Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza
Independientemente del resultado de las negociaciones entre el recientemente elegido gobierno griego y los representantes del capital financiero europeo, el mero hecho de que la marejada de rabia del pueblo griego provocada por las medidas de austeridad neoliberales haya llevado al poder a un partido de izquierdas como SYRIZA merece ser celebrado por las víctimas de la austeridad del resto del mundo. Más que nada, la victoria electoral de SYRIZA demuestra claramente que cuando las personas se movilizan pueden cambiar las cosas.
Sin embargo, resulta necesario atemperar el entusiasmo por la victoria electoral de SYRIZA advirtiendo de un par de peligros. El primer problema es que si los movimientos anti-austeridad de otros países no consiguen instalar en el gobierno a sus representantes y no logran coordinar sus acciones de protesta con sus homólogos en Grecia, las promesas electorales SYRIZA se verán frustradas por el poder del capital financiero. La segunda preocupación es que los líderes de SYRIZA al mando del nuevo gobierno no parecen estar firmemente comprometidos con los cambios que prometieron a sus electores durante la campaña electoral.
De hecho, existen pruebas de que el gobierno del primer ministro Alexis Tsipras está tranquilizando a los acreedores sobre los importantes compromisos que dicho gobierno está dispuesto a asumir. Entre ellos se incluyen (a) el compromiso de permanecer en la Eurozona, lo que equivale a renunciar a una importante baza en las negociaciones, y (b) el compromiso a pagar la deuda en su totalidad, es decir, no a la condonación de la deuda.
A cambio de estos importantes compromisos, la ayuda que pide el gobierno de Tsipras es bastante modesta: lejos de recurrir a la presión de la calle, que fue la que les dio la victoria, y pedir un «recorte de la deuda», lo que está pidiendo el gobierno es básicamente un poco de espacio político para poder maniobrar; que le concedan «préstamos puente» con la esperanza de que dichos préstamos le den un cierto respiro y la oportunidad de alcanzar acuerdos a largo plazo con sus acreedores.
Una de las razones fundamentales para entender la postura moderada que mantiene el nuevo gobierno respecto a sus acreedores es que los líderes de SYRIZA al frente del gobierno son en gran medida reformistas y/o nacionalistas socialdemócratas, no revolucionarios o socialistas decididos a sacudir el sistema capitalista. Solo si sus electores mantuvieran viva y aumentaran la presión en la calle, estos líderes podrían obtener concesiones significativas de los representantes del capital financiero. Pero como semejante escenario revolucionario parece estar más allá de su perspectiva política/ideológica, han optado por concesiones temporales pequeñas o cosméticas, de la oligarquía financiera.
Pero aunque sea cierto que los líderes de SYRIZA no son revolucionarios idealistas, y que su compromiso de devolver la deuda griega en su totalidad se debe en gran medida a su visión del mundo capitalista, sigue siendo un hecho que, en ausencia de solidaridad internacional y apoyo por parte de las víctimas de la austeridad de otros países, sería extremadamente difícil para Grecia (o cualquier otro país en solitario) arrancar concesiones efectivas y significativas de los gigantes financieros internacionales, incluso si esos líderes mantuvieran sus promesas electorales.
No se trata solamente de Grecia, ningún otro país por si solo puede hacer frente a las fuerzas del capitalismo mundial y cambiar las reglas a favor de su población. Esto explica el fracaso o la derrota de los experimentos socialistas y/o socialdemócratas en países como la Unión Soviética, China, Vietnam, Suecia, Chile, Nicaragua y Cuba. Explica también porqué tantos regímenes nacionalistas, soberanistas y de izquierdas fueron derrocados por las fuerzas hegemónicas del capitalismo mundial después de la Segunda Guerra Mundial. Entre esas fuerzas de «cambio de régimen» no solo aparecen las intervenciones militares directas y los golpes de estado, también están incluidas acciones encubiertas y estrategias de «poder blando» como las revoluciones de colores, los golpes de estado «democráticos», las guerras civiles fabricadas, las sanciones económicas y similares.
Los guardianes de los mercados capitalistas/financieros mundiales no solo cambian regímenes «poco complacientes» en los países menos desarrollados, sino también en los países capitalistas centrales. Lo consiguen no tanto por medios militares sino haciendo uso de dos mecanismos sutiles pero eficaces: (a) elecciones artificiales, económicamente rentables, que se venden como expresiones de democracia; y (b) instituciones financieras y think tanks muy poderosos como el Fondo Monetario Internacional (FMI), los bancos centrales y las agencias de calificación crediticia como Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch Group.
