Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
No se entiende el porqué. O tal vez el porqué esté bien claro, pero es demasiado repugnante para creérselo.
En una ciudad como Kabul, de más de cuatro millones de habitantes, durante hechos violentos como el de hoy no existe la mínima posibilidad de coordinar los recursos de quienes ejercen actividades sanitarias y se ocupan de heridos civiles. Resulta que buena parte de los pacientes es conducida en medios militares al único hospital militar de la ciudad: militares afganos y de ISAF acordonan las zonas afectadas y a las ambulancias civiles no se les permite ni siquiera entrar.
Se impidió entrar al hospital militar de Kabul a representantes del propio ministerio de Sanidad afganos, por lo que sólo el ministerio de Defensa ha podido informar del número de víctimas civiles.
Tras el trágico atentado de hoy, además de llorar la muerte de algunos jóvenes italianos, deberíamos llorar la muerte y el pésimo tratamiento que han recibido algunas decenas de pacientes afganos a los que han transferido a la fuerza al centro sanitario del ejército, que sólo en ocasiones como esta se acuerda de que puede tratar también a civiles. Si el motivo fuera la posibilidad de garantizar un tratamiento mejor, sería comprensible; sin embargo, el verdadero motivo, no muy oculto, es que así se puede «interrogar mejor» a los pacientes. En el Afganistán democrático lo importante no es lo herido que estés, sino lo útil que resultes para las pesquisas.
El centro quirúrgico de Emergency en Kabul recibe a diario a decenas de heridos que vienen de todas las provincias cercanas, pero cuando una bomba explota a 500 metros del hospital a los pacientes se les niega la posibilidad de ejercitar el derecho a recibir cuidados. Por razones que uno que se dedica a la actividad sanitaria, como yo, encuentra difíciles de entender.
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