El golpe «real» que se produjo en Nepal el pasado uno de febrero ha causado una rápida e inusitada respuesta por parte de determinados actores internacionales. Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Europea e India han hecho causa común para «denunciar ese movimiento del palacio nepalí». Y llama poderosamente la atención esta celeridad de esos […]
El golpe «real» que se produjo en Nepal el pasado uno de febrero ha causado una rápida e inusitada respuesta por parte de determinados actores internacionales. Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Europea e India han hecho causa común para «denunciar ese movimiento del palacio nepalí». Y llama poderosamente la atención esta celeridad de esos protagonistas, sobre todo si tenemos en cuanta que esta ha sido la cuarta vez que se destituye al primer ministro nepalí en los últimos tres años, y que desde el año 2002, el parlamento está suspendido.
Lo cierto es que la situación en el país asiático está sumida en una guerra que dura ya varios años, y sobre todo, lo que más llama la atención en este contexto es que las fuerzas del Partido Comunista de Nepal (maoísta) (PCN (M)) parecen que son las únicas que disponen un plan bien definido para el conjunto del país. Mientras que la monarquía maniobra en busca de mayor soporte, interno o externo, las fuerzas políticas constitucionales siguen inmersas en disputas internas y divisiones, los llamados maoístas siguen avanzando en la consecución de su plan, que culminaría con la toma del poder.
Los últimos años, y sobre todo a partir de la ruptura de las conversaciones de paz en el 2003, han visto una militarización del país por parte del rey de del ejército, y en buena medida aprovechándose del vacío político que dejan las fuerzas políticas. Todo ello unido a la alta corrupción, al fracaso del estado para mantener buena parte de sus instituciones en el país, y al aumento de las violaciones de derechos humanos por parte de las fuerzas monárquicas, ha hecho que buena parte del pueblo nepalí vea al PCN (M) como la única alternativa para poner fin a esa situación de caos y de violencia.
Este movimiento del rey puede suponer, en caso de que no logre acabar con la rebelión maoísta o consiga un acuerdo de paz, a corto plazo, un camino sin retorno. La popularidad de la monarquía estaba atravesando muy malos momentos, con mínimos apoyos entre algunas fuerzas conservadoras y monárquicas y los militares. Con esta salida, los maoístas pueden intensificar su campaña contra la monarquía, e incluso buscar alianzas tácticas con alguna otra fuerza política.
Diferentes estrategias
Las fuerzas armadas de Nepal, el Real Ejército Nepalí (RAN), durante estos últimos meses ha desarrollado una campaña violenta contra las fuerzas rebeldes, gracias en buena parte al soporte y ayuda militar que ha recibido de India, EEUU o Gran Bretaña. Sin embargo, esas ofensivas no han logrado los resultados esperados, y la guerrilla del PCN (M) sigue controlando buena parte del país. Uno de los dilemas que tiene que hacer frente el RAN es su disponibilidad en torno a la capital, Katmandú. Buena parte de los efectivos militares del mismo se encuentran en Katmandú, bien persiguiendo a la oposición política constitucional o guardando los edificios reales. La imposibilidad de desplazar importantes recursos fuera de esa esfera también ha reducido su capacidad de actuación.
Por su parte el movimiento maoísta lleva años tejiendo la red de actuación en diferentes ámbitos de la esfera social y política de Nepal. Aunque la mayoría de referencias que encontramos en la prensa internacional en torno al movimiento maoísta de Nepal se ciñe únicamente al enfoque de sus actividades armadas, lo cierto es que desde importantes círculos de analistas internacionales hace tiempo que se lleva señalando acertadamente la capacidad que está desarrollando ese movimiento en aras a la consecución del poder en Nepal.
Dentro de la estrategia maoísta destacan cuatro elementos, que conjugados entre sí nos proporcionan una mejor perspectiva de la realidad de su proyecto. En primer lugar está la llamada «línea de masas», a través de la cual está desarrollando alternativas de administración e institucional en amplias zonas del país. El «frente unido» es la segunda pata de esta estrategia, llevando a cabo en ocasiones actuaciones con otros grupos aún no compartiendo el mismo objetivo final. En ámbitos estudiantiles, en tribus y más recientemente en campañas contra la monarquía. El tercer elemento sería la «acción política» entendida como algo exclusivamente no violento, y centrada en la mayor parte de las veces en acciones encaminadas a la negociación política.
Finalmente estaría la «lucha armada», una de las herramientas más importantes de esta estrategia maoísta. Esta a su vez ha estado dividida en tres fases estratégicas. En un primer momento estaba la fase «defensiva», cuando el PCN (M) inició la «guerra popular» y comenzó a asentar sus bases. A ésta le siguió la fase de «equilibrio estratégico», y en estos momentos todo indica que nos encontramos en la tercera fase, la llamada «ofensiva», tal y como se desprende de las declaraciones que sus dirigentes hicieron en agosto pasado.
En los ultimaos meses la guerrilla maoísta ha lanzado ofensivas a gran escala, al tiempo que ha incrementado y diversificado sus tácticas. Sucediéndose bloqueos permanentes de las principales carreteras del país, huelgas que han afectado al normal desarrollo de las actividades industriales, e incluso el bloqueo de la capital durante varios días ha puesto sobre la mesa una de las mayores preocupaciones de las potencias occidentales, la posibilidad de que finalmente se hagan con el control de Katmandú.
Nervios
Esta larga preparación por parte del PCN (M) ha venido fraguándose ante los ojos de la mayoría de los observadores internacionales, y ante la nueva situación esos mismos actores han decidido mover sus propias fichas. El movimiento del rey se ha interpretado como un intento por repetir el escenario paquistaní. Imitando al general Musharraf en su lucha contra «el terror» el monarca pretende lograr el apoyo extranjero y recuperar la centralidad de su papel ante el vacío del resto de actores políticos locales. Sin embargo parece que no ha medido adecuadamente sus fuerzas, y en estos momentos cualquier salida al conflicto debe contar con el apoyo de la dividida oposición, al menos para contar con el respaldo de los actores internacionales.
Estos de momento parecen aceptar que India juegue un papel relevante en al actual crisis, otorgándole el reconocimiento de «potencia regional». Sin embargo, este movimiento puede ser un regalo envenenado para los intereses indios. En ese país las fuerzas maoístas están llevando a cabo una reorganización que les ha dado mayor presencia en diferentes partes de India, y al mismo tiempo una ofensiva militar contra los rebeldes nepalíes tendrían repercusiones serias para su política interior. No obstante tal vez acepte desempeñar ese papel, con todos sus riesgos, a cambio de ese reconocimiento y de un posible acercamiento a Washington, quien no está interesado en abrir otro frente «internacional» en Nepal, no al menos en estos momentos.
Hasta la fecha todos los actores que han intervenido en Nepal lo han hecho para defender sus propios intereses domésticos o en base a sus estrategias en política exterior, nunca buscando una salida digna para el conjunto del pueblo de Nepal. Por eso, no debe extrañar que la población nepalí esté cansada de tantos años de penurias, corrupciones y apuesten por la alternativa de cambio que les presenta la guerrilla maoísta. De momento los movimientos que se producen en la esfera internacional pueden obedecer más a estrategias preconcebidas para ganar tiempo que a señales de un cambio de actitud en sus actuaciones.