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El trasfondo de una gran victoria jurídico-científica de los ciudadanos del mundo

Fuentes: Rebelión

Gustavo Capdevila ha entrevistado a Germán Velásquez, un ex funcionario de la OMS (trabajó en la Organización Mundial de la Salud durante más de 20 años) que actualmente es consejero especial del Centro del Sur [1]. Para el «sanitarista» colombiano, el rechazo de India [el fallo fue dictado el pasado 1 de abril por el […]

Gustavo Capdevila ha entrevistado a Germán Velásquez, un ex funcionario de la OMS (trabajó en la Organización Mundial de la Salud durante más de 20 años) que actualmente es consejero especial del Centro del Sur [1].

Para el «sanitarista» colombiano, el rechazo de India [el fallo fue dictado el pasado 1 de abril por el Tribunal Supremo hindú] a patentar el medicamento anticancerígeno Glivec, de Novartis [que presentó un recurso en 2009], «es una victoria de todo el mundo en desarrollo, que depende de las exportaciones de fármacos genéricos de ese país a precios accesibles»

Vale la pena recoger algunas de sus consideraciones:

Los farmacólogos franceses Philippe Even y Bernard Debré, le pregunta Gustavo Capdevila, «sostienen que la investigación en el sector es cada vez más compleja» y que no se logra diseñar «medicamentos que representen un avance tecnológico fuerte». CG cree que, efectivamente, «los grandes laboratorios hicieron hasta fines de los años 90 innovaciones espectaculares que cambiaron las condiciones de vida, empezando por los antibióticos».

Pero desde ya entonces comenzaron a tener dificultades. Cambiaron de estrategia. ¿Qué nuevas estrategias diseñaron? «Se dedicaron a sacar medicamentos de modo rápido sin demasiadas diferencias entre ellos… También optaron por producir fármacos que no curan». ¿No curan? No, sólo tratan la enfermedad. Es el caso «de los medicamentos contra el colesterol, que son para consumirlos toda la vida».

La filosofía económica de fondo es sencilla: «el medicamento que cura mata al mercado». Y el dios-mercado es el dios-mercado. Su ejemplo: «imaginemos que la industria invierte millones de dólares en un fármaco o dispositivo médico para curar la hipertensión arterial. Eso sería el fin del comercio sanitario más poderoso en la actualidad en los países industrializados… Es que 20% de la población sana de esos países toma hoy antihipertensivos».

Sobre el contenido real de la sentencia del Tribunal Supremo de India, GM matiza porque, en su opinión, no es totalmente correcta la información que se está divulgando. «Casi todo el mundo dice que India rechazó la patente de Glivec. Eso es verdad, pero no es eso lo que señala el fallo». El meollo del dictamen es «la ratificación de los criterios fijados por la ley india para aprobar la patente de un fármaco. Es decir, si cumple con los requisitos de contener una innovación o no».

Todo comienza, señala GM, con «la adopción del Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (ADPIC), uno de los tratados establecidos al mismo tiempo que nacía, en 1995, la Organización Mundial del Comercio (OMC)». India fue entonces el único país en desarrollo «que utilizó todo el periodo de transición para aplicar el ADPIC, hasta 2005, cuando promulgó la ley de patentes». Las solicitudes de patentes presentadas durante esa década de transición «se fueron acumulando hasta sumar unas 10.000». Solo a partir de 2005 la oficina de patentes comenzó a examinarlas. Entre ellas figuraba el Glivec de Novartis. Los nuevos criterios normativos resultaron más estrictos. Así, el que «indica que la innovación no puede ser un cambio menor en una molécula, sino que tiene que ser algo substancial». De este modo, «en 2006 se negó la patente de venta local del Glivec».

Novartis, por supuesto, cuestionó esa resolución. Abrió una causa ante un tribunal de la ciudad de Madrás… A los tres años, la Corte Suprema de la ciudad le rechaza la petición. Ese mismo año, Novartis «apela ante una instancia superior y otra vez pierde».

