Leyendo las cartas de Héctor Amodio Pérez y el cuestionario periodístico,1 toda esta comparecencia pública que HAP ha decidido hacer tras cuarenta largos años de obstinado silencio, algo me queda claro: una enorme lección sobre los dramas, imposturas y tragedias de la vida. Como el de quien sintiéndose revolucionario termine vistiéndose con las ropas de […]
Leyendo las cartas de Héctor Amodio Pérez y el cuestionario periodístico,1 toda esta comparecencia pública que HAP ha decidido hacer tras cuarenta largos años de obstinado silencio, algo me queda claro: una enorme lección sobre los dramas, imposturas y tragedias de la vida. Como el de quien sintiéndose revolucionario termine vistiéndose con las ropas de fajina del ejército que ha combatido a muerte, o la decepción de hacer tratos con quien pasa por alto todo respeto a lo acordado, sin decirlo, claro, basándose, por ejemplo, como periodista, en el valor supremo de la información. Curiosamente HAP no repara, parece ni considerar que él está en la misma situación y en términos mayúsculos, de vida y muerte, si hablamos de decepción y violación de acuerdos.
Otra impresión me deja el material, compactadamente casi veinte páginas: y es su ecuanimidad que llega incluso a quienes en el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros lo calificaron y juzgaron públicamente como traidor, atributo difícil de encontrar uno peor. Y para colmo, los textos de HAP confirman ese calificativo, aunque reinterpretado de un modo distinto a la acusación que bebimos mediáticamente desde 1972.
Con lo cual, la credibilidad del autor diría que trastabilla. Tanta delicadeza en el trato puede expresar un magnífico nivel psíquico, cultural, moral, de HAP, de los tupamaros, de la sociedad uruguaya de la que emergen, pero también podría expresar una estrategia de seducción…
Caben aquí algunos recaudos metodológicos que plantea Clara Aldrighi comentando esta reaparición pública aunque tan reservada: «Si se comprobara que los mensajes provienen efectivamente de Amodio, deberían ser contrastados muy rigurosamente con otras declaraciones, pues esta persona estuvo vinculada -no sabemos por cuantos años− a un servicio de inteligencia. La abundante bibliografía existente sobre los servicios secretos a nivel mundial demuestra que algunos de sus funcionarios son expertos en elaborar lo que llaman ‘desinformación’, esto es artículos de prensa, declaraciones y otros textos de difusión pública, que combinan numerosas informaciones verdaderas para dar verosimilitud al conjunto, con otras totalmente falsas, pero que responden a una finalidad política.» 2
Por eso mismo se hace tan importante confrontar los testimonios y puntos de vista de HAP con los de sus citados o con los de sus contradictores.
Aunque proveyéndonos de ese mismo recaudo metodológico para todos. Memorias de la insurgencia, entrevistas a ex tupamaros,3 está constituido, como señala su título, por entrevistas. Si el testimonio de alguien que ha estado vinculado a servicios de inteligencia tiene que ser muy escudriñado por las razones que nos recuerda Aldrighi, también es importante recordar que el testimonio de alguien que jamás haya colaborado con servicio alguno no brinda per se La Verdad; es, será siempre, una visión de los hechos, que también puede ser sesgada, interesada, inauténtica o sencillamente errada. Es decir, todo necesita verificación, y la confrontación de «relatos» puede ayudarnos a discernir lo verdadero, aunque esa aproximación sea siempre parcial.
Hay un segundo aspecto a sumar a la observación de Aldrighi, que surge del propio testimonio actual de HAP: en una nueva serie de cartas aparece lo siguiente:4 desecha toda hipótesis sobre un presunto retorno suyo al Uruguay o expectativas para el presente: «[…] ni pretendo reciclarme ni pedirle nada a nadie.
He vivido desde 1966 en la clandestinidad y he aprendido a ser médico, ingeniero, maestro, cura, pastor metodista y otros etcéteras. Y fui el responsable del servicio de falsificación.»
Habría que ver si la ecuanimidad que señalé antes no es «pescado podrido» que proviene del entrenamiento del impostor…
También en este caso es la confrontación de versiones lo que permitirá acercarnos más a la verdad. Pero su autodescripción como «hombre de mil caras» no nos otorga confianza… y algo peor, podría ser la razón del tan cuidado y contenido lenguaje, al que hicimos referencia.
