Traducido para Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala por Àlex Tarradellas
A partir de hoy, hago mi primer viaje a Haití. El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), del que soy el Secretario Ejecutivo, realiza su primera actividad allí.
Voy con el corazón encogido, por las imágenes que me esperan, en un país notable, que realizó la única insurrección victoriosa de esclavos de la historia. Iniciada en 1791, en la colonia francesa, en su momento, la más próspera de las Américas gracias a la producción azucarera y la esclavitud de medio millón de esclavos, un contingente diez veces mayor que la población blanca francesa.
Tan sólo dos años después de la Revolución Francesa de 1789, esclavos rebelados, liderados por Toussaint L’Ouverture, intentaron liberar la isla y hacer una alianza con la Francia revolucionaria. (El principal libro sobre la revolución haitiana fue escrito por el historiador estadounidense C. L. R. James y tiene el título sugestivo de «Los jacobinos negros», publicado por la editorial Boitempo [1], está siendo filmado por el director negro de los Estados Unidos, Dany Glover, en Venezuela.) Esa alianza, en pie de igualdad, se convertiría en un baluarte de las ideas más avanzadas en todo el continente y más allá de nuestras fronteras. El proyecto no triunfó y Toussaint L’Ouverture fue hecho prisionero y llevado a Europa. Murió de frío en una prisión francesa en los Alpes.
Haití acabó conquistando su independencia en 1804, derrotando las tropas francesas, inglesas y españolas, haciendo de Haití la primera colonia liberada de la opresión extranjera colonial en América Latina. Los colonizadores nunca perdonaron esa humillante derrota y Haití fue transformado en un caso ejemplar que debería pagar el precio caro por su osadía. Al final, la esclavitud sobrevivía ampliamente en los Estados Unidos, en Brasil, en Cuba, mientras que en Haití habían conquistado su libertad y pasaron a dirigir el país de forma soberana. Sin embargo, la destrucción del país producida por las guerras provocó que su producción bajara a apenas un 1% de lo que era antes.
Desde entonces, Haití tuvo muchas dificultades para retomar su desarrollo, fue anexionado de nuevo por España y, posteriormente, una nueva rebelión conquistó la independencia. En el siglo pasado, la dominación imperial de los Estados Unidos delegó a la dinastía de los Duvalier cuidar de la neocolonia, a lo largo de varias décadas. Más recientemente, como sabemos, con el fin de la dinastía, Jean Bertrard Aristide, sacerdote vinculado a la teología de la liberación, ganó las elecciones, fue depuesto, pasó el exilio en los Estados Unidos, que lo reconducieron al poder, creando un gobierno muy contradictorio -que privatizó empresas y utilizó la violencia contra los opositores-. Acabó siendo acusado de corrupción y de vínculos con el narcotráfico, siendo derribado por una coalición militar entre los Estados Unidos y Francia.
Tropas de Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Bolivia, entre otras, sustituyeron las tropas invasoras, sin que ningún programa sustancial de reconstrucción del país haya sido llevado adelante. Se realizaron elecciones presidenciales, fue reelegido un presidente, pero, a lo que todo indica, aunque aparentemente exista menos violencia, la situación social y económica continúa tan precaria como antes. Haití continúa estando entre los últimos países del continente y de todo el hemisferio en términos de miseria y atraso.
Contaré lo que vea, lo que saque de las conversaciones, lo que pueda analizar, así como los tipos de acuerdos y apoyos que sea posible realizar en el marco del seminario que estaremos realizando esta semana.
[1] La edición en español de Los jacobinos negros fue publicada por Ediciones Turner y también por el Fondo de Cultura Económica.
Para más información:
http://www.rebelion.org/cultura/040101az.htm
http://www.fondodeculturaeconomica.com/subdirectorios_site/Lecturas/LEC-731023R.pdf
Los problemas y los desastres históricos de Haití
En directo desde Puerto Príncipe, Emir Sader relata las dificultades vividas por el pueblo haitiano. «Cualquiera que sea el diagnóstico de la historia reciente de Haití, lo cierto es que, después de la catástrofe que significó para Haití la dictadura del clan Duvalier, el desastre más reciente, que ayuda a entender la grave situación en que se encuentra el país, fue el fracaso del gobierno de Aristide.»
