa; el movimiento sionista por lo tanto habría surgido y buscado una base en Palestina. Y el nuevo estado judío también habría desalojado a los mismos 750.000 árabes de Palestina de sus tierras aunque hubieran sido cristianos, como de hecho algunos de ellos lo eran.
¿No habrían luchado esos árabes palestinos para proteger o recobrar su propia tierra? El problema israelopalestino sigue siendo, en el fondo, un conflicto nacional, étnico y territorial; sólo recientemente se apoya en eslóganes religiosos. Y no nos olvidemos de que los árabes cristianos jugaron un importante papel en el surgimiento del movimiento nacionalista árabe de Oriente Próximo; de hecho, el fundador ideológico del primer partido Baaz panárabe, Michel Aflaq, fue un cristiano sirio formado en la Sorbona.
Pero, ¿seguro que los cristianos de Oriente Próximo habrían estado más predispuestos, al menos en el aspecto religioso, hacia Occidente? ¿Se podría haber evitado toda esa lucha religiosa? De hecho, el propio mundo cristiano se rompió por las herejías de los primeros siglos de poder cristiano, herejías que se convirtieron en el propio vehículo de oposición política al poder romano o bizantino. Lejos de unirse bajo la religión, las guerras religiosas de occidente velaron invariablemente unas luchas de dominación más profundas: étnicas, estratégicas, políticas, económicas y culturales. Incluso las mismas referencias a un Oriente Próximo cristiano ocultan una fea animosidad. Sin Islam, los pueblos de Oriente Próximo habrían permanecido como estaban cuando nació el Islam; principalmente los adheridos a la cristiandad ortodoxa oriental. Pero es fácil olvidarse de que una de las más perdurables, virulentas y amargas controversias religiosas fue la que se dio entre la Iglesia Católica de Roma y la Cristiandad Ortodoxa Oriental de Constantinopla; un rencor que todavía persiste hoy. Los cristianos ortodoxos orientales nunca olvidaron ni perdonaron el saqueo de Constantinopla por los cruzados occidentales en 1204.
Casi 800 años después, en 1999, el Papa Juan Pablo II ensayó unos pequeños pasos para resanar la herida en la primera visita, en mil años, de un Papa católico al mundo ortodoxo. Era un comienzo, pero la fricción entre Oriente y Occidente en el cristianismo de Oriente Próximo habría seguido siendo como es hoy. Tomen Grecia, por ejemplo: allí la causa ortodoxa ha sido un conductor poderoso, detrás del nacionalismo, del sentimiento antioccidental y de las pasiones antioccidentales en la política griega; no hace más de un decenio que los griegos se hacían eco de las mismas sospechas y virulentos puntos de vista de Occidente que oímos a muchos líderes islamistas de hoy.
La cultura de la Iglesia Ortodoxa difiere mucho del ethos occidental posterior al esclarecimiento que pone el énfasis en el laicismo, el capitalismo y la supremacía del individuo. Todavía mantiene miedos residuales con respecto a Occidente que son paralelos, de muchas formas, a las inseguridades musulmanas actuales: miedo del proselitismo misionero de Occidente, percepción de la religión como un importante vehículo para la protección y preservación de sus propias comunidades y cultura, y una sospecha del corrupto e imperial carácter de Occidente. De hecho, en un Oriente Próximo cristiano ortodoxo, Moscú disfrutaría de una influencia especial, incluso hoy, como último centro importante de la ortodoxia oriental. El mundo ortodoxo habría seguido siendo una arena geopolítica importante de rivalidad entre Oriente y Occidente en la Guerra Fría. Samuel Huntington, después de todo, incluyó el mundo cristiano ortodoxo entre varias civilizaciones embrolladas en un choque cultural con Occidente.
Hoy la ocupación estadounidense de Iraq no sería mejor recibida por los iraquíes si fueran cristianos. Estados Unidos no derrocó a Sadam Husein, un líder intensamente nacionalista y laico, porque fuera musulmán. Otros pueblos árabes incluso podrían apoyar a los árabes iraquíes en su ruptura de la ocupación. En ninguna parte los pueblos dan la bienvenida a la ocupación y al asesinato de sus ciudadanos a manos de tropas extranjeras. De hecho, los grupos amenazados por tales fuerzas exteriores, invariablemente buscarán las ideologías apropiadas para justificar y glorificar su lucha de resistencia. La religión es esa ideología. Por lo tanto, éste es el retrato de un imaginario mundo sin Islam. Un Oriente Próximo dominado por la cristiandad ortodoxa oriental y una iglesia histórica y psicológicamente sospechosa y hostil en Occidente.
