Tras los recientes acontecimientos producidos en el mundo árabe -asunción de Mahmud Abbas, elecciones en Irak y Arabia Saudita, manifestaciones en el Líbano-, numerosos analistas se apresuraron en anunciar una primavera democrática y á reconocer los logros de la política exterior de George W. Bush. Sin embargo el último informe del PNUD sobre el mundo […]
Tras los recientes acontecimientos producidos en el mundo árabe -asunción de Mahmud Abbas, elecciones en Irak y Arabia Saudita, manifestaciones en el Líbano-, numerosos analistas se apresuraron en anunciar una primavera democrática y á reconocer los logros de la política exterior de George W. Bush. Sin embargo el último informe del PNUD sobre el mundo árabe indica que los progresos son ficticios y que los Estados siguen oprimiendo a sus sociedades e impiden la institucionalidad democrática y el respeto de los derechos humanos.
Tres acontecimientos recientes han marcado a Medio Oriente: la muerte de Yasser Arafat el 11-11-04, seguida el 9-1-05 por la elección de Mahmud Abbas para la presidencia de la Autoridad Palestina; la participación de una mayoría del electorado iraquí en las elecciones del 30-1-05, y, finalmente, el asesinato del ex primer ministro libanés, Rafic Hariri, el 14-2-05, seguido de una protesta de gran amplitud para exigir el retiro de las tropas sirias del Líbano y terminar con la pesada tutela de Damasco sobre las instituciones del país.
A eso se agregan acontecimientos de alcance más reducido, como las elecciones municipales -en tres etapas, de febrero a abril- en Arabia Saudita, o el anuncio del presidente egipcio Hosni Mubarak, en febrero, de una reforma de la elección presidencial gracias a la cual se podrá elegir entre varios candidatos por sufragio universal.
Hasta ahora, había un candidato único designado por el Parlamento y ratificado por un plebiscito.
La conjunción de estos acontecimientos -que algunos han calificado como «primavera árabe»- ha suscitado una oleada de comentarios en la prensa mundial, a veces teñidos de ingenuidad. Muchos ex detractores de George W. Bush disputaban entre sí para ver quién reconocía primero, en un tono más o menos contrito, el hecho de que, a fin de cuentas, su política exterior producía buenos resultados; mientras los partidarios de siempre del Presidente estadounidense mostraban una autosatisfacción a medida de la suya y de su secretaria de Estado.
Pero muchos hechos notorios contradicen esta impresión dominante. Yasser Arafat, que sí fue elegido democráticamente por sufragio universal, nunca dejó de reclamar el derecho a organizar nuevas elecciones palestinas. Que le fueron negadas, porque la población palestina lo habría elegido nuevamente.
Las elecciones iraquíes fueron impuestas, después de una reñida lucha, por una movilización masiva organizada en enero de 2004, convocada por el gran ayatollah Ali Al-Sistani contra el procónsul estadounidense Paul Bremer y sus patrones de Washington, que trataban de imponer a los iraquíes una Asamblea Constituyente designada por el ocupante. En cuanto a la impresionante movilización de la oposición en el Líbano, fue desencadenada por el asesinato de Rafic Hariri y no por alguna acción de Washington (¡a menos que se le atribuya la responsabilidad del atentado!).
Autoritarios y tradicionales
En el caso de los regímenes dependientes de Estados Unidos, como el «reino protegido» saudita o el régimen egipcio, principal receptor después de Israel de la ayuda extranjera de Estados Unidos (1), la presión de Washington es directamente responsable de las reformas. Pero hay que tener una concepción muy restrictiva de la «democratización» para felicitarse por las elecciones sauditas, que sólo eligieron la mitad de los consejeros municipales (la otra mitad la sigue designando la monarquía) a través del voto de los nacionales con exclusión de las mujeres en un país sin Parlamento donde, además, los partidos políticos están estrictamente prohibidos.
