Estados Unidos de América, raíces de la identidad e ideología de una nación: aproximaciones…
«¿Y qué otra cosa hace Europa? ¿Y ese monstruo «supereuropeo», la América del Norte? Palabras: libertad, igualdad, fraternidad, amor, honor, patria. ¿Qué se yo? Esto no nos impedía pronunciar al mismo tiempo frases racistas, cochino negro, cochino judío, cochino ratón».
De acuerdo con el profesor Michael H. Hunt -de la reconocida Universidad de Yale-, «Se ha pensado y se ha escrito mucho sobre la política exterior de Estados Unidos en el siglo XX. Se le ha descrito, en términos de búsqueda de mercados de ultramar esenciales para la estabilidad y la prosperidad de la Nación. También se le ha considerado una lucha entre realistas sagaces, por un lado, y moralistas con ideas confusas, políticos oportunistas y un público cambiante, por el otro. Esos enfoques, cualesquiera sean sus méritos, son incompletos por sí solos, ya que no analizan, adecuadamente, una de las características más destacadas de la política estadounidense: la influencia profunda y predominante de una ideología que se origina en los siglos XVIII y XIX. No se ha apreciado lo suficiente el poder de esa ideología y la continuidad que tuvo» [iii] .
Una ideología y filosofía política, que nacidas en los albores del proceso de construcción de ese Estado norteño, expresan, íntegramente, los ejes claves o elementos identitario de la cultura cívica, y por extensión, de la propia cultura política[iv] de la Nación; en lo esencial, determinados pseudovalores, que como hilo conductor, cimentan y cruzan transversalmente, no solo las políticas interna y externa que se proyectan desde los diferentes poderes, sino también, el imaginario simbólico y devenir social, de una parte importante de la población. Una ciudanía, que en una gran parte, ha sido estratégicamente contaminada con estos presuntos valores, y sostenida en enajenante ignorancia, particularmente, a través de la magnificación de las industrias culturales; y en éstas, de un hiperbolizado sistema de medios de comunicación e información, una industria del ocio, orientada a la «pseudocultura», a lo banal, así como a la desmovilización política y a la desideologización.
Una significativa limitación, que advertida ya por Hunt, merece ser retomada hoy, en los albores de la tercera década del siglo XXI, cuando el pretendido «Hegemón» imperial -que aunque herido de muerte, mantiene su fortaleza-, declara descarnadamente, sin ambages, que su brutal cruzada anticivilizatoria contra las fuerzas progresista de todo el mundo, y en especial, de América Latina, está dirigida, a la destrucción definitiva de los principios ideológicos, políticos, económicos, éticos, y culturales en general, bajo los cuales éstas combaten, con marcado énfasis en el proyecto emancipador del Socialismo. Intencionalidad manifiesta, advertida con fuerza, por el ministro de Relaciones Exteriores de la República de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, en su notable discurso ante el 74 Debate General de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, cuando expresaba, «… el Presidente de los Estados Unidos suele atacar al socialismo en repetidos pronunciamientos públicos, con fines claramente electorales, a la vez que promueve una intolerancia macartista contra quienes creen en la posibilidad de un mundo mejor y tienen la esperanza de vivir en paz, en armonía sostenible con la naturaleza y en solidaridad con los demás[v].
