«En la historia, como en la naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida». Karl Marx La negativa de varios medios de prensa a publicar una serie de cartas de Amodio Pérez, considerado el más famoso traidor de la guerrilla tupamara, desnudan ciertas fragilidades de la democracia uruguaya y arrojan una luz esclarecedora sobre […]
«En la historia, como en la naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida». Karl Marx
La negativa de varios medios de prensa a publicar una serie de cartas de Amodio Pérez, considerado el más famoso traidor de la guerrilla tupamara, desnudan ciertas fragilidades de la democracia uruguaya y arrojan una luz esclarecedora sobre los prejuicios que nublan la profesión de quienes deben informarnos.
Acaso algún lector encuentre en Uruguay un antecedente que iguale esta actitud de cuatro medios (El País, La República, La Diaria y Brecha) que se negaron porfiadamente a dar a luz una serie de cartas que los lectores reclamaban. En caso contrario nos encontramos en una situación inédita: cuatro importantes publicaciones, de derecha y de izquierda, se negaron a sí mismas como empresas que deben vender un producto y se autocensuraron negando el principal objetivo de un medio de comunicación en una democracia: informar los hechos.
La primera excusa esgrimida fue la duda acerca de la identidad del remitente, aunque la unanimidad de personas consultadas apuntaba hacia la autenticidad, y ninguno de los peritos calígrafos negó que pudiera ser Amodio. No se pensó que cada ser humano posee una específica forma de pensar y un consecuente estilo de redacción, toda una retórica que coincidía con los textos del Amodio del pasado, retórica que en el caso que sus ex compañeros no identificaran (que para colmo identificaron) hubiera podido hacerse por cualquier especialista en estilos literarios. Ya de por sí, que fueran cartas fraguadas, y en virtud de la información que transmitían y de la persona que se pretendía suplantar, constituían motivo suficiente para publicarlas. Así hubiera actuado cualquier medio que confiara en la inteligencia de sus lectores. Fue un diario que no recibiera las cartas (El Observador) quien decidió, con un simple cuestionario on line, determinar la autoría, cosa que cualquiera de los otros cuatro medios hubiera podido hacer si realmente hubieran estado animados por la resolución del eventual enigma.
Veamos las argumentaciones esgrimidas por estas empresas para justificar por qué no hicieron lo que un medio de información debe hacer.
1- «Fiel a su estilo periodístico, serio y responsable, El País prefiere perder una primicia antes de herir el honor de terceros y convertirse en portavoz de un fantasma». Debemos pensar entonces que cualquier declaración de cualquiera (por ejemplo que un presidente diga que su vecina presidenta es una vieja terca y menos inteligente que su esposo tuerto) no debe ser transmitida si hiere el honor de terceros. Así que si un Premio Nobel denuncia a las empresas de medicamentos que se niegan a financiar investigaciones de productos demasiado eficaces, o si alguien denuncia a un médico por mala praxis, o a un político corrupto, o a un juez que se deja comprar determinando un resultado deportivo, o a un torturado que denuncia a su torturador, ese medio, cuidando el honor del acusado, vetaría la información. Pero la cosa sigue, ese medio sólo sería el portavoz de gente honorable, o al menos, de carne y hueso, ya que un fantasma (que había sin embargo estampado su firma) habría escrito, vaya a saber uno por qué, aquellas inquietantes cartas. Si Hitler hubiera sobrevivido en Sudamérica y se apareciera ahora fantasmalmente contándonos su versión de los hechos, habida cuenta que goza de una pésima reputación, ese medio no lo hubiera informado, de igual manera que tampoco hubiera informado nada acerca de personas que no alcanzan cierta altura moral necesaria según el estándar moral de ese medio.
2- Publicadas las cartas por El Observador, La República se empecina en su negativa y se justifica de esta manera: «Pero, además, aunque sea el mismísimo Amodio, ¿quién puede creerle a un traidor? Y aún creyéndole, ¿tiene derecho a opinar y criticar a los demás alguien que ni siquiera ha pedido disculpas por haber traicionado a sus compañeros para salvarse junto con su pareja? Por todo eso, hoy tampoco publicaremos las cartas de Amodio». Esta justificación se encuentra en la misma categoría que la anterior. Para La República una revelación no es interesante si emana de un traidor. Ese medio olvida que en la historia infinidad de traidores nos informaron de una cantidad de cosas relevantes, y en rigor, son los traidores los que cuentan cosas relevantes, pues los fieles suelen guardar silencio. Fue el traidor a la Armada Daniel Rey Piuma, quien arriesgando no sólo su profesión si no su vida, en plena dictadura publicara un libro que nos informara de las atrocidades del régimen militar, incluyendo fotografías de gente torturada hasta la castración. Es el traidor al ejército norteamericano Bradley Manning, quien arriesgando vida y profesión, filtrara información a WikiLeaks acerca de la metodología del ejército norteamericano y fue el traidor Sammy El Toro Gravano quien traicionara a todos sus compinches mafiosos, convirtiéndose en la base del duro golpe que la Justicia norteamericana asestara a la mafia de su país en los años ochenta.