A pesar de las divisiones por importantes diferencias étnicas y sectarias, este Oriente Próximo posee un feroz sentido de conciencia histórica y de agravio ante Occidente. Ha sido invadido repetidamente por ejércitos imperialistas occidentales; se han rapiñado sus recursos; sus fronteras se han redibujado conforme a los intereses occidentales y los de los regímenes sumisos establecidos por Occidente. Palestina seguiría ardiendo. Irán todavía permanecería intensamente nacionalista. Seguiríamos viendo a los palestinos resistiendo a los judíos, a los chechenos que resisten a los rusos, a los iraníes que resisten a los británicos y a los estadounidenses, cachemires que resisten a los indios, tamiles que resisten a los cingaleses en Sri Lanka, y uigurs y tibetanos que resisten a los chinos.
Oriente Próximo incluso habría tenido un modelo histórico glorioso, el gran imperio bizantino de más de 2.000 años, para identificarse como un símbolo cultural y religioso. En muchos aspectos habría perpetuado una división entre Oriente y Occidente. No presentaría un cuadro completamente pacífico y confortable.
Bajo el estandarte del profeta
Por supuesto es absurdo defender que la existencia del Islam no ha tenido un impacto independiente en Oriente Próximo o en las relaciones entre Oriente y Occidente. El Islam ha proporcionado una gran fuerza unificadora en una amplia región. Como una fe universal global, ha creado una vasta civilización que comparte muchos principios comunes filosóficos, artísticos y sociales; una visión de la moralidad; un sentido de la justicia, jurisprudencia y buena gobernanza; todo en una cultura elevada y profundamente arraigada. Como fuerza cultural y moral, el Islam ha tendido un puente entre las diferencias étnicas y entre los diversos pueblos musulmanes, animando a que todos se sintieran parte de un proyecto civilizador musulmán más amplio. Eso sólo se facilita con un gran peso.
El Islam también afectó a la geografía política: si no hubiera habido Islam, los países musulmanes del sur y sudeste de Asia -particularmente Pakistán, Bangladesh, Malasia e Indonesia- hoy estarían, ciertamente, arraigados en el mundo hindú. La civilización islámica proporcionó un ideal común al que todos los musulmanes podían apelar en nombre de la resistencia contra la invasión occidental. Aun cuando esa apelación fracasó en detener el flujo de la marea imperial occidental, creó una memoria cultural de un destino comúnmente compartido que no se ha borrado.
Los europeos pudieron dividir y conquistar numerosos pueblos africanos, asiáticos, y latinoamericanos que después cayeron individualmente ante el poder occidental. Una resistencia unida, transnacional entre esos pueblos era difícil de lograr en ausencia de cualquier símbolo étnico o cultural común de resistencia. En un mundo sin Islam, el imperialismo occidental habría encontrado mucho más fácil la tarea de dividir, conquistar y dominar Oriente Próximo.
No habría permanecido una memoria cultural compartida de humillación y derrota a lo largo de un área inmensa. Esa es una importante razón por la que Estados Unidos se ve ahora rompiéndose los dientes en el mundo musulmán. Hoy, las intercomunicaciones globales y las imágenes por satélite compartidas han creado una fuerte conciencia entre todos los musulmanes y un conocimiento más amplio del asedio imperial occidental contra una cultura islámica común. Este asedio no es sobre la modernidad, sino la incesante exigencia occidental de dominación del espacio estratégico, de los recursos e incluso de la cultura del mundo musulmán; el espolio para crear un Oriente Próximo proestadounidense.
Desgraciadamente Estados Unidos asume ingenuamente que el Islam es todo lo que se interpone entre ellos y el premio. Pero, ¿qué hay del terrorismo, el problema más urgente que Occidente asocia actualmente con el Islam? Más contundentemente: ¿habría existido un 11 de septiembre sin Islam? Si los agravios de Oriente Próximo, arraigados por años de ira política y emocional en las políticas y actuaciones estadounidenses se hubieran envuelto en un estandarte distinto, ¿las cosas habrían sido inmensamente diferentes?
