En un solo día, el domingo 31 de octubre, cuatro votaciones realizadas en otros tantos países de Sudamérica, ratificaron algo que está avanzando irreversiblemente en este continente: el cambio.Uruguay, Venezuela, Chile y Brasil, pese a todas las diferencias que hay entre una y otra situación, mostraron una indeclinable decisión popular de cambiar el modelo que […]
En un solo día, el domingo 31 de octubre, cuatro votaciones realizadas en otros tantos países de Sudamérica, ratificaron algo que está avanzando irreversiblemente en este continente: el cambio.
Uruguay, Venezuela, Chile y Brasil, pese a todas las diferencias que hay entre una y otra situación, mostraron una indeclinable decisión popular de cambiar el modelo que nos ha agobiado durante más de dos décadas.
Neoliberalismo en acción
Alrededor de 1980, los países desarrollados estaban preparados para acelerar el proceso de absorción de las economías atrasadas y dependientes. Estados Unidos se apresuraba a terminar con las dictaduras militares que campearon durante las dos décadas anteriores en este continente.
«Ajuste estructural», «economía de mercado», «globalización», entraron en la terminología de los gobernantes para significar la estrategia que iba a dominar nuestro mundo (el de los países pobres) para beneficio del otro (el de los ricos).
En Bolivia, aquellos años ’80, la minería era la más importante fuente de ingresos; el petróleo suplía los requerimientos internos y el gas se exportaba a la Argentina; desde dos años antes, el FMI y el BM insistían en una revisión a fondo de la economía nacional, pero aún éramos propietarios de los recursos naturales y mirábamos el futuro con confianza; un dólar valía 20 pesos bolivianos, que alcanzaban para pagar cuatro boletos de micro, un diario, una cajetilla de cigarrillos y algo más. Pero, en el lado oscuro, aún debíamos pasar por la dictadura de García Meza.
Tuvimos que transitar el nefasto periodo de ese régimen y, después, pagar los costos del banzerato entre 1982 y 1985, en que la inflación nos arrancó hasta las ganas de vivir. Acosados por la desvalorización de nuestra moneda, que transportábamos en enormes bultos, le dimos el voto a la derecha, resignados a sufrirla para detener el desastre económico. Creímos que, la fuerza de la clase obrera, impediría los desmanes.
Pero no fue así. El 21060 (número del decreto supremo con que se inició el neoliberalismo y que es el nombre que el pueblo le dio a ese modelo) impuso a sangre y fuego las nuevas condiciones. Miles de trabajadores fueron literalmente echados a la calle, desapareció la seguridad laboral, los sindicatos pasaron a una virtual clandestinidad y los empresarios recibieron cheques en blanco para despedir y contratar personal, importar a su antojo, recibir subsidio por sus exportaciones, tener todas las garantías estatales incluyendo el uso de las fuerzas represivas en su beneficio.
Desde 1985, se sucedieron seis gobiernos que entraron en una verdadera competencia por servir mejor los intereses del neoliberalismo y la globalización. Víctor Paz Estenssoro (1985-89) que impuso el modelo y aceitó la maquinaria del Estado para acelerar la entrega de nuestros recursos; Jaime Paz Zamora (1989-93) que concretó los detalles del más absoluto sometimiento a Washington; Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-97) que inventó la forma más despiadada de la privatización, a la que llamó «capitalización»; Hugo Banzer Suárez (1997-2001) que confiscó los ahorros de los trabajadores para entregarlos a las «Administradoras de Fondo de Pensiones» (AFP’s); Jorge «Tuto» Quiroga (2001-02) que contentó a las transnacionales del petróleo con decretos y resoluciones; ‘Goni’ Sánchez nuevamente (2002-03) que con mucho afán quiso concretar el gran negociado de las petroleras, mediante la venta de gas a California.
Neoliberalismo acosado
Cualquier lector puede sustituir los párrafos anteriores por lo sucedido en su respectivo país. Menem aquí, Fujimori allá, Carlos Andrés Pérez más arriba, Pinochet y sus sucesores demócratas al otro lado, la historia será la misma: reducción de las funciones del Estado, entrega del aparato productivo, represión de los movimientos populares, dispendio de la economía nacional, absoluto sometimiento a los dictados imperiales.
Esta constante que recorría Latinoamérica con una monotonía abrumadora, se rompe al iniciarse el nuevo siglo. La insurgencia de ese poderoso movimiento bolivariano en Venezuela es la avanzada de este proceso, pese a que muchos descreímos de su proyección. Vino luego el empuje del movimiento indígena en el Ecuador, aunque hay aún muchas frustraciones. Hizo saltar de alegría, la victoria de Lula en Brasil, con la que coronó su larga batalla por llevar al poder a los trabajadores, aunque a veces sea lento el andar de su gobierno. Sorprendió la tesitura de un Kirchner, en Argentina, que sólo es explicable por esa extraordinaria movilización de piqueteros, echando por tierra las impunidades de Menem y las indefiniciones de un De la Rúa.
La explosión que vivió Bolivia a fines de 2003, cocida a fuego lento desde el año 2000, era más que aleccionadora: el autor del 21060, ejecutivo del entreguismo y planificador dela masacre, se exilió en Washington para no rendir cuentas ante el pueblo que impuso su voluntad de cambiar la ley de hidrocarburos y redactar una nueva Constitución Política del Estado.
En las calles y en las urnas
Los movimientos populares han sido acusados, por quienes se creen dueños del poder, de ser un grupo reducido de agitadores. Desde el conocido ‘Tricky Dicky’ Nixon, quien habló de la «mayoría silenciosa» que dizque lo apoyaba, hasta el acobardado ‘Goni’ Sánchez, que sigue inventando complots en su contra, todos sostienen que el voto ciudadano les favorece.
Bastaría la tremenda y multiplicada lección de este domingo 31 de octubre, para demostrar que se acabó el tiempo de la globalización y el neoliberalismo. No es que, de pronto, los pueblos de este continente hayan encontrado que Tabaré, Lula, Chávez o Lagos reparten simpatías a granel. Hay una clara voluntad de cortarle el paso a la derecha que sigue apostando al modelo neoliberal. Incluso por encima de las vacilaciones de algunos gobernantes que, llevados por el pueblo a esas posiciones, temen despertar las iras del imperio.
Incluso esas diferencias pueden notarse en el alcance de las respectivas votaciones. No es lo mismo el indiscutible triunfo del candidato frenteamplista en Uruguay o la arrolladora votación bolivariana en Venezuela, que los éxitos municipales en Chile y Brasil. Aún así, la voluntad de cambio, de transformación, se manifestó en esos cuatro países de esta región. Eso nos dice, con toda claridad, que otra vez hay esperanza en el futuro.