3- Brecha, en una larga carta, se justificó diciendo que: «A nuestro juicio, tanto o más importante que la identidad del autor, es la intención que juega tras la aparición de este documento. No tenemos una respuesta que contemple todos los aspectos. Sea de Amodio, o de alguien que pretende poner las afirmaciones en su boca, el documento persigue objetivos políticos varios, algunos obvios y otros no tanto. Y en todo caso no se percibe la intencionalidad última». Parece ser que si Obama, o Graciela Alfano, o algún físico cuántico inextricable, llegan a decir algo acerca de lo cual Brecha no perciba «su finalidad última», nos quedaremos todos en ascuas. La idea que uno se hace de las cosas difiere bastante de esta peregrina declaración. Este columnista cree saber qué cosas lo motivan a escribir este artículo, aún a sabiendas que muchos filósofos han dicho que somos sujetos inconscientes de la historia, unos cuantos psicoanalistas afirman que existe una cosa llamada inconsciente que determina poderosamente nuestro accionar, y por fin una cantidad de artistas han señalado que «el pensamiento es esclavo de la pasión», sin embargo, sin estar demasiado seguro de cuál será su intencionalidad última, siente la necesidad de escribir apostando a la inteligencia de sus lectores. El lector podrá divagar acerca de su «finalidad última» pero el columnista le recuerda que después de divagar, medite sobre las cosas que propone a su razonamiento. Brecha insiste en que su real motivo «es la responsabilidad periodística referida a la legitimación de la fuente y a la autenticidad de la información que aporta». Esta declaración no advierte los diferentes niveles de la verdad. Fulano se aparece y dice «Uno más Uno es Tres». Un medio periodístico transcribe: «Fulano se apareció y dijo «Uno más Uno es Tres»». El medio de comunicación fue sumamente veraz, ya que Fulano dijo: «Uno más Uno es Tres». El medio mentiría si dijera que Fulano dijo que «Uno más uno es dos», o que «En ciertas ocasiones, como cuando se unen un hombre y una mujer, la suma de uno más uno puede dar tres». No le importa de ninguna manera a una democracia si un medio de prensa cree que Fulano no sabe sumar. Lo que le importa a una democracia es que el medio informe exactamente lo que dijo Fulano, y después, si quiere, que lo haga pedazos. Ya la gente sumará por sí misma, e inclusive habrá algunos que piensen, a partir de lo dicho por Fulano, que una gota y otra gota no hacen dos gotas, si
no una gota más grande. Estamos lejos de alcanzar no se sabe qué saber absoluto. No podemos obviar las opiniones que no entendamos, o que no alcancemos «sus últimas intencionalidades», pues de esa manera nos cerraríamos a todo nuevo conocimiento y estaríamos imposibilitados de desechar los conocimientos adquiridos erróneos. Brecha, si un día tuviéramos la fortuna de enjuiciar a quienes torturaron desde el poder del Estado, con toda seguridad olvidará esta justificación y transcribirá buena parte de las declaraciones de los torturadores sin andar preguntándose qué dosis de verdad pueda haber en dichas declaraciones, o que dosis de verdad anida en las declaraciones de cualquier imperialista que afirma que «esta guerra la llevamos a cabo por la paz mundial. Es una manifestación de la Justicia Infinita».
