Pongamos que hablamos de Qatar. En la costa oriental de la península Arábiga, un país del tamaño de la provincia de Murcia (una provincia española), con apenas 250.000 ciudadanos de pleno derecho. Cuenta con unas gigantescas reservas de hidrocarburos (gas especialmente), que les proporcionan la renta per cápita más alta del mundo: unos 90 mil […]
Pongamos que hablamos de Qatar. En la costa oriental de la península Arábiga, un país del tamaño de la provincia de Murcia (una provincia española), con apenas 250.000 ciudadanos de pleno derecho. Cuenta con unas gigantescas reservas de hidrocarburos (gas especialmente), que les proporcionan la renta per cápita más alta del mundo: unos 90 mil dólares (más 65 mil euros) en 2012. Para explotar esos recursos, el país recurre sistemáticamente a trabajadores extranjeros de países vecinos que suponen el 94% de la fuerza laboral del país. La mayoría son obreros no cualificados. Procedentes de otros países de Asia en su gran mayoría.
Recordemos informaciones de hace algunos meses sobre la situación de estos trabajadores:
Cuarenta y cuatro obreros nepalíes, el grupo más numeroso de esos trabajadores extranjeros, murieron entre el 4 de junio y el 8 de agosto de 2012 (un trabajador muerto por día) y miles de obreros jóvenes trabajaban y trabajan en condiciones paupérrimas, cercanas al esclavismo. Lo hacen dentro del proyecto de infraestructuras para organizar el Mundial de fútbol de 2022 (Qatar se gastará en torno a 100 mil millones de $USA en infraestructuras), una decisión de la FIFA, de Herr Joseph Blatter, que sólo es posible entender bajo la perspectiva «los negocios son los negocios, lo demás calderilla y música celestial y matutina de los domingos»
Eran informaciones del The Guardian, en un reportaje de investigación, del periodismo que vale la pena, titulado «Los esclavos del Mundial de Catar». Tal como señalaba la OIT, la Organización Mundial del Trabajo, la situación de estos obreros que trabajan en muchas ocasiones sin recibir salarios durante meses «ni llevarse un bocado durante toda la jornada y duermen hacinados en pobres habitaciones» roza o supera el esclavismo: 12 horas trabajando y 12 sin comida toda la noche. Están construyendo los 9 o más estadios que se levantarán para la cita, un aeropuerto, cientos de kms de carretera, un enorme puente que unirá Catar con Bahréin, una línea férrea de alta velocidad y, desde luego, miles de plazas hoteleras para los turistas. ¡Todo por la pasta, el fútbol y la grandeza de las clases dirigentes de Qatar.. y sus grupos sociales afines del resto del mundo! El trato dispensado a los obreros: «Cuando me quejé, mi jefe me agredió, me echó del lugar donde vivía y se negó a pagarme. Tuve que mendigar por comida», confirma uno de los trabajadores.»
¿La situación ha cambiado meses después? No, en absoluto.
Amnistía Internacional (AI) dio el 17 de noviembre de 2012 otro contundente golpe al Mundial de fútbol redoblando «la presión sobre la FIFA al denunciar violaciones generalizadas a los derechos humanos en las obras de construcción de escenarios para el evento». Será o no será eso.
Lo señalado anteriormente: durante meses muchos trabajadores no reciben salario «y son pese a ello obligados a trabajar bajo la amenaza de quitarles el salario por completo o deportarlos» [1]. Son palabras de Regina Spöttl, la experta en Qatar de la sección alemana de AI al presentar el documento titulado «El lado oscuro de las migraciones: un foco en el sector de la construcción en Qatar de cara al Mundial». «Es sencillamente inadmisible que en uno de los países más ricos del mundo se explote de forma despiadada a tantos trabajadores migrantes, se los prive de su salario y se los aboque a intentar sobrevivir». Son estas últimas palabras de Salil Shetty, el secretario general de AI.
Algunas de las situaciones denunciadas: «Los trabajadores son obligados a cenar en habitaciones a oscuras y sin electricidad tras extensas jornadas de trabajo bajo un fuerte calor. Las condiciones de higiene en los alojamientos, en los que se hacinan trabajadores en su mayor parte provenientes del sudeste asiático, son muy precarias. Los derechos de los trabajadores son violados sistemáticamente en el emirato sobre el Golfo Pérsico. A menudo, los obreros trabajan turnos de 12 horas siete días a la semana, incluidos los seis meses de verano cuando las temperaturas superan los 45ºC. Las medidas de seguridad son escasas (el año pasado hubo al menos un millar de ingresados por traumatismos en accidentes de trabajo, de los que un 10% quedaron incapacitados). Las condiciones en que les alojan las empresas son atroces: hacinados, sin aire acondicionado y, en casos extremos como en el campamento de Al Khor, sin electricidad».
