Recomiendo:
0

La pandemia pone en jaque el sustento de más de 55 millones de trabajadores domésticos

Fuentes: Rebelión

Casi las tres cuartas partes de los trabajadores y las trabajadoras domésticas del mundo –más de 55 millones de personas– corren un importante riesgo de perder su trabajo y sus ingresos debido al confinamiento por la pandemia del covid-19 y a la falta de cobertura efectiva de seguridad social.

Los datos de junio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)-en el noveno aniversario de la adopción del Convenio sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos- indican que la región más afectada es Asia Sudoriental y el Pacífico, donde el 76 por ciento de los empleados domésticos está en situación de riesgo, África (el 72%) y Europa (45%). La amplia mayoría de estos trabajadores, 37 millones son mujeres.

En América Latina y el Caribe, entre 11 y 18 millones de personas se dedican al trabajo doméstico remunerado. De ellas el 93% son mujeres. El trabajo doméstico supone entre el 14,3% y el 10,5% del empleo de las mujeres en la región. Sin embargo, más del 77,5% operan en la informalidad, lo que significa que una parte importante de ellas trabaja en condiciones precarias y sin acceso a la protección social.

Los ingresos de las mujeres empleadas en el servicio doméstico son además iguales o inferiores al 50% del promedio de todas las personas ocupadas. En este sector, la crisis ha afectado tanto a personas cuyo empleo es formal, como a quienes trabajan de modo informal. Estos últimos representan el 76 por ciento de quienes pueden perder su trabajo u horas de trabajo.

En países con medidas de confinamiento más estrictas, quien realiza trabajo doméstico, estuviera empleado formalmente o no, no puede ir a trabajar. Así, algunas de las personas que tenían un empleo formal han tenido derecho al seguro de desempleo, pero no ha sido el caso de quienes trabajaban una situación informal, para quienes la inmovilización ha supuesto la pérdida de los medios de vida, no contar con una red de seguridad de respaldo, y verse en aprietos a la hora de poner alimentos sobre la mesa.

“La crisis de la COVID-19 ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad particular de los trabajadores y las trabajadoras domésticas informales, y la necesidad acuciante de que se les incluya efectivamente en el ámbito de protección laboral y social», señaló Claire Hobden, Oficial Técnica de la OIT en trabajadores vulnerables.

La pandemia ha agravado la situación preexistente. Solo el 10 por ciento de las personas que realizan trabajo doméstico están al amparo de la seguridad social, lo que equivale a que los demás no tienen derecho a ausencias por enfermedad pagadas, acceso garantizado a la atención de salud, prestaciones por lesiones profesionales, o seguro de desempleo.

Muchas de estas personas perciben una paga de no más del 25 por ciento del salario medio, por lo que carecen de ahorros con los que afrontar una emergencia financiera.

En algunas regiones, las trabajadoras domésticas son predominantemente inmigrantes que cuentan con su paga para mantener a la familia en el país de origen. Tanto el impago de los salarios como el cierre de los servicios del envío de remesas han puesto en situación de riesgo de hambre y de pobreza a las familias de estas mujeres.

Quienes vivían en el lugar de trabajo en general han seguido trabajando en confinamiento con sus empleadores. No obstante, -sostiene el Informe- se sabe que han trabajado más horas a causa del cierre de las escuelas, y que están realizando tareas de limpieza más exigentes.

En otros casos, los propios empleadores se han visto en dificultades económicas y han dejado de pagar a quienes tienen trabajando en su domicilio, o incluso han dejado de pagarles aduciendo que no necesitan el salario porque no pueden salir.  En algunos países, se ha dado el caso de inmigrantes que ejercían el trabajo doméstico y vivían en casa del empleador, y que se han encontrado en la calle después de que el empleador se deshiciera de ellos por temor a contraer el virus, dejándolos expuestos a la trata de personas.

El falso manto del trabajo improductivo

Según el Convenio sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos, 2011 (núm. 189). El trabajo doméstico se define como el trabajo realizado en un hogar u hogares, que comprendan a todas las actividades o labores cuya realización esta relacionada con el servicio, mantenimiento, apoyo, asistencia o aseo inherentes o propios de una vivienda particular. Por consiguiente, el trabajo doméstico se define en función del lugar de trabajo, que es el hogar privado.

Las ocupaciones y tareas consideradas trabajo doméstico varían de un país a otro: cocinar, limpiar, cuidar de niños, personas de edad y personas con discapacidades, ocuparse del jardín o de mascotas, o conducir el automóvil familiar. Los trabajadores domésticos pueden trabajar a tiempo parcial, a tiempo completo o por horas, y pueden residir en el hogar para el que trabajan o fuera de él.
Durante varios siglos el servicio doméstico ha sido considerado poco importante, debido a que generalmente es comparado con el trabajo de carácter económico. En consecuencia, a este último siempre lo considerarán como aquel que directamente genera ganancias y plusvalía, mientras que al trabajo doméstico nunca se le dio el reconocimiento que merece.

Las actividades del hogar se han desarrollado bajo un entorno de discriminación y explotación permanente, a pesar que la realización del trabajo doméstico permite a que otras personas dispongan de tiempo para dedicarse a diversas actividades. Por lo tanto, un trabajador doméstico realiza un trabajo en cierto sentido también productivo, sólo que posee características especiales.