Hay un tercer factor que también llama la atención: que tras 40 años HAP reinicie una discusión, una crítica a la línea política del MLN de los ’70. Aunque tenga aciertos, es llamativo este «decíamos ayer» mediando el mutis por el foro que protagonizara y que él mismo aclara hiciera con apoyo logístico del ejército, nada menos.
Mi impresión preliminar es de todos modos, que su interpretación sobre el sentido de su traición merece un examen.
HAP hace referencia insoslayable a una crisis, interna del MLN, que se revelaría terminal. Cabe la pregunta de si a cierta dirección política le convino cargarle a él todo el mochuelo.
Para despejar incógnitas, la confrontación de versiones, la pluralidad de enfoques, será lo único que nos permitirá acercarnos a la siempre esquiva verdad.
El planteo de HAP es duro y amargo: describe cómo dirigentes del MLN establecen como verdad histórica la traición de HAP (que los exonera de cargo y culpa para con todo el desastre de la actividad guerrillera, atribuyendo tal descalabro a una delación). Pero el mismo HAP no puede menos que reconocer «acuerdos» con los militares, y haber «trabajado» para ellos, para «comprar su libertad» y la de Alicia Rey Morales (algo que también hicieron tupamaros que la historia no recoge como traidores, pero que hicieron en medio de un proyecto político y no para conseguir arreglos particulares).
Con un agravante en el caso de HAP que presenta Zabalza: no habría sido nunca torturado. Zabalza aclara que si lo «negociado» por HAP hubiese sido la vida, él suspendería un juicio ético.
No era un secreto para nadie entonces que el MLN había entrado en una crisis estructural y generalizada a partir de los atentados del 14/4/1972, justo cuando el MLN soñaba con que iba a iniciar una ofensiva «en serio» y a fondo contra los aparatos armados del sistema. Esa (trágica) realidad le da, sino autenticidad, sí plausibilidad al planteo de HAP. Aporta elementos para sospechar de la «historia oficial».
Sólo una gran ceguera le podía hacer creer al MLN que a partir del 14/4/1972 «arrasaban».
Cantan errado, sostiene HAP; el huevo está en otro lado: no se trata de la trai-ción que todos «conocimos» como info mediática en su momento, con la cárcel del pue-blo ofrecida a militares, con la penosa ropa de fajina de los «prisioneros», sino del juicio crítico, categórico, que HAP habría ido cosechando ante la experiencia guerrillera. Y que procesa orgánicamente −explica− hasta que no se pudo más.
Escribe ahora, rememorando aquel tiempo: «[…] al principio desde la distancia y luego, a partir de 1998 de manera directa, conocer la evolución, estancamiento e incluso involución del pensamiento de gente que como yo, en aquel Uruguay de 1960, creímos que era posible cambiar el mundo y nos pusimos a ello, cegados por la luz del faro cubano que hoy, cincuenta y pico [de] años después, sigue emitiendo luz, aunque sea mortecina […]».
Aquí está, a mi modo de ver, un nudo a desatar. Lo que plantea HAP cuestiona la legitimación de la experiencia guerrillera sesentista. Ante el descalabro que venía arrollando a la organización, muchos habrían encontrado un agente ideal para atribuirle la destrucción del aparato clandestino; alguien que efectivamente negoció con los militares. Leyendo ahora su testimonio, ¡40 años después!, la trama se complejiza de tal modo que la historia tupamara se acerca, sembrada de solidaridades, traiciones, aguantes, defecciones, olvidos, y gambeteadas, a cualquier orga, una historia humana, en suma. La traición de HAP, entonces, no resulta tan sencilla y nítida, mediáticamente deglutida como la que nos insuflaron durante todas estas décadas, desde la historia oficial, tanto oficial-oficialista como oficial de la izquierda (tan fácilmente convertible, por lo visto, en «baluarte de la derecha»).5
Es esa visión de que la experiencia tupamara era un enceguecimiento provocado por el triunfo de Fidel Castro y el castrismo en Cuba, lo que no le perdonan -sostiene HAP−dirigentes y referentes tupamaros (aferrados a posiciones regadas con tanto sacrificio o heroísmo: así son las cosas de complicadas; el proyecto tupa era entusiasmante, atractivo y asumido con autenticidad y cada vez con más riesgo de vida por sus miembros, pero afiebrado, o como dice ahora HAP, enceguecedor).
