Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El pasado sábado [17 octubre], la Cancillera alemana Angela Merkel sorprendió al mundo al declarar, frente a los miembros jóvenes de su partido, la Unión Demócrata-Cristiana, que el multiculturalismo -o multikulti, como se le conoce en Alemania- había muerto.
Un día antes, me encontraba en una sala de Lufthansa del aeropuerto de Frankfurt metido en un debate paralelo con un grupo de hombres de negocios alemanes, quienes prácticamente me habían dado la alerta de la noticia que Merkel iba pronto a hacer pública. No en vano el best-seller en todos los quioscos del aeropuerto era el panfleto publicado por un antiguo capitoste del Bundesbank, Thilo Sarrazin, que describe a los inmigrantes musulmanes, en el mejor de los casos, como perezosos, tramposos de la seguridad social y seres fornicadores de escasa inteligencia. Sarrazin considera a los musulmanes como una amenaza existencial para Alemania de la misma forma que los sionistas de núcleo duro ven a Irán como amenaza existencial de Israel.
En aquel momento, después de tres semanas de itinerancia desde el norte de Italia al sur de Suecia vía Copenhague, ya no albergaba dudas; me encontraba en lo profundo de Islamofobistán, ese amplio arco europeo donde alegremente se utiliza la islamofobia como negocio electoral del miedo.
Arbeit macht frei [El trabajo os hace libres]
Entre otras cosas, Merkel dijo también que la inmigración perjudicaba a la economía alemana, una aserción que en sí misma es ridícula; para combatir la grave carencia de mano de obra a lo largo de las últimas décadas, el país ha tenido que acudir sucesivamente a los gastarbeiter [trabajadores invitados] de Italia, España, Grecia, Turquía y la ex Yugoslavia. Pero son sobre todo esos siniestros tonos de resurrección de una cultura alemana dominatrix los que pueden haber producido escalofríos en más de una espina dorsal europea. Lo que resulta más siniestro, de hecho, es que las palabras de Merkel son una respuesta-espejo a la extendida respuesta europea a la inmigración.
Multikulti fue el concepto hallado en la década de 1980 para acomodar a una oleada de inmigrantes que Alemania nunca quiso realmente integrar con todos los problemas que suponía asimilar su cultura, sus lenguas y su religión. El núcleo del trato multikulti consistía en que al emigrante se le permitía que siguiera apegado a su cultura nativa, pero tenía que prometer lealtad al estado alemán.
El problema es que esa táctica produjo básicamente la alienación permanente de grandes franjas de inmigrantes. Y otro problema es que la definición europea de nación se basa en la nacionalidad.
Por tanto, ¿por qué este rabioso «retorno de lo reprimido», la siempre tan delicada cuestión de la identidad nacional en Alemania, está estallando ahora? En primer lugar, a causa de esas masas de trabajadores musulmanes, de mayoría turca. En Alemania parece haberse fundido una amalgama explosiva de Turquía e Islam, que incluye todo, desde el terror yihadista a la solicitud de Turquía de incorporarse a la Unión Europea (UE).
Todas las encuestas importantes coinciden en que una mayoría de alemanes no siente precisamente mucho cariño hacia los cuatro millones de residentes musulmanes (5% de la población total); el 35% creen que la nación está «anegada de extranjeros» y el 10% quiere que regrese un Führer con «mano de hierro».
En Alemania hay decenas de grupos neo-nazis con un impacto público mínimo; sin embargo, el Partido Demócrata Nacional neo-Nazi (PDN) ha conseguido el 5% de los votos en Turingia.
Después vino la profunda crisis de la misma UE. Si el gobierno alemán ataca el multikulti, está al mismo tiempo afirmando la primacía de la identidad nacional alemana. Y esa identidad no está en absoluto subordinada a la noción de una identidad europea dominante. Mein Gott [¡Dios mío!], en pocas palabras, el sueño de la UE ha entrado en una situación muy, muy problemática.
