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Una nueva forma de entender el totalitarismo

Fuentes: Rebelión


Hasta ahora el capitalismo ha caminado en línea con la utopía del progreso pacífico interminable, procurando dejar en segundo plano la violencia, sencillamente porque no la considera rentable, pero difícilmente ha podido liberarse de ella. En sustitución, prioritariamente ha acudido a la racionalidad aparente y al arma económica, que no están exentas de violencia real. En cuanto a su particular sentido del progreso no es plenamente coincidente con lo que se entiende como progreso humano, ya que sus intereses colocan por delante el avance del negocio en el ámbito de lo mercantil. Como ha expuesto Nisbet, no hay límite para el progreso humano. La idea de progreso en el mundo occidental no es otra que la humanidad ha avanzado en el pasado, avanza actualmente y puede esperarse que continúe avanzando en el futuro. Este avance está dirigido a hacer realidad la libertad, la igualdad y la justicia, lo que supone la exclusión de cualquier régimen que las limite. Y en este orden, pese a sus proclamas, el totalitarismo es la manifestación moderna del antiprogreso humano. A tal fin se sacrifica cualquier cosa y si es preciso arrasar la libertad, la igualdad, la justicia y los derechos humanos sus empresas no dudan en liquidarlos en interés del beneficio. Lo que ya avanza el sentido sesgado que toma el progreso para el capitalismo. Aunque desde la época burguesa siempre ha promovido la defensa de los derechos humanos en interés del mercado, ya que ayudan a vender, hay que tomar con cautela sus buenos propósitos en cuanto colisionan con los del capital.

Se ha apuntado el papel que ha jugado el capitalismo en los totalitarismos del pasado siglo, de lo que se puede extraer que si observa posibilidad de negocio no se atiene a ningún principio ético ni de derecho. Por eso no ha dudado incluso en aliarse abiertamente con ellos si permitía obtener plusvalías a sus empresas. Lo que deja claro su propósito de crear capital a cualquier coste. Aunque el capitalismo imperialista de finales del XIX y principios del XX se propone como forma de expansión civilizada, no es plenamente efectivo porque se encuentra con las barreras fronterizas de los distintos Estados, lo que supone establecer límites para su proyecto. La fórmula del totalitarismo como expresión moderna del imperialismo de viejo cuño es vista como un procedimiento expansionista que rompe las fronteras en cuanto estas suponen trabas al desarrollo capitalista. No quiere esto decir que el capitalismo entrara directamente en la dinámica del totalitarismo, pero sí que se quedó a la espera de ver los resultados del experimento nacionalsocialista y fascista. Si se se aspira a la expansión, el uso de fuerza resulta ser un mal menor, siempre que no sobrepase ciertos límites. El problema del totalitarismo del siglo XX es que se excedieron de toda lógica y el capitalismo llegó al convencimiento de que no era este el camino para la expansión y tomó la senda pacífica hacia la construcción de un mercado universal.

Por otro lado, el principio hegemónico, basado en la superioridad consensuada de un Estado sobre otro, vino a tomar el relevo al colonialismo comercial y al imperialismo, tanto en su forma estatal como en la capitalista. Menos agresivo en términos de fuerza, ya que sustituye la violencia material por violencia intelectual y económica, pero obliga a reconocer su superioridad a los Estados débiles, ha resultado ser una vía que ha permitido obtener mejores resultados prácticos. Al amparo del modelo de Estado-hegemónico y de unos organismos internacionales encargados de controlar los distintos sectores de la actividad política, económica y social mundial, la presencia del capitalismo se ha hecho sólida y su influencia llega a todos los puntos del globo.