A pesar de los bombos y platillos que sus promotores hicieron resonar, la reciente Cumbre de los Sistemas Alimentarios de las Naciones Unidas pasó casi desapercibida a nivel internacional. Más de 600 organizaciones rurales del mundo entero la boicotearon. Desenlace lógico de una convocatoria que, desde su inicio, les dio la espalda a prominentes actores sociales.
Esta cumbre que desde 2019 venían impulsando las Naciones Unidas apenas se limitó a la jornada del jueves 23 de septiembre como un apéndice de la Asamblea General. La misma ONU la presentó como un evento “en los márgenes” del debate de alto nivel de esa Asamblea que se realiza en la sede de Nueva York.
“La ONU celebra una polémica Cumbre sobre Sistemas Alimentarios”, informaba el cotidiano francés Le Monde el mismo día del evento. Y agregaba que, “boicoteada por las organizaciones de la sociedad civil y los científicos, esta reunión, cuyo fin es acelerar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, puede dar lugar a iniciativas dispersas”.
Las críticas a la convocatoria de Nueva York también se alzaron desde el seno mismo del organismo onusiano. El 19 de agosto, Michael Fakhri, Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación, a través de un comunicado público deploró la falta de transparencia en la gobernanza de la cumbre y enumeró una serie de medidas urgentes que deberían adoptarse para convertirla en un evento multilateral (https://www.ohchr.org/Documents/Issues/Food/Policy_brief_20210819.pdf). Dicho documento, de cuatro páginas, señala la corresponsabilidad de las multinacionales en el aumento de la malnutrición, la pérdida de la biodiversidad y la crisis climática. Critica además que el gran poder económico subestima el rol de los pequeños y medianos productores locales, los cuales aseguran el 70% de los productos alimenticios, e ignora el hecho de que los pueblos indígenas gestionan con éxito el 80% de la biodiversidad mundial en la tierra. “Los agricultores, los trabajadores agrícolas y los pueblos indígenas de todo el mundo están totalmente a merced de los poderes corporativos, y no es por casualidad que sufran hambre, malnutrición y violaciones de sus derechos. Además, son las mujeres y las niñas de esas comunidades las que a menudo soportan la carga más pesada”, subraya el documento del Relator Especial.
Algunas semanas más tarde, el 22 de septiembre, día previo al encuentro de Nueva York, a través de un mensaje video Fakhri se expresó de forma aún más contundente: «la cumbre es un fracaso”. Aunque el evento se presenta como una «cumbre popular», en la realidad dista mucho de serlo. Centenas de organizaciones que representan a millones de personas intentaron participar en su proceso preparatorio pero su voz no fue escuchada.
Nada nuevo bajo el sol
Las “grandes figuras” internacionales que se esperaban no fueron tantas. Por otra parte, resultó imposible reflexionar acerca de opciones futuras sobre el tema clave de la alimentación y el hambre en el mundo en apenas una jornada y con una catarata de oradores, mucho de ellos a través de mensajes formales grabados. La comunidad internacional no vibró en torno a dicho evento, con el cual, según la agencia de noticias Europapress, solo se comprometieron “85 jefes de Estado de todo el mundo”. Número que no representa ni la mitad de las 193 naciones que integran la ONU.
Participación reducida que no se corresponde con el tono eufórico del comunicado de prensa que emitieron las Naciones Unidas el mismo 23 de septiembre. De retórica grandilocuente, dicho comunicado afirmaba que representantes de todo el espectro social del mundo estaban convergiendo en una cumbre que ponía en marcha nuevas medidas y estrategias para crear sistemas alimentarios más saludables, sostenibles y equitativos. Y subrayaba que se trataba de alianzas de los distintos sectores económicos con los agricultores, las comunidades indígenas y todos los actores de la cadena alimentaria, desde la producción hasta el consumo (https://news.un.org/es/story/2021/09/1497352).