Si bien Alemania no puede importar trabajadores cualificados -Merkel dijo que el país necesita al menos 400.000 especialistas en altas tecnologías-, sin duda puede exportar de todo, desde líneas enteras de producción a tecnología de apoyo a la información. Pero, ¿qué ocurrirá si esos tan necesitados trabajadores de la alta tecnología vienen de Rusia? ¿Y si Rusia empezara a recibir cada vez más inversión alemana? Eso supondría un enfoque completamente diferente de la UE. Y Europa, como un todo, está ahora inmersa en un grave choque cultural -real o imaginario- dentro de las fronteras de la UE; no importa, la proclamada muerte de multikulti, más allá de los objetivos electorales de Merkel, va a tener inmensas repercusiones geoeconómicas y geopolíticas.
La Nueva Inquisición
El psiquiatra austro-estadounidense Wilhelm Reich, en su obra «Psicología de masas del fascismo», hizo hincapié en que la teoría racial no es una creación del fascismo. Al contrario, el fascismo es una creación del odio racial y su expresión políticamente organizada.
La Nueva Inquisición (anti-Islam) no llegó a Europa inmediatamente después del 11/S; es sólo en la actualidad cuando ha alcanzado un punto crítico. El deporte políticamente popular en Europa no es hoy ver al Real Madrid y al AC Milán jugando en la Liga de Campeones de Fútbol; es ver a los populistas que invocan el Islam -descrito como una «ideología que está en contra de todo lo que nos importa»- para cristalizar toda clase de fobias y temores de los ciudadanos europeos.
Miedo a la islamización, miedo al burqa, cualquier distracción vale para que la gente olvide la grave e inacabable crisis económica que ha provocado tasas catastróficas de desempleo por toda Europa. Esto puede ser parte de una crisis profunda tanto cultural como psicológica dentro de Europa, sin atisbo alguno de alternativa política real; con pocas mentes progresistas en estado de alerta ante el hecho de que esta turbo-alimentación de racismo y xenofobia es también una consecuencia de la crisis global del neoliberalismo.
¿Fanatismo contra los extranjeros? ¿Fanatismo contra los políticos? Hum, eso es cosa del pasado siglo. La nueva corriente es el fanatismo contra el Islam. No importa que esa emigración hacia Europa lleve años disminuyendo; todavía «ellos» tienen que ser como «nosotros». Una Europa envejecida, temerosa y reaccionaria se siente atemorizada de que «El Otro», llegado de regiones del mundo más jóvenes o más dinámicas, le dé alcance.
Asia -no Europa- es el futuro. Un melancólico fin de semana en una Venecia infectada de basura y turistas, convertida en una réplica espejo de Las Vegas, me proporcionó la ilustración gráfica; me sentí como Dirk Bogarde en «Muerte en Venecia», y así es cómo deben sentirse innumerables europeos.
¿Dónde está la izquierda?
Por mucho que Suecia inventara la socialdemocracia moderna y la mejor realización del estado del bienestar de la última parte del siglo XX, fue apenas sorprendente que la extrema derecha, la Sverigedemokraterna (DS, como en los demócratas suecos) entrara por primera vez en el parlamento el pasado 19 de septiembre con el 5,7% de los votos.
La DS, considerada por muchos como «racista y neo-nazi» está dirigida por Jimmie Akesson, de 31 años, el nuevo niño mimado de la extrema derecha europea junto a su homólogo algo más mayor, el holandés Geert wilders. Akesson subraya que la inmigración musulmana/islámica es la mayor amenaza que ha tenido Suecia desde Adolf Hitler. (El ex miembro de la CDU alemana Rene Stadkewitz, fundador de un nuevo partido, Die Freiheit [«Libertad»], llamado después Partido de la Libertad, como el de Wilders, invitó recientemente a este personaje a Berlín; y también fue recientemente invitado a Nueva York para hablar en contra del proyectado Centro Islámico en Manhattan, cerca de la Zona Cero).
Este video muestra cómo la DS no se anduvo con chiquitas para conseguir sus votos (como se me explicó, el video se prohibió, y posteriormente una cadena de televisión privada lo sacó al aire pero sólo con el video completamente borroso). Nadie necesita hablar sueco para entender cómo una horda de mujeres vestidas con burqa rebasa e impide que una anciana señora consiga beneficios del estado.
