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Haití, un país sin perdón, clama frente a nosotros

Fuentes: Empire Burlesque

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

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I.-

La ruina política y económica de Haití, implacablemente mantenida y deliberadamente infligida, tiene mucho que ver con la avalancha de muerte y devastación que el país sufre ahora tras el terremoto. También va a imposibilitar enormemente cualquier posible recuperación de este desastre natural. Como se detalla a continuación, las rapaces políticas económicas de Washington han destruido todos los intentos de construir una economía sostenible en Haití, ahuyentando a la gente de la tierra y de las comunidades pequeñas hacia las atestadas, peligrosas e insalubres villas miseria, donde intentan mantener a duras penas una mísera existencia trabajando en las fábricas de trabajo esclavista propiedad de las elites occidentales y de sus compinches locales. Todos los intentos de cambiar una sociedad manifiestamente injusta han sido aplastados sin piedad por la mano directa o colateral de las elites occidentales.

¿El resultado? Millones de personas –debilitadas por el hambre, las privaciones, la desnutrición, la enfermedad– viviendo apiñadas en infraviviendas. El país carece de la necesaria infraestructura civil, financiera y física para poder llevar una vida decente en situación de normalidad, para proporcionar una asistencia adecuada y un marco firme de reconstrucción cuando los desastres sobrevienen. Incluso un terremoto mucho más suave que el que golpeó Haití esta semana habría creado una situación desmesurada de sufrimiento innecesario en una nación que ha sido tan despiadada y deliberadamente estrangulada como ésta.

Con el huracán Katrina vimos cuán cruel e injustamente reaccionaron las elites estadounidenses ante la destrucción de una de sus propias ciudades. Políticamente bien conectados, los millonarios de Mississipi consiguieron una pronta y copiosa asistencia, mientras que muchos nativos de Nueva Orleáns aún siguen convertidos en refugiados, dispersos por todo el país tras las inundaciones. Y esto en una nación en la que las infraestructuras -aunque en veloz proceso de degradación a causa de la corrupción, la avaricia y militarismo- son aún fuertes. ¿Qué esperanza puede entonces tener Haití?

Sí, ahora se producirá una inmediata y gran afluencia de ayuda, como siempre que sucede algún desastre espectacular. Desde luego que esto es loable y yo animo a cualquiera que quiera contribuir con todo lo que pueda a esos esfuerzos. Pero a menos que haya un cambio radical en la política estadounidense, a menos que se ponga fin definitivamente a la maldición lanzada sobre Haití -no por Dios, ni por el diablo, sino por los duros corazones de las elites que perpetúan fielmente las crueles tradiciones de sus predecesores-, entonces todo este flujo de solidaridad y atención pronto dará paso de nuevo, como siempre ha pasado, al cruel desprecio, a la brutal represión y a la explotación inhumana.

El relato de esas crueles tradiciones -y la «continuidad» con las mismas que Obama ha demostrado ya- no augura precisamente tal cambio. Pero como ese hombre sabio, Edsel Floyd, dice siempre, vivimos en la esperanza y morimos en el desespero. Y esa esperanza es un valor que debemos conservar en la cartera de Haití y seguir trabajando por ella.

Al mismo tiempo, la esperanza no puede cegarnos; es preciso conocer la dura realidad para saber cómo poder cambiarla. Por eso, echemos una extensa y firme ojeada.

II.-

Pocas horas después de que se produjera el terremoto, el tele-evangelista Pat Roberson ya estaba en el aire declamando ante sus millones de televidentes que la razón de que Haití hubiera sido golpeada por ese desastre -y lleva ya doscientos años sufriendo intensamente- se debe a que los «¡haitianos hicieron un pacto con el diablo!» para ganar su libertad de sus soberanos coloniales franceses a principios de 1800.

Y mientras nos llegan tales vomitivas manifestaciones de ese seboso, políticamente bien conectado y virulentamente extremista mullah (que una vez fue adecuadamente descrito como «mimado dictador, mercader de diamantes sangrientos, anti-judío y shiller batido«, esta vez puede encontrarse una pequeña mota de verdad en la masa salpicada de vómitos de Robertson. Los haitianos llevan en efecto doscientos años malditos, y sí, la maldición se retrotrae hasta su liberación. Pero pese a Robertson, el origen de esa maldición no es metafísico. Como señalé en un artículo escrito en 2004:

    Hace exactamente doscientos años, los esclavos haitianos derrocaron a sus amos franceses, la primera revolución esclavista nacional con éxito en la historia. Lo que Espartaco soñó lograr, los esclavos haitianos lo consiguieron. Fue un logro enorme, y el Occidente blanco no se lo ha perdonado nunca.

