Nadie discute que la Huelga General de 1973 fue el hito más importante en la historia del movimiento sindical uruguayo. Durante 15 días, el pueblo reunido y desarmado resistió el avasallamiento de las instituciones perpetrado desde la mismísima presidencia de la república. Ante la inacción o la complacencia de los partidos políticos, la clase obrera […]
Nadie discute que la Huelga General de 1973 fue el hito más importante en la historia del movimiento sindical uruguayo. Durante 15 días, el pueblo reunido y desarmado resistió el avasallamiento de las instituciones perpetrado desde la mismísima presidencia de la república. Ante la inacción o la complacencia de los partidos políticos, la clase obrera organizada se constituyó en vanguardia para defender la democracia.
REVISAR PARA APRENDER
En nuestro imaginario colectivo, la huelga del 73 fue un hecho épico y heroico protagonizado por una monolítica Convención Nacional de Trabajadores. Sin embargo no fue ello así; en el seno del movimiento popular uruguayo existían importantes contradicciones, imprevisiones, y debilidades, que fueron determinantes al momento de la derrota de la insurrección. Por distintos motivos, y a pesar de que no sólo hay abundante documentación al respecto sino que muchos de los protagonistas de aquellos acontecimientos aún viven, nadie parece interesado en revisionar seriamente lo sucedido.
Ni historiadores ni periodistas han profundizado demasiado en las contradicciones internas del movimiento popular uruguayo de aquellos años. La película «A las cinco de la tarde» se asoma al asunto, pero elude su meollo y no alcanza a poner el tema definitivamente arriba de la mesa. A veces por conveniencias tácticas, a veces por razones estratégicas, siempre por inmadurez, la central sindical uruguaya también ha venido eludiendo sistemáticamente la revisión de aquél período. Pero el revisionismo y la autocrítica son siempre necesarios, no para «cobrar cuentas sin saldar, sino para aprender de los errores cometidos.
EL VACÍO DE PODER
Uno de los pocos trabajos periodísticos sobre aquellos acontecimientos es el que los periodistas Anahí Canelas y Guillermo Reimann realizaron en 1988 para la revista «Temas de Mate Amargo» («La Huelga General del ’73, una polémica abierta»). En una parte del artículo, el entonces dirigente bancario y hoy diputado Víctor Semproni, explica que no fue la dirección de la CNT la que decretó la huelga, sino «la convicción de la gente sobre lo que había que hacer en caso de golpe».
Semproni recordaba entonces que el 27 de junio de 1973 la central sindical no decretó la huelga general por tiempo indefinido, como ordenaba la resolución de su congreso en caso de que se produjera un golpe de estado, sino que sólo decidió un paro por 24 horas. Decía en 1988 Semproni: «En bancarios recibimos el comunicado con asombro, mientras ocupábamos los bancos. Luego vino el secretario de organización de la CNT, compañero Félix Díaz, a quien pedimos explicaciones. Nos dijo que ante la gravedad de la situación y las precipitaciones de los acontecimientos, el Secretariado de la central había decidido el paro por 24 horas, para no comprometer al movimiento sindical en su conjunto en una huelga que no se sabía el alcance que podía tener».
«Ante nuestro requerimiento y discrepancia con esa valoración -continuaba Semproni- Díaz nos explicó que esa noche habría una nueva reunión del Secretariado, y que de seguir habiendo condiciones, al día siguiente se decretaría otro paro de 24 horas, y así sucesivamente. Recuerdo que así se decretaron tres paros generales en los tres primeros días, al cuarto no existió posición de la central acerca de lo que había que hacer. Recién al octavo día apareció un volante con un comunicado de la dirección de la CNT, que decía que la huelga se venía deteriorando y había que buscar una salida decorosa».
En aquellos años, en el movimiento sindical uruguayo coexistían dos concepciones diferentes. Por un lado estaba la del Partido Comunista, que tenía mayoría en la conducción de la CNT, y por otro la de la llamada «Tendencia Combativa» (Movimiento 26 de Marzo (pro MLN), Resistencia Obrero Estudiantil (luego PVP), Grupos de Acción Unificadora, entre otros). Semproni explicaba al respecto: «Debo señalar que quienes integrábamos la Tendencia fuimos quienes asumimos ese vacío de dirección (…) empezamos a enviar materiales a las fábricas ocupadas, dando aliento a los compañeros, instrucciones de cómo actuar frente a las desocupaciones, evitando el enfrentamiento desigual entre el trabajador y el soldado».
Canelas y Reimann recuerdan que «entre el 27 de junio y el 4 de julio la huelga general fue casi total (pero) entre el 4 y el 8 de julio se aprecia su paulatino derrumbe». De hecho, la huelga fue siendo levantada paulatinamente, primero fue el transporte, luego fueron los municipales, la estiba, el puerto, los ferrocarriles, la carne, la administración central (COFE nunca llegó a decretarla). Los periodistas destacan que «entre otras carencias serias en aspectos de planificación y organización», hubo «insuficiencia de las comunicaciones, sobre todo a nivel nacional, y el no haberse contado con ninguna radio que pudiera informar y contrarrestar la acción del enemigo, que disponía de todos los medios de comunicacion a su favor».
