Las páginas siguientes son una introducción a los ensayos sobre China que vienen a continuación, los que se explican por la cercanía del cumplimiento del 60 Aniversario de la Revolución China, a celebrarse el póximo 1º de Octubre. A diferencia de los textos que le siguen, este es el relato de una experiencia personal. Se […]
Las páginas siguientes son una introducción a los ensayos sobre China que vienen a continuación, los que se explican por la cercanía del cumplimiento del 60 Aniversario de la Revolución China, a celebrarse el póximo 1º de Octubre. A diferencia de los textos que le siguen, este es el relato de una experiencia personal.
Se trata de mi primera visita a la República Popular China. También era mi primera salida de Chile con un destino tan lejano, cruzando el inmenso Atlántico, atravesando media Europa hasta aterrizar en la neutral Zurich. Estábamos en plena Guerra Fría, en uno de sus momentos calientes, con la invasión norteamericana al Líbano y preparativos militares en el estrecho de Taiwan. Uno de los pocos aeropuertos internacionales desde el cual se podía saltar penetrar la Cortina de Hierro. Abordamos el pequeño avión estacionado lejos del embarque, junto a un puñado de pasajeros de trajes modestos, anticuados o típicos de sus etnias, eslavos, africanos, cobrizos, árabes o asiáticos. Desde Praga zarpamos en un vuelo de dieciséis horas en la primera nave comercial a reacción, un Tupolev soviético, cuya tecnología le pisaba los talones a la norteamericana. Tras breves escalas en Moscú y en las heladas siberianas de Sverdlov, Irkuks y Omsk, aterrizamos finalmente en Beijing.
No andaba solo. Mis compañeros eran José González, subsecretario general del Partido Comunista de Chile, ex dirigente sindical de las salitreras, Desiderio Millanao, sabio dirigente mapuche, pequeño propietario agrícola de Loncoche; y el autor, primer economista graduado, elegido para la Cámara de Diputados. Constituíamos la delegación oficial del P.C, invitada al 10º Aniversario del triunfo de la Revolución China. Junto a nosotros venían una treintena de delegados de más de 10 países latinoamericanos, representantes de los partidos europeos, entre ellos el italiano y el francés, de los partidos gobernantes de Europa Oriental, del PC de la URSS y de numerosos partidos comunistas de Asia, del Medio Oriente y de Africa. Algunas grandes figuras del movimiento comunista internacional de la época se hicieron presentes, Waldeck Rochet, de Francia, Luigi Longo de Italia, Dolores Ibarruri, formidable vocera de la resistencia antifranquista, Luis Carlos Prestes, el lider de la rebelión de los tenientes de Brasil, Vitorio Codovila, el polémico y cordial ex funcionario de la Tercera Internacional. El momento culminante fue la llegada de Nikita Kruschev cuya estadía fue breve y, por lo que supimos más tarde, bastante tormentosa.
Los latinoamericanos realizamos varias giras juntos por diversas ciudades y regiones del gigantesco país. Tuvimos tiempo y ocasión de conocernos más, de apreciar sus experiencias de lucha, en conversaciones e intercambios informales. Recuerdo especialmente a los camaradas uruguayos, derrochando simpatía y buen humor, entre ellos al fallecido Enrique Rodríguez, veterano periodista, cuyas atinadas observaciones me fueron muy valiosas. Nos encontramos con los delegados del Partido Socialista Popular de Cuba, encabezados por Aníbal Escalante, partido que más tarde se fusionó con el 26 de Julio y el Directorio Revolucionario para formar el nuevo Partido Comunista de Cuba. En ese momento todo el mundo tenía puestos los ojos en la recién triunfante revolución guerrillera. Los cubanos eran asediados con preguntas sobre lo que estaba sucediendo en la perla del Caribe, quienes eran Fidel Castro y el Che Guevara, hacia donde iba la revolución y cómo responderían frente a la reacción norteamericana. El trayecto por las nuevas grandes avenidas desde el aeropuerto hasta el aristocrático hotel Beijing, de estilo británico, fue inolvidable. Era media tarde, parlantes en todas las esquinas, el aire lleno de una música y coros desconcertantes a nuestros oídos, dejaba la sensación de haber desembarcado en otro planeta. Una tierra con sonidos, colores y olores diferentes. Seres humanos de rostros familiares para quienes como González y yo procedíamos del norte chileno, donde había una destacada colonia china. Por todas partes abundaba la alegría la sonrisa, la cortesía. Un ambiente festivo, con luces, banderas y guirnaldas, en edificios, calles y plazas. Era el Primero de Octubre, aniversario de