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Por deferencia de la CIA

Otra avalancha de droga

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por S. Seguí

La próxima vez que vea a un drogadicto tirado en una acera del centro de su ciudad más cercana o que lea que alguien murió de una sobredosis de heroína, imagínese junto a él o ella un gran anuncio publicitario que diga: «Los dólares de sus impuestos federales funcionan.»

Demos la enhorabuena al New York Times y a los periodistas Dexter Filkins, Mark Mazzetti y James Risen por su artículo de primera página de hoy en el que informan de que Ahmed Wali Karzai, hermano del increíblemente corrupto presidente de Afganistán, Hamid Karzai, y cabecilla importante de los traficantes de droga del país productor de la mayor parte del opio que circula en el mundo, ha estado durante ocho años en la nómina de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense.

En realidad el artículo carece de suficiente perspectiva histórica (volveré sobre esto) y permite entrever las tijeras de los altos responsables del diario, en particular por el tono extremadamente cauto (me encantó el tercer párrafo, que dice: «Los vínculos financieros y la estrecha relación de trabajo de la CIA con Karzai plantean importantes interrogantes sobre la estrategia de guerra de Estados Unidos, actualmente en revisión en la Casa Blanca.» Qué tontería; lo que debería plantear interrogantes es la razón de nuestra presencia en Afganistán, o qué miembro de la CIA debería ir a la cárcel, o cómo puede explicar todo esto el gobierno tras los más de 1.000 soldados y marines muertos supuestamente por ayudar a construir un nuevo Afganistán). Sin embargo, el periódico que contribuyó a llevarnos alegremente a la estúpida y criminal invasión de Iraq en 2003 y que impidió que un periodista como Risen publicase su artículo de denuncia de la masiva operación de espionaje electrónico llevada a cabo ilegalmente por la National Security Agency del gobierno Bush-Cheney hasta después de la elección presidencial de 2004, esta vez ha abierto sus páginas a una exposición crítica importante, e incluso, apropiadamente, ha incluido una entradilla en el artículo de primera página en la que indicaba que octubre ha sido el mes más mortal para las tropas de EE.UU. en Afganistán.

Lo que el artículo no menciona en absoluto es que estamos aquí ante un patrón histórico claro. Durante la Guerra de Vietnam, la CIA y su aerolínea camuflada Air America estuvieron metidas hasta el cuello en el comercio de heroína del sudeste asiático. En ese momento, era el sudeste asiático, no Afganistán, el principal productor y exportador de opio, sobre todo a EE.UU., donde hubo una epidemia de heroína.

Una década más tarde, en los años 80, durante la administración Reagan, el desaparecido periodista de investigación Gary Webb documentó brillantemente, primero de una serie de artículos titulada Dark Alliance, publicada en el diario San José Mercury, y más tarde en un libro con este mismo nombre, la estrecha participación de la CIA en el desarrollo y el contrabando de cocaína hacia EE.UU., que sufrió una epidemia de crack que sigue destruyendo aún hoy las comunidades afroamericanas y otras comunidades pobres en todo el país. (El papel del New York Times en esta historia fue sórdido -al igual que el del Washington Post y Los Angeles Times- al publicar noticias despreciables sobre Webb que destrozaron su trabajo y su carrera, y en última instancia, lo llevaron al suicidio, aunque los hechos que reveló han resultado ser ciertos. Para conocer esta historia en su totalidad, léase Whiteout: the CIA, Drugs and the Press, de Alex Cockburn y Jeffrey St. Clair.) En aquella ocasión, Webb reveló que la CIA estaba utilizando la droga para financiar el flujo de armas que luego transportaba en sus propios aviones y entregaba a la contra nicaragüense con el fin de derribar el gobierno sandinista de Nicaragua, en un momento en el Congreso había prohibido a EE.UU. apoyar a la contra.

Y ahora tenemos Afganistán, que antes fue un remanso tranquilo con poca conexión con las drogas (los talibanes, antes de su derrocamiento por fuerzas de EE.UU. en 2001, habían prácticamente eliminado la producción de opio, según informaciones de la ONU), pero que ahora es responsable de hasta el 80 por ciento de la producción de opio del mundo. Y esto sucede en unos momentos en que EE.UU. financia y dirige el país con un ejército de ocupación que, junto con las fuerzas del gobierno afgano que controla, supera los talibanes en una proporción de 12 a 1, según un reciente artículo de Associated Press (1).

La verdadera historia aquí es que cuando EE.UU. llega, el tráfico de drogas viene a continuación, y el papel principal en el desarrollo y fomento del comercio de estupefacientes aparentemente lo desempeña la CIA.