En cuanto a la reforma prometida por el Presidente egipcio, no constituye para nada una garantía de democratización real, ya que la nueva ley -adoptada por el Parlamento egipcio el 10 de mayo pasado y ratificada el 25 por un referéndum denunciado por la oposición- está redactada de tal manera que descarta cualquier candidatura no aprobada por el propio Presidente.
En efecto, todo candidato a la elección presidencial debe reunir ahora 250 padrinos que sean funcionarios electos, de los cuales por lo menos 65 deben ser miembros de la Asamblea del Pueblo, en la que el Partido Nacional Democrático del presidente Mubarak tiene 412 de los 454 miembros.
Esto significa que todavía estamos lejos del objetivo en materia de democracia en esta parte del globo, para la cual el equipo redactor de los informes sobre el mundo árabe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) acaba de establecer un balance demoledor en cuanto al estado de las «libertades» en sentido amplio; es decir, agregando a las libertades civiles y políticas los derechos sociales, económicos, educativos y medioambientales (2).
Como ocurrió el año pasado, con gran perjuicio para Washington (3), la nueva entrega del informe dé! PNUD -tercera de una serie de cuatro (4)- se refiere a la ocupación israelí de los territorios palestinos y a la ocupación de Irak como trabas para el «desarrollo humano» en el mundo árabe, sin por eso exonerar de sus responsabilidades a los regímenes árabes. Estos últimos -tanto los regímenes autoritarios como los «tradicionales» que utilizan la religión- reprimen en su mayoría las libertades fundamentales de opinión, de expresión y de asociación; con más severidad aun desde que esgrimen las exigencias de la lucha contra el terrorismo.
El informe describe la ausencia de legitimidad democrática en la mayoría de los regímenes árabes, puesto que desnaturalizan los mecanismos electorales y las instituciones representativas, falseando las reglas del juego. Las instituciones judiciales son allí raramente independientes de los gobiernos, cuando no se trata pura y simplemente de jurisdicciones de excepción. Y los partidos políticos de oposición, incluso cuando son tolerados, muy frecuentemente están marginados por medio de todo tipo de trabas.
Los ciudadanos árabes no gozan de habeas corpus, ni siquiera de una garantía de derecho a la vida, encontrándose muchas veces atrapados entre el fuego de grupos extremistas asesinos y el de gobiernos poco preocupados de evitar que caigan los inocentes. Las mujeres, así como frecuentemente las minorías culturales; religiosas o étnicas sufren una «doble persecución», con lo que se agrega su opresión específica a la opresión general.
El informe califica al Estado árabe contemporáneo como un «agujero negro», ya que al igual que el fenómeno astronómico del mismo nombre, absorbe en su campo de gravitación -en el centro del cual se yergue un poder ejecutivo omnipotente- a las fuerzas vivas de la sociedad. Todo esto termina en la erosión de las legitimidades tradicionales o carismáticas, religiosas o nacionalistas, y en un empobrecimiento de la vida política que las organizaciones de la sociedad civil no han estado en condiciones de superar.
Sin embargo, el informe no se limita a la descripción de los síntomas; también establece un diagnóstico que identifica las causas del déficit democrático árabe. Descarta las explicaciones «culturalistas» que remiten a percepciones sesgadas del Oriente, del islam o de la «mentalidad árabe» que contradicen, por ejemplo, una investigación comparativa internacional (5). Además, la compatibilidad del corpus islámico con la democracia es un asunto de interpretación (6): en definitiva, las exégesis son elegidas en función de prácticas cuya fuente primera no es religiosa. .
El informe establece un balance severo de la actitud de las potencias mundiales en la región árabe, poco preocupadas por promover allí la democracia, porque están motivadas por dos consideraciones principales: el petróleo y el Estado de Israel, a las cuales se agrega ahora el terrorismo. Por otro lado, las principales fuerzas populares de oposición a la dominación occidental, ya sean nacionalistas o islamitas, han tenido históricamente una relación estrictamente utilitaria con la cuestión de las libertades democráticas. La naturaleza antidemocrática, real o supuesta, de algunos opositores islamitas ha servido, y sirve todavía, de argumento para justificar la negación de la democracia, lo que el informe denomina «la trampa de las primeras y únicas elecciones».