la entrada a Beijing de las tropas victoriosas del Ejército de Liberación Nacional, dirigidas por Mao Tse Tung. El desfile popular, lleno de colorido, grupos folklóricos, dragones gigantes, figuras de serpientes, carros alegóricos, obreros con sus herramientas, soldados con sus fusiles, campesinos, hombres y mujeres, todo el mundo avanzando, bailando y cantando al compás de la música. El espectáculo duró horas mientras pasaban centenares de miles, si no más de un millón de manifestantes. La gente copaba las grandes avenidas y sus accesos. Luego, al anochecer el festival gigantesco de fuegos artificiales, cohetes, estrellas multicolores, figuras humanas de todas las dimensiones. Nunca volví a presenciar fuegos de artificio de tal magnitud variedad y calidad. Uno no podía sustraerse a la idea que estábamos en presencia de un pueblo entusiasmado con su revolución, unido, con una larga y continuada historia, una civilización rica y compleja, a pesar de la modestia y pobreza de sus habitantes.
El programa contemplaba una estadía de 30 días con recorridos por otras provincias, encuentros con las más altas personalidades políticas, charlas explicativas, visitas a museos y espectáculos artísticos. Fuimos al norte industrial en Wuhan y luego al sur, a las grandes ciudades de la costa, como Nanking, Shanghai, y Cantón. Las autoridades regionales y locales se esmeraban en que conociéramos todo lo posible. Obviamente la barrera del idioma era insalvable, dependíamos por entero de la primera hornada de jóvenes intérpretes que hacían con enorme esfuerzo sus primeras prácticas con el español, casi impotentes para traducir los dialectos de algunas regiones. Viajábamos principalmente en trenes y algunas veces en avión o buses. El recibimiento era cálido desde las adornadas estaciones, con todos los dirigentes haciendo fila para estrechar nuestras manos con delicadas reverencias. Las informaciones de los progresos económicos y sociales, después de un decenio de la revolución eran amplias, pero con poco tiempo para preguntas. Por las tardes las recepciones eran verdaderos banquetes, con un sinfín de platos de sabores sorprendentes. Al terminar de comer pasábamos a unos amplios salones donde nos esperaban sentadas jóvenes chinas, dispuestas a bailar entusiastamente los ritmos latinos que recién conocían, al compás de orquestas preparadas para la ocasión. Las muchachas vestían sus ropas de trabajo y así nuestras parejas eran policías de tránsito, estudiantes de ballet, enfermeras, obreras de la construcción, etc. Ante la decepción de los jóvenes latinos, el baile se terminaba exactamente a las 12 de la noche. No había posibilidad para citas u otros empeños.
Recorrimos varias zonas campesinas que estaban en aquel tiempo ocupadas en la organización de las comunas populares. El más interesado en el campo era nuestro compañero Millanao quien no podía salir de su asombro ante la pobreza y el atraso que observaba. Para él el socialismo tenía que ser una economía moderna y productiva. Por tanto, China no era un país comunista, puesto que no veía maquinaria ni técnicas modernas por casi ningún lado, la tierra se removía con arados de palo y para sacar agua de los pozos, a menudo eran humanos los que daban vuelta alrededor de la noria. Se veían muy pocos animales de tiro o caballos, sí burros y vacunos escuálidos. Los rindes de leche eran más bajos que en su tierra de Loncoche. Pero el entusiasmo laboral de los campesinos era impresionante. En las zonas rurales, por donde uno anduviera nunca se encontraba solo. A menudo encontrábamos a grupos descansando en sus rodillas, fumando. Cientos, sino miles de hombres y mujeres, se veían ocupados en la labranza, limpiando o construyendo canales de regadío, reparando caminos rudimentarios, transportando piedras o sacos de mano en mano. Se les veía contentos y volvían del campo cantando sus canciones típicas. Era visible una organización tradicional de trabajos colectivos cuya coordinación permitía una productividad que compensaba en parte la energía mecánica. En las aldeas no faltaba el dispensario para primeros auxilios o urgencias, las casas de ancianos, los escenarios para la ópera, los jardines infantiles. Todo limpio y ordenado, a pesar de la pobreza. Con notorio entusiasmo se trabajaba en la construcción de las pequeñas fundiciones de hierro y acero, parte principal de la campaña del Gran Salto Adelante, para la industrialización del país, fundiciones cuya baja productividad era materia de dudas y debates entre nuestros compañeros de viaje más experimentados.
