La anexión de Crimea a través de un plebiscito convocado a toda prisa después de la derrota del gobierno pro-ruso en la República de Ucrania, expuso al mundo la nueva proyección del Oso Eurasiático. Rusia retomó su espacio y gravitación en el escenario internacional y esto es un hecho inequívoco. Desde el final de la […]
La anexión de Crimea a través de un plebiscito convocado a toda prisa después de la derrota del gobierno pro-ruso en la República de Ucrania, expuso al mundo la nueva proyección del Oso Eurasiático. Rusia retomó su espacio y gravitación en el escenario internacional y esto es un hecho inequívoco. Desde el final de la Guerra Fría, o sea en por lo menos veinte años, jamás se vio al poder de un Estado enfrentar a los Estados Unidos, contraponiéndose a sus deseos, de este modo.
Tomamos como marco la maniobra diplomática y las reales amenazas militares proclamadas por Vladimir Putin de que si Siria fuera bombardeada sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia haría bombardeos de retaliación sobre los aliados de los EUA en Oriente Medio. Léase, hubo riesgo real de bombardeos contra Arabia Saudí y Qatar, siendo estas dos monarquías las grandes financiadoras de los integristas sunitas que pelean contra la dictadura de la familia Assad. El Estado ruso no podía darse al lujo de perder otra base naval y el acceso a las rutas de navegación del Mediterráneo. Si los sauditas fueran atacados, las instalaciones petrolíferas serían el blanco primario y ciertamente el mundo tendría una escalada de los precios del barril de petróleo crudo. Punto para Putin, con Obama quedando contra las cuerda.
Si el año de 2013 concluye con esa victoria rusa, lo de 2014 termina con la tensión en las calles de Kiev (capital de la Ucrania que se reivindica como tal) lo que culmina con la caída -mediante un golpe parlamentario- del gobierno electo (aunque corrupto) de Viktor Yanukovych. Perder Ucrania, tierra natal de la Madre Rusia, equivale para los eslavos del norte (los rusos) lo que para los eslavos del sur (los serbios) implicó la pérdida del Kosovo. Del 24 de marzo al 10 de junio de 1999, los conflictos de la balcanizada ex Yugoslavia tensionaron las relaciones ya muy tensas entre la OTAN y Serbia, y de ésta con Rusia como aliada incondicional. La Alianza del Atlántico Norte atacó Serbia de sorpresa, garantizó una paz armada en el enclave de Kosovo (de mayoría albanesa) y creó el trauma de una derrota de la Guerra Fría para los estrategas rusos. La diferencia está en la calidad del liderazgo del Oso Eurasiático. La transición hacia una economía de mercado y la disolución de la Unión Soviética fue comandada por Boris Yeltsin (1992-1999). A partir de 2000, Putin, su aliado Medvedev y el coherente y capacitado aparato de seguridad, inteligencia y defensa rusos, retoman el control del Estado.
La crisis de Ucrania en tres dimensiones
Cuando el presidente electo Viktor Yanukovych fue depuesto por un golpe del Parlamento (el 22/02/2014), de inmediato se inició la segunda ronda de este Juego Real. El epicentro de la crisis fue la negativa del gobierno Yanukovych a aceptar la entrada en la Unión Europea, firmando convenios y acuerdos con el Kremlin. En ese marco, financieramente, el Estado de Ucrania tendría ventajas reales comparadas con las propuestas de la Europa unificada. El Mercado Común Europeo, más allá de la zona euro se expandió mucho en la última década, llegando a los límites de la Europa del Este con la incorporación de Polonia. La antigua frontera étnico-cultural de los eslavos del norte es marcada por la «Madre Rusia», donde constan los territorios hoy de la Federación Rusa, de Bielorusia y de Ucrania. Frente a la amenaza de llegada del proyecto rival a los bordes de su área de influencia, el gobierno Putin reaccionó.
Se trata por tanto de un conflicto con definidas dimensiones. Una, la geoestratégica, es la de mayor relevancia en escala. La Comunidad Eurasiática es el proyecto de poder del 3er. Imperio ruso en proceso de reconstrucción, aumentando su unidad y cohesión interna. Esta intención, alimentada por el control de los recursos de petróleo y gas, hace que el Estado ruso se proyecte dentro de los límites de las antiguas repúblicas soviéticas, retroalimentando a los rusos étnicos y demás colectividades pro-Rusia (como los cosacos).
Otra dimensión se da en lo interno ucraniano, donde el país pasa por la tercera crisis grave desde su independencia de la Ex-URSS, estando nuevamente frente a la posibilidad de secesión Tanto el gobierno de Kiev -después de la deposición del corrupto Yanukovich- como el plebiscito convocado por el Parlamento de la República Autónoma de Crimea, son «ilegales». Una tercera, que acompaña esta segunda dimensión, está en el factor identidad. Crimea es una península que retorna para la administración ucraniana después de 1954. Concretamente es un espacio geográfico de mayoría rusa y estratégicamente implica en el acceso de la marina rusa a un puerto permanente en el Mar Negro. Su población se identifica con Rusia como matriz político-cultural y habla este idioma. La tendencia a la separación y alguna forma de conflicto es casi inevitable. Ya en el Oeste de Ucrania, la presencia rusa es más combatida y existe memoria abierta aún de la 2ª Guerra, cuando la extrema-derecha se unió y colaboró con la ocupación nazi, semejante a lo ocurrido en Croacia.
La crisis política de Ucrania materializa el ajedrez eurasiático y el choque entre dos proyectos. Por un lado, la Unión Europea (UE) apoyada por la Alianza Atlántica (OTAN, heredera de la Guerra Fría), siendo esta última aliada estratégica de los Estados Unidos. El Imperio compite económicamente con Europa unificada, pero se alía en la proyección geopolítica. Por otro, tenemos una tentativa real de reposicionamiento de la Federación Rusa como heredera de la antigua Unión Soviética (URSS). En medio del conflicto, están los factores colectivos étnico-nacionales en las calles y las vidas mundanas en Kiev, Sebastopol y otras ciudades ucranianas y de Crimea.
Espacio vital y las cartas rusas
Las derrotas rusas y de los aliados serbios aún no fueron digeridas y son retroalimentadas como una humillación delante de la Superpotencia y el «Occidente». En la gran Rusia, los apparatchik político-militares reorganizaron la defensa para reconstruir la esfera de influencia Eurasiática. Para eso, les es necesario reconquistar al menos aquello que sería su área de respiro. El concepto «espacio vital» es erróneamente asociado sólo a la geopolítica de base nazi, aunque sea una herramienta común para todas las escuelas de geopolítica clásica y ahora de geoestrategia. Pues esta área que la potencia nuclear rusa entiende como vital es, además de Crimea, al menos la parcela al Este del Río Dnieper. Para asegurarla como área de influencia directa, Rusia juega todas sus cartas.