Los aviones no tripulados generan antipatía en todo el mundo, salvo en el país que recurre a esa tecnología con regularidad: Estados Unidos. Una encuesta del centro de investigaciones Pew indicó que 62 por ciento de los consultados aprobaron su uso y apenas 28 por ciento se opusieron. Según escribieron Nick Turse y Tom Engelhardt […]
Los aviones no tripulados generan antipatía en todo el mundo, salvo en el país que recurre a esa tecnología con regularidad: Estados Unidos. Una encuesta del centro de investigaciones Pew indicó que 62 por ciento de los consultados aprobaron su uso y apenas 28 por ciento se opusieron.
Según escribieron Nick Turse y Tom Engelhardt en su aterrador libro «Terminator Planet» (Planeta Terminator), los aviones no tripulados forman parte de la excepcionalidad estadounidense. Fueron introducidos a fines de los años 90 para realizar operaciones de vigilancia en el conflicto de Kosovo, y enseguida se volvieron un importante elemento del dominio aéreo estadounidense.
Como señalan ambos autores, aun antes de la introducción de esa tecnología, la superioridad aérea de Estados Unidos era tal que el secretario (ministro) de Defensa, Robert Gates, pudo decir en un discurso en 2011 que este país no había perdido ni un avión y ni un soldado en ataques enemigos en 40 años.
Con la persistente crisis económica presionando sobre el recorte de gastos del Departamento (ministerio) de Defensa, esta tecnología se volvió un método de bajo costo para preservar el dominio militar y el estatus del país como única superpotencia mundial.
Como señaló Engelhardt, los aviones no tripulados son una parte integral de la «preservación del imperio con pocos recursos y a hurtadillas, vía la CIA» (Agencia Central de Inteligencia).
Pero la tecnología también desempeñó un papel clave al extender la tradición de excepcionalidad estadounidense. El gobierno de Barack Obama, que heredó el programa antiterrorista de su predecesor, amplió el uso de aviones no tripulados para matar a dirigentes de la red extremista Al Qaeda y a líderes del movimiento islamista afgano Talibán.
«No más paraguas con puntas envenenadas, como en pasadas operaciones de la KGB, ni cigarrillos tóxicos, como en las de la CIA. No ahora que los asesinatos pasaron al cielo como actividad cotidiana a lo largo del año», escribió Engelhardt. La KGB es el acrónimo de la agencia de inteligencia de la hoy disuelta Unión Soviética.
Estados Unidos se atribuyó el derecho de perpetrar esos asesinatos fuera de zonas de guerra ante la opinión pública, informes de la Organización de las Naciones Unidas y el derecho internacional.
En la colección de ensayos que originalmente aparecieron en el sitio de Internet TomDispatch, Nick Turse ofrece una cartografía integral del nuevo mundo de aviones no tripulados creado por el Pentágono y la CIA.
Los dispositivos llamados Reapers, Predators y Global Hawks despegan de la base aérea de Al-Udeid, en Qatar, de las de Incirlik, en Turquía, y Sigonella, en Italia, y desde otros lugares nuevos en Yibutí, Etiopía, Seychelles, Afganistán, y ahora incluso otros en Asia.
El ejército depende cada vez más de esta tecnología. Uno de cada tres aviones militares son robots. En 2004, los Reapers volaron 71 horas. En 2006, la cantidad aumentó a 3.123. Y en 2009, el tiempo de vuelo llegó a las 25.391 horas.
Los aviones no tripulados surgen como una alternativa atractiva con la fuerza de tierra atada a las operaciones en Afganistán, con los movimientos contra las bases cuestionando las grandes concentraciones de soldados estadounidenses en el extranjero y con los políticos de Washington tratando desesperadamente de recortar el presupuesto nacional.
«Nos dirigimos hacia una mayor deslocalización de la guerra hacia cosas que no pueden protestar, no pueden votar con sus pies (o alas) y para los que no hay ‘frente interno’ ni siquiera hogar», observa Engelhardt.
La antipatía mundial hacia los aviones no tripulados procede en gran parte de su falibilidad. Los pilotos y los vigilantes cometen varios errores, viendo imágenes desde la seguridad de las bases de Estados Unidos, y terminan matando muchos civiles, varios cientos solo en Pakistán, entre los que se cuentan unos 200 niños y niñas.
Hasta ahora, los ciudadanos estadounidenses son inmunes a esas consecuencias, pues el gobierno de Obama les aseguró que esos dispositivos extirpan el cáncer mediante un proceso quirúrgico que deja el tejido circundante sano.
Además, Estados Unidos sigue manteniendo una gran ventaja tecnológica en la investigación y el desarrollo de estos dispositivos.
El riesgo de ataques contra su territorio sigue siendo bajo, pese a que el gobierno de George W. Bush (2001-2009) justificó su ataque a Iraq, en parte, diciendo que el presidente Saddam Hussein (1937-2006) tenía armas de destrucción masiva que podía utilizar contra Estados Unidos utilizando aviones no tripulados.
Pero los ataques con esta tecnología generaron un enorme sentimiento antiestadounidense, como indica la encuesta de Pew. El fallido atentado de 2010 en Times Square, en Nueva York, estuvo motivado, en parte, por ataques con aviones no tripulados en Pakistán.
Además, países como Israel, Rusia, China, e incluso Irán, entraron en el negocio. Es cuestión de tiempo antes de que Estados Unidos pierda su dominio en el mercado.