Con un entusiasmo desmedido y cifras infladas, dicho comunicado recordaba que “las discusiones comenzaron hace un año y medio en 148 países y contaron con la participación de más de 100.000 personas de una amplia gama de la sociedad”.
La misma ONU, pero esta vez en el sitio web dedicado específicamente al evento de Nueva York, reduce significativamente las cifras: “La Cumbre se celebra tras casi dos años de diálogos a nivel comunitario, nacional e internacional. En estos han participado más de 40.000 personas de todo el mundo para compartir sus necesidades, retos e ideas para un sistema alimentario más sostenible, resistente e inclusivo” (https://www.un.org/es/food-systems-summit/news/more-130-countries-expected-announce-national-commitments-un-food-systems-summit).
El informe de prensa de Europapress, publicado el 27 de septiembre,permite concluir que hubo poca carne y mucho hueso en Nueva York. Apenas la mención de algunas figuras como la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern; al presidente de Finlandia, Sauli Niinistö; la primera ministra de Bangladesh, Sheikh Hasina, así como al primer ministro de la República de Fiji, Josaia Voreqe Bainimarama. O bien el compromiso de Burkina Faso de incluir en su Constitución el derecho a la alimentación. El anuncio de los Emiratos Árabes Unidos del lanzamiento de la Misión de Innovación Agrícola (AIM) para el Clima en forma conjunta con los Estados Unidos. Señala también una declaración de principios de parte de Estados Unidos –representado por su secretario de Agricultura Tom Vilsack– y el anuncio de Melinda Gates, de la Fundación Bill y Melinda Gates, de un financiamiento quinquenal de 922 millones de dólares para la nutrición. (https://www.europapress.es/comunicados/internacional-00907/noticia-comunicado-cumbre-sistemas-alimentarios-onu-20210927115546.html).
Puro bla-bla-bla
Muy poco, y nada más. Tampoco las conclusiones a las que arribó la cumbre parecen aportan algo novedoso y, mucho menos, prestar atención a las voces de buena parte del planeta que reclaman una transformación tan urgente como intensiva de la manera de producir, consumir y compartir alimentos sanos.
Para la ONU, según las palabras de su secretario general, la Cumbre sobre Sistemas Alimentarios sirvió de foro para exponer y poner en marcha las medidas que propulsarán el avance hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Cada uno de los cuales depende, en cierta forma, de que se adopten sistemas alimentarios más saludables, sostenibles y equitativos. Advierte, también, sobre el papel de los sistemas alimentarios en el calentamiento de la Tierra al producir un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero, además de ser responsables del 80% de la pérdida de biodiversidad.
A manera de síntesis, esta Cumbre se limitó a reiterar que los sistemas alimentarios deben redundar en salud y bienestar para todos, satisfacer la demanda sin desproteger al planeta y contribuir al bienestar de los miles de millones de personas que trabajan en el rubro de la alimentación.
De cara al futuro, tal como lo resume el comunicado final de las Naciones Unidas, dichos objetivos requieren garantizar el acceso a alimentos sanos y nutritivos para todos; adoptar modalidades de consumo sostenibles; impulsar la producción favorable a la naturaleza; promover medios de vida equitativos y crear resiliencia ante las vulnerabilidades y tensiones en la producción agraria.
¿Puro bla-bla-bla? Tal parece ser la profunda impresión que esta Cumbre ha dejado en numerosos sectores alternativos, llamativamente ausentes en Nueva York, aunque de ninguna manera silenciosos y, mucho menos, resignados.
Los que no fueron a Nueva York
“La Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU es despreciable y representa una amenaza para la Soberanía Alimentaria de los pueblos”, señala el título del comunicado de prensa de La Vía Campesina el 22 de septiembre, víspera de la apertura del evento. (https://viacampesina.org/es/la-cumbre-de-sistemas-alimentarios-de-la-onu-es-despreciable-y-representa-una-amenaza-a-la-soberania-alimentaria-de-los-pueblos/).
