En esta nota me ocuparé de tres temas bien diferentes. En primer lugar, lo que siempre considero más importante: tratar de comprender la actitud de los que mandan en el país. Entender su lógica, intentar prever alguno de sus pasos. En estos días verlos y oírlos causa estupor. Pensar en entenderse con la elite de […]
En esta nota me ocuparé de tres temas bien diferentes.
En primer lugar, lo que siempre considero más importante: tratar de comprender la actitud de los que mandan en el país. Entender su lógica, intentar prever alguno de sus pasos.
En estos días verlos y oírlos causa estupor. Pensar en entenderse con la elite de poder es casi imposible.
Usted recuerda, amigo lector, al «Rey» que comandaba a los invasores en la película «Marcianos al ataque». La imposibilidad de Jack Nicholson de entenderse con aquél homúnculo malvado, es la misma que uno siente oyendo a Batlle o a Alfie hablando del excelente estado en que esta administración deja al país, del ciclo de prosperidad que ellos han iniciado, de los beneficios inauditos que tendrá Uruguay a partir del 2005, gracias a ellos. Por favor, Alfie, páseme la comunicación con el marciano que me entiendo mejor.
Manejando caprichosamente algunos indicadores, que se comparan con los datos del subsuelo estadístico del 2003, desparraman júbilo por la recuperación económica del país. Y lo hacen como si la población no fuera el país.
Se permiten ignorar lo que cualquier persona percibe teniendo los pies en la tierra. La casi triplicación de la población carcelaria en los adultos, el crecimiento de los hombres de más de 50 años que «atentan contra la propiedad» por primera vez en su vida, el crecimiento exponencial del número de menores detenidos por delitos violentos, la duplicación de la pobreza. Y el estado de inseguridad general que en que viven la inmensa mayoría de los uruguayos. Esa es la herencia de los Bensión, los Alfie, los Lacalle, los Sanguinetti y los Batlle y todos sus respaldos partidarios.
La desigual distribución de la seguridad
En un texto recuperado recientemente, Michael Foucault sostiene:
«Se puede decir, finalmente, que el lema del liberalismo es: ‘vivir peligrosamente’. ‘Vivir peligrosamente’, es decir, que los individuos estén perpetuamente en situación de peligro o, más bien, ellos son condicionados para que experimenten su situación, su vida, su presente, su futuro como siendo portadores de peligro.
En fin, por todos lados encontrarán esta estimulación del miedo al peligro que es, de alguna manera, la condición, el correlato psicológico y cultural interno del liberalismo.»
Por supuesto que, esto lo agrego yo, las clases altas se ocupan muy bien de atenuar al máximo el peligro propio, aumentando el ajeno lo que se expresa entre otras cosas en los cambios hacia el apartheid que experimenta la ciudad y la aparición de las zonas de seguridad reforzada.
La conducta «antidemocrática» de Tabaré
Si no nombra directores blancos y colorados en los Entes, dicen a coro Sanguinetti y Lacalle, Tabaré estará violando la Constitución. Es falso. La Carta pide la venia del Senado concedida por dos tercios. Si no los tuviera (hipótesis más que dudosa sería un tan generalizado ascetismo por parte de senadores blancos y colorados que no votarían venías a cambio de cargos) después de un lapso, alcanza con la mayoría simple, de la ya que dispone la NM.
Por lo demás, en materia de respaldo electoral, al menos en el último medio siglo, nunca existió un presidente electo directamente por la ciudadanía, con una mayoría tan contundente como Vázquez. En Latinoamérica sólo se conoce un caso similar que son los contundentes respaldos populares con que cuenta, cada vez más el Presidente de Venezuela Hugo Chávez.
Veamos: en 1950 fue electo presidente el colorado Sr. Martínez Trueba, con el 19.5% del total de votantes. Apenas asumió se empeñó en reformar la Constitución y lograr la instalación de un régimen colegiado.
En 1954, el colorado Batlle Berres fue elegido presidente del Consejo de Gobierno con el 28.9% del total. Toda una victoria.
En 1958, los blancos herreristas, aliados a Nardone, alcanzaron el mismo cargo con el 24% del total de los votantes.
En 1962, la UBD alcanzó la presidencia del Colegiado con el 27% de los votos.
En 1966, el colorado General Gestido, obtuvo la Presidencia (unipersonal ahora) de la República con el 21.3%. El mismo año que asumió, y pese al escaso apoyo directo que obtuvo, implantó dos veces las Medidas Prontas de Seguridad y cientos de sindicalistas fueron presos por sus decretos.