LOS «MILITARES PROGRESISTAS»
«La falta de un plan de movilizaciones -continúa la nota- impidió que la excelente disposición de los trabajadores, al resistir desde las ocupaciones, se complementara con movilizaciones de masas en torno a los lugares de trabajo, en los barrios, etc. Recién el 9 de julio se realizaría una acción de masas de envergadura…» (a las cinco de la tarde). Dos días después, la huelga general fue levantada por la Mesa Representativa de la CNT, manifestando en un comunicado la «esperanza de que todos los patriotas, incluídos aquellos que forman parte de las Fuerzas Armadas, comprendan que ese es el único criterio» a sustentar para «salvar la República».
La dirección de la CNT destacaba también que «La actitud digna y respetuosa de algunos integrantes de esas fuerzas (militares y policiales) en medio de los dramáticos días que nos han tocado vivir, confirman plenamente la justeza de esas, nuestras posiciones de principios». Se decía que se había decidido «la terminación de esta etapa de la lucha, levantando la huelga general», y que se abría «una nueva etapa de continuación de la lucha por otros caminos y métodos, adecuados a las circunstancias».
Canelas y Reimann recuerdan que «Poco tiempo después de levantada la huelga, tres gremios representativos de la línea sindical impulsada por la Tendencia (la Federación de Obreros y Empleados de la Bebida; el sindicato de la Fábrica Uruguaya de Neumáticos Sociedad Anónima y la Federación Uruguaya de la Salud) daban a conocer un documento conjunto en el que evaluaban la experiencia». En el luego conocido como «documento de las tres efes» se fustigaba «la práctica de un sindicalismo conciliador, el ablandamiento sistemático de los métodos» y la condena que se hacía por parte del Partido Comunista «de toda expresión de radicalizacion en los métodos de lucha».
El documento de la Tendencia concluía que «la huelga general contra la dictadura (experiencia históricamente inédita) golpeó a esta en cierto grado. No logró voltearla, pero consiguió agrupar contra la dictadura un anchísimo frente de fuerzas desigualmente estructuradas. La lucha puso a prueba todas las orientaciones, todos los sistemas organizativos y de trabajo sindical, todos los criterios tácticos». El centro de las críticas al Partido Comunista era su apoyo explícito a los comunicados 4 y 7, del mes de febrero de ese año, con el que los militares golpistas pretendieron ocultar su fascismo con una pátina de nacionalismo y progresismo.
En un documento de agosto de 1973, el entonces secretario general del Partido Comunista, Rodney Arismendi, explicaba que «los tantas veces citados comunicados 4 y 7 se tornaban exigencia popular en la misma hora en que eran pisoteados por la dictadura y su rosca, por Bordaberry y sus acompañantes». Arismendi defendía la «justa política» adoptada por su partido ante las Fuerzas Armadas, «capaz de distinguir entre el gorila y el militar patriota, aún confuso o equivocado». Un boletín de la CNT del 7 de julio se dirigía directamente a los mlitares, a los que les explicaba que «no saldremos a la calle como enemigos de las Fuerzas Armadas, sino para respaldar vuestros propios anhelos defraudados por la dictadura».
UNA HUELGA QUE NACIÓ DE ABAJO
En la misma edición de la citada revista «Temas de Mate Amargo», el fundador de la CNT y de los GAU, Héctor Rodríguez reflexionaba: «Considerar a Bordaberry como un enemigo era correcto; pero cuando los militares visten su desacato con los comunicados 4 y 7, que se haya puesto al movimiento sindical prácticamente a su cola, no se puede aceptar. Se tenía que haber tomado la iniciativa cuando los mlitares dicen tres o cuatro cosas con las que se podía coincidir, y haber dado la lucha en los términos más duros posibles, con la iniciativa del movimiento sindical. Pero al igual que en el ’68 y en el ’69, la dirección [de la CNT] no quizo asumir esa lucha y se facilitó el acuerdo entre Bordaberry (que era la derecha civil) y la derecha mlitar».
Héctor Rodríguez también dice: «Yo recuerdo que gente del MLN e incluso de la ROE pensaban que el Partido Comunista iba a poder parar la huelga general. Yo estaba convencido de que no. No la decretaron pero no la pudieron parar. En el GAU, un grupo chico, habíamos decidido que si no se decretaba la empezábamos igual con la base que teníamos en textiles y en profesores. Y de alguna manera se hizo algo así». Y además: «En el plenario del Frente Amplio de ese mismo día [27 de junio de 1973] se hablaba de las gestiones de la CNT con Bolentini [ministro del Interior de Bordaberry] pero no de huelga general, el tema ni se mencionaba. Nosotros lo planteamos, y si Seregni no lo hubiera asumido tan bien como lo asumió, creo que se armaba un lío bárbaro en el movimiento popular».
«No ir a la huelga significaba rehuir al combate por cuarta vez: ’68, ’69, febrero del ’73, y ahora junio. Finalmente se fue al enfrentamiento y caímos todos juntos, no hubo condiciones para ir más allá -reflexionaba Rodríguez- Pero fue mejor caer así, todos juntos, que caer en una pelea interna; esto sí hubiera sido negativo. Se cumplió con la resolución que ya existía de huelga general frente al golpe de estado. Fue una carencia del movimiento popular no contar con los elementos para enfrentar el golpe de otra manera. ¿Qué hubiera pasado si a lo largo del ’72 hubieran continuado las acciones de propaganda armada [del MLN y de la OPR33] y la guerrilla hubiera sido fuerte en el ’73? Yo no tengo dudas que todo hubiese sido diferente».