Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Mientras que el mundo parecía empezar a derrumbarse a su alrededor, los políticos sirios alineaban a los rusos en su apoyo. Moscú, tanto ahora como durante la era soviética, fue siempre la «manta de seguridad» de Siria. Sin embargo, los dirigentes sirios casi siempre calcularon mal hasta dónde Rusia estaba dispuesta a llegar en su ayuda.
En 1956, el entonces presidente Shukri al-Quwatli visitó Moscú buscando el apoyo ruso para Egipto en la tristemente célebre Guerra de Suez. Shukri tronó en el Kremlin: «¡Siria quiere que enviéis el gran ejército rojo que derrotó a Hitler!»
Pocos años antes, el presidente Husni al-Za’im amenazó en una conferencia de prensa: «Si los estadounidenses continúan provocándome, tenderé mi mano a los rusos. Sí, lo haré. ¡Iré a Moscú y dejaré que estalle la Tercera Guerra Mundial justo desde aquí, desde Damasco!»
Hoy, 63 años después, hay muchos en Damasco que, al igual que Husni al-Za’im, creen erróneamente que Moscú encendería una «Tercera Guerra Mundial» por el bien de Siria. Para mostrar su apoyo al hombre fuerte de Moscú, esos mismos sirios se manifestaron a favor de Vladimir Putin, el hombre que está tras la firme posición de su país a favor de Siria, ante las puertas de la embajada rusa en Damasco. Mostrando fotos de Putin, le deseaban suerte en su intento de reelección a la presidencia rusa. Una importante personalidad libanesa volvió recientemente de Moscú y se le citó diciendo: «Oí decir a los rusos que si Putin se queda, entonces Asad se queda».
Esos sirios que se manifestaban confiaban en que Putin volviera al Kremlin. Sin embargo otros están esperando que cambie sus posiciones sobre Siria poco después de su reelección. Creen que ha mantenido su apoyo hacia Siria desde que empezó la sublevación hace un año por una única razón: para restablecer la imagen y posición de su país como mediador potente e influyente en Oriente Medio, como una superpotencia que puede defender a sus aliados cuando la necesidad aprieta.
No tiene nada que ver con la base de suministro y mantenimiento de la era soviética en la ciudad portuaria de Tartús allá por 1971. Los macro intereses de Rusia son mucho más estratégicos. Putin estaba al parecer diciéndole al mundo: «No puede ya llegarse a solución alguna en el Oriente Medio ignorando los intereses rusos. Si quieren que las cosas se hagan, tienen que contar con nosotros».
Aparte de eso, para los rusos todo está sobre la mesa, incluido el cambio de régimen en Siria. Putin comprende que no puede llevarse él solo todo el pastel en Siria, al menos no para siempre. Una posición incondicional pro régimen podría asegurarle una influencia primordial en la Siria de hoy, pero dejaría finalmente a los rusos fuera de cualquier futuro acuerdo internacional sobre Siria, y dañaría en gran medida la imagen de Rusia a los ojos de la oposición de la calle en la misma Siria. Putin haría mejor en «compartir» Siria con EEUU y la UE que quedar completamente excluido, como en el caso de Libia. Para hacer eso, tiene que suceder una cosa: los estadounidenses y los europeos tienen que pedirle ayuda y, en tal caso, él se la prestará amablemente.
Calificar su reciente veto en las Naciones Unidas de «despreciable» y «repugnante» no ayudará a que Rusia cambie su posición sobre Siria. Al contrario, solo profundizará la rabia de Putin. EEUU y la UE tienen que tratarle con respeto y mostrar que necesitan a Rusia si es que quieren ver un cambio de posición sobre Siria. Son necesarias conversaciones serias, al más alto nivel, para encontrar un campo común sobre Siria. Cuando más necesaria e importante se sienta Rusia, más dispuesta estará a ceder en el tema.
Puede que a Moscú le guste el régimen sirio, pero lo que realmente le gusta, muchísimo más, son los intereses rusos en el Oriente Medio. Este es el aspecto fundamental que las autoridades sirias siguen aún sin poder comprender. Moscú necesita seguridades de que su influencia política se mantendrá en Siria y necesita garantías sobre toda una serie de cuestiones, como el escudo de defensa de EEUU en Europa, por ejemplo, y, por supuesto, la cuestión de Georgia.
Claro está que el dinero puede hacer cambiar también la posición de Rusia, lo que queda patente en todo el cortejo actualmente en marcha entre el Kremlin y los pesos pesados del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), que tienen planeado reunirse este mes con el ministro de asuntos exteriores ruso Lavrov. Si la política no lograr persuadir a los rusos de que apoyen el cambio de régimen en Damasco, entonces será el dinero el que lo consiga.