4- La Diaria fundamentó la negativa a publicar las cartas por las siguientes razones: «La primera es que, como no aporta nada sustancial que fuera desconocido hasta ahora, su valor noticioso está directamente relacionado con la identidad del autor, que no estamos en condiciones de comprobar. La segunda es que, sin realizar un contacto directo con quien escribió la carta, no nos es posible plantearle muchas preguntas necesarias para contribuir a la búsqueda de la verdad sobre el pasado reciente. La tercera es que antes de publicar el documento deberíamos desarrollar más entrevistas e investigaciones, para acompañarlo con otros relatos y documentos sobre los hechos que cuenta, aportando elementos de juicio sobre posibles omisiones o falsedades». De lo que resulta que, igual que Brecha, hasta conocer la Verdad Absoluta sobre cualquier aspecto de la infinita realidad tratada y sus infinitas derivaciones, o eventualmente, hasta no tener cada una de las cuasiinfinitas interpretaciones de un hecho específico, ese medio no nos informará. Su tarea no sería informarnos para que nosotros, en plena democracia, pensemos con nuestra cabeza y ponderemos unos y otros argumentos descubriendo cada faceta de la verdad. De ninguna manera. Su tarea es conocer primero la Verdad Absoluta, para después entregárnosla a nosotros, lectores descerebrados que en caso contrario podríamos ser llevados de las narices a un abismo donde medran los cocodrilos, los tiburones y demás bestias sanguinarias. La Diaria hubiera debido publicar las cartas de Amodio, y luego hacer entrevistas a todos aquellos que quieran desmentirlo, y de yapa argumentar por su cuenta con toda la libertad del caso. Lamentablemente, ahora lo sabemos con certeza, ni los traicionados por Amodio, ni mucho menos aquellos que lo utilizaron en tanto torturaban a mansalva, quieren decir «esta boca es mía», y estamos casi seguros que tampoco La Diaria ha vuelto a hablar del asunto, como si las cartas no fueran publicadas y constituyeran un hecho político. La Diaria, es de esperar, en lo sucesivo sólo dará información acerca de aquellos individuos a los que La Diaria pueda entrevistar y plantear «muchas preguntas necesarias para contribuir a la búsqueda de la verdad». Deberá disponer no sólo de la buena voluntad y del tiempo de sus informantes, si no de un ejército de periodistas absolutistas dispuestos a viajar al desierto, o a Marte, el día que decidamos plantar allí una bandera.
Lo que subyace debajo de todas las justificaciones que transcribimos es el unánime temor a darle voz a un personaje previamente juzgado por todos nosotros. Quienes dirigen los cuatro medios citados comparten una mentalidad que tememos sea la que prevalezca en nuestra población, pues casi nadie ha planteado el horror, la gravedad que reviste para una democracia este accionar de los cuatro medios, y eso, la escasa reacción popular es lo que más nos preocupa. Parte del público de izquierda llegó a justificar y aplaudir estas penosas justificaciones. Aplaudieron que no se los informara, recordando a aquellos españoles del siglo XIX que defendían el Antiguo Régimen contra la Constitución al grito de «Vivan las caenas». Según este público pareciera que un acusado no tiene derecho a réplica. Si nos ubicáramos en el plano de un juicio, creerían que en tanto Amodio es un traidor no tiene derecho a un abogado defensor, y ni siquiera a dar su visión de los hechos.
En este sentido, el problema que estamos estudiando adquiere una nueva dimensión. En un asunto menos candente, donde el aludido sea una persona menos odiable, y en tanto nada de lo que diga nos pueda perjudicar u obligar a reconsiderar nada, lo dejaríamos hablar tranquilamente y amenazarnos con sus fuegos de artificio. Es precisamente por su carácter odiable, por ser tenido como un traidor, un símbolo de aquello que Dante ubicara en el último círculo del infierno, que todas nuestras consideraciones sobre el derecho a réplica y la justicia se desvanecen en el aire. De igual manera, cuando se declaraba una peste, tanto en la antigüedad clásica como en la Europa medieval, se disolvían las elaboradas convenciones sociales demostrando su fragilidad. Los avaros arrojaban el oro por las ventanas, los saqueadores merodeaban las casas abandonadas, las monjas se prostituían, el hijo mataba al padre, los lascivos arrancaban un placer a los bellos cadáveres y el valiente guerrero que otrora salvara la ciudad ahora la incendiaba. Es en una situación extrema, como la que plantea Buñuel en «El ángel exterminador» donde se demuestra que debajo de nuestra apariencia civilizada se esconde un animal dispuesto a cualquier cosa.