La mala calificación crediticia por parte de estas agencias puede causar importantes estragos en su situación monetaria, financiera y económica en los mercados mundiales, condenando a su gobierno a hundirse y ser reemplazado. Así es como durante las turbulencias financieras de estos últimos años varios gobiernos han sido sustituidos en Europa. Entre ellos se encuentran el derrocamiento/la renuncia del primer ministro del Gobierno griego, Yorgos Papandréu en 2011 y el del Gobierno italiano del primer ministro Mario Monti en 2013.
Así pues, parece que los imperativos de la rentabilidad que dicta la austeridad neoliberal plantean alternativas difíciles para sus víctimas. Si deciden resistirse a las medidas de austeridad dictadas por los representantes institucionales del 1% financiero, es casi seguro que provocarán la ira de los mercados internacionales de capitales, los organismos internacionales como el FMI y la OMC y los propios bancos centrales. Por otro lado, si cumplen los requisitos de austeridad, no solo sufrirán dificultades económicas inmediatas sino también las medidas de ajuste para garantizar la prosperidad y el desarrollo económico a largo plazo.
Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer? ¿Qué conclusiones pueden sacarse de estas experiencias? ¿Existen alternativas a la agenda neoliberal global?
De lo anterior se deduce que para que la lucha anti-austeridad en Grecia y otros países resulte más efectiva y sostenible, tiene que extenderse del terreno nacional al internacional. Del mismo modo que en su lucha contra el 99%, las elites de la clase capitalista mundial desconocen los límites territoriales o nacionales, también las víctimas de la austeridad económica necesitan coordinar sus respuestas a nivel internacional.
Aislados y confinados dentro de las fronteras nacionales, los movimientos anti-austeridad ven limitada su defensa de los salarios, el empleo y el nivel de vida por las continuas amenazas de sanciones económicas, fuga de capitales y traslado de la producción. Un primer paso lógico que sirve como elemento disuasorio ante la estrategia del capital transnacional de chantajear a los trabajadores y las comunidades mediante amenazas como la de destruir o exportar los puestos de trabajo desplazando sus negocios a otro lugar, sería eliminar los factores que incentivan la deslocalización, la fuga de capitales y la tercerización. A tal fin, sería esencial equiparar el coste de la mano de obra a nivel internacional.
Esto implicaría adoptar los pasos necesarios hacia el establecimiento internacional de salarios y prestaciones, es decir, hacia la paridad de costes laborales dentro de una misma empresa y de un mismo sector comercial teniendo en cuenta (a) el coste de vida, y (b) la productividad en cada país. Una estrategia de este tipo reemplazaría la actual competencia a la baja entre trabajadores de varios países por políticas de negociación coordinadas que garanticen el interés mutuo y la solución de problemas a nivel global. Aunque esto pueda sonar radical, no es más radical que lo que la clase capitalista transnacional ha estado haciendo durante mucho tiempo: coordinar sus políticas de austeridad a nivel global.
Se sostiene a menudo que ante la constante y cada vez mayor sustitución de la mano de obra por máquinas y, por lo tanto, el cada vez menor peso/papel del trabajo humano en la producción, el hecho de sugerir alternativas laborales al dominio del capital resulta anacrónico.
Es verdad que en los países capitalistas centrales el porcentaje de mano de obra empleada en grandes empresas manufactureras y mineras ha disminuido en comparación con el número de trabajadores en las llamadas industrias de servicios. Pero esto no es más que la diversificación de la fuerza de trabajo, que sigue a la diversificación de la tecnología y de la actividad económica; y la conclusión de que ello representa una disminución del peso total o de la importancia de la clase obrera no se justifica.
El tipo de uniforme de trabajo, el llevar camisa o mono, o el que la remuneración recibida se denomine honorario o sueldo, no lo hace a uno más o menos trabajador asalariado que a otro. De hecho, las estadísticas sobre salarios y prestaciones de la fuerza de trabajo muestran que, de media, los trabajadores de oficina actualmente cobran menos y tienen menor seguridad económica que los trabajadores manuales/industriales tradicionales.
El crecimiento de las industrias de servicios también ha significado el aumento de trabajadores que solo cobran el sueldo mínimo y no tienen prestaciones. Hoy en día el gran número de trabajadores de las telecomunicaciones, el transporte, los bancos, los hospitales, el sector energético, etc., podrían paralizar la economía capitalista de manera tan eficaz como los trabajadores manuales del sector manufacturero.