En este sentido, varios indicadores han salido de Moscú en días recientes. Uno fue una entrevista mantenida el pasado viernes por Putin con seis periodistas internacionales, en la que dijo que no tenía «una especial relación con Siria». Señaló que las relaciones comerciales de Rusia con Damasco no superaban las que tenían con el Reino Unido, y cuando le preguntaron acerca de las posibilidades de supervivencia del régimen, no defendió precisamente de forma agresiva a sus aliados sirios. En cambio, sorprendió a los periodistas con una afirmación contundente: «No lo sé, y no puedo especular sobre ello».
Después se produjeron las declaraciones de Georgy Petrov, vicepresidente de la Cámara de Comercio e Industria de Rusia, quien dijo que la Cámara iba temporalmente a suspender sus negocios en Siria hasta que «la situación se normalizara».
Rusia suspendió, también recientemente, pero no canceló, la cooperación turística con Siria debido al deterioro de la situación de la seguridad. Según la influyente revista económica bimensual siria «Al Iqtisadi«, el comercio bilateral ruso-sirio en 2011, «a pesar de la difícil situación de Siria, se mantuvo en los 2.000 millones de dólares USA». Las inversiones rusas en Siria alcanzaron los 19.400 millones de dólares en 2009.
Cuanto más se distancien los rusos, económica o políticamente, de Damasco, más posibilidades hay de que la economía siria resulte dañada, en un momento en que la libra siria está ahora a un histórico 83 frente al dólar USA, amenazando al estado -y a los sirios de a pie- con la bancarrota.
Por otra parte, los diplomáticos estadounidenses parecen haber comprendido finalmente qué cosas pueden ayudar a fortalecer la cooperación con los rusos sobre Siria y están intentándolo con ganas.
El pasado jueves, Jeffrey Feltman, vicesecretario de estado estadounidense para asuntos del Próximo Oriente, habló en el comité de asuntos exteriores del senado sobre Siria. En primer lugar, evitó claramente utilizar palabras provocativas para describir a los rusos, aunque la embajadora de EEUU ante la ONU, Susan Rice, sí lo había hecho, tratando de cortejarles en vez de provocarles. Feltman señaló que la posición de Rusia sobre Siria «es un elemento clave para progresar en la cuestión». Los rusos pueden utilizar su influencia, añadió, «para ser parte de la solución en Siria».
Feltman declaró asimismo que durante una reciente visita a Moscú, captó una «gran desazón» por el aislamiento internacional de Rusia debido a sus dos vetos en la ONU, el de octubre y el de enero. También dijo que no veía una diferencia fundamental entre su país y Rusia sobre Siria, porque ambos querían democratizar la nación y ambos querían el fin de la violencia.
El 29 de febrero pasado, Dennis Ross, el influyente diplomático estadounidense que se encargó de las conversaciones de paz en la década de los noventa y trabajó como asesor especial sobre Irán con la secretaria de estado Hillary Clinton hasta poco, escribió otro artículo cortejando a los rusos acerca de Siria. Al escribir para USA Today, Ross dijo que era «vital» negociar con Rusia y señaló que cuando/o si los rusos cambiaran su posición sobre Siria, «es probable que cambien los equilibrios de poder». Dijo que Moscú necesitaba «disponer de crédito» para producir un cambio de régimen en Siria -en cualquiera de las formas que se produzca- y sellar el acuerdo de la misma forma en que el CCG refrendó el de Yemen y la OTAN refrendó el de Libia.
Y, finalmente, apareció un comunicado en The Moscu Times diciendo: «Rusia ha dejado claro que no podrá impedir que otros países lancen una intervención militar si intentan hacerlo sin la aprobación de la ONU». A pesar de la rutinaria traducción de la prensa rusa en varios diarios estatales sirios, al parecer nadie recogió la afirmación, quizá deliberadamente. Esa declaración parecía estar diciendo a los sirios que los rusos tenían límites que no podrían cruzar. Si se produjera un «ataque quirúrgico», Rusia estaba indefensa para detenerlo.
El Tratado de Amistad y Cooperación sirio-soviético, firmado entre el entonces presidente Hafez al-Asad y la URSS en octubre de 1980, no incluye una cláusula para la defensa mutua. Especifica consultas regulares sobre cuestiones bilaterales y multilaterales, coordinación en diversas políticas y cooperación militar, pero no obliga a Moscú a emprender una acción militar para defender a Siria. Eso significa que el límite hasta donde pueden llegar los rusos, dadas las actuales circunstancias, es el reciente veto ante las Naciones Unidas. No pueden hacer más para ayudar a los sirios.
Nadie comprende eso mejor que el mismo Putin, que necesita una historia de éxito «el día después» de su vuelta al poder en Moscú. Necesita sentirse y hacerle sentir a su país importante, fuerte, democrático y aceptado dentro de la comunidad internacional. Esa historia de éxito puede ser Siria.
Sami Moubayed es profesor universitario, historiador y editor-jefe de Forward Magazine.
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/NC07Ak01.html