Faltan menos de dos meses para que Tabaré Vázquez asuma la presidencia de Uruguay, el 1° de marzo. Será un momento de nuevos desafíos, que forman parte de un profundísimo cambio político que es producto de un proceso de acumulación largo, hondo, peculiar y único en América latina: comenzó en 1968. Venezuela, por ejemplo, conoce […]
Faltan menos de dos meses para que Tabaré Vázquez asuma la presidencia de Uruguay, el 1° de marzo. Será un momento de nuevos desafíos, que forman parte de un profundísimo cambio político que es producto de un proceso de acumulación largo, hondo, peculiar y único en América latina: comenzó en 1968.
Venezuela, por ejemplo, conoce en estos momentos muy profundos cambios. Pero el camino que condujo a ellos fue volcánico, repentino, rapidísimo. Tiene raíces en el lejano pasado, también es evidente que hubo un corte con aquellos antecedentes.
Argentina, por poner otro ejemplo, también está conociendo importantes cambios. Sin embargo, su proceso es reciente. Comenzó en las convulsiones del año 2001. Hubo un corte entre las luchas de los años ’60 y hoy. No podría ni imaginarse en Buenos Aires una campaña de propaganda como la que usó la derecha uruguaya para tratar de impedir desesperadamente el triunfo popular del 31 de octubre: «¡Cuidado que vienen los tupamaros!». En el gobierno argentino actual hay muchos ex guerrilleros, pero también los hubo en gobiernos anteriores.
En Brasil se creó a partir de los años ’80 un formidable partido (el PT), el movimiento campesino más grande del mundo (el MST) y una central obrera (la CUT) que debió nacer peleando contra centrales preexistentes. Y en pocos años el PT estuvo disputando el gobierno de Brasil hasta ganarlo en 2003.
El proceso uruguayo arrancó aquel día de junio de 1968 en el que el entonces presidente Jorge Pacheco Areco decidió clausurar sus últimas negociaciones con la CNT y decretar Medidas Prontas de Seguridad.
El pachecato hizo fermentar una situación que llevaría a la fundación del Frente Amplio en febrero de 1971. Por primera vez la vieja izquierda uruguaya, representada electoralmente por el Partido Socialista y por el Partido Comunista y muy poco ampliada desde 1962 por las experiencias de la Unión Popular y el FIDEL respectivamente, protagoniza e impulsa la unidad entre sí y con importantes desprendimientos de los partidos tradicionales, con el Partido Demócrata Cristiano, con personalidades independientes y con otras organizaciones políticas y sociales representativas de un vasto espectro social.
En su primera experiencia electoral, el Frente Amplio consiguió un porcentaje de significación peligrosa y colocó el golpe de Estado como primer punto de la agenda imperial. El golpe en Uruguay, en Chile, en la Argentina, en Bolivia y hasta tal vez en Perú. O sea: en todo el Cono Sur. En Brasil ya lo habían dado antes, en 1964.
En Uruguay, y desde la clandestinidad, salimos de la dictadura en 1985 nuevamente en brazos de la central obrera, el movimiento estudiantil y el Frente Amplio con el apoyo de importantes sectores también perseguidos del Partido Nacional y del Partido Colorado. Y lo hicimos sin los viejos dirigentes porque la enorme mayoría de ellos estaba encarcelada, exiliada, proscripta, presa o asesinada. Hubo una hermosa generación de jóvenes dirigentes que emergió en esas horas y que hoy va tomando las riendas, hasta por imperio biológico, de todos los partidos del país bajo pena de desaparición (como lo podemos ver en el estrepitoso caso del Partido Colorado).
Si bien hubo que dar, y se dio, una enorme batalla por la memoria (que se sigue dando), lo cierto es que en Uruguay renacieron absolutamente todas las organizaciones de su movimiento popular como si no hubiera pasado nada. Nos plantamos ante la Historia gritando «¡Presente!» todos, absolutamente todos.
Si le descontamos al Frente Amplio los años de la dictadura, su camino a la victoria ha sido casi tan rápido como el del PT en Brasil. Pero lo ha sido a pesar del terror.
En 1984 volvimos a crecer. Sufrimos en 1989 una brutal escisión perpetrada en febrero, por la que se nos fue el sector hegemónico en materia de votosjunto con el Partido Demócrata Cristiano. Y eso a pocas semanas del crucial referéndum contra la Ley de Impunidad que perdimos el 16 de abril de ese año que, encima, era electoral. Pero en noviembre ganamos la intendencia de Montevideo cuando luego de esos dos serios golpazos nadie daba dos cobres por nosotros. En 1994 se produjo un triple empate. Julio Sanguinetti ganó por muy poquitos votos.
Pero el dato más grave de esa elección, para todos los analistas, fue que el Frente Amplio estaba disputando el gobierno de igual a igual y que, si todo seguía así, su triunfo era seguro en 1999.
Para frenarlo, inventaron la Reforma Constitucional de 1996 (que ganaron por escaso margen gracias a una división en nuestra fuerza) por la que nos obligaron a ganar dos veces para poder ganarles. Y a ganar contra todos los demás, incluso contra los votos en blanco y los anulados.
En 1999 ganamos en la «primera vuelta» pero perdimos en la «segunda». Sin embargo, los dos partidos representantes del bloque de poder nacional e internacional dominante tuvieron que desenmascararse y presentarse ante el pueblo como lo que eran: lo mismo. El mismísimo que se repartió el poder en Uruguay desde cuando le pegaron el tiro a Aparicio Saravia en 1904.
Por lo tanto: disputando el gobierno estamos desde 1999. Y así, sorteando atroces represiones, divisionismos de variada laya y chicanas electorales monumentales, llegamos hasta hoy. Hemos bebido todas las hieles del cáliz. Pero permanecimos sencillamente siendo y, por esa hazaña, somos.
El pueblo uruguayo no sólo dio de sí las formaciones sociales. También las formaciones políticas, representativas y unificadoras de la lucha histórica son su producto. No son la copia de nadie. Su proceso fue y es uruguayo. Distinto de todos los demás. No tiene parangón. Es intransferible.
No pocas veces nos atragantamos con los dulces jarabes del snobismo.
Por lo tanto, cuidado con los «modelos» importados. Y de paso, ahora que estamos de moda, quienes nos imiten en otros lados corren el riesgo de subirse a ese carro que suele carecer de caletre y paciencia para observar el trabajo lento, a veces gris, de los procesos profundos. Esos que surgen de pensar, siempre, con la propia cabeza.
* Senador uruguayo por Nuevo Espacio – Frente Amplio – Nueva Mayoría.