Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El alma podrida del establishment político occidental nunca queda más expuesta que cuando se trata del tema de Palestina. Es donde la hipocresía, los dobles raseros y la cobardía política se muestran en su grado más extremo.
Es suficientemente malo que el pueblo palestino haya sido obligado a sufrir una negación de sus derechos humanos, naturales y nacionales durante décadas. La injusticia que sufren se multiplica por diez por la complicidad de Occidente en la negación de su estatus legítimo de pueblo oprimido que lucha contra un opresor cruel y vengativo. Si despojamos esta lucha de las florituras y la ofuscación que se han permitido para distorsionar sus perfiles, hallaremos la raíz del problema y el sufrimiento bíblico que ha fluido y sigue fluyendo de ella.
Este conflicto no ha tenido que ver, y nunca lo ha tenido, con el derecho de Israel a existir o con su seguridad. No tiene tener que ver, y nunca lo ha tenido, con Hamás o su Carta. Ni siquiera tiene que ver con una solución de dos estados o de un estado, por lo menos ya no tiene que ver. Se trata de si nos ponemos de parte de un pueblo oprimido o de su opresor.
En ese sentido debemos agradecer a Malcolm X por lavar la mierda de nuestros ojos: «Si no tenéis cuidado, los periódicos lograrán que odiéis a los oprimidos y améis a los que los oprimen».
Que no quepa ninguna duda, la tendencia política dominante y su coro mediático saben exactamente lo que pasa en Palestina y tienen perfecta conciencia de su origen. Pero a pesar de todo siguen brindando a Israel su apoyo generoso e inquebrantable. Lo que es más, doblan la rodilla ante ese estado de apartheid.
Los desesperados actos de violencia de las últimas semanas en Jerusalén y en toda Cisjordania ocupada -sobre todo en la forma de acuchillamientos y actos de violencia aleatorios contra cualquier israelí en cualquier sitio- no denotan maldad por parte de los responsables-, sino que tales actos revelan la medida de la desesperación que los palestinos han sufrido y siguen sufriendo como resultado directo de su opresión. La suya es una respuesta extrema pero comprensible ante la brutal negación de su dignidad, derechos e incluso humanidad a manos de un Estado que nunca los ha visto como otra cosa que una mosca inconveniente en la leche de su Estado puro étnico y «religiocéntrico» que debe ser aplastada y aplastada repetidamente.
La crueldad antojadiza, sistémica y sistemática sufrida por todo un pueblo sigue la lógica atroz de la campaña de limpieza étnica que dio origen a Israel en 1948. Describe una enfermedad moral que, en realidad, se ha hecho cada vez más aguda en las décadas desde entonces.
Una Tercera Intifada es una evidencia incontrovertible del fracaso abyecto de la comunidad internacional en la tarea de imponer una solución justa para un pueblo cuyo abandono es un crimen, consignado a una suerte similar a la de los aborígenes australianos y los americanos nativos, con los mejores que han esperado ha sido vivir en una reservación indígena.
La obstinada negativa de los palestinos a aceptar un destino semejante, incluso ante la presión brutal e incesante para que cedan, describe un nivel de tenacidad ininterrumpida que ha sido hercúlea en su alcance. Porque por dura que sea su resistencia no es nada en comparación con la opresión que la ha provocado.
La prisión encierra a los guardas tal como hace con los reclusos y las cadenas que encadenan a los palestinos también encadenan al pueblo de Israel. No pasa ni un minuto en un día dado sin que la palabra Palestina o palestino no invada su conciencia -aunque lamentablemente no la conciencia de la mayoría- recordándoles un pueblo que se mantiene erguido, a pesar de su empobrecimiento, a solo unos kilómetros de la opulencia que dan por entendida. El odio del otro se vale del odio de sí mismo e Israel es un ejemplo de que la proyección del odio a escala nacional consume poco a poco los fundamentos mismos de la nación en cuestión.
Terrorismo y terrorista son las palabras más cargadas de valor en nuestro lenguaje actual. Las utilizamos para identificar la violencia de los que denigramos y cuya causa consideramos indigna e injusta. Como tales no existe algo como un terrorista palestino o terrorismo palestino. Lo que existe, y en abundancia, es desesperación palestina y desesperanza palestina. Los ataques a civiles israelíes son algo horrible. Sin embargo, para un pueblo al que se le niega sistemáticamente su propia humanidad se han convertido en lo único que queda para atraer la atención de una comunidad internacional cuyo silencio es un arma letal en manos de su opresor.
La campaña BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) es la mayor y más efectiva arma en el arsenal de la solidaridad internacional con los palestinos. Desde comienzos pequeños y marginales en 2005, la BDS ha crecido exponencialmente hasta el punto que ahora provoca temor en el corazón de Israel y es el único lazo salvavidas al que se sujeta el pueblo de Gaza y que vive en toda Cisjordania. Su continuo crecimiento y efectividad es por lo tanto una condición no negociable de la lucha contra la intransigencia de Israel y la hipocresía de Occidente, sin las cuales el statu quo habría terminado hace mucho tiempo.
Hemos dejado atrás la etapa en la cual la objetividad era una respuesta aceptable al apartheid, la limpieza étnica y el monumento a la injusticia erigido en nombre del «excepcionalismo». La causa del pueblo palestino es la causa de la humanidad en nuestra época.
John Wight es autor de una memoria políticamente incorrecta e irreverente de Hollywood, Dreams That Die, publicada por Zero Books. También ha escrito cinco libros, disponibles en Kindle eBooks. Podéis seguirlo en Twitter en @JohnWight1
Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/10/23/israel-and-the-rotten-soul-of-the-west/