No es fácil llegar a Haití. En primer lugar por los vuelos. No sólo para nosotros, que tenemos que ir a Panamá y cambiar de avión, después de una espera de cuatro horas. Sino incluso para países del Caribe -como Cuba o Puerto Rico- o próximos, como México, deben ir hasta Panamá o sacarse la ropa y los zapatos en el aeropuerto de Miami. Un vuelo que sería de una hora y cuarenta minutos, desde Puerto Rico o Cuba, termina conllevando siete horas. El trecho entre Panamá y Haití es corto, de alrededor de dos horas, para que se vea que no queda tan lejos, pero también a este nivel Haití es víctima de la discriminación.
La otra dificultad también es resultado de la discriminación. Cuando se dice a alguien que se va a Haití, provoca preocupación, muchas veces seguido de recomendaciones. «¡Haití!¡Cuidado!, como si fuéramos a Iraq o Afganistán.
La primera vista, todavía desde el avión, es la de una isla típicamente caribeña, podría parecer estar llegando a Cuba sino fuera por una vegetación más rala y terrenos bastante menos explotados por la agricultura. En el aeropuerto -llamado Toussaint L’Ouverte- se encuentra de inmediato esa característica de algunos países del continente: población nativa negra, entre pobres, clase media y elite.
Puerto Príncipe no presenta un paisaje social peor que, por ejemplo, Tegucigalpa o El Alto -ciudad de la periferia de La Paz. La capital tiene un millón de habitantes, otros ocho millones viven en el campo y un millón más en el exilio -en los Estados Unidos, en la República Dominicana. Tanto estos datos, como los índices sociales -40% de analfabetos o de mortalidad infantil, por ejemplo- son aproximados, nadie sabe cuantos haitianos fueron legal o ilegalmente a los Estados Unidos o a la vecina República Dominicana, donde incluso los hijos de tercera generación de haitianos no son reconocidos legalmente y no existen ante la ley y las estadísticas.
En el centro de la ciudad, una gran cantidad de gente ociosa, probablemente desempleada, mientras que los que tienen trabajo están, en su gran mayoría, en el servicio de calle, vendiendo cosas o prestando servicios, con gran una cantidad de limpiabotas. Aislado por cercas, el monumental Palacio Presidencial, aparentemente ajeno al entorno. Como en casi todos los países del continente, incluso en los países pobres, como Haití o Paraguay, el poder se exige en su monumentalidad mediante palacios que podrían ser transferidos a cualquier otro país, elegido por aquella masa de gente que circula, ajena al Palacio, a pie o en pequeños autobuses de transporte, repletos de gente a cualquier hora del día, todos con mucho color y con frases pintadas, la mayoría de éstas religiosas.
Haití goza, por lo menos, del privilegio del atraso. La capital está poco globalizada, porque no representa un mercado de interés de la gran mayoría de transnacionales. (Hasta ahora, no he visto ningún McDonalds.) Pocos paneles publicitarios, en general pequeños, la publicidad está más presente en cintas, escritas en francés, cuando se trata de la oferta de algún producto convertido para el consumo de las altas esferas del consumo, en criollo -el idioma local, una versión popular del francés, que escribe las palabras francesas conforme suenan, se trata de productos de consumo popular.
Si no supiéramos la situación política del país, parecería un país pobre más en el continente. El síntoma de esa situación política estaba presente en el aeropuerto, cuando los soldados traían el emblema de la ONU en un brazo y la bandera chilena en el otro -miembros de la Misión de las Naciones Unidas para la estabilización de Haití, conocida como Minustah, cuyo término del mandato actual termina el próximo día 15 de octubre…
Es de consenso general que la presencia de esas tropas fue la responsable de los avances en la situación de seguridad pública, por lo menos en los espacios centrales de Puerto Príncipe, hasta hace poco intransitables por los riesgos de seguridad. La elección de un presidente con gran votación -René Preval, que había sido presidente de Haití anteriormente y que recibió incluso el apoyo táctico del expresidente Aristide-, sumado a la acción de las tropas extranjeras, generó una cierta estabilidad institucional.
