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Vivir y morir en Indonesia

Fuentes: Rebelión

Trata de no sumar. Ha pasado tiempo desde la catástrofe producida por el maremoto, pero los gritos y quejidos de los heridos aún agobian a quienes no están acostumbrados al sufrimiento y temen las próximas epidemias de malaria y dengue. Este cirujano, que ya no tiene en la manga un espacio limpio de sangre para […]

Trata de no sumar. Ha pasado tiempo desde la catástrofe producida por el maremoto, pero los gritos y quejidos de los heridos aún agobian a quienes no están acostumbrados al sufrimiento y temen las próximas epidemias de malaria y dengue. Este cirujano, que ya no tiene en la manga un espacio limpio de sangre para quitarse la transpiración, los ayes de los pacientes no logran distraerlo. Hay que endurecerse para ser buen cirujano, estar atento a lo que se hace, a la inesperada improvisación. Hay que olvidar al paciente, le aconsejaba su buen profesor: «ellos no quieren que llores con ellos, ellos quieren que les soluciones el problema; hay que ser frío y efectivo como un robot, olvidar al paciente en beneficio del resultado». Circunstancialmente, este cirujano ocupa la jefatura de esta espontánea sala de operaciones, donde la confusión es la norma y segundo a segundo entran cuerpos traídos en vilo o cargados sobre espaldas por gente que ayuda sin que se lo pidan, soltando al descalabrado y retirando al rehabilitado sin saber dónde lo dejarán; en las veredas, que se las arreglen, y tengan la suerte de que un familiar los halle. Los muertos se tiran en la plaza, allí los recogen en camiones y se los llevan… Y la historia de un país devastado y corrupto, con pilas de cadáveres para alegría de moscas y perros hambrientos, continúa. El cirujano trata de no llevar la cuenta y hacerle caso a su buen profesor. En su momento le discutió el concepto argumentando alguna tontera pero ahora sabe que el tonto era él. Pide los instrumentos y actúa, el piensa que en vez de actuar, ejecuta; y aunque estos términos pueden ser sinónimos, en este desorganizado centro de operaciones el significado es otro, así que se distrae pensando en su novia vestida de gala para el festival balinés de Galungan, celebración en la que los dioses bajan a la tierra para unirse a la alegría de la gente. No han bajado, no hay alegría. Debería existir una fiesta en la que otros dioses bajaran para unirse al dolor de los pueblos, piensa, y trata de no sumar, pero suma. Su novia hace dos meses había ganado una beca para investigar el HIV en un importante centro de Francia, ella le había rogado que la acompañara, y se pusieron de acuerdo, ya él se ubicaría en algo, por lo pronto estaba haciendo un curso acelerado de francés; partirían felices. Se quita la transpiración con la manga ensangrentada y ve al médico de la brigada china que también lo mira coincidiendo en el descanso de la respiración. El ingreso y egreso de heridos es interminable. A falta de camillas usan un tablón sostenido por listones y cargan tres, cinco cuerpos; o de hombro a hombro cruzan una viga de la que cuelgan bolsas con muertos. El ruido ambiente sube el volumen, toma conciencia de los gritos y ayes de dolor. El pesado olor a muerte lo hace trastabillar, entonces recuerda a su buen profesor y se convierte en un frío robot; abre y cierra las manos con fuerza para revitalizar los dedos, muestra la palma abierta y le depositan la sierra que había pedido afilaran porque el mucho uso la había desgastado. Mira a la niña apenas anestesiada; porque falta anestesia, suero, vacunas, falta todo, vendas, alcohol, agua, falta agua y él tiene sed, lo mismo que la niña que lo está mirando y él mira a los ojos y se da cuenta de que ella sólo está pendiente de él. Él ve en futuro y deduce que las condiciones en las que ella quedará los traficantes sexuales seguirán de largo; la salvará para que mendigue, si eso es salvarla. Pide que la agarren fuerte de las extremidades. Se desmayará en el primer dolor, como todos, y podrá amputarle las piernitas para evitar la gangrena. Suplica que el mar no haya hecho sufrir a su novia, que se la quede, si es que la devolución es en pedazos descompuestos; la recuerda hermosa, vestida de gala para el festival balinés. Por defecto profesional, suma. Con ésta ya son cincuenta amputaciones. Ejecuta, ahora que la niña se ha desmayado, luego de un grito agudo y salvaje que le atraviesa los tímpanos y llega al sordo cielo.