Apenas hay una vía para evitar establecer una relación directa entre los históricamente muy bajos resultados de los socialdemócratas suecos y el también aumento histórico de la extrema derecha. Para los observadores estadounidenses, asiáticos o del Oriente Medio esto puede sonar totalmente suicida; ¿cómo han podido los suecos rechazar el estado del bienestar de la vieja escuela que aseguraba para todos la Santa Trinidad de sanidad, educación y buenas pensiones?
Por tanto, si los tan civiles suecos no estaban rechazando su modelo, ¿qué es lo que sucedía? Quizá la respuesta esté en un libro que se publicó por vez primera en Italia en 2008, escrito por el lingüista y ensayista italiano Raffaele Simone, cuyo subtitulo se traduce literalmente «¿Por qué Occidente no se encamina hacia la Izquierda?»
En el libro, muy bien argumentado, Simone demuestra que la Izquierda Europea está intelectualmente muerta; sencillamente no ha entendido la deriva del capitalismo de núcleo duro (lo que define como «capitalismo arcaico», o «la manifestación política y económica de la Nueva Derecha»); no ha entendido la primacía de la correlación establecida entre individualismo y consumismo; y ha rechazado discutir el fenómeno de la inmigración masiva.
Desde Francia a Dinamarca, desde Italia a Suecia, es fácil ver como populistas listillos despliegan hábilmente esos valores europeos de libre expresión, feminismo y laicismo, simplificando de tal manera las cuestiones hasta el punto que parece lógico que se asimile su discurso: el ataque contra las mezquitas, los minaretes, los pañuelos en la cabeza y, por supuesto, eso de los «seres escasamente inteligentes».
Y después tenemos las realidades locales. La mayoría de los que votan a la DS estaban protestando contra la abrumadora mayoría de inmigrantes musulmanes, la mayoría sin trabajo, que vienen a Suecia a engordar con los beneficios del gobierno y a no hacer nada. Y Suecia no es en absoluto tan dura en cuanto a la inmigración como Dinamarca, Noruega u Holanda.
En Malmo, a un simple viaje de tren de veinte minutos desde Copenhague a través del impresionante puente Oresund, alrededor de 80.000 (60.000 de ellos musulmanes) de la población total de 300.000 habitantes son inmigrantes. Hay un grupo de perdedores acreditados en Malmo, tras una transición cuidadosamente calibrada de vieja ciudad industrial a refugio consumista post-todas las comodidades: los viejos, los pobres y sobre todo, los inmigrantes. Por eso Suecia parece haber planteado a escala europea la cuestión de la necesidad de un estado del bienestar europeo que se concentre menos en la atención sanitaria y en las pensiones y más en «incluir» a los inmigrantes. Pero, ¿es realmente éste el verdadero problema?
Disparen al minarete
Podríamos hablar de un verano del odio en Europa, desde los minaretes prohibidos en Suiza a los burqas prohibidos en Bélgica.
La extrema derecha populista lleva muchos años ya formando parte de coaliciones del gobierno en Italia y en Suiza. Y cuenta con representación en los parlamentos de Austria, Dinamarca, Noruega y Finlandia. El Frente Nacional en Francia obtuvo el 9% de los votos en las elecciones regionales francesas de la pasada primavera.
Pero ahora parece ser que todo el mundo va en un Lamborghini sin frenos. El Partido de la Libertad de Geert Wilders de Holanda lleva una carga-turbo de islamofobia hasta el punto que casi ha paralizado la gobernanza holandesa. El elegante, elocuente y rubio oxigenado populista Wilders quiere prohibir el Corán -que ha comparado con el Mein Kampf de Hitler- e imponer un «impuesto al pañuelo de cabeza» (¿Cómo es que no se le ha ocurrido la idea a algún gobierno de Oriente Medio o Pakistán?).
El Presidente francés Nicolás Sarkozy -que se enfrenta ahora en las calles a su propia y autoinducida nueva versión de Mayo del 68 por su reforma de las pensiones- intentó seducir (otra vez más) al Frente Nacional expulsando por avión a los gitanos rumanos.
El incondicional de la extrema derecha austriaca Heinz-Christian Strache, que se presentó para alcalde de Viena hace menos de dos semanas, consiguió nada menos que el 27% de los votos. Y Barbara Rosenkranz, que insiste en que habría que abolir las leyes anti-nazis, consiguió llegar al segundo puesto en la carrera de las presidenciales austriacas.