Fuimos invitados en varias ocasiones a reuniones de células comunistas en las fábricas y talleres de las ciudades. Allí hablaban los obreros y contaban de las largas jornadas de trabajo que se auto imponían para cumplir las metas productivas. Los diez años transcurridos no habían pasado en vano, era evidente que el país estaba en marcha para modernizarse en todas las direcciones. Más tarde en la visita a la URSS y a Checoeslovaquia comprobamos que la construcción, la maquinaria y los productos fabriles eran los mismos que vimos en China. La colaboración de aquellos países con medios materiales, insumos, diseños, maquinarias y personal de ingeniería fue, sin duda, decisiva en los primeros años de la nueva China. Y la interrupción de esa colaboración trajo sus consecuencias. Conocimos también fábricas regidas por sus antiguos dueños, convertidos ahora en gerentes a sueldo de empresas estatales, luego de recibir indemnización e intereses a plazo, por la transferencia de la propiedad.
Pero la escasez de medios productivos era tal para las necesidades de centenares de millones que la industria del vestuario apenas podía fabricar un modelo de traje, en dos variantes de colores, azul y gris para los varones, chaqueta militar en el famoso estilo Mao. Eran los tonos predominantes en las calles, en los salones, en las aglomeraciones públicas. Las mujeres se vestían con más variedad, aunque la mayoría lucían pantalones, y no pocas usaban esos brutales zapatitos para achicar forzadamente el tamaño de los pies femeninos, signo de belleza, pero también de sumisión femenina, proveniente de la larga tradición feudal. Cuando caminábamos por las avenidas, nuestra presencia era objeto de curiosidad y motivo de risas entre los niños que apuntaban a nuestras enormes narices occidentales. Las campañas de sanidad pública como la lucha contra las plagas, ratones en las ciudades y aves depredadoras en los campos, eran seguidas por millones en todo el territorio. En los campos, jóvenes armados de palos impedían que las aves se posaran en los árboles. En los barrios las alcantarillas eran abiertas a determinadas horas donde los vecinos lanzaban pequeñas antorchas para exterminar los roedores. Era toda una demostración masiva del trabajo voluntario que había inaugurado la revolución bolchevique.
Conocer de cerca a los legendarios dirigentes de la revolución china fue una de las mayores experiencias de esa visita. Antes de llegar, muchos ya conocíamos en español no pocos escritos de Mao y en menor escala de Chou Enlai, o Liu Shaoqi. Con cada uno de ellos tuvimos entrevistas- entre ellos Zhu De, Dong Biwu, He Long,- que gozaban de gran prestigio por su contribución a la victoria militar, su lucha clandestina, o en la construcción de la Nueva China.
