«Aquel árbol que ves allá en el descampado… ese es un palo santo», nos comenta Taguide Picanerai, nuestro guía ayoreo, mientras las ruedas de nuestro vehículo viborean sobre el resbaloso terraplén, mojado por la sostenida llovizna que cayó esa mañana. Miro aquel árbol sagrado para los indígenas del Chaco. A su rededor pastan carnosas vacas, […]
«Aquel árbol que ves allá en el descampado… ese es un palo santo», nos comenta Taguide Picanerai, nuestro guía ayoreo, mientras las ruedas de nuestro vehículo viborean sobre el resbaloso terraplén, mojado por la sostenida llovizna que cayó esa mañana. Miro aquel árbol sagrado para los indígenas del Chaco. A su rededor pastan carnosas vacas, rebosantes sus ubres de leche. Veo al palo santo espigado, triste, con pequeñas hojas cilíndricas, seco; parece tener poca vida. Sin embargo, su madera es una de las más apetecidas del mundo y ofrece muchas utilidades a los indígenas.
«Aquí están haciendo una picada», comenta luego Pablo Sanabria, nuestro chofer, quien trabajó por varios años para los menonitas como conductor de topadoras. Es una propiedad menonita con un surco de 15 metros de ancho que se pierde en el horizonte.
Pablo nos relata cómo las topadoras derriban los bosques: «…Se ata un cabo de acero de 25 centímetro de ancho y 50 metros de largo por una topadora de 8 cilindradas y de 600 caballos de fuerza. El otro extremo del cabo se ata por otra topadora de la misma fuerza. Cuando las topadoras avanzan, el cabo, al ras del suelo, arranca de raíz como si fueran pequeños arbustos los grandes samu’û, los coronillos, los algarrobos, los palo santos…» Pablo agrega que en una hora se echan – en promedio- cinco hectáreas de bosques. Cuando se debe desmontar un inmueble, las topadoras trabajan 24 horas continuas del día, con turnos de cuatro horas de volanteo.
Mientras escucho a Pablo, hago un cálculo: una sola topadora puede tumbar 120 hectáreas de monte en un día, 3.200 hectáreas en un mes y 38.600 en un año. Una sola topadora. «Cuántas topadoras estarán desmontando el Chaco…», pienso en voz alta. Pablo escucha, sonríe y responde en guaraní: «He… tuku guasúicha heta oî koárupi…moóiko jaikuáta mboýpa». Es incalculable la cantidad de topadoras que hacen llorar las raíces del palo santo cuando, en verano, comienzan a andar con sus destructivas e inmensas palas en todos los departamentos del Chaco.
El día siguiente, mientras recorríamos las calles de Loma Plata (el principal emporio económico menonita), hojeaba las páginas del libro Extractivismo en el Chaco paraguayo, publicado el año pasado por Guillermo Ortega, de Base Is. «Tomando el periodo comprendido entre el 2010 y el 2013, en total se deforestaron -en el Chaco- 1.147.811 hectáreas de bosques…», escribe el autor. Ortega solo puso números grandes a las prácticas ecocidas que nos relatara el día anterior Pablo Sanabria.
La maquinaria de producción menonita
Un corpulento hombre de amplia sonrisa baja el vidrio de la camioneta plateada y saluda. «Hola, síganme, vamos a mi oficina…», dice con ese marcado tono alemán que tienen los menonitas al hablar el castellano. Es David Sawasky, uno de los socios más ricos de la Cooperativa Chortitzer, hijo de pioneros menonitas que llegaron al Chaco central en 1927 y fundaron la colonia Loma Plata.