Cruzada imperialista, en la que, acompañado de su comparsa internacional, el Gobierno estadounidense, sin olvidar las viejas prácticas -que en contraposición, se depuran-, ha retomado su ya conocida estrategia, de apelar también a variables ideológicas y culturales[vi] en general, para lograr sus ancestrales propósitos. Toda una cosmovisión recurrente, que nacida en el siglo XVIII, en los albores del propio proceso de construcción de ese Estado, se expresa, básicamente en:
La autoproclamación, de una mística y paradójica concepción de la «superioridad» de Estados Unidos de América como Nación, supuestamente, «elegida por la providencia», para cumplir el apócrifo «…destino manifiesto de cubrir el continente señalado por la providencia para el libre desarrollo»[vii]; considérese, «desarrollo ilimitado» de la entonces, naciente potencia. Ontología trasnochada y racista, que permitió, no sólo, la expansión territorial, sino también el surgimiento de la idea imperialista de la Nación en construcción, devenida especie de «pasaporte» con derechos, casi exclusivos, de extenderse hacia cualquier latitud e intervenir en cualquiera sea el Estado, e incluso sancionarlo, cuando, en una, no menos anacrónico condición de «autoungido» «Hegemón», se vea apremiado para ello; por lo general, desde un pragmatismo extremo, y a través de falaces discursos, inspirados mayoritariamente, en una -injerencista- pretensión de «salvaguardar» la integridad y prerrogativas de determinadas naciones o pueblos; o ante hipotéticas cuestiones de seguridad, en ficticias respuesta a dudosas transgresiones de los (anti)valores, que profesa, como presunta metrópoli planetaria colonial. Así, el «Destino Manifiesto» se convirtió en una «filosofía de dominación», que refrendó, la expansión y ocupación territorial de la entonces naciente potencia. Una creencia, que lejos de debilitarse en el tiempo, se consolida y fortalece de manera creciente[viii]. En la praxis, un peregrino y cínico montaje, destinado a disfrazar la naturaleza imperialista de ese Estado; interprétese, las agresivas ambiciones de poder económico-comercial, y el sustrato ultraconservador-fascistoide, sobre el que construye su ideología política, y muy cuestionable, servicio exterior.
Un racismo endógeno y estructural, basado en el supremacismo blanco; según el cual, la «raza blanca», en lo esencial, la de ascendencia anglosajona, «…los llamados wasp-blancos, anglosajones, protestantes, de clase media»[ix], se erige como estrato superior de la sociedad, al que se le reconocen todos los derechos, incluso la segregación y asesinatos selectivos; mientras que las poblaciones de otras raíces étnicas -tanto dentro, como fuera del Estado nación-, deben ocupar, de facto, un lugar subalterno, dado su hipotética «inferioridad»; entiéndase, las de origen latino, asiático, africano o «nativo» americano, todas, dominadas, esclavizadas, o en este último caso, prácticamente exterminadas, durante el proceso de colonización expansionista constituyente de la Nación. Una escala de pseudovalores, igualmente antisemita; en la que la raza negra ocupa la última escala de degradación; y que, con subidos tintes xenófobos, rechaza la población migrante, la que, acusada de «contaminar» las supuestas «esencias» de la sociedad «americana», no resulta bienvenida.
Se trata, en principio, de una sociedad esencialmente tradicional, sexista y patriarcal, que gira alrededor de supuestos valores -generalmente estereotipados-, acerca de diferentes aspectos; destacándose, los relacionados con: la mujer, en posiciones de subordinación, incluso en la esfera laboral; la familia, blanca, de clase media, privilegiada en su estructura nuclear; y la religión, salpicada de un fundamentalismo o misticismo cristiano, con prevalencia del protestantismo, entre otros aspectos[x]. Y es que, de acuerdo con el investigador cubano, Jorge Hernández Martínez, «Los valores políticos fundamentales que sostienen emblemáticamente la sociedad norteamericana -como la libertad y la igualdad-, se articulan alrededor de un modelo pluralista en cuyo centro se ubica la figura del ciudadano, pero con marcadas expresiones de exclusión, discriminación, restricción de derechos, intolerancia y marginación, a partir del modo en que se rechaza todo aquello que no encaja en el patrón étnico, racial, religioso»[xi].
Una ideología y praxis política, que refrenda la imbricación utilitaria, en términos consensuales, de los supuestos valores, tanto de la democracia liberal, como de la matriz conservadora, ambas vertientes, teñidas hoy con subidos tintes neoliberales. En consecuencia, una sociedad en la que confluyen, en simbiosis, «…dos concepciones, dos discursos, una misma tradición»[xii], hoy con prevalencia del conservadurismo, que en su integralidad, articula y penetra los principales ámbitos de la vida cultural de la Nación, concebido lo cultural, en el amplio sentido del concepto refrendado por la «Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural», según el cual, se trata del «…conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social, y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias»[xiii]. Un conservadurismo, ideológicamente expresado como una rígida alineación hacia la «derecha» política, en sus diferentes variantes; aunque, desde hace varias décadas, con un fortalecimiento exponencial de la «ultra»; en consecuencia, con un rechazo visceral, hacia los cambios, y en especial, hacia las revoluciones, consideradas «tabú», en cualquier circunstancia, pero sobre todo, en aquellos procesos emancipadores, sustentados en ideologías de izquierda o simplemente progresistas, dirigidos a la trasformación sociopolítica o económica en favor de los sectores desposeídos, con menor o mayor grado de radicalización[xiv].