    Para ganarse el reconocimiento internacional, el nuevo país, Haití, se vio obligado a pagar «reparaciones» a los dueños de los esclavos, una aplastante carga de deuda que todavía estaba pagando a finales del siglo XIX. Estados Unidos, que se negó a reconocer al país durante más de sesenta años, invadió Haití en 1915, fundamentalmente para abrirlo a «la propiedad extranjera de los asuntos locales». Después de diecinueve años de ocupación, los estadounidenses respaldaron una serie de sangrientas dictaduras para proteger a esos «propietarios extranjeros». Y eso mismo siguen haciendo.

Así es, en efecto. El artículo de 2004 detallaba el largo y último aplastamiento bipartidista contra Haiti, que culminó en un golpe orquestado por la Administración Bush, la segunda vez en la que un presidente de EEUU llamado George Bush derrocaba del poder al democráticamente elegido Presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide. Merece la pena repetir ahora ese relato:

    Aunque quiso representarse el golpe de estado de Haití como un levantamiento irreprimible del descontento popular, fue desde luego el resultado de años de duro trabajo de los dedicados corruptores de la democracia de Bush, como informa William Bowles en Information Clearinghouse. Los hombres del saco de Bush financiaron la oposición política al Presidente Jean-Bertrand Aristide enviando armas de contrabando a los señores de la guerra haitianos exiliados y estrangulando al país de forma inmisericorde, cortando la ayuda estructural y financiera largamente prometida a una de las naciones más pobres de la tierra haciendo que los precios de los alimentos se dispararan, el desempleo subiera al 70% y el desbaratado gobierno perdiera el control de la sociedad ante las bandas armadas de criminales, de fanáticos y de meros desesperados. Mientras tanto, Haití se vio obligada a pagar dos millones de dólares al mes de las deudas acumuladas por las sangrientas dictaduras (apoyadas por EEUU) que habían gobernado la isla desde que el ejército estadounidense la ocupó de 1915 a 1934.

    La ostensible razón del letal aplastamiento perpetrado por Bush fueron las disputadas elecciones celebradas en Haití en 2000. Esas votaciones, que fueron tan sólo las terceras elecciones libres de la nación en 200 años, se vieron deslucidas por informes de irregularidades, aunque no fueran ni por asomo parecidas ni tan mayúsculas como las bien documentadas barrabasadas que vieron como en EEUU se nombraba ese mismo año presidente al segundo aspirante para la Casa Blanca. No había duda de que Aristide y su partido habían recibido una abrumadora mayoría de votos legítimos; sin embargo, de los 7.500 colegios electorales examinados, los observadores electorales encontraron que parecían poco fiables los resultados en siete de los escaños al senado.

    ¿Qué fue lo que ocurrió? Que los siete senadores disputados dimitieron. Se convocaron nuevas elecciones para esos escaños, pero la oposición -dos facciones elitistas financiadas por las maquinarias subversivas favoritas de Washington, el orwelliano «National Endowment for Democracy» y el «International Republican Institute«- se negaron a participar. El gobierno fracasó porque no se pudo convocar la legislatura. Cuando entró Bush, se dedicó a apretar aún más las tuercas del bloqueo internacional sobre la isla, insistiendo en que no liberaría los 500 millones de dólares de ayuda que desesperadamente necesitaba hasta que la oposición participara en nuevas elecciones, mientras que a la vez pagaban a la oposición para que no participase.

    El objetivo final de este brutal galimatías fue machacar aún más al destituido pueblo de Haiti y destrozar la capacidad de Arístide para gobernar. Su crimen real, desde luego, no fueron los disparates de una elección estilo Florida ni la supuesta «tiranía»… No, Aristide hizo algo peor que rellenar papeletas o matar a la gente, había intentado elevar el salario mínimo a la principesca suma de dos dólares al día. Esto desató la indignación de las corporaciones estadounidenses -y de sus lacayos locales- que durante generaciones habían utilizado Haití como una charca de mano de obra barata consiguiendo beneficios por las nubes. Fue el colmo para las facciones elitistas, una de las cuales está actualmente dirigida por un ciudadano estadounidense, designado en su día por Reagan-Bush, el magnate de la industria Andy Apaid.

