No saben qué hacer con los carritos de «los junta» en la ciudad. En principio se planteó la necesidad de declarar al Centro zona de exclusión para este estilo de hurgadores. Unos dicen que por razones paisajísticas, otros que por higiene y seguridad en el tráfico entre otras pundonorosas razones. Salvando las diferencias; suena a […]
No saben qué hacer con los carritos de «los junta» en la ciudad.
En principio se planteó la necesidad de declarar al Centro zona de exclusión para este estilo de hurgadores. Unos dicen que por razones paisajísticas, otros que por higiene y seguridad en el tráfico entre otras pundonorosas razones.
Salvando las diferencias; suena a que en lugar de limpiar o sea dar soluciones, tiramos la mugre -¡Pichi, te vas!- para abajo de la alfombra. No es una decisión muy inclusiva y democrática que digamos. ¿Acaso la de los mentados carritos será gente que en lugar de estar jugando al polo o al tenis, o nadando en su piscina privada, mata el ocio revolviendo en la mierda pública de las volquetas?
Y si en lugar de haber menos pobres como informaron las estadísticas, en el Uruguay hubiera menos ricos… ¿qué pasaría? No estoy hablando de Robin Hood 2006 ni nada por el estilo. Digo imaginar que la escandalosa exhuberancia patrimonial de algunos, fuera utilizada en viviendas y educación para carentes económicos uruguayos, incómodos «pobres» e indigentes nuestros que los hay también en superabundancia. Vestimenta, salud y una ocupación remunerada decentemente. Qué ¿eh? ¿Qué me dicen? Podría ser una alternativa para estos empedernidos recolectores de restos. Ya sé, ya sé que es comunista lo que digo, además de nada original, pero… ¿no es en el fondo lo que sabemos que debería ser?
La vieja e ideal aspiración de establecer una sociedad sin clases será una utopía en tanto no la consideremos digna de la realidad.
Mis padres se dieron el lujo, casi bordaberriano, de tener ocho hijos yo la séptima. Con el oficio de tintorero mi viejo hasta cierta educación nos dio, y si a veces era magro el puchero y los sacos completaban las frazadas faltantes, siempre abundó amor y calor de hogar. La felicidad que traigo en mis entrañas se la debo a mi cepa indudablemente. Cómo hicimos para tener tan poca plata y ser tan alegres no me lo explico. Sólo sé que de eso nunca fuimos pobres.
El consumismo hoy condiciona nuestra realización personal a cuánto de esto o de aquello logremos tener y además acumular en bienes materiales. Valemos lo que poseemos.
En esa loca carrera por más tener, nos introspectamos y perdemos el punto de referencia que es el imprescindible «otro». No puedo estar bien yo solo. Tampoco puedo hacer desaparecer a los que están mal porque me molesta verlos. Es inmoral negar esta realidad.
Los que viven de la basura deberían ser permitidos solo en los barrios residenciales, no por maldad, sino porque ese mundo tal vez ignore su existencia. Allí incluso el tránsito vehicular es más tranquilo.
Hablando de informes, hay uno fresquito que dice que los multimillonarios nunca fueron tan numerosos en este planeta. Jamás entendí porqué en lugar de algunos acopiar, todos no tenemos lo necesario.
Dicen que el hambre duele. Al parecer, sólo a los que lo padecen. En los países en desarrollo viven 1.300 millones de personas por debajo de la línea de pobreza. Ta difícil pa esconderlos debajo de la alfombra ¿no?