El desarrollo cotidiano de la vida de la sociedad dentro de un modo de producción capitalista, es la razón fundamental por la cual los patrones diariamente le arrancan a la fuerza de trabajo la mayor plusvalía posible, y en este contexto, no debe considerarse que el trabajo doméstico queda exento de tal situación.

El hecho de que en un número importante de hogares existe un miembro de la familia que se dedique a realizar las labores domésticas, trae como consecuencia que se desarrolle un trabajo no remunerado, por lo cual esta actividad favorece, tanto a la conservación o permanencia como a la reproducción del sistema capitalista y de la fuerza de trabajo, comprendiendo que esta última es la mercancía o la fuente principal de riqueza.

Por ende, el trabajo doméstico, directamente no genera plusvalía pero indirectamente sí lo hace.
Como lo analizo Kark Marx, podemos considerar que la fuerza de trabajo es una mercancía que se compra y se vende como cualquier otra. El poseedor (trabajador) vende su valor de uso (que es lo que se puede vender) al capitalista que es quien paga por ella: es aquí en donde se realiza la compraventa de la fuerza de trabajo.

Marx considera al trabajo productivo e improductivo por su comportamiento en el capitalismo, en donde los poseedores del capital restan importancia al trabajo improductivo. Se considera trabajo productivo únicamente a aquel que se convierte directamente en capital, es decir, que genera plusvalía. El trabajo improductivo, como es el caso del trabajo doméstico, se considera que es útil, y, por tanto, que también tiene un valor de uso, pero únicamente para quien directamente lo va a consumir.

Marx lo analiza de la siguiente forma [..] el trabajo productivo es el que crea mercancías, y el trabajo improductivo el que produce servicios personales. El primero se representa en una cosa vendible; el segundo debe consumirse [..] El primero abarca [..] toda la riqueza material e intelectual [..] que existe en forma de cosas; el segundo abarca todos los trabajos que satisfacen una necesidad [.]

La fuerza de trabajo del obrero productivo es una mercancía para éste. Lo mismo ocurre con la del trabajador improductivo. Pero el primero produce mercancías para el comprador de su fuerza de trabajo. El segundo le produce un simple valor de uso, no una mercancía [.]

En consecuencia, todos los trabajadores son productivos o improductivos, venden su fuerza de trabajo como una mercancía, a cambio siempre recibirán un salario. En el caso del capitalista, éste pagará al trabajador por su fuerza de trabajo, beneficiándose de la plusvalía que genera el asalariado una vez que se ha incorporado a la mercancía el equivalente a la remuneración que recibe y con la que reproduce su fuerza de trabajo.

El problema es que, en diversas ocasiones, no se valora suficientemente a quienes son trabajadores improductivos (como es el caso del trabajador doméstico) en virtud de que no se encuentran imbricados dentro del proceso productivo en el que se producen mercancías, aunque su trabajo resulte indispensable para que otros puedan disponer de tiempo para dedicarse a los trabajos productivos.

Aunque la fuerza de trabajo es una mercancía, cabe mencionar que «no es una mercancía ordinaria”. No hay capitalista que pueda dedicarse a producir fuerza de trabajo [.] y la diferencia que tiene con las demás es que sólo ella posee la capacidad de reproducirse, ya que su naturaleza es diferente.
El trabajador doméstico no produce mercancías, pero sí desempeña una gran cantidad de servicios y actividades indispensables para satisfacer las necesidades particulares de la familia o personas que lo contratan, en conclusión, genera las condiciones apropiadas para que diversos trabajadores puedan acudir diariamente a desempeñar sus labores.

Lo esencial será la garantía de unas condiciones de trabajo decentes. El mero hecho de regular el trabajo doméstico es un reconocimiento de la importante contribución social y económica de la prestación de cuidados. A su vez, al garantizar unas condiciones de trabajo decentes a los trabajadores domésticos se contribuirá a reducir la desigualdad de género en el trabajo y a mejorar al mismo tiempo la calidad de los cuidados recibidos por los hogares.

Pero mientras tanto el virus como pretexto que todo lo justifica, nos indica que sólo 29 países de los 198 de la OIT, han ratificado el Convenio 189 relativo al trabajo decente para las trabajadores y trabajadores domésticos. Aunque el marco normativo exista, siempre se navega en las injusticias de las falsas ideas de utilidad.

Alejados de la realidad, el cinismo es de rigor, los informes de la OIT tal vez no resuelvan nada, pero tiene la virtud de abofetear nuestra conciencia. Esto nos ilustra sobre la precariedad, peligrosidad y magnitud del capitalismo en su fase actual que alienta una recesión, estanflación, y otros impactos económicos,financieros, sociales de alcance global.

Sin dudas, la indiferencia mecánica del capitalismo como sistema se robustece con las desgracias humanas… un virus como anillo al dedo.

Eduardo Camin. Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Fuente: http://estrategia.la/2020/06/23/la-pandemia-pone-en-jaque-el-sustento-de-mas-de-55-millones-de-trabajadores-domesticos/