Así escuchamos una charla de Deng Xiaping, secretario general del PC, centrada en los problemas internos del Partido. Dio cuenta de la discusión que cruzaba en esos momentos sobre las comunas populares y el gran salto adelante. Deng nos comunicó de la resolución partidaria de condenar a Peng Dehuai, y a otros dirigentes por sus desviaciones derechistas. Peng Dehuai había alcanzado gran prestigio en la conducción de las multitudes de voluntarios chinos que contribuyeron a derrotar la ocupación norteamericana de Corea del Norte. Era considerado un héroe nacional y un político muy realista, por lo que resultaba incomprensible, para muchos conocedores de entonces, tales acusaciones. Un documento oficial del PCCH emitido en 1981, («Resolución sobre algunos problemas en la historia del PCCH») vino a reconocer como un error la condena a Peng Dehuai, pues se le hicieron acusaciones falsas por sus acertadas críticas a las comunas populares y el gran salto adelante. Se decidió rehabilitarlo y reconocer que había muerto a «consecuencia de la persecución durante la revolución cultural». (págs. 32 y 48)
Liu Shaoqi, casi el único dirigente canoso, nos llamó la atención porque a través de sus escritos publicados en nuestra prensa política, sabíamos que había estado a cargo de la organización del PCCH clandestino en las ciudades y también a cargo de las organizaciones sindicales, durante largos años. En ese momento era el Presidente de la República y gozaba de gran prestigio. Liu fue perseguido durante la revolución cultural igual que Deng, acusados de procapitalistas. Murió en aquellos años turbulentos, pero fue reinvindicado en 1981 con todos los honores.
Zhou Enlai era el Primer Ministro. Destacaba por su trato más desenvuelto que sus compañeros, reflejo de sus largos años de estadía en Francia. Había cumplido delicadas misiones políticas relacionadas con Chiang Kaisek para formar el frente único contra la invasión japonesa. Era un gran diplomático y representó a la República Popular en complejas negociaciones internacionales. Hablaba varios idiomas, se notaba una gran cultura a través de sus conversaciones. Tuvo la suerte o la habilidad de permanecer bajo la protección de Mao, que lo salvó de las intrigas de Lin Biao y de las mismas acusaciones que afectaron a sus otros compañeros.
Mao Zedong dedicó a los delegados de los partidos comunistas una charla de más de tres horas, en las que aprovechando las pausas de la traducción, bebía el té verde y fumaba sin parar. De ese encuentro quedó la foto de rigor. En la reunión Mao mostró una natural simpatía y sencillez. Más alto y robusto que la mayoría de sus compatriotas, se veía en buen estado físico, lo que le permitía efectuar sus famosas travesías a nado del Yantzé. En nuestras visitas a las aldeas comprobamos la devoción que los campesinos sentían por él, expresada en la infaltable fotografía en los hogares, rodeada de velas y adornos.
Lo más llamativo de su intervención fue su visión sobre la situación internacional. Usó a menudo su conocida expresión del «tigre de papel» y defendió su tesis de que no importaba que EE.UU. lanzara la bomba atómica sobre China, pues si bien podrían llegar a morir hasta 300 millones de chinos, todavía quedarían otros 300 millones que podrían derrotar al tigre de papel. Abogaba porque la Unión Soviética se opusiera por medios enérgicos a la invasión estadounidense a El Líbano, mientras simultáneamente China hostilizaba a Taiwan. Era muy difícil saber si toda este peligroso enfoque era verdaderamente un llamado a los países socialistas y a los partidos comunistas del mundo capitalista a echar por la borda los principios de la coexistencia pacífica o simplemente un recurso retórico por aparecer más a la izquierda de la URSS, como parte de la rivalidad entablada entre los líderes chinos y soviéticos por la hegemonía en la revolución mundial, diferencias por el papel de Stalin en la historia y por las formas de construir el socialismo entre otras materias.
