Recomiendo:
0

No se percibe la sensación de que se está ante un giro drástico de la historia política uruguaya. No hay tensiones entre los dirigentes políticos, ni entre los que salen del gobierno, ni entre los que ingresan. No hay nerviosismo en el mercado financiero

Transición democrática

Fuentes: La Nación

Pese a los temores que despertaba el arribo de la izquierda al poder, que rompía además con la alternancia entre blancos y colorados, los políticos orientales parecen haber encontrado un camino para poner los intereses del país por encima de las mezquindades partidarias No se percibe la sensación de que se está ante un giro […]

Pese a los temores que despertaba el arribo de la izquierda al poder, que rompía además con la alternancia entre blancos y colorados, los políticos orientales parecen haber encontrado un camino para poner los intereses del país por encima de las mezquindades partidarias

No se percibe la sensación de que se está ante un giro drástico de la historia política uruguaya. No hay tensiones entre los dirigentes políticos, ni entre los que salen del gobierno, ni entre los que ingresan. No hay nerviosismo en el mercado financiero.

¿Qué pasa en este país, en el que la izquierda está a punto de tomar el gobierno por primera vez en la historia? ¿Qué pasó con los miedos y temores sobre los riesgos de desestabilización política, económica e institucional, que para muchos sería inevitable en este contexto de cambios?

Sale un presidente que es la expresión política local del liberalismo y entra otro que pertenece al Partido Socialista, una fuerza política que se reconoce como marxista y que en su declaración de principios sostiene «el compromiso militante de construir la sociedad socialista, una sociedad sin clases».

No es un simple ejercicio de rotación de partidos en el gobierno: desde la fundación del país, hace casi 175 años, 124 estuvieron bajo el gobierno del Partido Colorado, 20 años y tres meses bajo el Partido Nacional y 30 años y medio bajo regímenes dictatoriales.

El 31 de octubre, el médico socialista Tabaré Vázquez ganó las elecciones presidenciales al frente de una coalición llamada «Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría», con el 50,45 por ciento del total de votantes. La transición se llevó a cabo con una comunicación fluida entre gobierno saliente y entrante. Además, los principales líderes políticos del país, que durante meses y años anteriores han tenido enfrentamientos de alta temperatura, acaban de suscribir un acuerdo programático sobre política económica, educación y relaciones internacionales.

«Creo que ha sido una transición buena. En primer lugar, rápidamente se pudieron dejar atrás las lógicas asperezas de la competencia electoral, actitud que asumieron desde un espíritu republicano todos los partidos y sus principales dirigentes, sin excepción», dijo a LA NACION el director del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de la República, Gerardo Caetano.

El precio del dólar no sólo no sube, sino que se mantiene en un bajo nivel que sorprende a la mayoría. Los depósitos no bajan, suben. El riesgo país no se dispara, sino que se mantiene estable. Las tasas de interés en pesos no suben como reflejo del temor a una devaluación: por el contrario, se redujeron al nivel más bajo de las últimas tres décadas. La inflación sigue controlada y en un bajo nivel; la economía crece, el desempleo baja y hay proyectos de inversión en puerta por cifras poco comunes para este chico país.

En el ámbito político partidario, el escenario se da con apretones de mano, abrazos, sonrisas, agradecimientos, gestos de respeto y comentarios elogiosos que se cruzan entre adversarios que han estado en veredas opuestas durante décadas. Lapicera en mano, los principales líderes políticos acaban de suscribir un documento de acuerdo sobre política económica, educación y política exterior.

La moderación de la orientación política del Frente Amplio podría explicar el clima partidario. Pero desde mediados del año pasado se generaban advertencias por el impacto que tendría el resultado interno de la izquierda, donde los sectores radicales ganaban espacio electoral.

Dentro de la coalición de izquierda (que más allá de su actual nombre largo es el Frente Amplio creado en 1971), la mayoría fue el Movimiento de Participación Popular (MPP), que es una alianza política del Movimiento Tupamaro con militantes de izquierda radical. Eso les permitió a los tupamaros asumir el 15 de febrero las presidencias de las cámaras de Diputados y del Senado.