Qué otro recurso le queda entonces ahora a Novaris se le pregunta a GR. «Aquí viene el aspecto que no se ha divulgado suficientemente. En un gesto muy cínico, perverso y grave, Novartis se dijo: «Si no me dieron la patente, voy al Tribunal Supremo, pero pidiendo ahora que se elimine ese criterio estricto establecido en el artículo 3 de la ley de patentes». «Si se fijan estándares más flexibles, más bajos, entonces entra mi medicamento», razonó». Es decir, con la finalidad de introducir por la fuerza su fármaco «la firma transnacional pretendía modificar la ley de un país… Y de un país como India».

En discutible opinión del ex funcionario de la OMS, los directivos de Novartis «pecaron de miopía al tomar esa decisión. Esto ha sido muy costoso para ellos en términos de imagen. Se advierte que fue un mal paso el lanzarse a denunciar la ley de patentes india con el riesgo de perder. La industria transnacional en general venía de un traspié en Sudáfrica, cuando en 2001 se vio obligada a desistir de una acción contra una ley que autorizó a patentar medicamentos importados a menor precio para poder afrontar la epidemia de síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida). Uno podía suponer que la «Big Pharma»… había aprendido la lección. Incluso sabiendo que el Glivec estaba patentado en 40 países, entre ellos Estados Unidos, China y Rusia. Si Novartis pierde en India, como perdió el lunes, cualquiera de los gobiernos de los 40 países puede preguntarse: «¿Por qué no reviso esa patente y la anulo?». Es una potestad que figura en las legislaciones de todos ellos.

I Cuál es el rango tienen esos 40 países que reconocen la patente del Glivec, se le pregunta de nuevo. En su mayoría, señala GV, son estados industrializados, es decir, grandes mercados. Pero entre ellos, prosigue, «hay algunos con severas dificultades económicas en la actualidad, como Grecia y España, cuyas autoridades se pueden preguntar por qué deben pagar 2.500 dólares mensuales por persona por un tratamiento contra el cáncer. Pueden decir: «Mejor lo hago fabricar como genérico e invalido esta patente». Creo que los directivos de Novartis no lo tuvieron en cuenta al lanzarse en esta carrera judicial. Obviamente, tras el primer impulso, siguieron hasta el final y hoy van a tener repercusiones».

¿Nuestras autoridades no se deberían preguntar si transitamos por el camino adecuado? ¿Por qué no seguir la senda de los genéricos?¿ ¿No se trata de ahorrar gastos innecesarios?

Las consecuencias de lo sucedido, para GV, serían las siguientes: 1. Debe ser una lección para los demás países del Sur que «deben tratar de seguir el ejemplo de India e introducir en sus legislaciones cláusulas como las contenidas en el artículo 3d, que restringe y determina algunos criterios respecto de lo que es una innovación para que se otorgue una patente, que no puede haber solo un cambio menor, que a veces es apenas cosmético, en una molécula del medicamento. En India, Filipinas y Argentina ya existe esa prohibición… 2. India podrá seguir fabricando genéricos de los nuevos medicamentos «que no sean verdaderamente originales y seguirá exportándolos con tranquilidad» (el 95% de los retrovirales que se consumen en África provienen de India). De manera que el fallo del Tribunal indio es muy pero que muy importante, «con una repercusión muy concreta para ese medicamento y para unos 10.000 más que están en lista de espera en la oficina de patentes de Nueva Delhi». ¿Qué porcentaje de estos diez mil puede obtener una patente? Parece imposible pero es así: «En 2010, Argentina aprobó 2.000 patentes farmacéuticas y China 4.000. Pero en realidad, las verdaderas innovaciones son de apenas 40 o 50 productos por año… La industria farmacéutica afronta dificultades muy grandes para innovar. Se aferra entonces a una lógica muy miope, muy inmediata pero de abultadísimos beneficios».