El estado de las libertades en el mundo árabe está asociado a las estructuras sociales predominantes. El informe cuestiona la supervivencia de tradiciones surgidas del tribalismo y de un sistema de enseñanza que inculca la servidumbre voluntaria, así como la pobreza y el incremento de las desigualdades sociales que traban la participación política de los desfavorecidos. Además, la proporción de los ingresos presupuestarios que suministra la renta, particularmente en el caso de los países petroleros, libera al Estado de la obligación de rendir cuentas a los ciudadanos contribuyentes.
Catástrofe inminente
En el capítulo de las soluciones, el informe del PNUD preconiza principalmente los remedios convenientes para los déficits diagnosticados: un conjunto de reformas políticas, legislativas y constitucionales dirigidas a instaurar instituciones democráticas. Sin descartar la posibilidad de un papel positivo de las presiones extranjeras, el informe considera que la condición para logrado es el respeto de los derechos y de las voluntades populares y la ausencia de toda relación tutelar. .
El cuadro de conjunto así presentado por el informe del PNUD es edificante, aun cuando no aporta nada verdaderamente nuevo a los familiarizados con la región.
El hecho mismo de que emana de una agencia de Naciones Unidas y de haber sido redactado por autores árabes, muchos de los cuales son intelectuales de renombre, hace de él un instrumento que pueden utilizar los demócratas árabes sin exponerse a las habituales descalificaciones demagógicas.
El informe adolece, sin embargo, de las limitaciones debidas a las condiciones de su elaboración, en tanto informe de una agencia intergubernamental. Extrañamente, subestima el papel, fundamental sin embargo, de la televisión satelital -en particular el canal pionero AI-Jazeera (7)- en la emergencia de una opinión pública árabe autónoma. Como consecuencia, su constatación en cuanto al potencial político de las poblaciones de lengua árabe parece exageradamente sombría.
En sus criterios democráticos, da pruebas. de una cautela demasiado grande respecto a la religión: mientras la separación de la religión y del Estado debería plantearse como una condición primordial de la libertad, el informe llega a considerar que la designación constitucional de la sharia como fuente de la legislación no es incompatible con los derechos humanos.
Finalmente, y sobre todo, para efectuar el cambio necesario se dirige tanto a los gobernantes como a los gobernados. Con el fin de evitar la «catástrofe inminente» que resultaría de una explosión social -que el informe teme pudiera terminar en una guerra civil-, los reformadores del poder y de la sociedad civil deben negociar una redistribución política con vistas a lograr una «buena gobernabilidad». Una perspectiva bien vana, vista la realidad de la opresión, característica de la mayoría de los países árabes y la naturaleza social de los gobiernos.
Un estudio libre de toda restricción institucional concluiría más bien en la necesidad de una unión de las fuerzas democráticas con el fin de imponer desde «abajo» cambios radicales, que serán menos violentos en la medida en que sean masivos, como lo ha demostrado ampliamente la historia y como también lo confirma la actualidad reciente.
Además, en esta parte del mundo donde subsisten numerosos Estados patrimoniales, en los cuales todavía las familias reinantes se apropian de una parte considerable de los recursos nacionales, agrícolas y mineros, no podría haber consolidación de la democracia sin una importante redistribución de la propiedad y de los ingresos. Por eso parece mucho más ilusorio instaurar de manera duradera las libertades y la democracia por medio de una acción concertada con una parte de las clases dirigentes en el mundo árabe actual que, mucho antes, en las monarquías absolutas europeas o, hace poco, en las dictaduras burocráticas de Europa central y oriental.