Ideología y praxis política, denunciada además con fuerza por el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla en la mencionada intervención, cuando expresaba, «El presidente Trump ignora o pretende ocultar que el capitalismo neoliberal es responsable de la creciente desigualdad económica y social que hoy sufren, incluso, las sociedades más desarrolladas, y que, por su naturaleza, fomenta la corrupción, la marginalización social, el crecimiento del crimen, la intolerancia racial y la xenofobia; y olvida o desconoce que del capitalismo surgieron el fascismo, el apartheid y el Imperialismo[xv]. Ideología y praxis política, desde las cuales, en contraste, se pretende ocultar los males, de una sociedad con laceraciones seculares en crecimiento, como también evidenciara Rodríguez Parrilla, según el cual, se trata de «…un país donde los derechos humanos se violan de forma sistemática y muchas veces de manera deliberada y flagrante. Treinta y seis mil 383 personas -cien por día- fallecieron en este país en 2018 por armas de fuego, mientras el Gobierno protege a los productores y comerciantes de ellas a costa de la seguridad de los ciudadanos. Noventa y un mil 757 estadounidenses mueren cada año de enfermedades cardiacas, por falta de tratamiento adecuado. La mortalidad infantil y materna entre afroamericanos es el doble de la población blanca. Veintiocho millones de ciudadanos estadounidenses no tienen seguro médico ni acceso real a servicios de salud; 32 millones no pueden leer ni escribir funcionalmente; 2,2 millones de ciudadanos estadounidenses están encarcelados; 4,7 millones bajo libertad condicional y se producen 10 millones de arrestos al año»; lo que según el Ministro, hace comprensible, «…por qué el Presidente se ocupa en atacar al socialismo»[xvi].
En consecuencia, una ideología, ultra conservadora y supremacista, que tendría su génesis, asimismo, en el pretendido paradigma civilizatorio de la denominada «modernidad», nacida en Europa, entre otros aspectos, con la idea del llamado «descubrimiento» de América y la conceptualización del apócrifo «…»Nuevo Mundo» -nuevo, claro está, para los europeos-«[xvii], de acuerdo con el argentino Walter Mignolo; para el cual se trata, además, de «…parte de la perspectiva imperialista de la historia mundial adoptada por una Europa triunfal y victoriosa»[xviii], una Europa devenida, «objetivo y modelo» de la civilización. Una idea de «modernidad», a su vez, racista y excluyente, que va de la mano de su paradigma alterno, el de la «colonialidad», desde cuya configuración, «…«América», y luego «América Latina» y «América Sajona», son conceptos creados por europeos y criollos de ascendencia europea«[xix].
En la praxis, una «invención»[xx], de acuerdo con el polémico filósofo mexicano Edmundo O’Gorman, quien, en una de sus más conocidas e influyentes obras, La invención de América, demuestra la construcción ideológica, de lo que más tarde, fue identificado con un «Nuevo Mundo». De acuerdo con su tesis, y en contraposición, con la estereotipada y engañosa idea del «descubrimiento de América» -que en esta «América Nuestra y mestiza», debe ser reconocida como el fuerte «encontronazo» de dos culturas-, esta «invención» se ofrece, como un razonable recurso explicativo ante los mantos de lo desconocido, toda vez que «En el sistema del universo e imagen del mundo que acabamos de esbozar, no hay ningún ente que tenga el ser de América, nada dotado de ese peculiar sentido o significación. Real, verdadera y literalmente América, como tal, no existe, a pesar de que exista la masa de tierras no sumergidas a la cual, andando el tiempo, acabará por concedérsele ese sentido, ese ser. Colón, pues, vive, y actúa en el ámbito de un mundo en que América, imprevista e imprevisible, era en todo caso mera posibilidad futura, pero de la cual ni él ni nadie tenía idea, ni podía tenerla. El proyecto que Colón sometió a los reyes de España no se refiere, pues, a América, ni tampoco, como iremos viendo, sus cuatro famosos viajes»[xxi].