Basándose en el informe, AI llama a la FIFA y al gobierno qatarí a evitar nuevas violaciones a los derechos humanos y demostrar que se los toma «en serio». Ya podemos imaginarnos la seriedad con que se tomaran esas críticas a no ser que nuestras voces críticas, las de todo el mundo, resuenen como un huracán imparable.
Hay más. El sistema de patrocinio «impide que los trabajadores cambien de empleo o salgan del país sin permiso de sus patrocinadores, compañías abastecedoras de mano de obra o ciudadanos cataríes que avalan a los trabajadores y los ceden a las empresas por un precio». Más aún: «Muchos de éstos confiscan los pasaportes mientras dura el contrato». El relator especial de la ONU para los derechos de los emigrantes, François Crepeau, ha pedido la abolición de la kafala, del sistema de patrocinio.
Ángeles Espinosa señalaba desde las páginas de El País [2] nudos del mismo escenario. «Desde la ventana del dormitorio colectivo se ven los focos del estadio Al Khor. Sin embargo, el recinto, en el que se alojan varias decenas de obreros asiáticos, carece de electricidad y de las mínimas condiciones sanitarias. Sus ocupantes han pasado ocho meses sin cobrar salario alguno ni poder salir del país. Como ellos, muchos de los cientos de miles de trabajadores extranjeros llegados a Catar para construir las millonarias infraestructuras del Mundial de 2022 viven en condiciones atroces y sufren abusos laborales.
Algunos comentarios de obreros explotados: «Ha sido horrible. No sé por qué vine. Lo considero la peor etapa de mi vida. Mi padre se murió y no pude ir a verle por última vez, a pesar de implorar [al responsable], llorar y echarme a sus pies». Palabras de un trabajador indio de 31 años que trabajaba como supervisor de sistemas de ventilación para Kranz Engineering. La empresa «tenía a 250 trabajadores subcontratados en la construcción de un campus en Ras Laffan. Los alojaron en Al Khor, cerca de uno de los estadios previstos para el Mundial. A partir de julio de 2012 dejaron de recibir su salario, al parecer porque la obra se prolongaba más de lo previsto. Cuatro meses más tarde, los obreros se plantaron e intentaron volver a sus países, India, Nepal y Sri Lanka». Estaban atrapados: «La compañía se negó a devolverles los pasaportes, tramitarles el visado de salida y pagarles los billetes de regreso tal como estipulaban los contratos. La situación era desesperada. Sin enviar dinero a casa en meses, sabían que sus familias no podían pagar los alquileres y en algún caso se habían quedado en la calle».
No se trata, desde luego, de un caso aislado.
James Lynch, uno de los autores del informe ha señalado que «el Gobierno asegura que quiere proteger a los trabajadores. Hay algunas leyes que debieran protegerlos, pero no se cumplen». ¿Quién puede creerse esas promesas? ¿El gobierno qatarí desea proteger a estos trabajadores? Una nota complementaria de Lynch: «La población aumenta en 20 personas por hora. Muchos migrantes llegan a Catar llenos de esperanzas, que se ven frustradas poco después. No hay tiempo que perder: el gobierno y las empresas deben actuar ya para poner fin a estos abusos». Desde luego, no hay tiempo que perder pero es muy improbable que empresas y gobierno actúen afablemente para evitar esos abusos. O la voz crítica del mundo… o nade.
Eso sí, el dinero de la explotación crea riqueza para unos pocos y genera inversiones
La Fundación Qatar o instituciones y/o empresas afines es propietaria del Paris Saint Germain. La misma institución financia al club de fútbol Barcelona, un club que tiene a gala, como señaló muy generosamente Manuel Vázquez Montalbán, «ser más que un club». Ese ser más, ¿se nota admitiendo esta financiación? ¿Habría alguna diferencia en que el Barça llevara en su camiseta, si pagaran bien, publicidad de la fundación «Francisco Franco»? ¿Eran peores o eran mejores las condiciones de los trabajadores españoles (incluidos los catalanes por supuesto) durante la dictadura militar del generalísimo criminal que la de los obreros que trabajan en Qatar? ¿Ese es el buen trato que, según él mismo declaró, recibió Herr Guardiola cuando jugó en algún equipo del «país más rico del mundo»?
¿De qué hablamos de buen trato? ¿De qué hablamos cuando hablamos de ser más que un club?
Notas:
[2] http://deportes.elpais.com/deportes/2013/11/17/actualidad/1384704415_740341.html
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)
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