«Conscientes de la importancia de la inversión para impulsar el crecimiento económico, nos comprometemos a preservar un entorno de negocios favorable para los inversionistas». Así reza el punto 27 de la Declaración Final de la cumbre del G-20 realizada en Los Cabos, México, el 19 de junio. Sería banal gastar tanto dinero y esfuerzo como […]
«Conscientes de la importancia de la inversión para impulsar el crecimiento económico, nos comprometemos a preservar un entorno de negocios favorable para los inversionistas». Así reza el punto 27 de la Declaración Final de la cumbre del G-20 realizada en Los Cabos, México, el 19 de junio.
Sería banal gastar tanto dinero y esfuerzo como implica reunir a jefes de Estado de cinco continentes, para concluir en la importancia de la inversión en el impulso al crecimiento. No se trata de un hallazgo de la teoría económica o la inteligencia política que justifique tamaño despliegue. Se puede suponer entonces que la parte importante del citado punto 27 es la que alude a la preservación de un «entorno de negocios favorable para los inversionistas». Eso sí amerita el gasto.
Ese tipo de «entorno favorable» comenzaron a sentir apenas tres días después algunas transnacionales instaladas o por instalarse en Paraguay, cuando un golpe de mano acabó limpiamente con el gobierno de Fernando Lugo.
En aquel mismo escenario paradisíaco de la Baja California, el Fondo Monetario Internacional (FMI) anunció que obtuvo el compromiso formal de 12 países para aumentar a 456 mil millones de dólares sus recursos, en función de enfrentar o prevenir la crisis. Los países comprometidos son China, con 43 mil millones, Brasil, India, México y Rusia con 10 mil millones cada uno, Turquía con 5 mil millones, Sudáfrica con 2 mil, Colombia con 1.500 y Malasia, Nueva Zelanda, Filipinas y Tailandia con mil millones.
Los 20 mandatarios firmaron además el punto 26, que dice lo siguiente: «Estamos comprometidos firmemente con el libre comercio y la inversión, la expansión de los mercados y la oposición al proteccionismo en todas sus formas, condiciones necesarias para la recuperación económica global sostenida, el empleo y el desarrollo. Destacamos la importancia de un sistema de comercio multilateral, abierto, predecible, basado en reglas, transparente y nos comprometemos a garantizar la relevancia de la Organización Mundial de Comercio (OMC)».
No obstante, apenas 10 días después, la suspensión de Paraguay de los organismos regionales permitió la incorporación formal y plena de Venezuela al Mercosur. Una medida que no condice exactamente con el compromiso ante los centros mundiales del capital para dejar fluir «el libre comercio y la inversión, la expansión de los mercados y la oposición al proteccionismo en todas sus formas».
Estas incongruencias no empañan la victoria estadounidense en Los Cabos. Washington consiguió imponer a los demás miembros la filosofía general y los lineamientos económico-políticos concretos para contrarrestar la brutal crisis que sacude al sistema capitalista. Por si fuese poco, logró hacer financiar esa política de salvación capitalista con los recursos de los países irónicamente denominados «emergentes».
Nada de esto garantiza ni por lejos que la Unión Europea consiga frenar el vertiginoso proceso que tras demoler Grecia ataca ahora a España, Italia y Francia, dejando a Alemania entre la espada y la pared. Mucho menos resuelve la dinámica interna de Estados Unidos, hundida en la que su vicepresidente Joseph Biden calificó como «la más grave depresión de la historia» de su país. Pero sí garantiza otra cosa: el G-20 circunscribe la respuesta a esa hecatombe no ya al marco exclusivo del sistema capitalista, sino incluso a su institución más repudiada: el FMI.
Con el aporte de países saqueados, el G-20 abrió incluso la puerta para un paliativo a la Unión Europea, que en su cumbre del 29 de junio resolvió aplicar inmediatamente los recursos obtenidos en Los Cabos: «Urgimos a la rápida conclusión de un Memorando de Entendimiento adjunto al apoyo financiero a España para la recapitalización de su sector bancario».
Eslabón guaraní
Pese a las sucesivas victorias de la Casa Blanca en el G-20 desde 2008, antes y después de esa fecha el poder estadounidense no hizo sino retroceder en todos los sentidos en América Latina y el Caribe.
