Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Algunos habían temido – mientras que otros habían esperado – que el golpe del general Pervez Musharraf del 12 de octubre de 1999, llevaría la revolución de Kemal Ataturk a Pakistán y arrancaría al país del puño de hierro de los mullahs. Pero años después ha emergido una verdad definitiva. Como todos los otros gobiernos inseguros anteriores, tanto militares como civiles, el actual régimen tiene un orden del día de un solo punto – mantenerse en el poder a cualquier precio. Por lo tanto hace lo que juzgue conveniente y Pakistán sigue alejándose cada vez más de cualquier perspectiva de adquirir valores modernos, y de construir y fortalecer las instituciones democráticas.
Los requerimientos para la supervivencia del actual régimen son obvios: por una parte la dirección del Ejército sabe que su dependencia crítica de Occidente requiere que sea percibido en el extranjero como un régimen liberal opuesto a los islamistas radicales. Pero, por otro lado, en realidad, para preservar y extender su control del poder, debe preservar el status quo.
Los conflictos escenificados entre el general Musharraf y los mullahs forman por lo tanto parte normal de la política paquistaní. En septiembre de este año, casi siete años después, los partidos religiosos no necesitaron una demostración de fuerza para lograr dos importantes victorias en menos de una quincena: bastaron unas pocas amenazas resonantes. Por experiencia propia sabían que el ejército paquistaní y su sagaz líder – famoso por su «moderación ilustrada» – se corresponderían a su modo previsible de tratar a los islamistas. En pocas palabras: provocar una pelea, generar excitación, dejar que las misiones diplomáticas en Islamabad preparen sus informes y que CNN y
Abundan los ejemplos. El 21 de abril de 2000, el general Musharraf anunció un nuevo procedimiento administrativo para el registro de casos bajo
Otro ejemplo: En octubre de 2004, cuando se instalaba un nuevo sistema para expedir pasaportes legibles por máquinas, el gobierno de Musharraf declaró que en el futuro no sería necesario que los poseedores de pasaportes especificaran su religión. Como era de prever esto fue condenado por los partidos islámicos como una grandiosa conspiración orientada a secularizar Pakistán y destruir su carácter islámico. Pero el gobierno perdió los nervios incluso antes de que los mullahs salieran a las calles, y anunció el 24 de marzo de 2005 que daba media vuelta. El ministro de información jeque Rashid dijo que adoptaba la decisión de resucitar la parte sobre la religión por que si no: «Qadianis [desviados] y apostatas podrían presentarse como musulmanes e ir en peregrinaje a Arabia Saudí.»
Pero incluso estas retractaciones – por significativas que sean – son menos dramáticas que la sorprendente retirada reciente respecto a la reforma de
La violación es aún más problemática. Una mujer que no demuestra que ha sido violada es automáticamente acusada de fornicación y adulterio. Bajo
El presidente y jefe del estado mayor del ejército, general Musharraf, y su primer ministro del Citibank, Shaukat Aziz, propusieron modificar
El gobierno de Musharraf no ha resultado ser más ilustrado, o más moderado o más resuelto y no se comportó de modo diferente de la más de media docena de administraciones civiles, incluyendo dos períodos de Benazir Bhutto como primer ministro y varios regímenes «tecnócratas». Ninguno hizo un esfuerzo serio por enfrentar o reformar esas leyes.
Pero el modelo va más allá de la deferencia a los mullahs. El general Musharraf ha estado dispuesto a utilizar el puño de hierro en otras circunstancias. Se destacan dos ejemplos: Waziristán y Baluchistán. Los dos instructivos.
En 2002, presumiblemente por instrucciones de Washington, el ejército de Pakistán estableció bases militares en Waziristán del Sur que se había convertido en un refugio para los talibanes y Al Qaeda en fuga de Afganistán. Utilizó artillería y helicópteros artillados Cobra suministrados por USA. En 2005 los fuertes combates se habían extendido a Waziristán del Norte y el ejército estaba empantanado.