La dirección tupamara nunca quiso, pudo o supo verlo. Porque le iba en juego su propio destino y sentido. Por eso, salieron de la cárcel con un libreto armado, que publicitaron urbi et orbi.
Los tiempos habían cambiado y el MLN se descubría a sí mismo luchando por la democracia. Pero no en los ’80, lo cual habría tenido su dosis de sensatez, sino en los mismísimos ’60, cuando la apuesta de la izquierda radical era a «todo» (revolución, socialismo, segunda Cuba), a todo… menos a la democracia.
La historia oficial, ahora impugnada por HAP, desde adentro del MLN ya había sido cuestionada por un «solitario», Jorge Zabalza. Otros no la aceptamos, «desde afuera», y otros -me consta− tampoco desde adentro, pero tales testimonios en general han sido escasísimamente socializados. Hay que agradecerle a Zabalza que haya persistido en llamar al pan, pan y al vino, vino, criticando la versión edulcorada que Marenales, Fernández Huidobro y otros echaran a correr al salir de la cárcel. Con el silencio o la complacencia de tantos «tupas», dato no muy glorioso y significativamente cierto.
Cuestionar el guerrillerismo uruguayo históricamente vivido, en los ’70 por considerarlo un enceguecimiento, en rigor un enorme traspié histórico de la izquierda más radical del país, habría evitado que tantos jóvenes vivan todavía hoy, con el anhelo (que confunden con añoranza) de no haber vivido «los gloriosos ’60», lamentando su traspapelamiento generacional que los ha hecho nacer tan tarde…, están las canciones «revolucionarias» culpógenas que procuran persuadirnos ‘que perdimos por ser tan pocos’. Y otros llegan al sueño-delirio de querer repetir hoy lo interrumpido por aquellos tupas de los ’60-’70…
Pero «aquellos», porque ven lo que están haciendo los dirigentes tupas actuales, entregando «el paísito» a las transnacionales y a la globalización−imperialismo con nueva denominación−, «revolucionando» la economía con sandeces como «convertir este país ganadero en minero» (Mujica dixit, el mismo que es capaz de hablar con lenguaje de Mirtha Legrand, de «peruanas dóciles«). Los jóvenes deslumbrados por la historia guerrillera uruguaya no saben cómo compaginarla con este presente, tan bien rebautizado por Carlos Revello como «Fraude Amplio».
HAP asegura, contra la historia mediática, que no entregó compañeros, que no lanchoneó, por ejemplo. Espero que sus afirmaciones se hagan atendibles, o totalmente desechables, cuando se puedan verificar confrontadas con otros testimonios, algo que ya empieza a brotar, irrefrenable.
En las últimas cartas (4ª, 5ª, 6ª), insiste mucho en que no se abordan las cuestiones que plantea y que en cambio abundan las interpretaciones psicologistas. E incursiona en una serie de críticas internas a la organización y a los nombramientos de los responsables dentro del MLN que van inevitablemente dirigidas a sus ex-compañeros y que a los ajenos nos resultan difícilmente contestables y hasta cotejables.
Optando por arrimarnos a la verdad, mediante confrontación y análisis, entiendo significativos algunos comentarios ante la irrupción de las inesperadas cartas de HAP en nuestro presente, de por sí tan problemático.
Así, Lucía Topolanski declaró: «es un hombre muerto, así que se acabó.»
No sólo llama la atención la inexactitud material de semejante respuesta que procura revestir «nivel» político, sino además su clara voluntad de negarse a toda revisión histórica, a toda modificación de verdades más o menos establecidas, sacralizadas. Es llamativo cómo semejante negativa, tan absolutizada, valoriza algunas demandas de HAP.6
Jorge Zabalza es terminante: persiste en las acusaciones y sus aportes en lo que aparece como unos segundos comentarios suyos respecto de HAP son explícitos y contundentes: «ordenó los archivos de la OCOA, el organismo represor del Plan Cóndor». «Lo insólito es que él salga acá y diga que es inocente y discrepaba con todo el MLN.»