Pero la peor ilusión es pretender llevar a cabo estos cambios con una intervención militar externa, sea o no seguida de una ocupación. Irak es la ilustración más notoria -en todos los sentidos del adjetivo– de la falta de adecuación del método adoptado por Washington, teniendo en cuenta el objetivo declarado. La situación política evoluciona allí peligrosamente, con tensiones crecientes interétnicas e interconfesionales: cuanto más se prolonga la ocupación, la profecía de los responsables de la ocupación, según la cual la partida de sus tropas significaría el comienzo de una guerra civil, podría revelarse autocumplida. Por otra parte, el espectáculo del caos en el que se hunde Irak puede desacreditar la idea misma de democracia ante los ojos de la población árabe.
Sin embargo, la cuestión que se plantea no es tanto la validez de la ocupación militar como medio de cambio democrático en el mundo árabe -podremos acordar fácilmente en reconocer que no puede ser más que contraproducente- sino la realidad de las pretensiones declaradas por la administración Bush en cuanto a la promoción de la democracia en esta región. Sólo hay que considerar «los dos pesos y las dos medidas» que utiliza esta administración en sus relaciones con los regímenes árabes para convencerse de que, a pesar de todas las declaraciones en cuanto al «nuevo paradigma» que habría introducido en la política extranjera, nada ha cambiado verdaderamente en este aspecto (8).
En efecto, la amistad que muestra George W. Bush a sus pares debe medirse con la vara de las invitaciones a su rancho texano de Crawford, como él mismo lo da a entender. Así, el ostensible calor con que recibió recientemente (se movió ante las cámaras de la mano de su invitado), al príncipe heredero saudita Abdallah, dirigente del Estado más oscurantista del planeta, indica bien hasta qué punto se sigue considerando en Washington al reino saudita como un aliado de la mayor importancia.
Por otra parte, al dictador libio Muammar Kadafi le bastó con permitir que Bush y Blair anunciaran, en diciembre de 2003, que renunciaba a tratar de conseguir armas de destrucción masiva, para volverse frecuentable, como lo prueban desde entonces las sucesivas visitas de Blair, Silvio Berlusconi, Gerhard Schröder y Jacques Chirac a Libia.
Sin embargo, no puede negarse que el puntapié estadounidense al hervidero árabe que constituyó la invasión a Irak, seguida de las declaraciones «democráticas» de la administración Bush (que trata de paliar el derrumbe del pretexto de las armas de destrucción masiva), contribuyó a desestabilizar la región.
Esto se traduce en el aumento de expresiones y de cuestionamientos populares, hasta entonces ahogados por el peso de la «particularidad despótica árabe» (9). Pero los resultados de lo que se supone es una nueva ola de democratización de los Estados del Oriente Medio -completando las que vivieron los Estados ex fascistas después de 1945 y los Estados ex comunistas después de 1989- no responden, hasta ahora, a los deseos de Washington.
La desestabilización de la región ha abierto brechas en las cuales se han precipitado, de manera. predominante, fuerzas «políticas percibidas por Estados Unidos como inquietantes, si no hostiles.
Aprendiz de brujo
La muerte de Yasser Arafat y su reemplazo por Mahmud Abbas han traído, a falta de un avance israelí, un aumento en la fuerza del movimiento islamita Hamas, emanación palestina del movimiento de los Hermanos Musulmanes, que decidió entrar a la arena electoral después de haberla boicoteado durante mucho tiempo.
Las elecciones iraquíes marginaron al hombre títere de Washington, el ex primer ministro Iyad Alaui, y fueron ganadas por una coalición de partidos y de fuerzas mayoritariamente chiitas e integristas, cuyas simpatías están más con Irán que con Estados Unidos.
Las demostraciones de fuerza de Hezbollah alimentaron la obsesión de Washington y sus aliados árabes sunnitas: el auge de una «medialuna chiita» que se extendería desde Líbano a Irán, pasando por el «poder alauita» de Siria y de los chiitas iraquíes (Ver esta misma edición el artículo La amenaza de la «media luna chiita»).
