Frente a los que anuncian hace tiempo el fin del sol naciente nipón, éste parece que vuelve a brillar con fuerza en Asia, o al menos ese es el deseo de su nueva clase política en el poder. Tras las elecciones generales del pasado once de septiembre, algunas fuentes han manifestado que el triunfo del […]
Frente a los que anuncian hace tiempo el fin del sol naciente nipón, éste parece que vuelve a brillar con fuerza en Asia, o al menos ese es el deseo de su nueva clase política en el poder.
Tras las elecciones generales del pasado once de septiembre, algunas fuentes han manifestado que el triunfo del Primer Ministro Junichiro Koizumi suponía más de lo mismo para el país, tal vez se podía interpretar, siempre según esas mismas fuentes, que éste había salido reforzado y que Japón se encontraba en una situación similar a la anterior a las elecciones, «tras Koizumi más Koizumi» era la frase elegida para resaltar esta nueva situación.
Normalmente la percepción que en Occidente tenemos de la realidad japonesa está estrechamente ligada a una serie de tópicos. Los suicidios al estilo hara-kiri, el sol naciente, el sushi, el mundo del manga, los samurais. pero la realidad de aquel país también alberga otras realidades.
La representación de una sociedad homogénea y sin fisuras es otro de los errores que se suelen cometer al enfocar esas lecturas de otros países, siempre realizadas desde puntos de vistas cargados de eurocentrismo y desconocimiento. Lo cierto es que Japón tiene divisiones importantes y éstas se están agrandando y haciéndose más visibles con el paso del tiempo. Las diferencias entre grandes y pequeñas empresas, entre el mundo rural y urbano, o entre las clases ricas y pobres ha generado a lo largo de la historia una estructura social en las que unos siempre dependían de otros, a pesar de que el propio sistema se encargaba de no acentuar esa situación, o al menos de que no se percibiese con total nitidez.
Los cambios producidos por la globalización también han afectado a Japón y a ese sistema, por ello, las relaciones verticales y corporativas de otros años se están rompiendo y la brecha entre los diferentes sectores está aumentando. La competitividad uniformante ha dado paso a una lucha por aumentar las diferencias con el otro y dejar de lado las características sociales anteriores.
Nueva etapa
La estrategia desplegada por Koizumi en las elecciones le ha dado muy buenos frutos. La utilización de los shikaku (asesinos, empleado metafóricamente) para enfrentarse a los rebeldes de su propio partido en algunos escaños claves le ha salido redondo. Gracias a esos movimientos ha aumentado su representación, logrando una holgada mayoría para maniobrar libremente en los próximos meses.
Si la crisis que provocó esta maniobra fue el rechazo parlamentario a la reforma del sistema postal y su privatización, tras las elecciones la política de Koizumi se implementará sin obstáculos parlamentarios. El primer paso lo ha dado recientemente al volver a presentar el mismo proyecto privatizador, sólo que en este caso ha conseguido su aprobación.
Ahora otras tres reformas están en la agenda del primer ministro marcadas con absoluta prioridad. La abolición de las instituciones financiadas por organismos gubernamentales, la reducción del número de empleados de instituciones del gobierno o locales, y la llamada reforma triune dirigida hacia las finanzas de los gobiernos locales.
Pero al mismo tiempo que el nuevo gobierno pone en marcha los mecanismos para llevar adelante el programa reformador del primer ministro, dentro del partido del mismo, Partido Liberal Democrático (LPD), se ha iniciado la carrera para suceder a Koizumi, quien ya había anunciado que en septiembre del 2006 termina su mandato como presidente del LPD y como primer ministro.
Los halcones
Entre los nuevos miembros del gobierno se señalan los posibles sucesores. Una primera mirada a esa composición no deja mucho lugar para la esperanza. El perfil mayoritario, sobre todo de dos de ellos, Shinzo Abe y Taro Aso, les presenta como halcones en política exterior y muy conservadores.
Abe, nombrado secretario jefe del gabinete, nieto de un antiguo primer ministro acusado de criminal de guerra, es un verdadero halcón en materia exterior. Sus posiciones ante China y Corea no dejan lugar al acercamiento o a la disminución de la tensión con esos estados. También apoya las visitas de los mandatarios japoneses a Yasukini, donde se encuentran los restos de antiguos criminales de guerra.
Taro Aso por su parte ha recibido expuesto de ministro de Asuntos Exteriores. Considerado como uno de los halcones más conservadores en materia de seguridad, es al mismo tiempo uno de los hombre más ricos del nuevo parlamento. Hace poco tiempo señaló que «Japón es una nación de una sola raza», algo con claros tintes racistas y ofensivo para las minorías del país.
Otro de los posibles sucesores es el ministro de Finanzas, Sadakazu Tanigaki, que repite en el cargo, y al que se le considera bien visto en círculos empresariales.
De momento, con esta perspectiva, no extraña que la política japonesa esté marcada por gestos unidireccionales, lo que lleva al país y a su política exterior a un firme alineamiento con las tesis de Estados Unidos.
El auge de China como algo más que potencia regional hace que la política estadounidense se tambalee también en buen aparte del continente asiático. Para frenara el impulso chino, Bush y los neoconservadores de Washington necesitan reactivar el protagonismo japonés en la zona.
Koizumi ha manifestado que en política doméstica es necesaria la privatización prevista, una desregulación y una reforma estructural. En materia de seguridad ha apostado por reformar la alianza con Estados Unidos. Un ejemplo de esto último es el acuerdo alcanzado entre ambos países en torno a las base militar estadounidense de Okinawa. Japón ha conseguido que Estados Unidos traslade la base para apaciguar los ánimos, pero no soluciona la raíz del problema (se trasladan a cuarenta kilómetros, alejados del centro de la población), la presencia militar norteamericana en suelo nipón.
A ello además se le une la disponibilidad del gobierno japonés para introducir las reformas constitucionales pertinentes para permitir que tropas del país se desplieguen en zonas del mundo, rompiendo con la tradicional postura pacifista y neutral de los últimos años.
De momento las relaciones con sus vecinos no tienen visos de mejorar. Las repetidas visitas de Koizumi a Yasukini, honrando a los criminales de guerra allí en terrados, las disputas territoriales (China y Japón llevan tiempo disputándose la territorialidad de las aguas del este del Mar de China, donde podrían encontrarse importantes yacimientos de gas) y los enfrentamientos por los libros de texto japoneses, escritos por pensadores de las escuelas imperiales y reaccionarias de Japón, no son nada bien recibidas por China y Corea.
De momento, la caracterización de algunos miembros del nuevo gobierno, fieles seguidores de la política de Koizumi en sus aspectos más extremos y conservadores, tampoco adelantan nada bueno para la estabilidad de la región. Todo apunta a que la intención de la clase política nipona, que en estos momentos cuenta con el respaldo interesado de la clase empresarial, es seguir esa línea marcada por Koizumi en los próximos años.
Japón puede estar dando pasado hacia su pasado, y eso no es algo que siente nada bien entre sus vecinos de la región. Los datos anteriormente apuntados señalan que podemos estar ante una nueva configuración de las relaciones internacionales en el continente asiático, y tal vez también en el resto del tablero mundial. Siempre queda la esperanza de que el brillo del sol nipón no acabe cegando a sus dirigentes, como ya ocurrió en épocas pasadas.
GAIN