Sentado frente a nosotros en su cómodo sillón, responde a una de nuestras preguntas. «Sí, las tres cooperativas menonitas juntas tienen alrededor de 1.800.000 cabezas de ganado», nos dice luego de haber tecleado animadamente una pequeña calculadora. «¿Y cuántas hectáreas de tierra tienen juntas?», inquiere Miguel Armoa, el otro periodista del equipo. Sawazky repite sus cálculos y concluye: «Son alrededor de 2.500.000 hectáreas de tierras…». Un emporio que según las estadísticas formales de fuentes públicas mueve cerca de 700 millones de dólares anuales. Sumandos los números informales, no declarados, los menonitas estarían administrando alrededor de 1.000 millones de dólares, según algunos economistas.
El emporio menonita es fruto de una maquinaria de producción que fue levantada en 87 años. En el 2011, los mismos menonitas calculaban que los frigoríficos de las cooperativas Chortitzer Komitee, Fernheim y Neuland faenaban 360 mil animales vacunos por año e industrializaban más de 110 millones de litros de leche. Al 2014 la faena sobrepasa los 450 mil y la leche está por encima de los 120 millones de litros.
Para el ecólogo Miguel Lovera «la depredación de los bosques del Chaco es, principalmente, resultado de la reubicación de la ganadería de la Región Oriental hacia la Occidental…». Lovera relata que aproximadamente desde 1997 se inicia esta reubicación, a la que se suma la entrada de los extranjeros -brasileños, uruguayos, franceses- en el negocio ganadero.
«No existen los efectos del cambio climático»
Mateo, un líder de los ayoreo vidaigosode, nos muestra el tronco de palo santo que se va quemando en la fogata de su rancho en Campo Loro, en el departamento de Boquerón. «Ese puede estar toda la noche así, dura mucho…», comenta durante la conversación que mantenemos alrededor del fuego. El tronco del palo santo en la fogata da calor en el frío y cuece alimentos, cura enfermedades, da trabajo en la artesanía y tiene un aroma penetrante y embriagador que «espanta los malos espíritus», según la creencia de los indígenas Nivaclé. Tiene innumerables utilidades.
Pero los pueblos indígenas están viendo la rápida muerte del palo santo. Este noble y simbólico árbol llora su posible extinción junto a otras especies de mamíferos, aves, insectos y vegetales, a raíz de la destrucción de su hábitat natural. Mateo no tiene otra explicación más que esta: «…El fruto de la selva no es nada para los blancos».
Lovera ensaya una prospección y afirma que «si sigue este ritmo de deforestación, en 25 años terminarán completamente los bosques en el Chaco». Jorge Escobar, investigador de la fauna chaqueña, lanza una imagen más devastadora aún: «En menos de 100 años el Chaco se convertirá en un páramo superficial, en un sub desierto».
Si esta deforestación alarma a los medioambientalistas y ecólogos del mundo (el Chaco es la región donde más bosques se tala en el planeta), a David Sawazky no le preocupa: «No existe tal efecto del cambio climático en el Chaco. Es mentira», nos dice con vehemencia. Una opinión que comparten casi todos los menonitas. Afuera sigue lloviendo, un fenómeno extraño que llama la atención porque el invierno chaqueño no es época de lluvia.
Sin embargo, la ciencia contradice a los prósperos menonitas: «Una hectárea de masa boscosa, en la que esta nuestro palo santo, contiene entre 40 y 60 toneladas del carbono que se producen en el planeta», nos recuerda Lovera. Lo que significa que desmontar una hectárea implica liberar aquel promedio de tonelada de anhídrido carbónico, el gas que esta agujereando más y más la capa de ozono del planeta y eleva su temperatura.
Mientras recorremos las calles de Filadelfia en aquella tarde lluviosa, recuerdo estas estadísticas: en el Chaco pastan casi 5.600.000 cabezas de ganado vacuno. Paraguay vendió 210.000 toneladas de su carne en el 2013, una venta que redituó a los ganaderos paraguayos y extranjeros 1.300 millones de dólares. El mercado internacional pide cada año más y más carne. Son las causas del desconsolado llanto del palo santo.
Fuente: http://alainet.org/active/75976