    Andy Apaid fue el hombre clave de la rapaz «reforma de mercado» de Reagan-Bush puesta en práctica en Haití. Desde luego, «reforma», en la degradada jerga de los tiburones, significa someter hasta los propios medios de subsistencia y supervivencia al expolio de los intereses de las poderosas corporaciones. Por ejemplo, el plan Reagan-Bush obligó a Haití a levantar las tarifas de importación sobre el arroz, que había sido siempre un producto básico de cultivo local. Después, inundaron Haiti con el arroz estadounidense fuertemente subvencionado, destruyendo el mercado local y dejando sin trabajo a miles de campesinos autosuficientes. Con un mercado ya cautivo, las compañías estadounidenses aumentaron sus precios, extendiendo la ruina y el hambre por toda la sociedad haitiana. Los campesinos sin empleo proporcionaron nueva carne de cañón a las fábricas de Apaid y sus compinches. Reagan y Bush contribuyeron por su parte aboliendo los impuestos a las corporaciones estadounidenses que montaran fábricas de trabajo esclavista. El resultado fue una precipitada caída de los salarios y de la esperanza de vida. La primera elección de Arístide en 1990 amenazó esos cómodos acuerdos, por eso fue debidamente expulsado mediante un golpe militar, con la no tan tácita connivencia de Bush I.

Pero, como decíamos, la ronda más reciente de castigo para Haití fue mediante un asunto profundamente bipartidista:

    Bill Clinton restauró en el poder a Arístide en 1994, pero sólo tras haberle forzado a aceptar las «reformas de mercado». En realidad, fue Clinton, el compinche de las corporaciones, quien instigó el embargo a la ayuda tras las elecciones que Bush II utilizó con efectos tan devastadores. El fallo principal de Arístide como dirigente fue su intento de cumplir las exigencias de ese chantaje bipartidista. Como en cualquier otra nación que cae bajo la égida del FMI, la ya frágil economía haitiana se vino abajo. Pero los provisores de fondos de la familia Bush, como Apaid, empujaron al país al caos total, convirtiéndolo en presa fácil de los señores de la guerra a quienes los operativos de Bush -muchos de ellos veteranos del Irán-Contra-, les suministraron armas a través de la República Dominicana, informa el Boston Globe

    Cuando Arístide llegó a un acuerdo, auspiciado por los dirigentes del Caribe, que le hizo finalmente ceder poder ante la oposición financiada por Bush pero al menos preservar el carácter de la democracia haitiana, Apaid y sus compinches rechazaron la oferta, con las bendiciones de sus pagadores en Washington, que de repente proclamaron que no tenían influencia sobre sus recalcitrantes peones de alquiler…

    Y los pistoleros estadounidenses dijeron a Arístide que si no dimitía, le dejarían morir a manos de los rebeldes. Lo que ocurrió después fue que le metieron a empujones en un avión que esperaba y le lanzaron en medio de África. En cuestión de horas, los terroristas apoyados por Bush desfilaban abiertamente por Puerto Príncipe, ejecutando a los seguidores de Arístide.

    Imaginen, ya nadie más iba a pedir ahora dos dólares al día, ¿eh? ¡Misión cumplida!

III.-

Desde luego, todo eso sucedió en los malos viejos tiempos, antes de que Barack Obama nos introdujera en una nueva era «post-racial». Seguramente, este hombre visionario y compasivo, él mismo descendiente de África, pondría ya fin al castigo contra Haití por haberse levantado contra sus amos blancos.

Pero no parece ser así. Como señalé aquí el año pasado, en «Cry, the Unforgiven Country«:

    Obama y su «superstar«, la secretaria de Estado Hillary Clinton están defendiendo firmemente la reciente, atroz y brutal farsa con que Washington y Occidente han obsequiado a los engreídos nativos de Haití.