Con ese 21% rabón, después de muerto Gestido, Pacheco gobernó cuatro años más a sangre y fuego, encarcelando gente y clausurando radios y diarios. Antes de finalizar su período puso en manos de la Junta de Comandantes en Jefe la llamada «lucha contra la subversión». Lo había votado uno de cada cinco electores.
Con un porcentaje apenas algo mayor, 22.5%, del total de electores, Bordaberry implantó la «justicia militar», cambió la Constitución creándole a los militares el el COSENA y luego cerró el Parlamento, nombrando un Consejo de Estado trucho.
Fíjese usted: Tabaré ganó por más del 50%, todavía no empezó a gobernar y ¡ya lo acusan que querer ejercer un gobierno autoritario!
Lecturas eran las de antes
Debo responderle a dos lectores que me preguntaron, casi simultáneamente, lo mismo: ¿qué leían los sindicalistas, los jóvenes, los revolucionarios en los años 60?
Por consideración a esos lectores, uno de ellos me escribe desde Caracas, y porque creo que tiene cierto interés para los frenteamplistas que tienen hijos jóvenes y adolescentes, pergeño estos recuerdos, así como van saliendo.
Yo había escrito en La República que una parte de la prodigiosa capacidad de conductor sindical de León Duarte provenía de su cultura sobre el movimiento obrero, su conocimiento de las luchas de la Comuna de París, primer gobierno obrero de la historia, su lectura de Emilio Zola, su admiración por la CNT, Durrutti y el movimiento anarquista español durante la guerra civil. Su lectura crítica de Lenin, el del «Estado y la revolución». Su lectura, también crítica, de Bakunin.
Pero, los caminos por los cuales un hombre forma sus convicciones éticas y políticas es siempre difícil de desentrañar. Conocí gente que se hizo de izquierda leyendo a Antonio Machado. Y en los 60 a todos nos marcaron los textos del Ché.
Por entonces, Gerardo Gatti me prestó las obras completas de Vallejo. Se sabía poemas enteros de memoria. «Pedro Rojas» y «Si España cae, digo, es un decir, …» Fue un gran lector del novelista chileno Manuel Rojas, el de los «Oscuros días radiantes», de Circe Maia y de Idea Vilariño. Todos leímos con devoción a Isaac Deutscher
¿Qué pasa hoy con aquellas obras?
Una parte de la buena literatura de izquierda, que en los 60 se conseguía fácilmente en ediciones mejicanas, cubanas o argentinas, ha sido sistemáticamente saboteada por las grandes editoriales: casi no se publican obras de la literatura de la resistencia antinazi en Alemania (Anna Seghers, Walter Benjamín, las obras políticas del propio Brecht).
No se consiguen las obras de los grandes escritores antifascitas italianos como Natalia Guinzburg (Querido Miguel, Las pequeñas virtudes), Carlo Levi, (El Cristo se detuvo en Éboli), Ignacio Silone (Vino y Pan). (Y después del derrumbe hasta cuesta conseguir obras de Marx y de Lenin. Ni hablar del gran Trostky, doblemente perseguido por el fascismo y el stalinismo.)
Tampoco se encuentra libros de crítica literaria marxista de un pensador como George Luckacs, que vio como nadie la importancia de leer a Balzac, a Dostowiesky y a Tolstoi en términos de realismo crítico y como constatación del arraigo infinito de las ideologías.
Con Dostowieski, que mi madre, trabajando desde los 13 años en una fábrica, había leído y releído, me temblaban las manos leyendo Los Hermanos Karamazov y, por primera vez, me topé con una descripción a fondo del «perro negro de la miseria humana» lo que me ayudó a entender también, las raíces más profundas de la gran revolución de octubre. Y también, las dificultades con que se tropezaron los revolucionarios para transformar la mentalidad de aquel pueblo religioso, crédulo y violento.
El lector sabrá perdonar (o prudentemente saltear) este torrente bibliográfico: hay mucho publicado, hay mucho para aprender de otros que, como nosotros, han luchado. Y no hay que avergonzarse cuando uno tiembla de indignación pensando cuánta sangre de los justos ya ha sido derramada, o, casi como cuestión personal, en qué condiciones murió Antonio Machado, aquel poeta excepcional, que le quería «cantar no al Jesús del madero sino al que anduvo en la mar».