Es más, los «profesionales» y los empleados asalariados como los profesores, los ingenieros, los médicos e incluso los directivos intermedios e inferiores se están convirtiendo cada vez más en trabajadores con honorarios y, por lo tanto, están pasando a regirse por las fuerzas de la oferta y la demanda del mercado laboral. Esta tendencia se está volviendo dominante, lo que significa que, en general, son cada vez más las personas que se incorporan a las filas de la clase obrera a pesar del relativo descenso de la ocupación en el sector manufacturero [1].
Más numerosa que nunca, la clase obrera puede influir, determinar y en última instancia dirigir la economía mundial si asume el reto (a) a nivel internacional, y (b) participando en coaliciones y alianzas más amplias con otros estamentos sociales que también luchen contra la austeridad neoliberal.
Como ya se ha señalado, mucha gente verá este tipo de propuestas como descabelladas o poco realistas. Ciertamente, estos no parecen buenos tiempos para hablar del internacionalismo de izquierdas, o de alternativas radicales al capitalismo. El actual panorama sociopolítico de nuestra sociedad parece sustentar esos sentimientos pesimistas. Los altos niveles de desempleo en la mayoría de los países y la resultante rivalidad entre trabajadores, combinados con la ofensiva de la austeridad a nivel mundial, han puesto a la clase obrera a la defensiva. La deriva de los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas europeos hacia la economía de mercado que se aplica en Estados Unidos y la erosión de su ideología, poder y prestigio tradicionales han generado desconcierto en los trabajadores europeos. El colapso de la Unión Soviética se cierne sobre el fantasma del socialismo. Todos estos acontecimientos han contribuido de forma comprensible a la confusión, la decepción y la desorientación de los trabajadores y las personas de izquierdas a nivel mundial.
Sin embardo, ninguno de estos acontecimientos adversos indica que no se pueda salir del statu quo . El capitalismo no es solo «destructivo», es también «regenerativo», como dijo Karl Marx. A medida que conquista mercados mundiales, universaliza el reinado del capital y altera las condiciones de vida de muchos, siembra simultáneamente las semillas de su propia transformación. Por un lado crea problemas comunes y preocupaciones compartidas por la mayor parte de la población mundial; por el otro, crea la condiciones y la tecnología que facilitan la comunicación y la cooperación entre esta mayoría de ciudadanos del mundo para plantear acciones conjuntas y soluciones alternativas.
La globalización de la producción, la tecnología y la información no solo han creado condiciones favorables para el internacionalismo del capital, sino también para los trabajadores y las fuerzas de base que están desafiando el control capitalista de sus vidas y comunidades. Aunque a menudo se oculten (y sean censuradas por las grandes corporaciones mediáticas), existen inconfundibles señales esperanzadoras de que las políticas de retroceso económico del neoliberalismo han comenzado a despertar a los movimientos de base y a los trabajadores de todo el mundo.
Aturdidos al principio por la terapia de choque y el vertiginoso ataque del neoliberalismo que deterioró sus condiciones de vida tras el colapso financiero de 2008, actualmente los ciudadanos europeos están desarrollando poco a poco poderosas campañas para detener la privatización de los bienes y servicios públicos patrocinada por los acreedores.
«En paralelo a la imposición de medidas de austeridad y privatizaciones, están surgiendo un sinnúmero de iniciativas de base que constituyen una auténtica contratendencia a esta nueva oleada de privatizaciones. Esta contratendencia va mucho más allá de la resistencia reactiva y pone de manifiesto una verdadera vía de avance para los servicios públicos de Europa. Así pueden surgir y desarrollarse con fuerza unos servicios públicos renovados, con una verdadera participación democrática. […] [b]ajo el lema de ‘Por una primavera europea’. El objetivo de esta serie de acciones, huelgas y manifestaciones era ayudar a conectar y multiplicar las resistencias locales en todo el continente» [2].
Los autores de este párrafo se refieren más adelante a como en París, por ejemplo, el proceso de transferencia de los servicios del agua de empresas privadas a los gobiernos municipales fue todo un éxito, que ahorró 35 millones de euros durante el primer año y mejoró la prestación del servicio. Tendencias similares de «remunicipalización» han aparecido en Alemania, Finlandia y Reino Unido, a medida que los gobiernos municipales recuperan la gestión de sectores como la energía, los bosques, el agua, el transporte, los residuos y el reciclado.
En España, a partir del movimiento de los indignados, han surgido varios colectivos populares, conocidos como «mareas ciudadanas», para luchar contra las medidas de austeridad y la privatización de los bienes y servicios públicos que promueve la Troika: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea. Entre ellas se incluyen la «marea azul» contra la privatización del agua, la «verde» en defensa de la educación pública, la «blanca», de la sanidad pública y la «naranja», de los servicios sociales.