De nuevo es importante recordar qué fácilmente se invoca la religión, incluso cuando otros agravios que existen desde hace mucho tiempo sean los culpables. El 11 de Septiembre de 2001 no era el principio de la historia. Para los secuestradores de aviones de Al Qaeda, el Islam funcionó como una lupa al sol que recogió los agravios comunes compartidos dispersos y los concentró en un intenso rayo, en un momento de claridad de acción contra el invasor extranjero.
En el enfoque occidental del terrorismo en nombre de Islam, la memoria es corta. Las guerrillas judías usaron el terrorismo contra los británicos en Palestina. Los Tigres del Tamil hindúes de Sri Lanka inventaron el arte del chaleco suicida y durante más de una década encabezaron los ataques suicidas del mundo, incluido el asesinato del primer ministro indio Rajiv Gandhi. Los terroristas griegos llevaron a cabo operaciones de asesinatos contra funcionarios estadounidenses en Atenas. El terrorismo organizado sijkh mató a Indira Gandhi, propagando estragos en la India, estableció una base extranjera en Canadá y derribó un vuelo de las líneas aéreas Indias sobre el Atlántico. Se temió mucho a los terroristas de Macedonia por todos los Balcanes en las vísperas de la Primera Guerra Mundial. Docenas de importantes asesinatos a finales del siglo XIX y principios del XX fueron llevados a cabo por anarquistas europeos y americanos que sembraron el miedo colectivo. El Ejército Republicano Irlandés empleó durante decenios un terrorismo brutalmente eficaz contra los británicos, como hicieron las guerrillas comunistas y terroristas en Vietnam contra los estadounidenses, los comunistas malayos contra los soldados británicos en los años cincuenta, los terroristas de Mau-Mau contra los funcionarios británicos en Kenya… la lista sigue. No captaron a un musulmán para cometer atentados terroristas.
Ni siquiera la historia reciente de la actividad terrorista parece muy diferente. Según Europol, en la Unión Europea en 2006 han tenido lugar 498 ataques terroristas. De éstos, 424 fueron perpetrados por grupos separatistas, 55 por extremistas de izquierda y 18 por otros terroristas variados. Sólo 1 fue obra de los islamistas. Seguramente habría algunos intentos, frustrados por el fuerte control sobre la comunidad musulmana. Pero estas cifras revelan el amplio espectro ideológico de los terroristas potenciales de todo el mundo. ¿Es tan difícil pues imaginar a árabes -cristianos o musulmanes- encolerizados con Israel o por las constantes invasiones del imperialismo, la destrucción y las intervenciones que emplean el mismo tipo de actos terroristas y la guerra de guerrillas? La pregunta podría ser, en cambio, ¿por qué no pasó antes?
Cuando los grupos radicales acumulan los agravios en nuestra era globalizada, ¿por qué no debemos esperar que lleven su lucha al corazón de Occidente? Si el Islam odia la modernidad, ¿por qué esperó hasta el 11 de septiembre para lanzar su ataque? ¿Y por qué agrupó a los pensadores islámicos de principios del siglo XX para hablar de la necesidad de abrazar la modernidad, incluso mientras se protegía la cultura islámica? La causa de Osama Bin Laden al principio no era en absoluto la modernidad; habló de Palestina, de las botas estadounidenses sobre la tierra de Arabia Saudí, de los gobernantes saudíes bajo el mando estadounidense y de los cruzados modernos. Es destacable que no fuera hasta finales de 2001 cuando viéramos el primer hervor importante de ira musulmana sobre el propio suelo de Estados Unidos, en reacción a los hechos históricos acumulados y a las recientes políticas estadounidenses. Si no hubiera existido el 11 de septiembre habría ocurrido algo similar. Y aunque no hubiera existido el Islam como vehículo de resistencia, el marxismo sí, una ideología que ha engendrado innumerables terroristas, guerrillas y movimientos de liberación nacional.
