En Asunción fue suficiente elegir presidente a Fernando Lugo, un tranquilo «cura de campo», como lo hubiese definido Georges Bernanos, para que Paraguay fuera inscrito oficialmente en el «eje del mal latinoamericano». Lo acusaron de cualquier cosa, desde pertenecer a las FARC de Colombia a ser un títere en las manos del venezolano Hugo Chávez […]
En Asunción fue suficiente elegir presidente a Fernando Lugo, un tranquilo «cura de campo», como lo hubiese definido Georges Bernanos, para que Paraguay fuera inscrito oficialmente en el «eje del mal latinoamericano».
Lo acusaron de cualquier cosa, desde pertenecer a las FARC de Colombia a ser un títere en las manos del venezolano Hugo Chávez y del cubano Fidel Castro, y sin embargo el obispo, que entrando en política le dio un disgustó a Joseph Ratzinger, sólo es un pedazo más de una foto de familia que se va recomponiendo.
Dos días después del voto paraguayo, que terminó con décadas de dominio del Partido Colorado, es necesario apuntar algunas reflexiones importantes sobre el actual momento.
La primera es que la Teología de la Liberación, la que empezando desde el Concilio Vaticano II y del Congreso Eucarístico de Medellín en 1968, no sólo no ha sido derrotada por el feroz wojtylismo de los años ’80, sino que es más que nunca una pieza clave de una idea de América latina donde la iglesia católica está en comunión con su pueblo que es el pueblo de los desheredados y de los excluidos.
La segunda es que el «viento del Sur», el viento de la integración latinoamericana, parece imparable. Después del cambio de signo político en Paraguay, en América del sur, sólo Colombia de manera neta y Perú y Chile de manera más esfumada, no reconocen en la integración regional el motor del desarrollo y de la justicia social.
La tercera consideración apunta a la heterogeneidad y fragilidad del bloque social que eligió a Fernando Lugo. Nunca como en el caso paraguayo el triunfo electoral sólo es el inicio del cambio. La maquinaria del estado continuará durante años en las manos de la burocracia del Partido estado, el Colorado. Además se desatarán apetitos de algunos «amigos interesados de Lugo» y más que esto las necesidades urgentes del pueblo que aguarda que la esperanza desatada por el obispo se resuelva pronto en mejoras concretas de las condiciones de vida. Estos tres factores hacen que Lugo prácticamente no vaya a tener luna de miel y que todos los nudos lleguen al peine inmediatamente.
Así -es la cuarta observación- Fernando Lugo necesita inmediatamente respuestas desde el concierto latinoamericano que le permitan gobernar desde el inicio un proyecto de cambio, el suyo, apenas esbozado, juntando fuerzas muy distintas de las que lo han llevado al éxito electoral, pero que todavía no marcaron el camino que la experiencia paraguaya tomará. Está así a la mirada larga de Lula da Silva y Cristina Fernández, respectivamente presidentes de Brasil y Argentina, para que acepten una renegociación generosa de los pactos leoninos firmados, contra el interés nacional, por el dictador Alfredo Stroessner, con las dictaduras de los países cercanos, hace cuatro décadas, para las dos grandes represas de Itaipù e Yaciretá. Sólo así Lugo puede tener los recursos para empezar a cambiar un país prehistórico en las relaciones de producción e híper avanzado en su modernidad neoliberal.
Se confirma así – y es la quinta y última consideración- que está en el control de los recursos naturales, el gas, el petróleo (lo saben perfectamente los mexicanos que están librando hoy mismo una batalla para impedir las desnacionalización de este recurso), el agua, el cobre, la biodiversidad, «la riqueza de la Nación». Es esta la llave del único desarrollo posible, justo, equilibrado y sustentable. Un desarrollo opuesto y antagónico frente a todos los paradigmas del capitalismo, del liberalismo clásico al neoliberalismo. Por esto la modernidad occidental seguirá siendo enemiga jurada del camino autónomo y del modelo de desarrollo integracionista latinoamericano.