La islamofóbica y anti-inmigrantes Liga del Norte de Humberto Bossi en Italia forma parte del gobierno en Roma y no por causalidad es el partido con mayor crecimiento del país, controlando ahora las muy ricas provincias del Veneto y Piamonte. Durante la última campaña electoral, los seguidores de la Liga entregaban pastillas de jabón para que se usaran «después de tocar a un inmigrante».
En España, el movimiento Reconquista Preventiva va ganando terreno -una guerra preventiva, quizá inspirada en George W. Bush, contra un millón de inmigrantes musulmanes y sus supuestos «diabólicos» planes de recuperar España para el Islam. En Madrid, el pasado mes de abril, surgió un «conflicto sobre el uso del pañuelo». Varios ayuntamientos han ido prohibiendo el burqa y el niqab, al estilo francés (aunque en el mes de julio, salió derrotado en el Congreso, por estrecho margen, un intento de prohibición a nivel nacional).
No es ninguna sorpresa que la extrema derecha va más lanzada que nunca en los resultados en ciudades europeas post-industriales que solían ser de centro-izquierda; ese es ciertamente el caso de Wilders en Rotterdam, Le Pen en Marsella, Strache en Viena y Akesson en Malmo. Ha quedado demostrado que la valoración de Simone era acertada.
Y lo que hace que esos populistas sean aún más peligrosos es su polinización cruzada. El Partido de la Libertad de Austria copió un juego del Partido Popular suizo en el cual los jugadores disparaban contra los minaretes con un paisaje al fondo estilo «Sonrisas y Lágrimas» (con el plus añadido austriaco de disparar también contra los muecines).
La DS aprendió mucho de Wilders, así como del Partido Popular danés y de su presidenta, Pia Kjaersgaard. Todos ellos están copiando la táctica-marca de Wilder de lanzar a los inmigrantes contra los viejos pensionistas: islamofobia mezclada con el extendido temor de que los extranjeros están saqueando el estado del bienestar.
En Francia, el modernizado Frente Nacional -centrado en la islamofobia- puede ser incluso más peligroso, dirigido ahora como está por la no dogmática, «intelectual», vestida de traje, Marine Le Pen, la hija de Jean Marie, el fundador del partido; Marine quiere conquistar el centro político, hasta un punto en el que Sarkozy no pueda, sencillamente, conseguir nada sin ella.
Esta polinización cruzada podría incluso llevar a una alianza de nivel europeo que incluyese también a EEUU y Canadá: un Islamofobistán atlántista. De hecho, ese es el sueño de Wilder; al engendro se le ha puesto actualmente el nombre de Alianza Internacional por la Libertad, y se lanzó el pasado julio para «defender la libertad» y «parar al Islam».
Marine Le Pen no se muestra tan militante en ese aspecto, su agenda preferencial es conquistar el poder en Francia. Lo de EEUU es también una propuesta arriesgada, después de todo, los musulmanes sólo representan el 1% de la población estadounidense, lo que llevaría a un surrealista fenómeno estadounidense de islamofobia sin musulmanes. De cualquier forma, es muy preocupante que prácticamente el 50% de los estadounidenses digan que tienen una impresión negativa del Islam. Alá necesita a toda velocidad una buena firma de relaciones públicas.
El miedo vende
Entonces, ¿qué podemos hacer? Estamos justo en el medio de la segunda globalización. La primera se produjo entre 1890 y 1914. Es una vuelta al futuro escenario mezclado con un retorno de los muertos vivientes; y entonces, como ahora, la aceleración de las transferencias de capital, las migraciones y el transporte están generando regresión, nacionalismo mal entendido, xenofobia, racismo y una Nueva Inquisición.
En un reciente encuentro de escritores y periodistas organizado por la revista Internazionale en Ferrara, en Emilia -una de las provincias más ricas de Italia y de Europa-, sin duda el debate más importante se titulaba: «Islam: un fantasma se cierne alrededor de Europa». Los principales oradores fueron Tariq Ramadan, profesor de Estudios Islámicos en Oxford y una verdadera estrella del rock académica en Europa, y Olivier Roy, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y una de las mayores autoridades en Europa sobre el Islam y la yihad. Justo es decir que ambos proporcionaron una hoja de ruta para que los ciudadanos sensatos puedan seguir adelante.