Presenta una serie de elementos que echan un enorme manto de sospecha sobre los comportamientos de HAP (como que ya podía está entregando datos a los servicios desde cierto tiempo atrás; me faltan elementos para establecer un cronología segura).
Afirma: «el general Esteban Cristi y Armando Méndez ‘lo pusieron a trabajar para ellos y él aceptó a cambio de la libertad’. […] un acuerdo entre Cristi y Amodio Pérez para que él trabajara en la OCOA, pusiera en orden los papeles, darle la libertad y desaparecer‘.7 Parece difícil de desmentir. Cuando el mismo HAP ha asumido que colaboró, negociando para conseguir la libertad, para «salvarse» hasta de la cárcel.
Marcelo Estefanell ha tomado un tercer camino: entiende la catarata de mensajes como expresión de una ‘revisión de vida’, motivada por «una introspección personal». Se niega a la versión oficial de la dirección del MLN sobre traidores, punto que de momento no quiere ni abordar.
Estos tres «referentes» tan sucintamente reseñados ahora; L. Topolanski, J. Zabalza y M. Estefanell, muestran el abanico de actitudes abierto con la andanada de HAP. Por algo Aldrighi presentó a los tupamaros en el trabajo ya citado: «Herméticos, dogmáticos, sensibles, víctimas, victimarios, presos políticos, dirigentes, gobernantes, todas características que se le pueden adjudicar a quienes participaron del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros.»
Entiendo y atiendo las observaciones, insistentes, de HAP sobre el voluntarismo (para colmo, invocando −los voluntaristas− la objetividad ideológica, siempre enancada en el «socialismo científico»). Igualmente, reconozco como relevantes, sus puntos de vista sobre aparatismo y desprecio creciente por la vida de los militantes.8
Tuve una experiencia al respecto aun sin haber pertenecido, orgánicamente, al MLN. En 1967 o 1968 integro «La Rayuela», una cooperativa en formación basada en un reagrupamiento sobre todo de ex-comunitarios («del Sur»).9
Aunque me retiro -como otros− del emprendimiento una vez que LR se convierte en célula del MLN, prosigo la relación personal con sus integrantes, que se traducía en alguna visita, alguna mateada. Saliendo un día del local, observo que me siguen. Gente de un servicio −por los colores de una camioneta lo supuse naval− estaba tras mìs pasos. Emplazados en «la otra cuadra», se movían «conmigo».
Susto inicial. Hacer como que no me daba cuenta de nada, fue lo segundo Tomar un ómnibus que NO me llevaba a casa, lo tercero. Elegir una parada adecuada, con cuadras cortas y movimiento de pasajeros fue lo cuarto, para hacerme humo. Y verificar luego, cuatro, cinco veces, que ya nadie estaba tras de mí. Para, finalmente, «pegar la vuelta al rancho».
Tenía que avisarles. Al día siguiente, voy hasta el local de LR y no bien entro, le comento al amigo con quien me topo, que estaba solo: «−Armando: ayer me siguieron. Desde este local. Están cantados.»
La respuesta fue una risotada. -¡Te cagaste, Flaco!
−Sí, claro, vuelvo con miedo. Y solo a avisarles. No vengo más. El rayuelero le quitó importancia, como un suceso menor, de la vida cotidiana. Y jaraneó mucho con mi «cagazo».
No lo podía creer. No surgía de ningún manual ni de guerrilla, ni de novela policial. ¿Qué sentía mi buen amigo? Me resultaba estrafalario, suicida. Ni siquiera condecía con su modo de ser. Con los años, aprendí a darme cuenta que la única forma de sostener la clandestinidad era ésa, de estar «por encima» de la coyuntura, conformarse con aquello de que −»tendrán algún rancho controlado», pero bueh, nosotros también tenemos nuestros ojos en distintos puntos flacos de ellos… así que vamos a ver quién dura más…
En el caso concreto de LR, no pasó más de un mes o dos y resultó allanada con bombos y platillos, con enorme cobertura mediática.
Vinculado con La Rayuela quiero recordar que Juan Facchinetti, uno de los referentes de la célula que se forjó en esa juguetería, excelentísimo ser humano, fue en algún momento detenido, dejando momentáneamente «huérfana» a La Rayuela. Tendremos la versión de que se mató en Jefatura tirándose desde una altura para no cantar. No es fácil, estando preso, encontrar una altura desde donde desnucarse. Pero puede. Como todo en esta vida. No puedo dejar de contrastar el comportamiento y el destino de Juan Facchinetti con el Héctor Amodio Pérez.