Se pueden señalar la ETA vasca, las FARC de Colombia, Sendero Luminoso en Perú y la Facción del Ejército Rojo en Europa, por nombrar sólo unos pocos en Occidente. George Habash, el fundador del letal Frente Popular para la Liberación de Palestina era un cristiano ortodoxo griego y marxista que estudió en la Universidad Americana de Beirut. En una época en que el airado nacionalismo árabe coqueteó con el marxismo violento, muchos cristianos palestinos dieron su apoyo a Habash.
Los pueblos que resisten a los opresores extranjeros buscan estandartes para propagar y glorificar la causa de su lucha. La lucha internacional de clases por la justicia proporciona un buen punto de unión. El nacionalismo es incluso mejor. Pero la religión brinda el mejor de todos y atrae a los poderes más altos para proseguir su causa. Y la religión, en todas partes, puede servir incluso para apuntalar la cuestión étnica y el nacionalismo, especialmente cuando el enemigo es de una religión diferente. En estos casos, la religión deja de ser la fuente principal del enfrentamiento y la confrontación para ser su vehículo. El estandarte del momento puede desaparecer, pero los agravios permanecen.
Vivimos en una época en la que el terrorismo es a menudo el instrumento escogido por el débil. Ya bloquea el enorme poder de los ejércitos estadounidenses en Iraq, Afganistán y otros lugares. Y así Bin Laden, en muchas sociedades no musulmanas está considerado el próximo Che Guevara. No es ni más ni menos que la llamada al éxito de la resistencia contra el poder estadounidense dominante, el débil que devuelve el golpe, una llamada que trasciende al Islam o a la cultura de Oriente Próximo. Más de lo mismo, pero la cuestión permanece: si el Islam no existiera, ¿el mundo sería más pacífico?
Ante las tensiones entre Oriente y Occidente, el Islam agrega indiscutiblemente un elemento todavía más emocional, una capa más de complicaciones que cubren las soluciones. El Islam no es la causa de tales problemas. Puede parecer sofisticado buscar pasajes en el Corán que parezcan explicar «¿por qué nos odian?» Pero esto desprecia ciegamente la naturaleza del fenómeno. Es más cómodo identificar el Islam como fuente del problema; ciertamente es mucho más fácil que explorar el impacto masivo de la huella global de la única superpotencia del mundo. Un mundo sin Islam seguiría inmerso en la mayoría de las interminables y sangrientas rivalidades cuyas guerras y tribulaciones dominan el paisaje geopolítico. Si no fuera la religión, todos esos grupos habrían encontrado algún otro estandarte bajo el que expresar su nacionalismo y la exigencia de independencia.
Seguramente la historia no habría seguido exactamente el mismo camino. Pero el desastre, el choque entre Oriente y Occidente, seguiría siendo totalmente uno de los principales problemas históricos y geopolíticos de la historia de la humanidad: las etnias, el nacionalismo, la ambición, la codicia, los recursos, los líderes locales, el suelo, los beneficios económicos, el poder, el intervencionismo y el odio a extranjeros, invasores e imperialistas. Enfrentados con problemas eternos como éstos, ¿cómo no se va a invocar el poder de la religión? Recordemos también que casi todos los horrores de principios del siglo XX vinieron, casi exclusivamente, de regímenes estrictamente laicos: Leopoldo II de Bélgica en el Congo, Hitler, Mussolini, Lenin y Stalin, Mao y Pol Pot.
Lo europeos fueron quienes extendieron sus guerras mundiales, dos veces, sobre el resto del mundo, dos devastadores conflictos globales sin ningún remoto paralelismo en la historia islámica. Algunos hoy podrían desear un mundo sin Islam en el que estos problemas probablemente nunca hubieran llegado a producirse. Pero realmente los conflictos, las rivalidades y las crisis de ese otro mundo parece que no serían muy diferentes de las que conocemos hoy.
Publicado en Foreign Policy Ene-feb 2008
Texto íntegro en inglés: http://www.muslimbridges.org/content/view/861/37/
Graham E. Fuller, ex vicepresidente del Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA, encargado de previsión estratégica a largo plazo, actualmente es profesor adjunto de historia en la Universidad Simon Fraser de Vancouver (Canadá).
Carlos Sanchis, Juan Vivanco y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a los traductores y la fuente.