La evaluación sobre el rol de Mao Zedong, hecha en el documento de 1981 «Algunos Problemas en la Historia del PCCH», fue altamente positiva. Quedó como saldo las grandes victorias alcanzadas por el pueblo chino, desde que Mao asumió la dirección del PC y el Ejército en 1935, tanto en la creación de la República Popular, en la transformación económica y social del país y en el mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo. Pero, a partir de 1958, se considera que Mao y algunos dirigentes, por engreimiento y autocomplacencia, exageraron el poder de la voluntad en el logro de metas inaccesibles, como la creencia de que el comunismo se iba a implantar, saltándose etapas históricas, con las comunas populares. Se admite que fue Mao quien desató la crítica errónea contra Peng Dehuai. También se estima que exageró el carácter de la lucha de clases, lo que alentó ataques injustos a sectores intelectuales y a dirigentes locales. («Los errores del camarada Mao Zedong…se tornaron cada vez más graves, su manera arbitraria de proceder fue perjudicando gradualmente el centralismo democrático del Partido y el culto a la personalidad fue acentuándose cada vez más») (pag 35) Se le juzgó responsable de la revolución cultural y sus negativas consecuencias. De ello se aprovecharon las camarillas conspirativas de Lin Biao y Jiang Qing, la última esposa de Mao, las que fueron condenadas judicialmente por sus delitos y crímenes. Pero Mao, alcanzó a contrarrestar sus fallas de los últimos años de su vida, se convenció del daño que hicieron estas fracciones y contribuyó a su desenmascaramiento. En definitiva, Mao termina altamente valorado, considerando que sus méritos fueron muy superiores a sus errores. En efecto el pensamiento de Mao Zedong es un aporte y una aplicación creadora de la obra de Marx y de Lenin, con un enfoque centrado en las particularidades del gigantesco país asiático.
Las impresiones de mi primera visita a China fueron en general muy positivas. La apreciación favorable del primer decenio de la República Popular fue coincidente con el emitido por el PCCH en 1981. También se puede compartir el juicio actual de los comunistas chinos sobre los errores políticos y económicos internos cometidos después de 1959, especialmente durante la Revolución Cultural.
Pero lo que queda aún por aclarar fue la política internacional del PCCH, a partir de la ruptura con el PCUS que afectó a la mayoría de los PCs del mundo. Ella tuvo tal encono que llevó hasta enfrentamientos armados entre pueblos hermanos y estados socialistas, como ocurrió en las fronteras con la URSS y Vietnam. Se acusó al PCUS de tendencia hegemónica, de intervención ilegítima en los asuntos internos de otros partidos, lo cual fue algo indiscutible en no pocos casos, como Hungría, Checoeslovaquia, Polonia, Japón, etc. Pero también el PCCH cayó en esa tendencia y su acción contribuyó a la división de los comunistas en numerosos y diversos países, entre los cuales uno de los más graves fue la India. El maoísmo, en su versión ultra izquierdista fue el pretexto teórico de movimientos como el de Pot Pol en Camboya o Sendero Luminoso en el Perú que desvirtuaron por completo los principios marxistas y leninistas. La política exterior de Beijing en los años 70, con respecto a los golpes y dictaduras militares en América Latina y en relación con sus víctimas, integrantes de las diversas corrientes de izquierda, incluyendo a los maoístas fue también poco clara. Osciló entre la neutralidad frente a los crímenes y la persecución a las fuerzas democráticas, denunciados y condenados en las NN.UU, hasta el cultivo de relaciones diplomáticas y comerciales con regímenes, como el de Pinochet en Chile. Hay que señalar, en todo caso, que la República Popular prestó una eficaz ayuda al Gobierno de Salvador Allende. Resultó también incomprensible el acuerdo de Shanghai entre Nixon y Mao de 1971, un viraje ostensible frente al tigre de papel, que resultó en perjuicio del pueblo vietnamita cuando éste se disponía a la batalla final para derrotar al imperialismo norteamericano.
En 1993, después de 34 años del aquel primer viaje, me correspondió visitar Beijing por segunda vez, junto a nuestro ex Secretario General del PC de Chile, compañero Volodia Teitelboim. Concurrimos invitados a realizar una breve visita, mientras atendíamos otra invitación de la República Democrática de Corea del Norte. El encuentro con los dirigentes del PCCH fue cordial y sirvió para reanudar las relaciones entre los dos partidos. En lo personal, encontré, naturalmente enormes cambios positivos a simple vista. Desde ver una juventud saludable, vigorosa y de mayor estatura, hasta comprobar el acelerado crecimiento urbanístico de la capital. Luego del gran viraje de 1978, la República Popular China se encaminó por una senda inédita, combinando los ideales del socialismo con la realidad de un país muy atrasado. Aunque rechazemos toda copia mecánica y servir de la estrategia de los comunistas chinos, estudiar esta notable experiencia, reconocer sus notables éxitos y avances, como también sus fallas o falencias, es imperativo para los pueblos de Asia, América Latina y Africa.