En Portugal, la campaña ciudadana «Agua é de todos» presentó 40.000 firmas en marzo de 2013 «en contra de la privatización de la compañía nacional de agua». En Italia, en un referéndum anti-privatización que se celebró en junio de 2011, el 96% del electorado (unos 26 millones de personas) votó a favor de «derogar las leyes que fomentan la privatización de la gestión de las empresas públicas locales y de agua». Y en julio de 2012, «a raíz de una enorme presión popular, el Tribunal Constitucional italiano dictaminó que los intentos legales para volver a introducir la privatización de los servicios públicos eran inconstitucionales» [3].
En Atenas, Grecia, la campaña «Salvemos el agua griega» fue lanzada en julio de 2012 en contra de la privatización del agua y para «promover el control democrático de los recursos hídricos». Asimismo, en Tesalónica, la Iniciativa 136, un movimiento ciudadano, «está luchando contra la privatización de la empresa pública de agua y saneamiento y abogando, en su lugar, por la gestión social a través de cooperativas locales». El municipio de Pallini también «ha tomado la decisión de no permitir la privatización de sus reservas de agua». En términos generales, los ciudadanos y los sindicatos griegos (desafiando a menudo las políticas colaboracionistas de clase de la dirigencia burocrática) «han opuesto una fuerte resistencia a la privatización de los servicios de energía, telecomunicaciones e infraestructuras de transporte» (ibid.). Y la intensificación de las protestas anti-austeridad ha sido un factor clave para que SYRIZA llegara al gobierno tras los comicios de enero de 2015.
«Por una primavera europea» es un movimiento anti-austeridad que coordina acciones de protesta internacionales en toda Europa. En su declaración de objetivos afirma:
«El movimiento paneuropeo sigue creciendo y ‘Por una primavera europea’ utilizará su página web para difundir las nuevas movilizaciones, acciones, huelgas y protestas que están ayudando a construir una fuerza de oposición de base a las políticas injustas y antidemocráticas impuestas por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo, alias la Troika» (http://corporateeurope.org/eu-crisis/2013/02/european-spring ).
El internacionalismo no es un dogma inventado por Marx, sino el reconocimiento del desarrollo de las leyes del capitalismo, de las leyes de la acumulación de capital como «valor auto-expansivo» que no tiene en cuenta los límites físicos, geográficos o nacionales. Puede resultar de interés la comparación entre las primeras etapas del desarrollo del capitalismo a nivel nacional y su posterior expansión a nivel internacional. En sus etapas iniciales de desarrollo, el capitalismo consolidó y centralizó todos los pequeños estados, principados y señoríos feudales en estados-nación con el fin de crear un contexto más amplio para el desarrollo de las fuerzas productivas.
Hoy está teniendo lugar una consolidación similar de los mercados a nivel internacional. Así cómo en las primeras etapas del capitalismo, los estados-nación facilitaron la consolidación de mercados nacionales estableciendo monedas nacionales, legislación mercantil nacional, leyes impositivas nacionales y demás, en la actualidad desempeñan una tarea parecida a través de organizaciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial, la Unión Europea, la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el Banco de Pagos Internacionales, el cual representa el cártel bancario internacional no oficial.
Los trabajadores y las organizaciones de base necesitan moverse de la esfera nacional a la internacional, lo mismo que en su día pasaron del nivel local y/o artesanal del capitalismo temprano al nivel internacional actual. El hecho de que los intentos previos de solidaridad obrera internacional fracasaran no significa en absoluto el fin de la necesidad de dicha solidaridad.
Notas
[1] Sobre este asunto ver, por ejemplo, Harry Braverman, Labor and Monopoly Capital, Nueva York: Monthly Review Press 1974; Michael Yates, Why Unions Matter, Nueva York: Monthly Review Press 2009; Michael Zweig, The Working Class Majority, Ithaca, NY: Cornell University Press 2012.
[2] Zacune, J. et al, «Privatizando Europa: La crisis como tapadera para consolidar el neoliberalismo», Documento de Trabajo. Amsterdam: Transnational Institute, marzo de 2013. [En línea].
[3] Ibid.
Ismael Hossein-zadeh es Profesor Emérito de Economía (Drake University). Autor de Beyond Mainstream Explanations of the Financial Crisis (Routledge, 2014), The Political Economy of U.S. Militarism (Palgrave-Macmillan, 2007), y Soviet Non-capitalist Development: The Case of Nasser’s Egypt (Praeger Publishers, 1989). Ha colaborado además en Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion (AK Press, 2012) .
Fuente: http://www.globalresearch.ca/greece-alone-cannot-do-it-austerity-victims-of-the-world-unite/5432788