A diferencia de La Diaria, que opina que el supuesto Amodio «no aporta nada sustancial que fuera desconocido hasta ahora», nosotros observamos que no sólo las cartas, sino las diferentes reacciones ante ellas, inclusive negándolas, inclusive dándoles existencia por la no existencia, nos están demostrando una cantidad de cosas sustanciales que fueran desconocidas hasta ahora, o que no fueran suficientemente subrayadas hasta ahora. Misteriosamente un medio de derecha y tres de izquierda mostraron solidaridad absoluta. Misteriosamente ni sus ex compañeros, los tupamaros, ni sus ex compañeros, los militares que reprimieron a los tupamaros mediante torturas, dijeron nada que no fueran descalificaciones. El único que apuntó algo, como siempre ocurre, fue Zabalza, que comentando la respuesta de Lucía Topolansky, quien dijera que para ella Amodio estaba muerto, dijo: «Hay que decirle a Lucía que está vivito y coleando y de repente puede decir algunas cositas que a ella la comprometan. El debe tener la intención de ensuciar a todo el mundo». Los historiadores oficiales del MLN nos hablaron largo y tendido de la traición de Judas Amodio, pero ahora que aparece, le responden con un silencio cósmico. Ahora nos enteramos que luego de la reapertura democrática lo siguieron buscando para ejecutarlo. ¿Para castigarlo o para silenciarlo? ¿Nuestras FFAA, que vienen saliendo impunes de los horrores a que nos sometieron, son indiferentes a las declaraciones del traidor? ¿No las afecta en nada? ¿De quiénes se oculta Amodio? ¿Qué parte de las delaciones de otros dirigentes se le endilgaron a Amodio? ¿Por qué declinó el ex represor Armando Méndez, a quien Amodio le ordenara las declaraciones de los presos, una entrevista a El Observador? ¿No peligraría, tras un dominó de declaraciones, el pacto de silencio entre tupamaros y FFAA? ¿En qué consiste dicho pacto? ¿No condujo a ningún tipo de tareas conjuntas en plena democracia? ¿Debemos permitir que ellos callen por motivos desconocidos ocultándonos elementos no sólo de sus historias, si no de Nuestra Historia? ¿Nada tenemos que aprender del pasado? ¿Qué sentido tiene el estudio de la historia entonces?
Tenemos una cantidad de preguntas para hacerles a estos buenos padres y profesores que piensan y deciden por nosotros lo mejor para nosotros. Mientras esa situación idílica de encuentro con la verdad llegue, tenemos algo más para agregar. De ninguna manera nos parece que «esta carta implica un operativo político», y mucho menos de ningún servicio de inteligencia. En todo caso ¿cuál sería? ¿Desprestigiar al gobierno de Mújica? Esta conjetura tiene menos peso que un suspiro, así que descartémosla por ridícula. Es evidentemente una carta política escrita por la pluma de un extupamaro que no ha perdido ninguno de sus recursos, como salir con revelaciones espectaculares, las cuales, por añadidura, vienen dosificadas. A quienes digan que Amodio no expresa el ser tupamaro le decimos que el MLN comprendió a aquellos que con una infinita fuerza de voluntad resistieron ante las peores torturas por el bien de sus compañeros, y a otras personas que entregaron todo lo que pudieron para salvarse. El hombre, se nota, no perdió sus mañas. De igual forma que la conquista a sangre y fuego de todo un continente tuvo su «justificación» y así como cualquier guerra tiene su «justificación», de igual manera, cualquier accionar del más vil de los seres logra hacerse porque ese ser encuentra una «justificación». Una cosa es lo que somos y otra cosa lo que creemos que somos. Amodio no va por el mundo diciendo «soy un ser vil y despreciable», y cuando ve un film épico, como todos nosotros, se identifica con el héroe. Él cree que la lucha por el poder interno nubló la actividad del MLN, que perdieron la guerra por errores organizativos y mucho antes de lo que se cree, que no perdieron por su causa, o en todo caso, que no fue el único que traicionó al MLN, que muchos deben haber delatado una cantidad de cosas que se le atribuyeron a él, y que la organización transfirió la culpa de la derrota a una cabeza de turco. Esa es su justificación. En nosotros está o creerle a ciegas, o ponderar cada una de las cosas que dice, las cuales, desde el punto de vista del conocimiento histórico, de ninguna manera es negativo que las diga. Y jamás de los jamases debemos olvidar que si colaboró con la represión que se abatió sobre los guerrilleros y sobre todo el continente, lo hizo para evitar esas condiciones monstruosas que son la tortura de un hombre por el hombre.
Eso no quiere decir que deba ser perdonado ni nada por el estilo. Eso quiere decir que antes y después de la condena al traidor, debe existir una condena a los actos bárbaros que convirtieron a uno en un pequeño delator y a otro en un gran delator. Las cartas de Amodio también inquietan a quienes educaron y prepararon para aplicar «el dolor exacto en el lugar exacto», pues nos sitúan en aquel pasado que se pretende silenciar, y ponen de manifiesto los extremos a los que se puede empujar un ser humano bajo circunstancias inhumanas, que entrañan tal horror, que nuestra sociedad no se ha animado a enfrentarlas.
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