En esta ocasión la actualidad le ha tocado a Uzbekistán, de nuevo una república de Asia central salta a las primeras páginas de los medios de comunicación. Las protestas y manifestaciones no han sido más que la excusa, porque lo cierto es que ese tipo de movilizaciones llevaba desarrollándose en el país desde hace tiempo, […]
En esta ocasión la actualidad le ha tocado a Uzbekistán, de nuevo una república de Asia central salta a las primeras páginas de los medios de comunicación. Las protestas y manifestaciones no han sido más que la excusa, porque lo cierto es que ese tipo de movilizaciones llevaba desarrollándose en el país desde hace tiempo, y no ha merecido la centralidad que ahora se le pretende dar. Es cierto que en esta ocasión el cariz de los acontecimientos pueda desencadenar cambios profundos, pero aún y todo la mayoría de las informaciones serán meramente coyunturales, ajenas a cualquier intento por acercarse a la realidad del país uzbeco.
Contexto
Uzbekistán es un país de contrastes, en él conviven etnias diferentes (rusos, turkmenos, tayikos, tártaros, uzbecos…), diferentes estilos (ruso frente a uzbeco, los edificios viejos y los nuevos), diferentes paisajes (desierto, ciudades, Ferghana…), y este complejo cóctel en ocasiones deja entrever las tensiones y las diferencias de proyectos.
Considerada la república más poblada de Asia central, con más de 25 millones de habitantes, tras la independencia que siguió a la desaparición de la Unión Soviética en 1991, ha estado gobernado por Islam Karinov, que no ha permitido ningún partido opositor.
Uno de los componentes más característicos del país es la fuerte implantación del Islam entre la población, cerca del 80% de la misma se declara musulmana, mayoritariamente de la rama Hanafi del sunismo. Desde la década de los noventa, las organizaciones islamistas han ido tejiendo importantes redes sociales que en su momento pusieron en jaque al gobierno, quien no dudó en emplear la represión para acabar con cualquier movimiento organizado de oposición.
Ya en los primeros años de la década de los noventa el gobierno intentará controlar la religión, y en los años 1992-95 asentará instituciones oficiales para controlar por completo las mezquitas y las madrazas. En los dos años posteriores (1995-97) el objetivo del gobierno de Tashkent serán los imanes que se salgan de las directrices marcadas por el gobierno. En todo momento, el gobierno intentará presentar cualquier disidencia u organización islamista como un componente del movimiento «wahabí», y entre los años 1997 y 2001 se producirá el salto represivo más importante, con cientos de detenciones y juicios sumarísimos.
En esos últimos años de los noventa otros dos acontecimientos marcarán la realidad del país. El 16 de febrero de 1999, la explosión de cinco bombas en la capital Tashkent, causarán decenas de víctimas y será la oportunidad que el presidente Karimov necesitaba para dar una vuelta de tuerca más contra el islamismo. El movimiento mejor organizado en Uzbekistán en esas fechas, Hizb ut-Tahrir sufrirá las iras del gobierno.
Paralelamente, entre 1999 y 2001 hará su aparición el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU) que desplegará una violenta campaña contra el régimen uzbeco, sobre todo en el valle de Ferghana.
Desde el gobierno se pondrá en marcha toda una maquinaria para contrarrestar los avances de estos movimientos entre la población uzbeca. Así, lanzará una importante campaña de propaganda en los medios de comunicación, presentando en el mismo saco, y bajo la etiqueta de «wahabí» a todos los movimientos islamistas, e incluso a cualquier movimiento opositor. Junto a ello pondrá en marcha dentro de su estrategia a los «Mahalla», o comités locales. Estas instituciones organizadas en torno a rituales islámicos y eventos sociales tuvieron un importante peso en los siglos precedentes, y el gobierno intenta ponerlos en marcha para facilitar sus planes de control a los islamistas. El propio presidente Karimov impulsó también la formación de posbon (guardias vecinales) que servirían de apoyo a los mahallas.
Además dispuso una serie de medidas para incentivar el papel del «islam oficial» como contraposición a las organizaciones islamistas del país. En ese sentido el llamado Comité de Asuntos Religiosos será el encargado de diseñar y llevar a la práctica estas medidas.
Revueltas
Los acontecimientos de estos días han estado precedidos por los atentados del 2004 en Tashkent, las manifestaciones de protesta que desde febrero de este año se han producido en la capital y en el valle de Ferghana, y sobre todo las detenciones masivas y el juicio a 23 ciudadanos de Andijan, acusados entre otras cosas en pertenecer al movimiento Akromiya, una escisión de los años noventa dentro de Hizb ut-Tahrir.
Todavía es pronto para calibrar el alcance de las protestas y de la respuesta del gobierno, pero probablemente en esta ocasión se unan diferentes variables que actúan transversalmente y que desembocan en los acontecimientos anteriormente narrados.
El epicentro de las protestas se sitúa en el valle de Ferghana, una de las zonas más pobladas y más ricas de la región, así como la cuna de la mayoría de las organizaciones islamistas que operan en las diferentes repúblicas centroasiáticas. Una visita al valle permite palpar en directo la tensión soterrada que se traspira por los cuatro costados. Las posturas gubernamentales están «consentidas», pero tras los muros de las calles de las partes más viejas de los pueblos y ciudades, se deja notar la presencia «invisible» de las organizaciones islamistas.
Medidas como el quitarse la barba por parte de la población masculina no hace sino intentar pasar desapercibidos al control estatal sobre los movimientos islamistas, y las reuniones en las mezquitas y mercados , aun en las «oficiales», no son sino un lugar de intercambio de sus experiencias y pensamientos.
A la vista de todo esto se abren un importante abanico de opciones para intentar interpretar con mayor rigor los hechos. Por un lado es evidente que el islamismo político está jugando sus bazas en estos momentos. La ubicación de Andijan en el valle de Ferghana, la participación de las clases medias en las manifestaciones (muy bien organizadas, o sea, nada espontáneas) y la presencia entre los 23 juzgados de hombres de negocio y empresarios locales que dan cobertura y empleo a buena parte de sus vecinos, son datos que apuntan en esa dirección.
A ello se le uniría la difícil situación económica que atraviesa el país desde hace algunos años. Las ultimas cosechas del denominado «oro blanco» (algodón) no han sido buenas y ello se ha dejado sentir entre la población. Los uzbecos lo achacan a los «cambios climáticos», pero relacionando éstos con la guerra que se lleva a cabo en Afganistán, y sobre todo por las armas allí empleadas. También está otro aspecto, la corrupción de algunos estamentos, sobre todo la policía, y no podemos olvidar que la presencia de ésta junto al ejército es mucho más visible en el valle de Ferghana que en el resto del país.
Y finalmente no podemos olvidarnos de la presencia norteamericana en el país, y tal vez siguiendo esa líneas podría interpretarse los movimientos de estos días como un intento más de Washington por exportar sus «cambios de régimen» en forma de «colorista revolución» y que sería una pieza más en ese «efecto dominó» tan deseado por los círculos neoconservadores norteamericanos.
Ante todo esto tampoco se puede descartar la posibilidad de que se trate de un respuesta popular contra el régimen, pero probablemente alguno, sino todos de los condimentos señalados anteriormente, también estarán en este plato y la presentación final del mismo todavía es difícil de predecir. Finalmente, si se produce algún cambio importante en la vida de la república centroasiática, no hay duda que esto influirá en los vecinos de la región y también en las potencias (Rusia, EEUU, China) que tienen puestos sus ojos y en algunos caos sus garras en Asia Central.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)