El recién electo Donald Trump con su triunfo rompió un record histórico al ser el segundo presidente de Estados Unidos elegido en elecciones alternas. ¿Cuál es la particularidad de un hecho de tal naturaleza? Todo apunta que el electorado estadounidense quedó con una cierta expectativa con la administración de Donald Trump, y al no suscitarse la reelección en su momento oportuno, sintió que esta era la oportunidad para redimir su voto. La manifestación de sus adeptos en el Capitolio en 2020 pude haber sido síntoma de un probable fraude electoral que se enmendó con una votación masiva a su favor en esta justa electoral.
Pero el regreso de Donald Trump, no se explica de forma simplista por su específico carisma personal o por su discurso permeado por una narrativa claramente supremacista. Concurren en la explicación de la victoria de Donald Trump una diversidad de factores tales como la vulnerabilidad física del actual presidente Joe Biden, que nunca pudo construir un liderazgo que concitara adhesiones apasionadas; y los incipientes pasos que dio su administración más parecían que en sus caídas físicas radicaban las metáforas propias de la decadencia de su gestión pública en el manejo de la cuestión económica. Eso quedó claro sobre todo, en la urgencia de sustituirlo a último minuto por una mujer como la vice presidenta Kamala Harris que puso sobre sus hombros una carga patriarcal desbocada históricamente en Estados Unidos, en donde nunca se han revalorado los asesinatos contra las Brujas de Salem, y las olas tardías del feminismo, han favorecido la entronización de la familia nuclear en que se ha idealizado la domesticidad después de la Segunda Guerra Mundial en programas de televisión como Father Knows Best y Leave It to Beaver. Estas circunstancias sin ninguna duda jugaron a favor del candidato republicano.
Sin embargo, sería igualmente superflua cualquier explicación que se limite a tales factores. Los discursos supremacistas han tenido un repunte en Europa y específicamente en Alemania en que el fenómeno del nazismo y del fascismo parecía tener finiquitada su carta de defunción, y han resucitado prácticamente de las cenizas. En América Latina donde la encrucijada “Civilización o Barbarie” sigue pesando en el imaginario supremacista latinoamericano, ha tenido sus réditos electorales en el gobierno libertario de Milei, y sigue teniendo carta de ciudadanía en la fuerte oposición de Jair Bolsonaro en Brasil. Este fenómeno en términos humanistas es deplorable porque banaliza unas subjetividades sujetas a protección nacional e internacional, y son expuestas con estas narrativas a ser expulsadas del mundo del desarrollo y de la convivencia humana por constituir obstáculos para la misma. Y aquí haya su justificación el asunto anti migratorio. En la real politik la administración de Donald Trump empezó a construir un muro que divide Estados Unidos de México, no obstante, los éxodos migratorios no pararon por ello, y las deportaciones fueron mayúsculas en el gobierno de Obama en relación con el gobierno de Trump. Por otra parte, se han suscitado políticas migratorias de legalización de mano de obra calificada proveniente de los países del continente, pero igual la migración en la administración Joe Biden ha estado difícil, y solo pasa hacia Estados Unidos una persona con mucha buena suerte o resistencia y quien pague a las mafias migratorias tanto en México como Estado Unidos. Lo cierto es que Estados Unidos tiene un déficit de mano de obra en sus empresas de más de 6 millones de vacantes sobre todo en la rama industrial, y esto ha estado favorecido por la jubilación de la generación Baby Boom, y al hecho de que “los blanquitos” que repudian la presencia de los inmigrantes hispanos, no están dispuestos a realizar esas labores para colmar las expectativas de las empresas.
Frente a este panorama, si la narrativa del discurso antinmigración de Donald Trump no es demagógica y quiere frenar los éxodos masivos de la migración, tendrá que terminar con los bloqueos en Cuba y Venezuela. Y, sobre todo, se verá obligado a dejar que las políticas neoliberales se dejen de aplicar en los demás países para que estos experimenten un auténtico desarrollo humano. Esto que se ve con una salida sencilla es una quimera y un sueño del que un imperio como el estadunidense no va a renunciar, porque eso es parte su propia naturaleza económica. Pero lo que sí es claro es que, si Estados Unidos sigue metiendo sus narices en los países de América Latina, con su política exterior intrusiva seguirá generando pobreza y miseria en estos países y estará abonando para la cosecha de grandes ejércitos de pobres en busca del lugar adonde ha huido la prosperidad. El tema de migración es esencial para México, y este país enfrenta la amenaza electoral que hizo Donald Trump de subirle a los aranceles de los productos mexicanos si no hay cierre de fronteras para la inmigración en México. Esto desde luego podría tener repercusión en el triángulo que forma Honduras, Guatemala y El Salvador.
Es de un realismo visceral constatar que la demagogia electoralista ha llenado de votos al candidato republicano. Sin embargo, tal supremacismo no se impondrá como políticas públicas porque desfiguraría la fachada democrática que siempre ha transpirado al mundo la democracia estadunidense, pero si será la base de la discordia y el fundamento de la confrontación entre las partes en conflicto. Lo grave de todo es que en este supremacismo se plantean nuevos escenarios de conflictos. Porque para el caso si los conflictos que generaban intolerancia se llevaban al terreno de las disputas verbales ante las diferentes cosmovisiones ideológicas, el conflicto ahora transita hacia la descalificación de las subjetividades (las alteridades) por no ser iguales, por ser distintas y portar el germen de la inferioridad categorizada. La Argentina de Milei y el ex presidente Bolsonaro celebran con gran algarabía la llegada de un supremacista. Habrá que ver si Milei sobrevive a Argentina o Argentina sobrevive a Milei. O por su parte, Brasil olvida la grave gestión de la Crisis del Covid-19, la agudización de la crisis de la seguridad pública y la devastación ambiental en la Amazonia como producto de un negacionismo del cambio climático que comulga con el de Donald Trump y retorna a los brazos de su propio apocalipsis.
Colombia, Honduras, Venezuela, Cuba, Nicaragua enfrentará la jerga antisocilaista de Trump y sus relaciones con China. Lo esperanzador para estos y otros países del mundo, es que, en su anterior administración, este gobierno tuvo como principal objetivo asumir el desarrollo del país desde la perspectiva del desarrollo interno y no de forma expansiva; muestra de ello es que no inició una guerra como si lo hicieron los demócratas. Habrá de sopesar en la balanza de las decisiones geopolíticas si la gran personalidad de Trump se impone a las agendas guerreristas del imperio, o su caso, la tradición de presidentes decorativos seguirán llenando de fotografías insustanciales los pasillos de la Casa Blanca.
Aunque se trate de apuntar en agendas postergadas, el voto masivo estadounidense se decantó por el término de las guerras que iniciaron los demócratas en Ucrania y Palestina. Esto fue palmario sobre todo en las marchas masivas de los ciudadanos estadounidenses que se mostraron reacios al genocidio en Palestina y a los cuantiosos gastos militares que produce para el país la guerra en Ucrania. Aunque Donald Trump ha mostrado una simpatía abierta hacia Israel que lo llevó a promover el cambio de capital a Jerusalén, si no da ultimátum al genocidio en Palestina, su popularidad bajará en términos superlativos, porque ello explicará el nivel decorativo de los presidentes frente a la agenda militarista de su política exterior.
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