Junto con la maestra tupamara Nora Castro, como presidenta de Diputados, el senador José Mujica -líder guerrillero en los años 70 y uno de los presos políticos más custodiados por la dictadura militar- fue quien pasó revista al desfile militar de homenaje al Parlamento: Mujica había sido tomado prisionero por ese mismo batallón. «¡Vaya vida la mía!», dijo Mujica en referencia a la paradójica jornada que vivió el 15 de febrero.

Sintonía de colaboración Si hay un giro inédito en la conducción de gobierno y además la mayoría en la izquierda es de los tupamaros, ¿cómo se explica que la transición política sea tan civilizada y que los entendimientos den la impresión de borrar las fronteras ideológicas del mapa partidario?

Caetano dice que para eso fue importante que tanto el presidente electo, Tabaré Vázquez, como el Presidente saliente, Jorge Batlle, más allá de algún desencuentro más bien anecdótico, encontraran una buena sintonía de colaboración: respeto y hasta cordialidad en el trato personal, transparencia en el traspaso de toda la información, cuidado (con alguna excepción) en el acuerdo de las medidas fundamentales tomadas por la Administración luego del triunfo categórico de la izquierda.

Los acuerdos que puedan garantizan la gobernabilidad, por otra parte, no son sólo una cuestión de buenas formas. Como señala el politólogo Oscar Botinelli, analista en Radio El Espectador, «es innegable que, tratándose de un gobierno que puede correr muchos riesgos, Tabaré Vázquez necesita contar con un espacio de negociación, de apertura y de apoyos externos que le faciliten el dominio interno. Sobre todo en el área económica, necesita tener esa apoyatura extrapartidaria para los cosquilleos que puedan aparecer adentro de su fuerza política, dentro de la mayoría. Pero además, es importante que en el exterior del país se vea a un gobierno de izquierda -con las dudas que puede generar en algunos ámbitos, sobre todo en los económicos- respaldado por todas las fuerzas políticas, comenzando de algún modo en paz, con tranquilidad, sin guerra de la oposición».

Colorados y Blancos surgieron como bandos políticos en los primeros años de vida institucional del país. La primera Constitución se juró en 1830 y las divisas -de ambos colores- fueron expuestas como tal en una batalla en 1836. A partir de entonces, los blancos hicieron base en el interior del país y los colorados en la capital, lo que se reforzó en el período conocido como la «Guerra Grande», de 1844 a 1851. Pese a que el enfrentamiento fue duro y extenso, a que tuvo rebrotes periódicos con sublevaciones y golpes de Estado, con muertos, con heridas difíciles de superar, de alguna forma los partidos tradicionales uruguayos se arreglaron para lograr pactos políticos que amortiguaran los sacudones de la vida institucional.

Mientras que el enfrentamiento entre colorados y blancos se prolongó en el siglo veinte, la izquierda surgió como expresión electoral en 1910 y hasta 1971 se mantuvo como una fuerza testimonial sin incidencia en la actividad política. Pero fue en ese año cuando la izquierda logró hacer una coalición electoral entre comunistas, socialistas, grupos vinculados o afines a la guerrilla guevarista, demócrata-cristianos y los sectores escindidos de los partidos tradicionales que tenían un perfil de izquierda, lo que se llamó Frente Amplio. Ese año logró el 18% del electorado y, tras el golpe de Estado y la dictadura militar, aumentó en 1984 a 21%. Cinco años después, el Frente se partió, se fueron los sectores moderados que habían sido mayoría en la elección anterior y, pese a eso, mantuvo el 21%, pero además ganó la elección municipal de Montevideo con Tabaré Vázquez, que se convirtió en el primer gobernante de la izquierda.