La reciente reunión de la OEA en Bolivia (pág. xx), las decisiones de los ministros de Defensa de Unasur en la propia capital paraguaya pocos días antes (pág. xx) son, entre otras, razones para que Washington apele a algo más que reuniones protocolares en lugares fastuosos y busque romper el eslabón más débil en la cadena regional con métodos adecuados a los nuevos tiempos, pero distantes de la rigurosidad institucional. Mientras los 20 presidentes sonreían para la foto ritual en Los Cabos, los tentáculos del Departamento de Estado ultimaban el derrocamiento de Lugo.
Pero el golpe no fue sólo ni principalmente contra Paraguay. El problema de Estados Unidos -en representación mundial del capital- es la dinámica preponderante en América Latina durante la última década y, sobre todo, el engranaje clave que mueve ese mecanismo hasta ahora irrefrenable: la Revolución Bolivariana en Venezuela.
Incluso algún estratega extraviado del Departamento de Estado creyó ver en el cáncer de Hugo Chávez la respuesta a sus desvelos. Pero pronto cedió en su opinión. Además de que en el período más duro de la enfermedad del presidente venezolano el proceso de transición anticapitalista se afirmó y aceleró, el 11 de mayo Hugo Chávez inscribió su candidatura presidencial ante el Consejo Nacional Electoral. Y lo hizo derrochando señales de que está en condiciones para ganar nuevamente -y con mayor participación, y con mayor ventaja- las elecciones del 7 de octubre (pág. xx). De manera que la Revolución Bolivariana continuará ejerciendo el papel de engranaje motor de un complejo y extendido mecanismo que se prolonga en el Alba, Unasur y Celac, para proyectarse por sí y como conjunto sobre grandes actores del escenario planetario y adquirir categoría de factor eficiente en medio de la crisis mundial. Dado que los pronósticos de todo signo coinciden en afirmar que la crisis se agravará inexorablemente y caerá como tromba sobre los desposeídos, la palabra de Chávez, avalada por una enésima victoria electoral con todas las reglas de la institucionalidad democrática impuesta por la burguesía en Occidente, tiene un poder temible y creciente en medio del vendaval.
Estrategia de aproximación
No es posible hoy para Estados Unidos o cualquiera de sus aliados atacar y vencer en Venezuela. Dividir Unasur, mellar aliados firmes como Evo Morales o Rafael Correa (para restringir el cuadro al ámbito suramericano), desviar, desgastar, corromper o eventualmente desestabilizar a burguesías vacilantes de la región, son condiciones previas. Por eso el golpe en Paraguay, un país que incluso llegó a comprometerse con la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América en un momento decisivo: cuando Lugo participó del documento que el Alba debatió y aprobó antes de presentarlo en la cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, en xxxx de xxxx. Pero este bello y sufrido país reinició su marcha en condiciones por demás desfavorables, resultantes de una historia en la que los imperios le hicieron pagar caro su osadía del siglo XIX, combinada con el punto más bajo en conciencia, organización y capacidad política efectiva de las fuerzas revolucionarias a escala mundial.
Hora de prueba
Por lo mismo que fue elegido para dar el primer zarpazo, Paraguay es ahora un factor mayor a la hora de impedir que Estados Unidos monte allí su cabecera de playa, clave una cuña en Unasur, complete la paralización del Mercosur e intente seguir avanzando en su plan contrarrevolucionario continental. El respaldo a la resistencia del pueblo paraguayo, que ya ha dado un paso con la conformación del Frente por la Defensa de la Democracia (FDD) es una obligación solidaria, pero también una exigencia de autodefensa. Con las diferencias del caso, así parecen haberlo entendido los mandatarios de Unasur reunidos en Mendoza el 29 de junio, mientras en Europa se aprobaba un plan que centralizará como nunca antes el capital bancario y dará poder a Berlín en detrimento de Bruselas.
Vale volver a citar la Declaración final del G-20. Dice el documento: «Recibimos con agrado los compromisos firmes para incrementar los recursos disponibles del FMI. Éste es el resultado de un amplio esfuerzo de cooperación internacional que abarca a un gran número de países. Los compromisos exceden los $450 mil millones y son adicionales al aumento de cuotas conforme a la Reforma de 2010».
Restaurar la institucionalidad en Paraguay, frenar las provocaciones sucesivas en Bolivia y Ecuador, poner una barrera al drástico retroceso en la economía principales de la región -con excepción de Venezuela, que crecerá este año a más del 5%- son exigencias de autodefensa para gobiernos que, como consecuencia del deterioro económico, comenzarán a sufrir turbulencias sociales y políticas que Washington no dejará de usufructuar.
No hay dos maneras de eludir esta tenaza. Lo repiten y practican los países del Alba.