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A los empujones, viene clareando

Fuentes: La República

El pueblo uruguayo está tomando conocimiento de una realidad que, desde hace más de 32 años, bajo un ahora reconocido «pacto de silencio»,  le fue ocultada. Y la «operación zanahoria», lenguaje semimafioso, ha entrado sin ningún rubor en los documentos suscritos por los más altos oficiales uruguayos. Este cambio hacia la verdad, impulsado por el […]

El pueblo uruguayo está tomando conocimiento de una realidad que, desde hace más de 32 años, bajo un ahora reconocido «pacto de silencio»,  le fue ocultada. Y la «operación zanahoria», lenguaje semimafioso, ha entrado sin ningún rubor en los documentos suscritos por los más altos oficiales uruguayos.
Este cambio hacia la verdad, impulsado por el nuevo gobierno, es de incalculables proyecciones. Actuales y futuras.

Una meta que estaba pendiente

Actuales: cada vez es más difícil encontrar quién salga a defender la acción represiva durante los años que van de 1972 a 1985. Cada vez resulta más difícil, también, encontrar a quién defienda la política de ocultamiento, comandada desde el poder por blancos y colorados, con respaldos varios en la sociedad, en el mundo académico y mediático.
La confirmación por la Fuerza Aérea del segundo vuelo de uruguayos secuestrados en Argentina, es otro salto hacia la verdad y eleva la gravedad de los crímenes cometidos por la dictadura.
Ante estas verdades hubo vacilaciones. ¡Si hasta no faltó, desde la izquierda, quien afirmara, hace apenas unos meses, que los problemas de la impunidad interesaban sólo a un pequeño núcleo de personas!

Pasando por encima de trece años de lucha popular

También parece amainar la pamperada, que contaba con impensables defensores, de la idea de los dos demonios: Aquello de «Los antiguos rivales que debieran sentarse finalmente en una mesa para ponerse de acuerdo y pacificar definitivamente el país»….  Esas frases que usted tanto ha oído, sencillas como un refrán pero más falsas que un billete de 12 pesos.
El socorrido esquema de dos demonios pactando y perdonándose mutuamente, pasa por encima de trece años de lucha popular.
Elude la descripción de lo que fue el régimen de terrorismo de Estado, no sólo en sus aspectos «militares», que en realidad fueron sobre todo policiales sino también la complicidad de una parte del personal político de los Partidos Tradicionales que usurparon cargos de gobierno, legislativos, docentes, diplomáticos y demás. Tal teoría «blanquea» a los dirigentes civiles del proceso, ya que los crímenes y torturas empezaron antes del golpe de 1973.
Un balance de lo que significó el terrorismo de Estado cobra importancia hoy, cuando el Estado ha dejado de ser terrorista y, desde sus palancas, un nuevo gobierno, democrático y popular, procura que las instituciones sean un instrumento para el cambio social avanzado.

Recuperar ciudadanía activa

Todos podemos comprobar día a día que los grados de movilización popular del 2005 son más débiles que antes. Se sale menos a la calle, se reflexiona en común sólo de tanto en tanto. Faltan pronunciamientos políticos sobre temas importantes.
Hay, por los menos, dos grandes razones por las que el pueblo uruguayo está hoy menos movilizado: la primera es el peso de la desocupación, sobre todo en la industria.
Eso se lo debemos al largo ciclo del neoliberalismo. Acosado por el hambre y la inseguridad, decenas de miles de trabajadores, antaño sindicalizados, sufren el agobio de las necesidades del día, sin tiempo ni fuerzas para ensayar formas de participación activa en la vida política del país.
La otra razón proviene del terrorismo de Estado y sus secuelas, de la larga impunidad pasada. Y la impunidad pasada tiende a convertirse en impunidad presente: si tantos crímenes se pudieron cometer sin conocerse la verdad y sin que llegue la justicia ¿por qué tendría que haber verdad y justicia para los delincuentes de cuello blanco de hoy, los intocables, los mafiosos, los usureros, los usufructuarios de las licitaciones truchas, de las concesiones y prebendas?
Debilitado su poder de indignación y escépticos acerca de la vigencia real del Estado de Derecho, muchos ciudadanos tienden a pensar con fatalismo que todo seguirá igual.
De ahí la importancia, presente y futura, de terminar con la impunidad. La impunidad quita las energías democráticas latentes en la ciudadanía, las envenena de escepticismo, de la vieja y criolla incredulidad.