Los problemas de Haití se dan en un plano mucho más profundo. Las décadas de gobierno del clan Duvalier, sumados al fracaso del gobierno de Aristide, tuvieron como efecto, entre otros, una inexistencia real del Estado. Hay ministerios, pero muy pocos servicios públicos, estructuras muy debilitadas. Además de que Aristide decidió la extinción del Ejército, sin colocar ninguna otra estructura en su lugar, manteniéndose apenas la Policía Federal como fuerza armada.
Cualquiera que sea el diagnóstico de la historia reciente de Haití, lo cierto es que, después de la catástrofe que significó para Haití la dictadura del clan Duvalier, el desastre más reciente, que ayuda a entender la grave situación en que se encuentra el país, fue el fracaso del gobierno de Aristide. Él tenía las mejores condiciones para iniciar la reconstrucción democrática del país, por el liderazgo popular que tenía como sacerdote de la teología de la liberación, de la oposición democrática, contando también con el apoyo internacional.
El régimen duvalierista fue derribado en 1986, Aristide fue elegido en 1990. Ni bien había comenzado su gobierno cuando a los 7 meses fue derribado por militares remanentes del duvalierismo. Se exilió en los Estados Unidos y regresó, reconducido por el gobierno de Bill Clinton, en 1994, a lo que se le llama «segundo Aristide». Después de un mandato de Preval, éste pasó a implementar una política económica neoliberal, se chocó y se distanció del partido -Lavalas- que lo había elegido y pasó a ser acusado de vínculos con el narcotráfico, de corrupción y de organización de bandas armadas que pasaron a atacar grupos de oposición, movimientos sociales, intelectuales y líderes de la oposición.
Aristide fue perdiendo el control del país, fueron creciendo las movilizaciones populares contra él. A lo largo del segundo semestre de 2003, continuaba disponiendo de grupos populares armados por él. La falta de recursos externos fue llevando el país a un proceso de desintegración acelerada, sin servicios públicos, sin fuerzas de seguridad, con grupos de exmilitares armados cruzando la frontera para atacar el gobierno.
Fue en ese contexto, en vísperas de una guerra civil, que los gobiernos de los Estados Unidos y de Francia se reivindican el derecho de intervenir, derribando el gobierno de Aristide. Alegando que los gobiernos de la región preferían la presencia de tropas latinoamericanas. Brasil, Argentina, Uruguay y Chile sustituirían ese contingente con sus tropas.
Ahí comienza el periodo contemporáneo de Haití, con un presidente electo, René Preval, con grandes dificultades económicas y sociales, inestabilidad institucional y presencia de tropas extranjeras. El seminario que organizamos, CLACSO, junto con la Fundación Gerard-Pierre Chareles -el intelectual más importante de Haití, gran amigo de Florestan Fernández, muerto hace tres años- permite tener visiones diversas del cuadro actual de Haití. En el próximo texto trataré de resumirles esas visiones.
* Sociólogo brasileño. Nació en São Paulo en 1943, estudió filosofía en la Universidad de São Paulo, donde obtuvo el doctorado y trabajó como profesor de sociología hasta su retiro. Actualmente es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad del Estado de Río de Janeiro y Secretario Ejecutivo de CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales). Ha publicado entre otros libros O poder, cadê o poder? Ensayos para uma nova esquerda; Contraversões: civilização ou barbárie na virada do século (en coautoría con Frei Betto) y Século XX: uma biografia não autorizada. Su último libro es La venganza de la historia, editorial Era, México, 2005. Ha coordinado la Enciclopedia Contemporánea de América Latina y el Caribe – Latinoamericana.
Àlex Tarradellas es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a sus autores y la fuente.
Para más información: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=18187