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Afganistán

¿En qué piensa esta gente?

Fuentes: Foreign Policy in Focus-Znet

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Uno de los contactos más extraños – por cierto, surrealistas – respecto a la guerra en Afganistán tiene que haber sido un llamado telefónico del pasado 27 de julio. A un extremo de la línea estaba el historiador Stanley Karnow, autor de «Vietnam: A History.» Al otro el enviado especial del Departamento de Estado Richard Holbrooke y el comandante militar de EE.UU. en Afganistán, general Stanley McChrystal. La pregunta era: ¿cómo puede evitar EE.UU. el tipo de derrota que sufrió en el Sudeste Asiático hace 40 años?

Karnow no divulgó lo que dijo a los dos hombres, pero dijo a Associated Press que la «lección» de Vietnam «fue que no debíamos estar allí,» y que, mientras «Obama y todos los demás parecen querer estar en Afganistán,» él, Karnow, se opone a la guerra.

Apenas puede sorprender que Washington vea paralelos con la debacle en Vietnam. El enemigo es un enemigo elusivo. La población local es neutral, si no hostil. Y el régimen gobernante es corrupto y virtualmente no cuenta con apoyo fuera de la capital de la nación.

Pero de muchas maneras Afganistán es peor que Vietnam. De modo que es cada vez más difícil imaginar por qué un gobierno estadounidense aparentemente inteligente parece determinado a aferrarse al desastre que se prepara. Es casi como si hubiera algo en ese inclemente país centroasiático que trastorna a sus ocupantes.

Espejismo Nº 1

En su discurso ante los Veteranos de las Guerras en el Extranjero, Obama caracterizó a Afganistán como una «guerra de necesidad» contra el terrorismo internacional. Pero la realidad es que los talibanes son una colección políglota de corrientes políticas conflictivas que son locales, no un yihad universal.

«La insurgencia está lejos de ser monolítica,» dice Anand Gopal, periodista del Christian Science Monitor basado en Afganistán. «Hay sombríos mullahs de ojos oscuros y estudiantes de religión, claro está, pero también hay eruditos estudiantes universitarios, pobres campesinos analfabetos, y veteranos comandantes anti-soviéticos. El movimiento es una mezcla de nacionalistas, islamistas y bandidos… compuesto de comandantes en competencia y diferentes ideologías y estrategias que sin embargo están de acuerdo en un objetivo esencial: expulsar a los extranjeros.»

El portavoz de los talibanes Yousef Ahmadi dijo a Gopal: «Luchamos por liberar nuestro país de la dominación extranjera, y agregó: «Incluso los estadounidenses se levantaron una vez para liberar a su país.»

Aparte de los talibanes, hay por lo menos otros dos grupos insurgentes: Hizb-I-Islam es dirigido por el ex aliado de EE.UU. Gulbuddin Hekmatyer. El grupo Haqqani, mientras tanto, tiene estrechos vínculos con al-Qaeda.

La justificación del «terrorismo internacional» de la Casa Blanca es un paralelo de la tragedia del Sudeste Asiático. EE.UU. caracterizó Vietnam como parte de una conspiración comunista internacional, aunque el conflicto era esencialmente una guerra de liberación nacional generada en el país.

Espejismo Nº 2

 

Una víctima de Vietnam fue la doctrina de la contrainsurgencia, la teoría de que una guerra asimétrica contra guerrillas pueda ser ganada capturando los «corazones y las mentes» de la gente. Por cierto «corazones y mentes» eran una quimera, aniquilada por masivas víctimas civiles, el uso generalizado de defoliantes, y la creación de «aldeas estratégicas» que tenían más en común con campos de concentración que con aldeas.

Después de Vietnam, la «contrainsurgencia» perdió popularidad, y fue reemplazada por la «Doctrina Powell» basada en un poder de fuego masivo para ganar guerras. Con esa estrategia EE.UU. aplastó al ejército iraquí en la primera Guerra del Golfo. A pesar de que se redujo el tamaño de esa doctrina para la invasión de Iraq una década después, ésta siguió siendo el alma del ataque.

Sin embargo, dentro de semanas después de capturar Bagdad, los soldados de EE.UU. fueron acorralados por una insurgencia que no formaba parte de la lección. Emboscadas y bombas al borde de la ruta causaron continuas bajas a las tropas de EE.UU. y Gran Bretaña y, previsiblemente, las agresivas contramedidas volcaron a la población contra la ocupación.

Después de cuatro años de martilleo por los insurgentes, el Pentágono redescubrió la contrainsurgencia, y su profeta fue el general David Petraeus, ahora comandante de todas las fuerzas de EE.UU. en Oriente Próximo y Asia Central. Le sacaron el polvo a «corazones y mentes», y las contraseñas fueron «despejar, retener y construir.» Los soldados debían permanecer con la gente del lugar, cavar pozos, construir escuelas, y medir el éxito no por los recuentos de cuerpos del enemigo, sino por la «seguridad» de la población civil.

La teoría llevó al gobierno de Obama a enviar una «oleada» de 21.000 soldados a Afganistán, y a considerar el envío de otros 20.000 en el futuro cercano. La idea es que una oleada reducirá la violencia, como una oleada semejante de 30.000 tropas lo hizo en Iraq.