Una idea que para Mignolo, «…refleja el punto de vista crítico de quienes han sido dejados de lado, de los que se espera que sigan los pasos de una historia a la que no creen pertenecer»[xxii]; toda vez, que, «La «colonialidad» (…) consiste en develar la lógica encubierta que impone el control, la dominación y la explotación, una lógica oculta tras el discurso de la salvación, el progreso, la modernización y el bien común»[xxiii]. En resumen, un arquetipo eurocéntrico, de falsa modernidad, que concibe a «Europa», de acuerdo con Immanuel Wallerstein, «…más como una expresión cultural que cartográfica; en este sentido, cuando hablemos sobre los dos últimos siglos, nos estaremos refiriendo principal y conjuntamente a Europa occidental y Norteamérica»[xxiv].
Al ser éstos, precisamente, los pilares ideológicos, políticos y culturales, sobre los cuales se ha diseñado y construido esta Nación, no resulta insólita, la rancia pretensión de sus líderes y lideresas gubernamentales a lo largo de la historia: conquistar el poder o dominar de manera holística, ya no solo el espacio terrestre, sino incluso el cosmos y el ciberespacio. Un hecho, apuntado también por el canciller Rodríguez Parilla, en su citada intervención, según la cual, «La conducta del actual Gobierno de los Estados Unidos y su estrategia de dominación militar y nuclear constituyen una amenaza para la paz y la seguridad internacionales. Mantiene cerca de 800 bases militares en todo el mundo. Avanza proyectos de militarización del espacio ultraterrestre y del ciberespacio, así como el empleo encubierto e ilegal de las tecnologías de la información y las comunicaciones para agredir a otros Estados». Una pretensión visibilizada hoy, sin ningún pudor, y que pasa, sin embargo, por el que resulta, quizás, su más caro anhelo, la posesión y dominación de un pretendido «hemisferio occidental», y sobre todo, de esta, «Nuestra América mestiza»[xxv], esa que «va del Bravo a Magallanes»[xxvi]. Un anhelo, que sin embargo, ha chocado y chocará siempre con un importante escollo, la firmeza, dignidad y valentía de estos pueblos americanos, conscientes hoy, más que siempre, que «Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabera, sino con las armas de almohada…»; al contrario, «¡Los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes»[xxvii].
Notas:
[i] Martí, José (1895-1991). «Carta a Manuel Mercado», 18 de mayo; en Obras Completas, tomo 4, La Habana, p.167. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales.
[ii] Sartre, Jean Paul (1983). Prefacio, pág. 16; en Frantz, Fanon (1983). Los condenados de la tierra, Primera edición en francés, 1961; Séptima reimpresión 1983; México: Fondo de Cultura Económica de México.
[iii] Hunt, Michael Hunt (2017). «La ideología en la política exterior de Estados Unidos durante el siglo XX», pág. 27; en RE Revista Electrónica Huellas de Estados Unidos. Estudios, perspectivas y debates desde América Latina«; (13 Gire a la Derecha), Buenos Aires, Argentina; octubre de 2017: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Subrayado de esta autora.
[iv] Asumiendo como válido, la tesis de Gabriel Almond y Sydney Verba, en su trabajo TheCivic Culture, de 1963, citado por Jorge Hernández M., en una publicación de la Revista «Temas», de 2015 según la cual, «Para apreciar lo que sucede a nivel político ideológico en un contexto como el sugerido, uno de los conceptos más importantes es el de cultura cívica, desarrollado por Gabriel Almond y Sydney Verba (1963), para quienes la cultura cívica da pie a la cultura política, al ser esta última una forma de describir la sociedad considerando la percepción y la actitud dentro del sistema político y hacia él. Según esa propuesta, las cuestiones políticas no se pueden comprender solo mediante el estudio de los fenómenos específicamente suyos, sino que debe tomarse en cuenta una amplia diversidad de esferas y procesos sociales que conectan la cultura cívica, en un sentido amplio, con la cultura política, relacionada con el poder, las clases, los partidos, las ideologías, el Estado». Hernández Martínez, Jorge: «Estados Unidos: ideología y política en tiempos de transición», Temas (81-82):p. 18, enero-junio de 2015; La Habana, Cuba.