El contenido de clase de la dictadura

Mirar el pasado situando el protagonismo en la acción perversa de los dos demonios contribuyó a eliminar de la escena a las otras formas de protagonismo popular.
Los fautores de la obra habrían sido dos polos chiquitos y pareció que había muchos interesados en que los trece años de dictadura se presentaran así, como la historia de una banda contra otra, como la épica de un grupo de conjurados contra otro, ¡hoy por fin todos igualmente arrepentidos!
Obsérvese que fue necesario esperar casi hasta fines del 2003 para que aparecieran las primeras obras, verdaderamente testimoniales, sobre lo que había sucedido en el Penal de Libertad, hecho que afectó a, por lo menos, 2873 presos: todo un pueblo. Y lo que pasó con sus familiares.
Durante veinte años de democracia, el reduccionismo de los dos demonios llegó a tal punto que casi dejó fuera de la memoria colectiva el análisis de un fenómeno de dimensión social, como fue el gran número de presas y presos políticos que hubo en este país. Porque al número anotado más arriba hay que agregarle el de las mujeres encarceladas, los miles que estuvieron presos sin ser procesados y los que cumplieron sus condenas en unidades militares del interior. Y los desaparecidos.
Incluso limitarlo sólo a los presos no dice todo sobre el terrorismo de Estado, que fue una malla lacerante que si ciñó de manera opresiva sobre el cuerpo entero de la sociedad, asfixiándola: proscripciones políticas, control de los medios de comunicación. Y todos los ciudadanos clasificados en tres categorías: A, B y C.
Dotados de la facultad de prohibir, los usurpadores en el poder, lo clasificaron todo: hasta los tangos de Gardel.
Y sobre todo a los trabajadores. Las «listas negras» que permitieron el despido de miles de sindicalistas a los que luego les fue imposible conseguir trabajo dentro del país.
El objetivo era paralizar toda forma de resistencia política o gremial. Todo anhelo de pensar las cosas con cabeza propia.
Como resultado de este signo social de la dictadura, decenas de miles de obreros fueron arrojados de la ciudad a los barrios marginales, despojados de buena parte de sus derechos ciudadanos y de los instrumentos para defenderse ellos y sus familias. Y el salario real cayó a la mitad.

Están cambiando los tiempos

Ahora empiezan a abrirse, por fin, los tiempos de la verdad. Y de lo que se trata es de recuperar la capacidad de ejercicio de la ciudadanía. De vigorizar la conciencia de legitimidad de la lucha por los derechos, individuales y colectivos, que la larga noche del terrorismo de Estado procuró extirpar para siempre.

No es hora de balconear

Tanto la parálisis del neoliberalismo y del terrorismo de Estado como la teoría reduccionista de los dos demonios nos convidan a ser balconeadores.
En el mejor de los casos, ser hinchas, o seguidores desde afuera, de éste o del otro. Como balconeadores, no estamos en condiciones de contribuir en nada, ni en la labor del gobierno, ni en el progreso del país.
El balconeador no formula demandas ni se organiza. A lo sumo aplaude. No denuncia, ni juzga, ni da batalla contra los que esquilmaron el patrimonio público.
El balconeador cree, equivocadamente, que basta con votar bien una vez cada cinco años.
Por supuesto, el balconeador crece regado por la saliva de políticos a quienes le resulta confortable mantener a la gente, convertida en mero público, inmovilizada, como embobado espectador, de sus gestos y sus hazañas.

El imperio nos acecha

Nos esperan desafíos titánicos. A EEUU no le gusta la amistad de nuestro gobierno con el de Venezuela ni la reanudación de relaciones con Cuba.
Los tratados suscriptos con Chávez son vistos como un riesgo para su dominio económico y militar en la región.
Por ahí están yendo y viniendo los Rumsfeld y toda la caterva de funcionarios, diplomáticos e intrigantes, que procuran mantener a nuestra América Latina fragmentada y débil.
Los intereses imperiales cuentan con apoyo en operadores sociales y políticos ligados al privilegio económico, algunos enquistados en puntos clave del aparato estatal. Pero su gran aliado es la pasividad y la resignación.