Con el 48% obtenido en la primera vuelta el FA ganará el balotaje en noviembre. Si viviéramos en un mundo razonable donde no primaran las necesidades de visualizarse como figura opositora, Lacalle Pou debería ahorrarle al país la segunda vuelta (1). Alguien podrá objetar que aunque pierda, haría bien en insistir pues durante 34 días […]
Con el 48% obtenido en la primera vuelta el FA ganará el balotaje en noviembre. Si viviéramos en un mundo razonable donde no primaran las necesidades de visualizarse como figura opositora, Lacalle Pou debería ahorrarle al país la segunda vuelta (1). Alguien podrá objetar que aunque pierda, haría bien en insistir pues durante 34 días se instalará el debate público, ese alimento natural de las democracias. Este argumento, sin embargo, tiene menos peso que un suspiro (2) pues si algo caracteriza esta campaña es la ausencia de debate de ideas. No se debate nada y mucho menos modelos económicos pues los los principales partidos son diversas expresiones del mismo modelo.
Si midiéramos el nivel de las campañas desde el 84, nadie cuestionará este empobrecimiento signado por el descenso del debate de propuestas y la irrupción de empresas de marketing político que convierten la conquista de votos en una actividad mercantil. Se podrá objetar que si partimos del 84 hacemos trampa, pues en una apertura democrática estamos lanzados a debatir las cuestiones esenciales de la vida política, mas si sólo nos retrotrajéramos a las elecciones del 89 también observaríamos un descenso cuya expresión suprema es la nada peligrosa del planteo «Por la positiva». En treinta años lo único persistente es el desgano, pues el voto no adquiere el compromiso de otras épocas y los festejos y los cánticos ayunos de ideas semejan las celebraciones de una hinchada que ha conquistado un campeonato. Sumado a lo anterior, signo evidente de erosión, cada vez más gente opta por el menos peor.
He leído una lluvia de críticas a las encuestadoras. Sucede aquí algo similar a la relación con la astrología: nadie cree en ella, pero todos saben el signo que les corresponde en el zodíaco. En lo esencial las encuestadoras acertaron: perdió el SI, el FA fue el más votado, le sigue el PN y habrá segunda vuelta. Fallaron en la cifra alcanzada por el FA y en su mayoría parlamentaria. Este error de las encuestas tiene una explicación que excluye cualquier pretendida intención malévola, resultado de un pensamiento políticoparanoico. El FA votó mejor que cualquier predicción, ahora, si se pretende decir que las encuestadoras siempre matan al FA (3), caeríamos en un error. A modo de ejemplo, en el 2009, Cifra le asignó al FA un punto más y a los partidos tradicionales un punto menos del que a la postre obtuvieron. Algunas encuestadoras estuvieron más acertadas que otras y acaso, como en otros órdenes de la vida, los aciertos pasados pudieron, a la larga, resultarles perjudiciales, pues reforzaron la confianza en su metodología y evitaron un acompasarse a la realidad social siempre variable. La encuestadora que más falle estará obligada a rediseñar su metodología y a ajustar su muestreo de país.
Los dos principales obstáculos para los denostados encuestadores fue inferir qué votaría ese 9% de indecisos y luego qué tan firme sería el 91% restante. Si todas dieron menos votos al FA debemos concluir que hubo más o menos un 4% que a 10 días de las elecciones decían que no lo votarían, pero llegada la hora fatídica se confesaron a sí mismos que no podían soportar la idea de un triunfo futuro de Lacalle Pou. En este mismo sentido deben sumarse, paradójicamente, los efectos benéficos de los informes de las encuestadoras. Un sector de votantes frentistas, relativamente desganado y harto, pretendía impedir la mayoría parlamentaria. Le iba a dar en octubre el voto a cualquier otro, reservándolo para el FA en noviembre, sin embargo, cuando vio que esa mayoría ya era imposible y que los partidos tradicionales juntos lo superaban, ese sector prefirió achicar la diferencia. Esta vertiente de votantes de última hora (4) permite que el FA llegue al 48%, un porcentaje similar al de cinco años atrás pero con muy diferente grado de convicción y compromiso, como si dijéramos: «algunos votos están prendidos con alfileres».
Como una prueba más de este desgaste asistimos al creciente apoyo a partidos menores. El PI que llegará a un techo apenas se compromete con una u otra fuerza para brindar gobernabilidad; la UP, que es un desprendimiento del FA; y el PERI. En este último caso observamos algo novedoso, como si existiera cierta posibilidad futura de fragmentación, dando nacimiento a nuevos y variados partidos de temática específica y no globalizadora. En todo caso, esa tendencia a la fragmentación tiene cierto estímulo externo por la modalidad del balotaje. Con el tiempo se manifestarán en la primera vuelta los ecologistas, las feministas y varias otras expresiones que votarán luego por el mejor gobernante.