[v] Ibíd.
[vi] Entendido «lo cultural», en el sentido que se expresa en la Introducción, y primera parte de este Dossier, a partir de la «Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural», citado en dicho documento. Véase UNESCO (2001). «Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural». Documento refrendado en la 31 a Sesión de la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, el 2 de noviembre. Recuperado de http://portal.unesco.org
[vii] O’Sullivan, John L. «Annexation» (1845). » UnitedStates Magazine and DemocraticReview» 17 ; n ro .1 , july-august; pág. 5-10. // John L. O’Sullivan, fue un periodista estadounidense, que, con el objetivo de justificar la política de expansionismo territorial de su país hacia el hemisferio continental, y específicamente, la anexión de Texas, en el citado artículo, esgrimió por vez primera, una teoría, entonces novedosa, la que, absolutamente afín a la ideología imperial que, por entonces, venía delineando la Nación, no solo fue aceptada, sino que se convirtió, en una especie de «patente de corso», para todo tipo de agresión liderada por ésta, contra cualquier otro Estado hemisférico, a pesar de su total ilegitimidad. Así, de acuerdo con O’Sullivan,»…si se requiriera otra razón, en favor de elevar ahora esta cuestión de recibir a Texas dentro de la Unión, (…)seguramente será encontrada, encontrada abundantemente, (…) en un espíritu de interferencia hostil contra nosotros, con el objeto proclamado de torcer nuestra política y obstaculizar nuestro poder, imitando nuestra grandeza y bloqueando el cumplimiento de nuestro destino manifiesto de cubrir el continente señalado por la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones multiplicados cada año«; el subrayado en cursiva es licencia de esta autora. De acuerdo con el profesor puertorriqueño, Norberto Barreto Velázquez. «La idea del destino manifiesto estaba enraizada en la visión de los Estados Unidos como una nación excepcional destinada a civilizar a los pueblos atrasados y expandir la libertad por el mundo. Es decir, en una visión mesiánica y mística que veía en la expansión norteamericana la expresión de la voluntad de Dios. Ésta estaba también basada en un concepto claramente racista que dividía a los seres humanos en razas superiores e inferiores. De ahí que se pensara que era deber de las razas superiores «ayudar» a las inferiores. Como miembros de una «raza superior», la anglosajona, los norteamericanos debían cumplir con su deber y misión». Barreto Velázquez, Norberto. El Imperio de Calibán; 16 de octubre de 2012. Recuperado de http://www.norbertobarreto.blog
[viii] De hecho, en 1997, el difundido estratega estadounidense de origen polaco, ZbigniewBrzezinski, en su trabajo, el «Gran Tablero de Ajedrez», apuntaba, «Sin una abdicación estadounidense deliberada o no intencionada, la única alternativa real al liderazgo global estadounidense en el futuro previsible es la de la anarquía internacional. En ese sentido, es correcto afirmar que los Estados Unidos se han convertido, en palabras del presidente Clinton, en la «nación indispensable» del mundo». Brzezinski, Zbigniew: El gran tablero mundial La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Editorial Paidós- Barcelona. Buenos Aires. México-, 2005, p.198 .