En 1994, el Frente le dio el golpe definitivo al bipartidismo histórico y logró ubicarse como un tercio del espacio político. Y en 1999 se convirtió en la fuerza mayoritaria, con el 40% del total de votos, pero perdió el gobierno en el ballotage de ese año, en el que sumaron voto los colorados y blancos para llevar a Jorge Batlle a la Presidencia.

Y en octubre pasado, finalmente la izquierda logró prolongar su curva de crecimiento y rompió el techo de la mitad más uno de los votos para ganar en primera vuelta la elección presidencial y quedar en las cámaras legislativas con la mayoría absoluta de las bancas.

El éxito de la transición, según Caetano, tiene explicación en lo actuado por una y otra parte. «La izquierda, triunfadora en las urnas, no actuó con soberbia y ofreció una coparticipación política a sus vencidos -dijo-; los partidos históricos y sus principales líderes, entre ellos, de manera particular los ex presidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, también se mostraron a la altura de las circunstancias, deponiendo las fuertes críticas del proceso electoral y pasando rápidamente a una actitud de colaboración sincera y efectiva.»

Para Caetano, hay forma de responder a la pregunta sobre qué hace a Uruguay distinto de otros países de América latina en materia de negociaciones entre partidos políticos. «En Uruguay los adversarios no se transforman en enemigos. Todos los principales dirigentes partidarios, incluso aquellos que han tenido las diferencias más marcadas y hasta agresivas, mantienen sin embargo el diálogo, la aptitud negociadora, la colaboración disponible».

En ese sentido, el pasado reciente recoge hechos que muestran con claridad cómo el sistema político uruguayo reacciona ante situaciones de gravedad y, en general, los dirigentes procuran situarse a la altura de las circunstancias para amortiguar los males que pueden recaer sobre el país.

Sociedad amortiguadora

La crisis bancaria del 2002 dejó al gobierno colorado de Batlle enfrentado duramente con la izquierda de Vázquez, pero también con los blancos de Jorge Larrañaga. Justo en medio de la corrida bancaria más grande de la historia uruguaya, el Partido Nacional discutió durante meses sobre la conveniencia de abandonar la coalición de gobierno (colorado-blanca). Sin embargo, eso no fue obstáculo para que, en medio del feriado bancario de inicios de agosto, el Parlamento votara una ley de urgencia sobre reprogramación de plazos de los depósitos de bancos del Estado. La ley se votó un fin de semana en las dos cámaras y eso habilitó un crédito extraordinario del FMI (con un préstamo puente del gobierno de los Estados Unidos), lo que permitió reforzar las reservas del Banco Central y despejar el camino para la salida de la crisis.

La ley fue votada por colorados y blancos, mientras que el Frente Amplio no votó pero facilitó el tratamiento urgente y no hizo ni una movida para demorar o evitar la reforma. Además, algunos de sus dirigentes reconocieron que, de no alcanzar los votos, hubieran levantado la mano para ayudar.

En el invierno de 2002, en medio de la recesión más larga de la historia local y de una feroz corrida de depósitos, la figura del presidente Batlle se debilitaba y muchos apostaban a que se repetía la película argentina con una caída del primer mandatario. Hasta el propio Batlle usó la imagen del «helicóptero de De la Rúa» cuando le reclamó a uno de sus colaboradores más cercanos que asumiera el Ministerio de Economía, como única salida que evitara la caída del gobierno.

Fue en ese momento, al borde del abismo, cuando operó ese efecto de «sociedad amortiguadora», una expresión que hace más de 30 años acuñó el intelectual uruguayo Carlos Real de Azúa.

«No debe olvidarse -dice Caetano- que ese concepto o metáfora encarnaba para Real de Azúa una ambigüedad complicada: la de un país tolerante pero que al mismo tiempo eludía sus dilemas, sus opciones, y no es bueno para la sociedad uruguaya mantener esa ambigüedad. El pluralismo, la tolerancia, el republicanismo moral son virtudes irrenunciables, pero el Uruguay tiene demasiados problemas irresueltos y retos postergados como para seguir eludiendo sus dilemas.»