Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Comencemos con una bomba. Hace más de 10 días tuvo lugar un nuevo tipo de golpe de Estado en Paraguay contra el presidente elegido Fernando Lugo. Pasó virtualmente desapercibido en los medios corporativos globales.
¿Algo inesperado? No realmente. Un cable de marzo de 2009 de la embajada de EE.UU. en Asunción, revelado por WikiLeaks [1], ya había detallado que los oligarcas paraguayos estaban ocupados preparando un «golpe democrático» en el Congreso para deponer a Lugo.
Entonces, la embajada de EE.UU. señaló que las condiciones políticas no eran ideales para un golpe. De importancia crucial entre los conspiradores era el expresidente Nicanor Duarte (2003-2008), severamente criticado por los gobiernos progresistas suramericanos por haber permitido Fuerzas Especiales de EE.UU. en suelo paraguayo para realizar «cursos educacionales», «operaciones de mantenimiento de la paz en el interior» y «entrenamiento en contraterrorismo».
Esa iniciativa de las Fuerzas Especiales de EE.UU. tuvo lugar décadas después de que «uno de nuestros hijueputas», el tristemente célebre dictador Alfredo Stroessner (en el poder desde 1954 hasta 1989) permitiera el establecimiento de una gigantesca pista de aterrizaje semiclandestina de propiedad estadounidense cerca de la Triple Frontera Argentina-Brasil-Paraguay que posteriormente se convirtió en parte de la guerra contra las drogas, y luego de la guerra contra el terror.
Por lo tanto es fácil deducir cuál fue el primer gobierno que reconoció el viernes pasado a los conspiradores golpistas de Paraguay: EE.UU.
No compartiremos nuestro pastel
Los egipcios progresistas se están dando cuenta de que a veces las nuevas democracias tienen que coexistir durante años, a veces décadas, con la pesadilla de la dictadura. Pasó, por ejemplo, en Brasil, que ahora es alabado universalmente como una nueva potencia global. Durante los años 80 y 90 tuvo lugar una cierta forma de «redemocratización» institucional. Pero durante años Brasil no se convirtió realmente en una democracia plena, económica, social y cultural. Pasaron 17 largos años -hasta que el presidente Luiz Inacio Lula da Silva llegó al poder en 2002- para que Brasil se encaminase hacia la eliminación de las espantosas desigualdades que siempre quisieron sus rapaces clases dominantes.
El mismo proceso histórico tiene lugar actualmente en Egipto y Paraguay. Ambos países sufrieron dictaduras durante décadas. Cuando una dictadura parece estar en sus estertores finales, solo los partidos políticos vinculados -o suavemente tolerados- por el antiguo régimen se encuentran en la mejor posición para beneficiarse de la larga y tortuosa transición hacia la democracia. Esos países se convierten entonces en lo que el politólogo brasileño Emir Sader ha denominado «dictablandas».
Esto se aplica al Partido Liberal en Paraguay y a la Hermandad Musulmana en Egipto. En la elección presidencial egipcia, un antiguo cómplice de Hosni Mubarak se enfrentó a un cuadro de la Hermandad Musulmana. Queda por ver si el orwelliano SCAF (Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas) de Egipto permite que esta nueva «dictablanda» se convierta en una verdadera democracia, en qué medida la Hermandad Musulmana está plenamente comprometida con la noción de democracia.
Paraguay ya está en una etapa más avanzada que Egipto. Sin embargo, cuatro años después de una elección presidencial democrática, el congreso sigue dominado por dos partidos favorables a la dictadura: Liberal y Colorado. Fue pan comido que esa oligarquía bipartidista se confabulara para derribar a Lugo.
Por favor, sírvame un juicio político más bien poco hecho
Lugo fue depuesto por un golpe disfrazado de juicio político, procesado en solo 24 horas. Los practicantes del régimen de cambio en Washington deben de estar eufóricos; si pudiésemos hacer lo mismo en Siria…
Este simulacro tuvo que ser maquinado por lo más corrupto del Senado de las Américas, y eso es un tremendo eufemismo. A Lugo lo culparon de incompetencia en una historia muy tenebrosa vinculada -inevitablemente- a un tema que es absolutamente crucial en todo el mundo en desarrollo: la reforma agraria.
El 15 de junio, un grupo de policías y comandos que iba a imponer una orden de desalojo en Curuguaty, a 200 kilómetros de Asunción, cerca de la frontera brasileña, fue emboscado por francotiradores infiltrados entre los agricultores. La orden provino de un juez que protegía a un acaudalado terrateniente, Blas Riquelme, no por accidente expresidente del partido Colorado y exsenador.
Mediante chanchullos legales, había tomado posesión de 2.000 hectáreas que pertenecían en realidad al Estado paraguayo. Esas tierras fueron entonces ocupadas por campesinos sin tierras, quienes habían estado solicitando su redistribución al gobierno de Lugo.
El Observatorio de la Escuela de las Américas ya ha documentado que enormes porciones de terreno en Paraguay fueron efectivamente robadas a los agricultores y «donadas» a militares y compinches de la clase alta durante esas décadas de la dictadura de Stroessner.
El resultado en Curuguaty fue 17 muertos -seis policías y 11 agricultores- y por lo menos 50 heridos. Simplemente no tiene sentido: los miembros de elite de la fuerza de desalojo, una unidad dura llamada Grupo de Operaciones Especiales, habían sido entrenados en tácticas de contra-insurrección en Colombia -bajo el gobierno derechista de Uribe- como parte del Plan Colombia fraguado por EE.UU.
El Plan Paraguay, por su parte, era muy simple: criminalización total de toda organización campesina; obligar a los campesinos a dejar el campo en manos de la agroindustria transnacional.