[ix] Hernández Martínez, Jorge: Opus Cit.: p.18
[x] En EE.UU., al menos, en letra oficial, la libertad religiosa constituye un derecho constitucional. De acuerdo con la Dirección de Programas Informativos Internacional, del Departamento de Estado de esa Nación, entre los «Fundamentos de la Libertad» que supuestamente disfrutan las y los estadunidenses, «Estaba muy extendido entre los ciudadanos el temor a que el nuevo Gobierno central instituido por la Constitución de los Estados Unidos llegara a ser demasiado poderoso. Por ese motivo se propusieron enmiendas para proteger la libertad de expresión, de prensa y de culto, entre otros derechos fundamentales. De esas propuestas se promulgaron diez, que ahora constituyen la Carta o Declaración de Derechos», refrendada el 15 de diciembre de 1791, siendo la primera de éstas enmiendas, la que refrenda, «El Congreso no promulgará ley alguna por la que adopte una religión de Estado, o que prohíba el libre ejercicio de la misma, o que restrinja la libertad de expresión o de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a solicitar al Gobierno la reparación de agravios». Vid, Departamento de Estado EE.UU.: «La Carta de Derechos», refrendada15 de noviembre de 1791, enAgencia Archivos Nacionales y Administración de Documentos,sita en Washington. Sitio WEB: www.archives.gov. En consecuencia, no existe una Iglesia oficial; aunque sí se constata la presencia de un predominio religioso por parte de las iglesias anglosajonas cristiana protestantes, con particular fuerza en las protestantes. De acuerdo con el profesor ibérico, Carlos Cañeque, «Para un sector considerable de la población blanco-protestante americana, los Estados Unidos constituyen una nación bendecida o apadrinada por Dios. Desde esta perspectiva, la historia americana se identifica con la suerte de un grupo anglosajón y protestante que ha sido visitado (amenazado) por sucesivas minorías contra las que ha ido edificando distintas formas de nacionalismo político-religioso».Cañeque, C.: «El fundamentalismo norteamericano»; en Reformas democráticas . Revista de Debate Político de la Fundación «Rafael Campalans», No. 7, 2003, Barcelona, España; pp. 2-9 . Vid, además: Fichter, Joseph H.: «La religión como institución en los Estados Unidos», en Revista de Estudios Políticos, Nº 80, 1955, pp. 101-108. La revista es publicada por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, España.
[xi] Ibíd.
[xii] Hernández Martínez, Jorge: Opus Cit., página17
[xiii] UNESCO (2001). «Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural». Documento refrendado en la 31 a Sesión de la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, el 2 de noviembre.
Recuperado de http://portal.unesco.org
[xiv] Véanse al respeto, los trabajos de: Nigra, Fabio G.: «¿Es Trump el culpable?». Editorial, pp. 2-5; Alberico, Inés. «MakeAmerica Great Again!: el eslogan de la victoria», pp. 6-26; Hunt, Michael H.: «La ideología en la política exterior de Estados Unidos durante el siglo XX», pp. 27-78; Williams, Yohuru: «ByeByeBeauregard: Poniendo al pasado Confederado en su lugar», pp. 124- 127; Carbone, Valeria L.: «Charlottesville: Historia de racismo y supremacía blanca», pp. 128- 13; Bochicchio, Ana L.: «¿Qué piensan los supremacistas blancos norteamericanos?», pp. 132- 135. Todos en: RE Revista Electrónica «Huellas de Estados Unidos. Estudios, perspectivas y debates desde América Latina«; (13 Gire a la Derecha), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina; octubre de 2017; ISSN: 1853-6506.
[xv] Rodríguez Parrilla, Bruno (2019). «Discurso pronunciado en el 74 Debate General de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas»; Nueva York, 28 de septiembre. Recuperado de http://www.cubadebate.cu
[xvi] Ibíd.
[xvii] Mignolo, Walter D. (2007). La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial, pág. 29; Barcelona, España: Editorial Gedisa, S.A.
[xviii] Ibíd.
[xix] Ibíd., página 29. Subrayado en cursiva de esta autora.
[xx] O’Gorman, Edmundo (1958-1995). La invención de América. México D.F.: FCE. Subrayado en cursiva de esta autora. // Edmundo O´Gorman, historiador y abogado mexicano, de origen irlandés, y uno de los precursores del movimiento de la «colonialidad» y de la «decolonización», del pensamiento, destacado por la originalidad, lucidez, y riqueza de sus propuestas.
[xxi] Ibíd.
[xxii] Mignolo, Walter D. Opus Cit.; página 29-30
[xxiii] Ibíd., p.32. Subrayado en cursiva de esta autora.
[xxiv] Wallerstein, Inmanuel (2001). «El eurocentrismo y sus avatares: los dilemas de las ciencias sociales», pág.27; Chile; en Revista de Sociología, Nro. 15. Subrayado en cursiva de esta autora.
[xxv] Martí, José (1891-1991). «Nuestra América»; ensayo publicado por el propio autor en la gaceta mexicana «El Partido Liberal», el 30 de enero; en Obras Completas, tomo 6; página 19. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales.
[xxvi] Martí, José (1891-1991). Opus Cit.; página 15.
[xxvii] Ibíd.
Gloria Teresita Almaguer González es investigadora del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.