    Las elecciones al Senado celebradas este mes por el gobierno impuesto a Haití tras el golpe de Estado de 2004 apoyado por EEUU… consiguieron una cifra de votantes de menos del 10% de los ciudadanos con derecho a voto: un resultado que supone una burla para cualquier noción de democracia popular y legítima. Pero eso no se debe a que los haitianos sean tan perezosos y desinteresados que ni se molestan en ir a votar. Ni tampoco a que se sientan tan satisfechos con la benevolente y paternal atención de sus amos nombrados por EEUU, que consideran que no es necesario permitir que estúpidos desarrollos electorales lleguen a incomodar su bucólica vida.

    No, la tasa del 90% de rechazo a votar fue en realidad una acción de protesta masiva, impulsada sobre todo por el hecho de que el gobierno apoyado por EEUU no iba a permitir que el partido más popular -el partido del gobierno derrocado por el golpe de Estado de 2004- presentara su lista de candidatos a las elecciones. Por las buenas o por las malas, a golpe de burocracia, los supervisores de las elecciones haitianas prohibieron que la lista de Fanmi Lavalas se volviera a presentar en febrero. Desde ese momento, las elecciones de abril se convirtieron en letra muerta, una farsa sin sentido, otra nueva broma cruel que le jugaron al pueblo de Haití.

    ¿Y cómo respondieron los inteligentes progresistas de la nueva administración estadounidense? John Caruso nos lo cuenta:

CLINTON: «EEUU quitó en 1995 una dictadura militar, limpiando el camino para la democracia. Y después de varios años de disputas políticas, normales en cualquier país que pase por una transición, Haití empezó a ver progreso. Y las elecciones nacionales y presidenciales de 2006 hicieron avanzar realmente a Haití hacia la democracia. Lo que el presidente y el primer ministro están persiguiendo es mantener un fuerte compromiso con el gobierno democrático que dará un nuevo paso adelante con las elecciones para el senado del domingo».

Traduciendo el vulgar dialecto clintoniano: 1) las «disputas políticas» se refieren a la abrumadoramente popular presidencia de Jean Bertrand Aristide, que EEUU, y su quinta columna en Haití, «disputaron» (y socavaron continuamente); 2) Haití «empezó a ver progreso» gracias al golpe contra Aristide en 2004 apoyado por EEUU; y 3) las elecciones de 2006 que «hicieron avanzar realmente a Haití hacia la democracia» excluyeron tanto a Aristide como al candidato preferido del FL en su lugar (el padre Gerard Jean-Juste, encarcelado a partir de acusaciones inventadas por el gobierno apoyado por EEUU para impedir que se presentara), que acabaron con el ascenso de René Preval, quien realmente entendía quién era el jefe y por tanto se merecía una palmadita de Clinton en la cabeza.

      Todo eso nos lleva a las elecciones al senado de hoy, en las cuales el «fuerte compromiso haitiano/estadounidense con un gobierno democrático… dará otro paso más» mediante la calculada supresión de gran parte de los candidatos de la lista…

      Por eso, el hecho de que EEUU haya venido durante siglos impidiendo un proyecto democrático en Haití, sigue plenamente vigente. Y cualquiera que temiera que nuestro primer presidente negro pudiera ser menos receptivo a la necesidad de aplastar las aspiraciones democráticas de la primera nación negra libre en el hemisferio puede quedarse tranquilo: Obama nunca permitirá que la raza -ni cualquier otra cosa- le detenga de hacer el trabajo sucio del imperio.

Es cierto que ese trabajo sucio se pondrá de nuevo en marcha, y debemos combatirlo, llamar la atención y no permitir que Haití desaparezca de nuevo bajo la sombra imperial. Pero en estos momentos, la preocupación más urgente es el sufrimiento humano en Haití. Por eso, por favor, colabore con los esfuerzos de las organizaciones que le pongo a continuación: Partners in Health y Haiti Emergency Relief Fund, o de cualquier otra que Vd. prefiera.

N. de la T.:

Con fecha 16 de enero, el autor ha añadido la siguiente nota: Para entender mejor el contexto histórico del sufrimiento de Haití, puede leerse este magnífico artículo de Noam Chomsky: «The tragedy of Haiti«

Fuente: http://www.chris-floyd.com/component/content/article/1-latest-news/1900-help-haiti-the-unforgiven-country-cries-out.html