Incluso el régimen del presidente egipcio Mubarak está enfrentado a una ola de manifestaciones por parte de una oposición con mayor vigor, inspirada en los ejemplos iraquí y libanés, y ampliamente dominada por el movimiento de los Hermanos Musulmanes, como también las oposiciones de Jordania y Siria. Matriz de la corriente moderna del islamismo de vocación directamente política, la célebre cofradía ha decidido lanzar una ofensiva política a escala regional para obtener ventajas de una desestabilización a la que Washington ha contribuido fuerte, voluntaria y, quizá más aun, involuntariamente.
Confrontada a los alarmantes resultados de su propia política, la administración Bush, alentada por la monarquía saudita y con gran pesar de los neoconservadores, intenta ahora conjurar la mala suerte tratando de establecer un diálogo con los Hermanos Musulmanes; otra vez presentados como «islamitas moderados», una calificación que por algún tiempo desapareció del vocabulario de moda en Washington (10). En Oriente Medio, Estados Unidos se encuentra una vez más en la postura del aprendiz de brujo.
Gilbert Achcar es profesor en la Universidad de París-VIII y Centro Marc-Bloch (Berlín). Últimas obras publicadas: L’Orient incandescent, Editions Page Deux, Lausana, 2003, y Le choc des barbaries, 10/18, París, reedición 2004.
Notas
1.- La ayuda estadounidense a Egipto alcanzó en promedio 2.000 millones de dólares por año, de los cuales 1.300 millones fueron de ayuda militar, ¡una prioridad elocuente para un país donde reina una gran miseria!
2.- PNUD (con asociados árabes), Arab Human Development Report 2004. Towards Freedom in the Arab World, publicado el 5-4-05 y disponible en internet (en árabe y en inglés; gratuito en árabe, y está anunciada una versión francesa) en el sitio del PNUD (www.rbas.undp.org/ahdr2.cfm?menu=12).
3.- G. Achcar, El proyecto de un gran Medio Oriente, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2004.
4- El informe de 2002, un balance general del desarrollo humano en el mundo árabe, identificó tres problemas principales: el conocimiento, la libertad y la situación de las mujeres. El informe de 2003 estuvo dedicado a «la construcción de una sociedad del conocimiento». Y el informe de 2005 estará referido a la cuestión femenina.
5.- World Values Survey (www.worldvaluessurvey.org).
6.- El célebre profesor de Princeton Bernard Lewis ha refutado vigorosamente, en muchos trabajos, la tesis de la incompatibilidad entre el islam y la democracia; y recientemente también en Freedom and Justice in the Modern Middle East, Foreign Affairs, Nueva York, vol. 84, N° 3, mayo-junio de 2005. En su caso, se trata sobre todo de justificar la enérgica intervención de Estados Unidos en Medio ()riente -Lewis apoyó la invasión de Irak y preconizó la subversión del régimen iraní- en nombre de la democracia, nueva versión de la «misión civilizadora» de los tiempos coloniales.
7.- Olfa Lamloum, AI-Jazira, miroir rebelle et ambigu du monde arabe, La Découverte, París, 2004.
8.- Este artículo se limita al mundo árabe, pero la constatación se extiende de hecho a la política estadounidense en el conjunto del mundo musulmán y más allá. Véase David Sanger, There’s Democracy, and There’s an Oil Pipeline, The New York Times, 29-5-05.9.- G. Achcar, Le monde arabe orphelin de la démocratie, Le Monde diplomatique, junio de 1997, donde se expresaba una opinión similar a la del informe del PNUD en cuanto a la incumbencia extranjera en el despotismo árabe.
10.- Los debates que esta apertura de Washington suscita en el movimiento de los Hermanos Musulmanes pueden ser seguidos en www.islamonline.net.
Traducción de Lucía Vera