La Vía Campesina (LVC) aglutina a más de 200.000.000 de campesinos de 182 organizaciones de 81 países. Junto con casi 600 movimientos sociales de pequeños productora-es, trabajadora-es, pueblos indígenas organizados y ONG del sector decidieron en julio pasado boicotear la cumbre. Los movimientos populares, según esta red internacional, ofrecen un frente unido de denuncia de la ilegitimidad de la cita de Nueva York y de los intentos de parte de las corporaciones transnacionales de usurpar los espacios institucionales dentro de la ONU.
Las organizaciones internacionales que se opusieron al cónclave están de acuerdo, sin embargo, de que los sistemas alimentarios internacionales deben transformarse radicalmente, aunque cuestionan la dirección del cambio que se propone desde el poder multinacional. La radiografía de la situación con que La Vía Campesina está operando es tan dramática como elocuente: el hambre en aumento, los perjuicios ambientales causados por la producción industrial de alimentos, la deforestación, la degradación de los suelos, la pérdida de biodiversidad, el crecimiento de la pobreza rural, la continua represión de los movimientos campesinos y pesqueros en todo el mundo, los desplazamientos forzados y la crisis climática, indican la necesidad urgente de transformaciones urgentes y radicales. Las Naciones Unidas no parecen verlo de esta misma manera.
Según la Vía Campesina, cuando el secretario general de las Naciones Unidas anunció hace dos años que a fines del 2021 se celebraría una Cumbre de Sistemas Alimentarios la noticia fue desconcertante. ¿Por qué hacerla en asociación con el Foro Económico Mundial, un organismo que representa el sector privado, cuando todas las ediciones anteriores habían estado a cargo, por mandato específico de los Estados miembros de las Naciones Unidas, de la FAO (Organización para la Agricultura y la Alimentación)?
Para esta red internacional de organizaciones rurales la sospecha de que los intereses corporativos habían cooptado proceso de preparación dejó de ser sospecha con la designación de Agnes Kalibata, como Enviada Especial designada para coordinar la cumbre. Kalibata es la presidenta de la Alianza por una Revolución Verde en África (AGRA, por sus siglas en inglés). Según La Vía Campesina, AGRA “financiada por Gates/Rockefeller, ejerce presión a favor de la agricultura de uso intensivo de insumos, alta tecnología y semillas genéticamente modificadas”. Los fracasos de AGRA en el continente africano y el evidente conflicto de intereses de la señora Kalibata en su rol de Enviada Especial para la Cumbre, generó una amplia resistencia de parte de los movimientos sociales y la sociedad civil.
En respuesta tácita a los argumentos oficiales de la ONU, el documento del boicot publicado por La Vía Campesina se muestra intransigente: la solución real a la crisis climática, el hambre, la migración forzada y la pobreza extrema reside en los pueblos, no en el gran poder corporativo multinacional. Debe surgir de los principios de la soberanía alimentaria y de la justicia social. Debe reconocer a la alimentación como un derecho humano fundamental y no como una mercancía para la especulación comercial. Debe respetar los sistemas alimentarios a pequeña escala, diversos y agroecológicos que existen en nuestros territorios.
Y concluye sin ambigüedad: la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU de 2021 se encuentra en las antípodas de estos principios y amenaza la Soberanía Alimentaria de los pueblos. La misma no tiene mandato, legitimidad ni autoridad alguna para extenderse más allá del 23 de septiembre de 2021.
El 23 de septiembre no fue un día histórico. Para el 10% de la población mundial, es decir unos 800 millones de seres humanos que hoy padecen hambre, la cita de Nueva York ni siquiera existió. Para los movimientos sociales que buscan desesperadamente soluciones cotidianas a este cataclismo social mundial, la cumbre fue más de lo mismo. Pura retórica banal sin voluntad política de encontrar soluciones estratégicas. Realidad dramática, cuando todo podría ser simple y positivo. Para ellos bastaría con priorizar la agroecología sobre el agronegocio y apostar a la soberanía alimentaria para reemplazar el paradigma insostenible de alimentos=mercancía.
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