Entiendo clave abordar el pasaje de HAP ya citado: «[…] creímos que era posible cambiar el mundo y nos pusimos a ello, cegados […]», porque podría ser el cencerro que revele la «operación» de HAP denunciando al FA, al MLN y hasta a Mujica (Sendic incluido), pero si tiene algo genuino, revelaría un lastimoso narcisismo del MLN.
El narcisismo en política no suele servir puesto que la política es la capacidad de ponerse en el lugar del otro y el narcisismo en cambio pretende que el otro se ponga en el lugar de uno.
Eso conduce a malos frutos: falta de diálogo, derrotismo, indiferencia política, desenchufe militante, desmoronamiento psíquico, aislamiento. Si el país y su política adolece de algunos de estos atributos, sería bueno preguntarse sobre su origen.
A su vez, con políticas narcisistas se genera con más facilidad la condición de «ilustre» y «consagrado». Salieron de la cárcel fabricándose un pedestal. Que los jóvenes sobre todo, compraron. HAP habría quedado, −aceptando su versión de la crítica interna− fuera de la cofradía (pero sigue en pie lo que recuerda Zabalza: comprando su libertad, su impunidad en connivencia con militares torturadores).
Cuantas aclaraciones faltan. ¿Salvó Alicia a Mujica y a otros fugitivos sacrificándose sola? ¿Existieron las discusiones de HAP con Sendic y otros dirigentes del MLN es encarándolos y tipificándolos como «hijos de puta» (por escamotear el descalabro que estaban sufriendo)? ¿Qué tienen para decir los que viven, que son afortunadamente, todavía, la mayoría?
La situación presente da para un intenso análisis. Y, como todo lo imprevisto puede generar un interesante desarrollo.
Notas:
1 Que HAP envió a cuatro diarios montevideanos (La Diaria, Brecha, La República y El País). En general, hubo una cauta recepción, procurando verificar su carácter genuino, algo que se hizo con algunos datos enviados por HAP y que conocían solo algunos tupamaros» históricos». Inmediatamente, se han difundido íntegramente en prensa-e; postaportenia, resumenlatinoamericano y seguramente muchas más.
2 Cit. p. E. Tulbovitz, «El hombre que volvió de la nada», Sur, Buenos Aires, 26/5/2013.
3 Clara Aldrighi, Cuadernos de la Historia Reciente, no 4, EBO.
4 4ª., 5ª., 6ª cartas, Postaportenia, 24/5/2013.
5 «Izquierda, baluarte de la derecha» fue el título que a mediados de 1973 le puse a un trabajo escrito en plena huelga general y presentado a lo que resultó ser el último concurso de ensayos de Marcha, que fuera declarado desierto. Gracias a uno de sus jurados, Carlos Martínez Moreno, supe tiempo después que mi texto había llegado a «semifinales», entre ocho, y que fue desechado terminantemente por un vate de la izquierda señorial, mejor dicho doctoral, uruguaya, que se negó a toda consideración de escrito tan ultrajante (no puedo hacer la cita textual, pero ése fue el sentido, de lo que, como con pesar, me transmitió CMM).
6 Me hizo acordar el comentario de Golda Meir (en su momento, ministra suprema o cuasisuprema del sionismo) cuando, un periodista le preguntara por las muertes reiteradas de palestinos a manos del ejército israelí, y replicara: ‘¿palestinos, qué es eso? El periodista trató entonces de aclarar lo obvio: ‘-los habitantes de Palestina, los natives…’. Meir contesta: ‘Los palestinos no existen‘. Y siguió su camino.
7 El Observador, Montevideo, 22/5/2013.
8 Vale la pena destacar que fueron precisamente estos despreciables atributos los que le endilgaron a la imagen de HAP junto con la calidad, al parecer real. de traidor.
9 En un texto mío de hace ya varios años, «Porqué no me hice guerrillero en los ’60», Relaciones, no. 231, Montevideo, agosto 2003, describo sucintamente la formación de La Rayuela y cómo las discusiones en su seno fueron decisivas en mi caso para no aceptar «la senda trazada».
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