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XVIII Congreso del Partido Comunista Chino

¿Un tigre de papel?

Fuentes: Rebelión

El PCUS no resistió la perestroika. El PC cubano, con idas y vueltas, analiza con lupa la introducción de posibles reformas ante el temor a su impacto en la delicada gestión del poder. ¿Y el PCCh? Después de casi treinta años de política de reforma y apertura, introduciendo mercado, liberalización de precios, bolsa de valores, […]

El PCUS no resistió la perestroika. El PC cubano, con idas y vueltas, analiza con lupa la introducción de posibles reformas ante el temor a su impacto en la delicada gestión del poder. ¿Y el PCCh? Después de casi treinta años de política de reforma y apertura, introduciendo mercado, liberalización de precios, bolsa de valores, propiedad privada, legislación antimonopolio, etc., etc., se apresta a celebrar su XVII Congreso el próximo día 15 de octubre en Beijing, presentando la cifra de más de 73 millones de militantes. Según fuentes oficiales, solo el año pasado han ingresado en sus filas 2,6 millones de militantes, una vez rechazado el 85% de solicitudes de adhesión presentadas. ¿Cómo explicar esa aparente fortaleza del PCCh cuando la realidad económica y social de China perecen caminar en sentido contrario, al menos, al socialismo clásico?

Probablemente, en ello ha influido la definición precisa de los contenidos de la reforma, es decir, lo que podríamos llamar «desideologización» de la economía (lo que ahora Hu Jintao llama concepto científico de desarrollo) y la férrea voluntad de no abordar una reforma política que ponga fin al monopolio del poder ejercido por el PCCh. El gradualismo del cambio, la experimentación constante, la concepción estratégica del proceso, su éxito en términos globales, etc., han servido para que el PCCh pudiera legitimar ante la ciudadanía su liderazgo político, esta vez no en función de las proclamas igualitarias y revolucionarias de antaño, sino por su contribución al avance económico y social de sus más de 1.300 millones de ciudadanos.

Todo ello, no obstante, coexiste con múltiples contradicciones. Algunas, de gran calado, incorporadas al propio Partido en los últimos tiempos. La asunción de la teoría de la llamada «triple representatividad» ha llevado a las filas del PCCh a casi un millón de empresarios privados. Puede que el objetivo en ciernes sea evitar su autoorganización al margen del PCCh para disputarle el poder, pero bien puede ocurrir que, ya sea por acción propia o apoyando a los sectores internos más reformistas, acaben por erosionar el cualificado poder de que aún dispone el PCCh, marcando otro rumbo a la reforma. Por el momento, podría afirmarse que es la estructura del PCCh la que comanda el proceso y su voluntad en tal sentido no parece admitir fisuras: actualmente dispone de comités organizados en 178.000 empresas privadas, incluidas empresas extranjeras, con un aumento de su presencia organizativa en estos ámbitos del 80% en relación a 2002. No es un hecho ni mucho menos anecdótico, sino que alerta de la voluntad del PCCh de controlar y someter todas y cada una de las expresiones de poder que pudieran surgir en el proceso de reforma. Otro tanto podría afirmarse en lo territorial, donde los órganos centrales están librando una dura batalla para impedir que los nuevos potentados rurales se «adueñen» de sus estructuras.

Ese reconocimiento de las nuevas realidades existentes, esa presencia apabullante en todos los sectores, tiene su complemento en una generosidad cada vez más palpable respecto a los sectores independientes, a quienes procura atraer implicándoles en tareas de gestión, no ya a nivel medio, donde ya estaban habitualmente presentes, sino en los escalones más altos del aparato del Estado, incluyendo el propio Consejo de Ministros.

Por otra parte, se comprende que la confusión reinante ante tantas contradicciones (que en el pensamiento chino, paradójicamente, se expresan en términos de armonía natural) exija un robustecimiento ideológico cada vez más pronunciado y difícil. Aquí nadie piensa en cambiar de nombre ni en sustituir la hoz y el martillo por el puño y la rosa, por más que el interclasismo parezca sustituir a la vanguardia de la clase obrera. El repunte del estudio del marxismo o la intensa campaña librada contra la corrupción en los últimos tiempos, así como nuevas campañas orientadas a preservar cierta concepción del orden moral, rancia en muchos aspectos, anuncian lo que les espera a quienes se acercan al PCCh pensando en exclusiva en incrementar sus posibilidades de promoción profesional. En fin, todo sea por la «causa». El PCCh debe conocer los riesgos de que todo su andamiaje estético-político se venga abajo por reducirlo a una mera coreografía, vacía de identificación y compromiso con el proyecto que formalmente sigue defendiendo lo que parece ser la mayoría del PCCh, la construcción de un modelo de sociedad tan alternativa que tenga en cuenta las particularidades chinas.

Y esa, en esencia, es la naturaleza básica del proyecto chino. En apariencia es aceptación del cambio económico y exclusión de la reforma política; en realidad, nos hallamos ante una empresa de proporciones históricas y de fuerte contenido civilizatorio.

Los desafíos que en tal contexto debe afrontar el PCCh no son menores. A corto plazo, debe asegurar la estabilidad económica, introducir mayores dosis de justicia social, credibilizar el PCCh ante la sociedad y gestionar con mano izquierda los efectos de su emergencia en el orden internacional, procurando no inquietar a sus vecinos asiáticos. A medio plazo, la preservación de la soberanía nacional, el objetivo y epicentro del proceso de reforma en los términos actuales, deberá afrontar duras pruebas y superarlas con nota para que pueda consolidarse como el país (y el Partido) fuerte y poderoso que anhela y no en un simple tigre de papel.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (Casa Asia-IGADI) y autor de «Mercado y control político en China» (La Catarata, 2007).