Los generales, seguros a distancia de las áreas de combates, y ocupados con la construcción de sus imperios financieros personales, achacaron la resistencia a «unos pocos cientos de militantes extranjeros y terroristas.» Pero el ejército estaba sufriendo pérdidas (de una gravedad sugerida por el hecho de que no se revelaron las cifras de víctimas), los soldados raramente se aventuraban fuera de sus fuertes, la moral se derrumbaba al preguntarse los jóvenes oficiales por qué se les estaba pidiendo que atacaran a sus camaradas ideológicos – los talibanes – por instrucciones USamericanas. Según se informa, clérigos locales se negaron a realizar oraciones funerarias para los soldados muertos en acción.
En 2004, el ejército hizo la paz con los militantes en Waziristán del Sur. Les concedió el territorio, que los había fortalecido inmensamente. Un «tratado de paz» similar había sido firmado el 1 de septiembre de 2006 en la ciudad de Miramshah, en Waziristán del Norte, hoy firmemente bajo control de los talibanes pakistaníes.
El tratado de Miramshah satisfizo todas las demandas de los militantes: la liberación de todos los militantes encarcelados; el desmantelamiento de los puntos de control del ejército; la devolución de las armas y los vehículos confiscados; el derecho de los talibanes a portar armas (con la excepción de armas pesadas); y derechos de residencia para compañeros combatientes de otros países islámicos. En cuando a «militantes extranjeros.» a los que Musharraf había culpado exclusivamente por la resistencia, los militantes se mostraron inmutables: ¡les haremos saber si encontramos a alguno! La compensación financiera exigida por los talibanes por la pérdida de propiedad y de vidas no ha sido revelada, pero algunos funcionarios han señalado que es «astronómica.» Por su parte, prometieron cesar sus ataques contra instalaciones civiles y militares, y dar salvoconducto a la armada.
Aunque el ejército se ha desembrollado, los locales han tenido que pagar el precio. Los militantes han clausurado escuelas de muchachas e imponen estrictas leyes Sharia en todo Waziristán, tanto del Norte como del Sur. A los peluqueros les han dicho «afeitáis, morís.» Grupos vigilantes de talibanes patrullan las calles de Miramshah. Controlan cosas como el largo de las barbas, si se usan «»shalwars» a la altura correcta sobre los tobillos, y la asistencia de los individuos a las mezquitas.
Y luego está Baluchistán. Hace ocho años, cuando el ejército tomó el poder, no había un movimiento separatista visible en Baluchistán, que comprende cerca de un 44% de la masa terrestre de Pakistán y posee su gas y petróleo. Ahora hay una insurgencia hecha y derecha basada en las quejas de los baluches, la mayoría resultantes de su percepción de que son gobernados desde Islamabad y que se les niega una parte justa de los beneficios de los recursos naturales extraídos de su tierra.
El ejército ha desdeñado las negociaciones. La fuerza es su única respuesta: «No sabrán lo que les ha caído encima,» braveó Musharraf, después de amenazar con aplastar la insurgencia. El ejército ha utilizado todo lo que puede, incluyendo cazas jet F-16 suministrados por USA. La crisis empeoró cuando el carismático caudillo baluch y antiguo gobernador de Baluchistán, Nawab Akbar Khan Bugti, fue muerto por bombas del ejército. Musharraf indignó a los baluches al hablar de «una gran victoria.» La reconciliación en Baluchistán parece ahora, en el mejor de los casos, un sueño distante.
Musharraf y sus generales están determinados a quedarse en el poder. Protegerán la fuente de su poder – el ejército. Acomodarán a los que tengan que hacerlo – a los USamericanos. Complacerán los caprichos de los mullahs. Aplastarán a los que amenacen su poder y sus privilegios, e ignorarán al resto. Ningún precio les es demasiado elevado. Por eso Pakistán fracasa.
—————–
El autor enseña en
http://www.zmag.org/sustainers/content/2006-10/18hoodbhoy.cfm