Espejismo Nº 3

Pero como descubrió Patrick Cockburn de The Independent, la oleada no funcionó en Iraq.

Con la posible excepción de Bagdad, no fueron los soldados de EE.UU. los que redujeron la violencia en Iraq, sino la decisión de insurgentes suníes de que no podían seguir librando una guerra en dos frentes: contra el gobierno iraquí y EE.UU. El cese al fuego del clérigo chií y líder del Ejército Mahdi Muqtada al-Sadr también ayudó a calmar las cosas. En todo caso, como han demostrado los recientes eventos, la «paz» fue en gran parte ilusoria.

No sólo es poco probable que una «oleada» similar en Afganistán tenga éxito; la fórmula detrás de la doctrina de la contrainsurgencia predice que el gobierno de Obama va camino a una catástrofe.

Según el periodista investigativo Jordan Michael Smith, el «Manual de campo de contrainsurgencia del Ejército y el Cuerpo de Marines de EE.UU.» – co-escrito por Petraeus – recomienda un mínimo de 20 contrainsurgentes por cada 1.000 residentes. En Afganistán, con su población estimada en 33 millones, eso significaría por lo menos 660.000 soldados.» Y eso requiere no sólo cualesquiera soldados, sino soldados entrenados en la doctrina de la contrainsurgencia.

Las cifras no cuadran.

EE.UU. y sus aliados de la OTAN tienen actualmente unos 64.000 soldados en Afganistán, y esa cifra aumentará a casi 100.000 cuando se complete la presente oleada. Unos 68.000 de ellos serán estadounidenses. También existe la posibilidad de que Obama agregue otros 20.000, llevando el total a 120.000, más que el ejército soviético que ocupó Afganistán. Pero todavía es sólo un quinto de lo que recomienda el manual de contrainsurgencia.

Mientras tanto, el público estadounidense se desilusiona cada vez más con la guerra. Según un reciente sondeo de CNN, un 57% de los estadounidenses se opone a la guerra, un aumento de un 9% desde mayo. Entre los partidarios de Obama la oposición es abrumadora: Casi dos tercios de los demócratas «comprometidos» sienten «fuertemente» que no vale la pena librar la guerra.

Espejismo Nº 4

Afganistán no es como Iraq, porque la OTAN está detrás de nosotros. Muy por detrás.

Los británicos – cuyos soldados realmente combaten, a diferencia de hacer «reconstrucción» como la mayoría de los de las demás naciones de la OTAN – han perdido el apoyo de la gente en su país. Los sondeos muestran una profunda oposición a la guerra, un sentimiento que se repite en toda Europa. Por cierto, el ministro de defensa alemán Franz-Joseph Jung todavía no ha utilizado la palabra «guerra» al referirse a Afganistán.

Esa pequeña obra de ficción se puso a centellear en junio, cuando tres soldados de la Bundeswehr [ejército alemán] fueron muertos cerca de Kunduz en el norte de Afganistán. Por cierto, mientras los marines de EE.UU. pasan a la ofensiva en el sur del país, los talibanes levantan campamento y se van al este y al norte a atacar a los alemanes. La táctica es tan vieja como la guerra de guerrilla: «Donde el enemigo es fuerte, hay que dispersarse. Donde el enemigo es débil, hay que concentrarse.»

Mientras la actual coalición gobernante de socialdemócratas y conservadores respalda silenciosamente la guerra, los demócratas libres – que probablemente se unirán al gobierno de la canciller Angela Merkel después de la próxima elección – llaman a hacer volver a casa a los 4.500 soldados alemanes.

El partido de oposición La Izquierda se ha opuesto desde hace tiempo a la guerra, y esa oposición le ha dado un impulso en las recientes elecciones estatales.

EE.UU. y la OTAN no pueden – o no quieren – suministrar las tropas necesarias, y el ejército afgano es pequeño, corrupto e incompetente. No importa cómo se sumen las cantidades, la tarea es imposible. ¿Por qué entonces sigue el gobierno un curso de acción insoportable?

Por qué combatimos

Existe el oleoducto del Caspio del que nadie quiere hablar. El control estratégico de la energía es ciertamente un factor importante en Asia Central. Luego, también existe el temor de que una derrota de la OTAN en su primera guerra «fuera del área» podría dañar fatalmente la alianza.

Pero cuando todo ha sido dicho y hecho, también parece haber una cierta confusión estudiada sobre todo el asunto, una confusión que quedó en evidencia el 12 de julio cuando el primer ministro británico Gordon Brown dijo al parlamento que la guerra muestra «signos de éxito.»

Las fuerzas británicas acababan de sufrir 15 muertes en poco más de una semana, ocho de ellas en un período de 24 horas. Ahora ha perdido más soldados de los que perdió en Iraq. Es la cuarta guerra de Gran Bretaña en Afganistán.

El gobierno de Karzai ha robado la elección. La elección se ha ampliado y contribuye a desestabilizar y empobrecer a Pakistán con sus armas nucleares. El público estadounidense y europeo se opone cada vez más a la guerra. Julio fue el mes más mortífero para EE.UU., y el gobierno de Obama enfrenta un déficit de 9 billones de dólares.

¿En qué piensa esa gente?

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Conn Hallinan es columnista de Foreign Policy In Focus.

http://www.zmag.org/znet/viewArticle/22586