Germán Velásquez concluye su reflexión: la lógica (ilógica) empresarial de las grandes farmacéuticas «consiste en lanzar «innovaciones incrementales»… o sea un producto pequeño con apenas un cambio gradual, pero acompañado de una gran campaña comercial».

Manuel Sacristán lo expresó así: la publicidad es el lado oscuro y perverso (y estúpido) de la civilización del capital.

PS: Me permito recordar un paso coincidente de una conversación con el gran científico franco-barcelonés Eduard Rodríiguez Farré [3]:

Richard J. Roberts, como sabes, fue Premio Nobel de Medicina. Él y Phillip Allen Sharp fueron premiados por el descubrimiento de los intrones en el ADN eucariótico y el mecanismo gen splicing, el empalme de genes. Entrevistado por La Vanguardia en julio de 2007 […], afirmaba cosas del siguiente tenor: «La investigación en la salud humana no puede depender tan sólo de su rentabilidad económica. Lo que es bueno para los dividendos de las empresas no siempre es bueno para las personas… La industria farmacéutica quiere servir a los mercados de capital…» «Como cualquier otra industria», apuntilló el entrevistador. J. Roberts prosiguió, no hizo ni caso: «Es que no es cualquier otra industria: estamos hablando de nuestra salud y nuestras vidas y las de nuestros hijos y millones de seres humanos… Si sólo piensas en los beneficios, dejas de preocuparte por servir a los seres humanos… He comprobado como en algunos casos los investigadores dependientes de fondos privados hubieran descubierto medicinas muy eficaces que hubieran acabado por completo con una enfermedad». Por qué dejaron de investigar, se le preguntó.

Me imagino su respuesta: casi seguro que tiene que ver con las finalidades fundamentales de las farmacéuticas y con medicamentos cronificadores.

Vas bien, muy bien. La respuesta del Nobel fue la siguiente: «Porque las farmacéuticas a menudo no están tan interesadas en curarle a usted como en sacarle dinero, así que esa investigación, de repente, es desviada hacia el descubrimiento de medicinas que no curan del todo, sino que hacen crónica la enfermedad y le hacen experimentar una mejoría que desaparece cuando deja de tomar el medicamento… Pues es habitual que las farmacéuticas estén interesadas en líneas de investigación no para curar sino sólo para convertir en crónicas dolencias con medicamentos cronificadores mucho más rentables que los que curan del todo y de una vez para siempre. Y no tiene más que seguir el análisis financiero de la industria y comprobará lo que le digo». Puso algunos ejemplos.

¿Cuáles? ¿Habló de antibióticos?

Efectivamente. Se han dejado de investigar antibióticos porque eran demasiado efectivos y curaban del todo. «Como no se han desarrollado nuevos antibióticos, los microorganismos infecciosos se han vuelto resistentes y hoy la tuberculosis, que en mi niñez había sido derrotada, está resurgiendo y ha matado este año pasado a un millón de personas».

Tampoco aquí iba muy desencaminado.

En cuanto al Tercer Mundo señalaba: «Ése es otro triste capítulo: apenas se investigan las enfermedades «tercermundistas», porque los medicamentos que las combatirían no serían rentables. Pero yo le estoy hablando de nuestro Primer Mundo: la medicina que cura del todo no es rentable y por eso no investigan en ella». En tu opinión, ¿exageraba mucho Richard J. Roberts? ¿Estaba cegado por alguna ideología izquierdista que ofuscaba su mente?

No, en absoluto, estoy totalmente de acuerdo. Si bien la industria ha generado medicamentos de gran valor, no puede haber duda sobre ello, también es cierto lo que indica (y denuncia) Roberts. No son incompatibles ambas afirmaciones…

Notas:

[1] Con sede en Ginebra, el Centro del Sur es una organización intergubernamental que involucra a más de 50 países en desarrollo y está dedicada al análisis de los problemas en esas naciones.

[2] http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=102622

[3] ERF y SLA, Ciencia en el ágora, Barcelona, El Viejo Topo, 2012, capítulo III.

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

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