Por lo tanto se trataba, esencialmente, de una trampa. Los rábidos derechistas de Paraguay -unidos estrechamente a Washington, que trataron de impedir, por todos los medios, el acceso de Venezuela al mercado común del Mercosur- solo esperaban la oportunidad para atacar a un régimen que todavía no había afectado sus intereses, pero que había abierto numerosos espacios para la protesta social y la organización popular.
Lugo, un exobispo elegido en 2008 con gran apoyo rural, podría haber visto lo que se avecinaba, pero no hizo nada para impedirlo. En comparación con su poder para movilizar a la gente en las calles, tenía mínimo apoyo en el Congreso: solo dos senadores. Más de un 40% de los paraguayos vive en el campo, pero cuesta movilizarlos. Y un 30% vive bajo la línea de pobreza.
Los «vencedores» de Paraguay tenían que ser los sospechosos habituales: la oligarquía terrateniente, y su campaña concertada para demonizar a los agricultores; intereses multinacionales de la agroindustria como Monsanto; y los medios vinculados a Monsanto (como el periódico ABC Color, que acusó a los ministros de que no actuaban como secuaces de Monsanto de «corruptos»).
Los gigantes de la agroindustria como Monsanto y Cargill prácticamente no pagan impuestos en Paraguay gracias al Congreso controlado por la derecha. Los terratenientes no pagan impuestos. Sobra agregar que Paraguay es uno de los países con más desigualdad del mundo: un 85% de la tierra -unos 30 millones de hectáreas- está controlado por el 2% formado por la aristocracia rural, en gran parte involucrada en la especulación de la tierra.
De ahí sus mansiones al estilo de Miami Vice en el balneario a la moda de Punta del Este en Uruguay o, en realidad, Miami Beach; el dinero, por supuesto, está en las islas Caimán. Paraguay es gobernada de facto por esta crema de un 2% que mezcla la agroindustria con el casino financiero neoliberal.
Y, a propósito, como ha señalado Martín Almada, un conocido activista de los derechos humanos paraguayo y ganador del Premio Nobel de la Paz alternativo, esto también tiene que ver con terratenientes brasileños. El productor más rico de soja en Paraguay es «brasiguayo», poseedor de la doble nacionalidad, Tranquilo Favero, quien hizo su fortuna bajo Stroessner.
Un trago con cubitos de hielo, por favor
La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) trató lo que sucedió en Paraguay como lo que es: un golpe. Lo mismo ocurrió en el Mercosur. El contraste con la posición de Washington no podía ser más manifiesto. El conspirador golpista Federico Franco es un preferido de la embajada de EE.UU. en Asunción.
Argentina, Uruguay, Venezuela y Ecuador no reconocerán a los golpistas. Venezuela cortó sus ventas de petróleo a Paraguay. La presidenta brasileña Dilma Rousseff ha propuesto la expulsión de Paraguay del Unasur y del Mercosur.
Paraguay ya ha sido suspendido; esto significa que el golpista Federico Franco no pudo asistir a la reunión clave del Mercosur de la semana pasada en Mendoza, Argentina, cuando la presidencia temporaria del Mercosur debería haberse transferido a Paraguay. La oligarquía paraguaya -por órdenes de Washington- estaba bloqueando el ingreso de Venezuela al Mercosur. Ya no. Venezuela se convertirá en miembro pleno a finales de este mes.
Sin embargo, los gobiernos progresistas suramericanos deben tener mucho cuidado. Si Paraguay es expulsado de Unasur y Mercosur, es inevitable que pida ayuda comercial y militar a Washington. Eso podría convertirse en una pesadilla, bases militares de EE.UU. en Paraguay.
Los oligarcas de Paraguay, los medios que controlan, y último pero no menos importante la reaccionaria jerarquía de la iglesia católica, calculan que extenderán su poder cuando se celebren las elecciones en abril de 2013.
En realidad Lugo enfrentaba una tarea dificilísima, el intento de guiar un Estado débil, con mínimo ingreso por impuestos (menos de un 12% del PIB) y bajo fuerte presión de poderosos lobbies trasnacionales y elites compradoras. Esto, a propósito, es la realidad estructural de gran parte de Latinoamérica, y, aproximadamente, se podría agregar, la de Egipto.
A un nivel geopolítico, lo que debería preocupar a los progresistas por doquier -desde Suramérica y Norteamérica hasta el mundo árabe- es que desde el golpe de junio de 2009 contra Manuel Zelaya en Honduras, Latinoamérica está siendo convertida en un gigantesco laboratorio de ensayos de todo tipo de mutaciones mediante golpes de Estado «democráticos».
Paraguay es una de esas mutaciones. Otra fue el golpe fracasado contra el presidente Rafael Correa de Ecuador en septiembre de 2010. Todos estos golpes van dirigidos contra gobiernos progresistas que dan prioridad a los progresos sociales.
No es por accidente que Correa, que fue casi depuesto por un golpe, dijo que si tiene éxito esta vez en Paraguay «abriría un precedente peligroso» en toda la región.
Y en términos de justicia poética, nada supera a Correa -objetivo de un golpe- que actualmente estudia la posibilidad de ofrecer asilo político a Julian Assange, cuyo WikiLeaks reveló, entre otras cosas, la conspiración de la élite paraguaya para perpetrar su propio golpe.
En Egipto tuvo lugar un golpe militar incluso antes de una elección presidencial. Los egipcios progresistas que realmente lideraron la Primavera Árabe deben mantenerse alertas en extremo; Paraguay muestra que el accidentado camino hacia la democracia puede terminar en una «dictablanda».
Nota: 1. Vea aquí .
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y de Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su libro más reciente es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Contacto: [email protected]
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/