Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Conozco a Bibi Aisha, la joven afgana que apareció retratada en la portada de Time el 9 de agosto, y me alegra mucho saber que van a operarla y a reconstruirle la nariz y las orejas que le mutilaron. Pero la lógica de quienes utilizan ahora la historia de Aisha para convencernos de que el ejército estadounidense debe permanecer en Afganistán es algo que se me escapa [*]. Incluso Aisha se ha ido ya a Estados Unidos.
Comprendo que ese último comentario no tiene una base lógica, pero tampoco la tiene el título de la portada de Time «Lo que sucederá si nos vamos de Afganistán», junto a una impactante foto simbolizando lo que le ocurrió (a esa mujer) después de que hayamos permanecido allí ya ocho años. Escuché la historia de Aisha de sus propios labios unas semanas antes de que la imagen de su rostro se mostrara por todo el mundo. Me dijo que su suegro la había capturado después de huir de la casa y que fue él quien utilizó el cuchillo; los ancianos de la aldea aprobaron después esa mutilación, pero los talibanes no aparecieron en su relato por ningún lado. Sin embargo, la historia de Time atribuye la mutilación de Aisha a un marido bajo las órdenes de un comandante talibán, transformando así una historia personal, similar a la de innumerables mujeres en el Afganistán de hoy en día, en un presagio de lo que ocurrirá a todas las mujeres si los talibanes vuelven al poder. Profundamente traumatizada, Aisha podría bien haber confundido su historia, pero ¿qué excusa podrían alegar los reporteros que inflan el papel de los talibanes con cada repetición del caso? Algunas de las informaciones ofrecidas llegaban incluso a decir que a Aisha la había sentenciado toda una «yirga» [consejo] talibán entera.
Los talibanes hacen cosas terribles. Pero el problema de demonizarles es que así se desvía la atención de otros hechos, igualmente desagradables y amenazadores. No cometamos el frecuente error de pensar que el demonio que nosotros vemos es el único.
Consideren la progresiva talibanización de la vida afgana bajo el gobierno de Karzai. Las restricciones a la libertad de movimiento de las mujeres, al acceso al trabajo y a los derechos dentro de la familia han ido rápidamente reduciéndose como consecuencia de una confluencia de factores, incluyendo el abandono de las reformas legales y judiciales y las obligaciones de los convenios internacionales de los derechos humanos; la legislación tipificada por la infame Ley del Estatuto Personal Chií (SPSL, por sus siglas en inglés), publicada oficialmente en 2009 por el mismo Presidente Karzai a pesar de las protestas de las mujeres y del furor internacional; la intimidación y la violencia. Las diputadas afganas comentaron a la Misión de Naciones Unidas para la Ayuda en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés) que tenían miedo de los señores de la guerra fundamentalistas que controlan el Parlamento. Una dijo: «La mayor parte de las veces, las mujeres ni siquiera se atreven a decir esta boca es mía acerca de cuestiones islámicas sensibles porque tienen miedo de que las tilden de blasfemas» (la blasfemia es un delito capital). Mujeres periodistas dijeron también a UNAMA que «se abstenían de criticar a los señores de la guerra y a otras figuras poderosas, o de referirse a cuestiones consideradas polémicas, como los derechos de las mujeres». Una serie de asesinatos de mujeres importantes, que comenzaron en 2005, ha llevado a que muchas mujeres se retiren del trabajo y de la vida pública. Las mujeres que trabajan en organizaciones para la mujer en Kabul reciben regularmente cartas amenazadoras y, recientemente, hasta videos de alta tecnología en sus teléfonos móviles donde se muestran violaciones de mujeres.
Los talibanes reivindican la responsabilidad de algunos, pero no de todos, los asesinatos y amenazas, mientras que la mayoría de los miembros del gobierno de Karzai mantiene un silencio cómplice. Todos estos desarrollos han hecho retroceder los pequeños progresos que las mujeres habían ido consiguiendo en las ciudades desde 2001, mientras que la mayoría de las mujeres de las zonas rurales no habían experimentado avance alguno, y miles y miles de ellas, cifras incalculables, se han visto perjudicadas y desplazadas por la guerra. Todo esto ha tenido lugar bajo la mirada de Karzai y gran parte con su connivencia. Nuestro gobierno se queja de que la administración de Karzai es corrupta, pero el problema mayor -que nunca se menciona- es que es fundamentalista. El gabinete, los tribunales y el Parlamento están todos controlados por hombres que se diferencian de los talibanes sólo en la elección del turbante.
Si nuestro gobierno estuviera realmente preocupado por las vidas de las mujeres afganas, habría invitado a las mujeres a la mesa de negociaciones para que tomaran parte en las decisiones sobre el futuro de su país, empezando por la Conferencia de Bonn de 2001. Pero en vez de contar con ellas, las ha dejado reiteradamente fuera.
Nuestro largo historial de políticas lamentables nos ha puesto a nosotros y a las mujeres afganas en un callejón sin salida. Si nos vamos, los talibanes pueden hacerse con el poder o permitir que les compren a cambio de una porción importante del gobierno, en detrimento de las mujeres. Pero si nos quedamos, los talibanes pueden seguir haciéndose con el poder sigilosamente, o pueden permitirse que les compren (o «les reconcilien») a cambio de sobornos y una porción importante del gobierno, todo ello en detrimento de las mujeres, mientras continuamos luchando para preservar ese mismo gobierno. Las seguridades ofrecidas por la Secretaria de Estado Hillary Clinton de que los talibanes «reconciliados» estarán de acuerdo en respetar los derechos de las mujeres bajo la Constitución son extremadamente cínicas o extremadamente ingenuas. Y la pretensión estadounidense de que sólo si nos quedamos lo suficiente como para apuntalar el gobierno de Karzai y toda la gentuza del Ejército Nacional Afgano se respetarán los derechos de las mujeres es, en el mejor de los casos, una vana ilusión. Sin embargo, el espectro del demonio talibán hace de alguna manera que parezca plausible.
Antes de que las feministas y el movimiento antibelicista lleguen a las manos, podíamos bien considerar que cada mujer o niña afgana que todavía va a trabajar o a la escuela lo hace con el apoyo de un marido o un padre progresistas. Han asesinado a varios maridos de importantes mujeres trabajadoras por no mantener a sus mujeres encerradas en casa y muchos están amenazados. Suele describirse habitualmente lo que está sucediendo en Afganistán, como hace Time en su portada, como una batalla de las fuerzas de la libertad, la democracia y los derechos de la mujer (es decir, EEUU y el gobierno de Karzai) contra el demonio talibán. Pero el combate real se está luchando entre los hombres y mujeres progresistas afganos, muchos de ellos jóvenes, y una falange de fuerzas regresivas. Para Estados Unidos el problema es éste: las fuerzas regresivas que militan contra los derechos de las mujeres y un futuro democrático para Afganistán están dirigidas por el demonio talibán. Sin duda, pero también incluyen a los fundamentalistas (sobre todo misóginos), al gobierno de Karzai y a nosotros mismos.
N. de la T.:
[*] Véase sobre esta misma cuestión el artículo de Bretigne Shaffer: «Salvando a las mujeres e impidiendo genocidios»: http://www3.rebelion.org/
Ann Jones, autora de «Kabul in Winter«, realiza trabajo humanitario en zonas de conflicto con ONG y las Naciones Unidas.
Fuente: http://www.thenation.com/
rCR