Aunado a este panorama del cual jamás podemos olvidar el detalle sustancial de una opción negativa (voto a éste porque no soporto al otro) observamos un aumento de un 50% de los votos anulados y en blanco. En el 2009 fueron 49.778 y hasta ahora suman 76.933. Pero eso no es todo: en el 2009 la diferencia entre habilitados y sufragios emitidos fue de 258.711 y ahora se incrementó a 318.191: una diferencia de 59.480. Uno suponía que gran parte de los no votantes viven en el extranjero o están de viaje, ahora, si hay menos gente en el exilio que cinco años atrás (como uno sospecha) no nos quedan muchas más opciones que suponer que, al menos, 59.480 ciudadanos (dejando aparte aquellos 76.933 del anulado o en blanco) tienen un 0% de confianza en el sistema y es más, estarían dispuestos a pagar los $748 que supone la multa (5).
El crecimiento del FA desde 1984 hasta el 2004 corresponde a un retroceso de la izquierda dentro de los partidos tradicionales. El descenso de estos dos partidos deviene por lo tanto de la migración de wilsonistas y batllistas. Esto no significa un cambio en la forma de ver el mundo de dichos wilsonistas y batllistas, sino que el Frente ha migrado a otras posiciones más razonables para ellos, siguiendo aquella consigna: «Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña». Este respaldo se acentuó desde el momento en que el FA se convirtió en defensor de las empresas públicas, un aspecto particularmente sensible para la ciudadanía, como lo demostraron elocuentemente los plebiscitos de la década del 90. El oficialismo se ha visto beneficiado por la actual bonanza resultante del aumento de las commodities, lo que ha permitido, además, aplicar un populista reparto de dinero, construyendo laboriosamente una bomba de tiempo. Se lleva a su paroxismo el modelo capitalista dependiente, se alienta la inversión de megaempresas que acentúan nuestro rol de proveedores de bienes primarios y se erosiona el entretejido económico, provocando daños evidentes en el medio ambiente. Aunque todavía mantiene un respaldo considerable, ya se pueden apreciar las consecuencias de convertirse en el partido más eficiente para llevar a cabo el modelo neoliberal.
Mas la desilusión atraviesa de diferentes maneras a los votantes de todos los partidos y si midiéramos la legitimidad democrática con respecto a los inicios del siglo XX, donde aupados en el positivismo creíamos que alcanzábamos el mejor modelo político jamás imaginado, resulta evidente que hemos llegado a esa histórica e inevitable fase llamada «decadencia», manifestada por la aceptación de un modelo por considerarlo el menos insoportable, como si uno dijera: «Es lo que hay«. Mientras los precios internacionales se sostengan, «lo que hay» sobrevivirá, pero la historia del capitalismo indica con elocuencia que lo único permanente es la acumulación del capital. Esta acumulación se acentúa, para colmo, en las crisis y entonces «lo que hay» sufre un embate severo, abriéndose por un lado la opción de otra vuelta de tuerca, un descenso al siguiente círculo del infierno y por el otro la construcción de algo nuevo que nos permita escapar de esta loza kakistocrática (6) bajo la cual hemos vegetado los últimos siglos.
Notas
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Se podría establecer una reforma por la cual si un candidato en la primera vuelta supera el 45% y a su vez aventaja al segundo en 10 puntos, se lo considere automáticamente ganador. No es algo que uno propondría en todas las condiciones, pero para campañas electorales como la que hemos vivido, no dudo que esta reforma sería apoyada, con alivio, por un 95% de la población.
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Cierto filósofo del cual robo esta imagen no empleó la palabra «suspiro». Utilizó una que recuerda un aire corporal.
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En rigor, si las encuestas fueron publicadas un 23, los datos sobre los que trabajaron fueron recabados unos cuantos días antes, por lo cual la encuesta es un mapa que lleva, más o menos, una semana de atraso.
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Lo que pagaríamos por averiguar qué significa esos 318.191 y cuántos son gentes que viajan, que viven afuera, que están enfermas, que no han trasladado su credencial, que han muerto y no han sido dados de baja (muy dudoso) o que no se dignan participar de la gran fiesta cívica, como varios que conozco.
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Kakistocracia, antónimo de aristocracia, esto es: gobierno de los peores. Es una palabra llamada a tener gran suceso en el vasto mundo.
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