Al preguntársele por las razones del extendido temor hacia los inmigrantes musulmanes, Ramadan señaló que esa «percepción se remonta a la construcción del proyecto europeo». Se suponía que esos inmigrantes habían venido a Europa sólo a trabajar. «Pero ahora tenemos inmigrantes de segunda, tercera y cuarta generación, han salido de su geto, son más visibles, sienten la necesidad de expresarse y se escuchan sus voces». Esto causa un conflicto tremendo en su percepción global.
Ramadan insiste en que «los musulmanes europeos tienen muy claro en sus mentes el concepto europeo de libertad de expresión». Y se mostró categórico: «La integración es una cosa del pasado, estamos ya integrados» (Pero, llegado el caso, intenten convencer de eso a Angela Merkel o a los ciudadanos de Malmo).
Para Ramadan, el aspecto principal es que los europeos -y también los estadounidenses- deberían hacer una clara distinción entre la instrumentalización de esos temores, derivados de la ignorancia y el mismo miedo, por parte de movimientos y partidos. Deberíamos ir más allá en el tema de la integración y hacer hincapié en los valores comunes. Hay un consenso ahora en Europa de que los inmigrantes de la segunda y tercera generación tienen mayor visibilidad en las esferas cultural, política y deportiva. Es la pasividad frente a la instrumentalización lo que podría convertirse en un riesgo tremendo para todos los ciudadanos europeos».
Roy ataca el impasse desde una perspectiva diferente. Para él, «hay ahora una especie de falso consenso. Nuestro consenso sobre el Islam se refiere al hecho de que nosotros, europeos, no nos ponemos de acuerdo en lo que somos. Ahora en la mayoría de los parlamentos europeos, la izquierda y la derecha votan al unísono contra el burqa, la construcción de mezquitas… Izquierda y derecha parecen haberse puesto de acuerdo contra el Islam, aunque por diferentes motivos. Hay una desconexión entre un indicador religioso y la vida diaria. ¿Qué es religión? ¿Y qué es cultura? Deberíamos decir que religión es religión y ciudadanía es ciudadanía. Así es como funciona en Europa. La Ciudad del Hombre y la Ciudad de Dios. Los musulmanes en Europa han adoptado y están adoptando el modelo europeo de separación entre Iglesia y Estado».
Roy define «Dos aspectos acerca del miedo a la islamización: la inmigración y la islamización. Para la mayor parte de la opinión pública, son sinónimos, pero no es así. En Francia, en cuanto a la segunda y tercera generaciones, hay de todo. Musulmanes que rezan todo el tiempo, algunos que rezan en ocasiones, algunos que no practican pero dicen que son musulmanes, europeos que se convierten al Islam, musulmanes que se convierten al catolicismo… Todo depende de la cultura política del país. La libertad de religión en Europa no es consecuencia de los derechos humanos. Se define como un compromiso tras siglos de guerras de religión. Pero ese compromiso -en cada país europeo- está ahora en crisis. Por dos razones. Una, el Estado-nación está en crisis. Debido a la globalización, a la integración europea, los compromisos nacionales están plagados de leyes supranacionales. Y ahora la libertad de práctica religiosa es un derecho individual. Eso es algo completamente nuevo en la cultura política europea».
No es seguro que eso sea suficiente para convencer a Wilders y Akesson. No están precisamente por la inclusión sino por la exclusión, y más que nunca saben que el negocio electoral del miedo vende. La Nueva Inquisición seguirá adelante no importa cómo (y se saldrá de madre si uno de esos fantasmagóricos al-Qaidas, de Iraq, del Magreb, del Cuerno de África, de donde sea, se estrella contra la Torre Eiffel). Con esa sombría posibilidad en mente, salí de Islamofobistán de la mejor manera que pude, a bordo de un vuelo hacia una parte del mundo que no odia, que no teme, realmente esperanzada, libre de guerras de religión e infinitamente dinámica: Sudamérica.
Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalizad World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a shapshot of Baghdad during the surge«. Su último libro es: «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected]
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/