Los dólares de sus impuestos funcionan

La cuestión aquí no debería ser cuántos soldados estadounidenses más deben enviarse a Afganistán. Ni siquiera debería ser si EE.UU. deben subir la puesta o reducir su presencia en función de un objetivo más limitado de la caza de terroristas. La cuestión debería ser lo rápido que EE.UU. puede sacar sus tropas de Afganistán, lo pronto que el Congreso puede iniciar sus audiencias sobre corrupción y tráfico de drogas a cargo de la CIA, y lo pronto que la oficina del Fiscal General puede establecer un jurado de acusación que investigue el tráfico de drogas que lleva a cabo la Agencia.

Los estadounidenses que durante años han apoyado una estúpida, chapucera e ineficaz «guerra contra las drogas» en este país, y que apoyan sin reflexión alguna la política de «tolerancia cero» hacia las drogas en las escuelas y en el trabajo, deberían exigir una política de «tolerancia cero» para con los traficantes de drogas en el gobierno y la política exterior, entre otros la CIA.

Durante años se nos ha contado el cuento de que los talibanes se financian con sus impuestos a los cultivadores de opio. Esto puede ser cierto en parte, pero recientemente hemos descubierto que no es la verdadera historia. Los talibanes, se ha sabido, han sido fuertemente subvencionados con dinero de protección que les pagan las organizaciones de ayuda civil, entre ellas los programas financiados por el gobierno estadounidense, e incluso, al parecer, por las fuerzas militares de algunos de sus aliados de la OTAN (hay actualmente un escándalo en Italia en relación con tales pagos por las fuerzas italianas). Pero, al margen de este asunto, la industria del opio está lejos de ser controlada por los talibanes. En cambio, en gran medida está controlada por los mismos señores de la guerra con que EE.UU. se ha aliado, y, según informa ahora el New York Times, por el propio hermano del presidente, Ahmed Wali Karzai.

Filkins, Mazzetti y Risen nos cuentan también que Karzai fue un factor clave en la fabricación de cientos de miles de votos fraudulentos en el robo electoral perpetrado por su hermano, Hamid Karzai, este mismo año. Nada se dice sobre si la CIA pudiera haber desempeñado también un papel en este fraude. En un país donde encontrar imprentas es sin duda difícil, y donde el transporte de fajos de votos falsificados implica bastante riesgo, cabría preguntarse si una agencia como la CIA, que dispone de acceso a las máquinas impresoras y los helicópteros puede haber tenido algo que ver en el mantenimiento en el poder de sus hombres de Kabul.

Seguro que se trata de una pura especulación de mi parte, pero cuando uno se entera de que la agencia oficial de espionaje de Estados Unidos ha mantenido en nómina no sólo a Karzai sino también a otros muchos impresentables señores de la guerra afganos, dicha especulación resulta natural.

La actitud real de la CIA se ilustra mejor con una cita anónima, recogida en el artículo de Filkins, Mazzetti y Risen, de un «ex funcionario de la CIA con experiencia en Afganistán», que explica el respaldo de la Agencia a Karzai: «Prácticamente todas las figuras importantes de Afganistán han tenido que ver con el narcotráfico. Si ustedes buscan a la Madre Teresa, no vive en Afganistán.»

«El fin justifica los medios» es sin duda el lema de la política exterior y la política militar de Estados Unidos.

El artículo del Times que descubre el vínculo de la CIA con el gran traficante de drogas que es el hermano del presidente de Afganistán debería ser la gota que colme el vaso para los estadounidenses. La «guerra necesaria» del presidente Obama en Afganistán no es sino una broma de mal gusto.

El opio, y la heroína derivada, que está inundando Europa y América gracias al apoyo activo de la CIA a esta industria y sus propietarios en Afganistán está haciendo un daño mucho más grave a nuestras sociedades que el que ningún terrorista de turbante armado de un chaleco cargado de explosivos podría esperar infligir.

Hay que poner fin a la guerra de Afganistán inmediatamente

Y que comience el juicio contra los traficantes de drogas del gobierno de Estados Unidos.

Una nota sobre el senador John Kerry, demócrata por Massachusetts. Este senador y ex candidato a la presidencia, que ha ido a Afganistán para presionar, en nombre del gobierno de Obama, a su «buen amigo», el presidente Hamid Karzai, para que aceptase realizar una segunda vuelta electoral tras el robo de la primera, ha tenido en todo esto un papel vergonzoso. Una vez, llevado por los principios que demostró tener cuando denunció, como veterano, la Guerra de Vietnam, Kerry presidió las audiencias sobre la operación de la CIA de trueque de cocaína por armas en América Central. Ahora, en este viaje, se ha dejado ver dando abrazos a los traficantes de drogas vinculados a la CIA.

  1. http://www.google.com/hostednews/ap/article/ALeqM5jWM24PqWpJg-935bFXbYANhGJ_lQD9BJLDVO0

Dave Lindorff es reportero y columnista residente en Philadelphia. Su último libro es The Case for Impeachment (St. Martin’s Press, 2006). Su correo electrónico es: [email protected]

S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.

http://www.counterpunch.com/lindorff10282009.html